lunes, 10 de enero de 2022

Alberto Garzón, enemigo del pueblo, de Óscar Sánchez Vadillo

Pelayo Martín  9/1/22t

El agua de este balneario también está envenenada...

Por Óscar Sánchez Vadillo

Yo me lo imagino como la famosa escena en la que a Mel Gibson, en Braveheart, le están hurgando las tripas con un gancho magníficamente afilado (adquirido, seguramente, en la Teletienda) y él grita, con el último aliento, “¡¡¡¡libertaaaaaaaaad!!!”. Pues nosotros, hoy, s. XXI, somos así de apasionados, así de indómitos, pero lo que gritaríamos, antes de expirar, sería algo desdichadamente anti-épico, sería “¡¡¡comodidaaaaaad!!!”. Moriríamos por la comodidad, o por mejor decir, moriríamos sin la comodidad… De ahí que si viene un señor muy probo, muy justo y con aspecto de buena persona -por mucho que se le tenga por un peligroso comunista, nadie podrá negar que Alberto Garzón tiene pinta de vecino ejemplar- a decirnos la pura verdad, la misma verdad que comparten países más civilizados de nuestro entorno y que los ambientalistas aprenden en Primero de Ecologismo, prefiramos mirar hacia otro lado y hacer como que hemos oído mal. Eso nosotros, los tuiteros de a pie, ahora imaginad la derechona, la ultraderechona, los medios de tergiversación de ambas y sus muñidores de colmillo retorcido en las redes “suciales”. Cogen al señor Garza/Garzón (recuerdo este chiste en homenaje a los Gomaespuma, que se lo aplicaban a Baltasar), y lo convierten en el azote de la ganadería del mundo/mundial y en la kriptonita con barba del chuletón a la brasa. Y es entonces cuando los que miraban hacia otro lado y se hacían los sordos se frotan las manos, se arremangan y se preparan para el linchamiento. Al lado de mi casa concurre a diario al bar un señor gordo, mayor, fumador y bebedor que se acoda en la barra y se pasa la tarde replicando a toda velocidad entradas de feisbuk con enérgicos latigazos rematados con exclamaciones. Cuanto más bebe, más rápido emite su veredicto irrevocable, como rechinando los dientes, y yo, siempre que le veo, pienso que esa es la viva estampa de la Opinión Pública hoy, y que ese señor me está juzgando implacablemente también a mí, siendo su segura sentencia el fusilamiento… 

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El linchamiento a Garzón por decir la verdad recuerda enteramente a una obra genial de Henrik Ibsen del último tercio del s. XIX, para que se vea que tampoco han cambiado tanto las cosas. En Un enemigo del pueblo, que yo vi de niño con la boca abierta, el médico de una ciudad pequeña descubre que las aguas del balneario del que vive toda la población están contaminadas con una bacteria que podría poner en serio peligro la salud de clientes y convecinos. Como os imaginaréis, en vez de hacer nada útil y beneficioso, lo que las -antaño llamadas- “fuerzas vivas” de la ciudad noruega deciden llevar a cabo es el hundimiento personal del doctor, al cual, con tal de cerrarle la boca, no hay iniquidad o institución que no le echen encima. En la obra, el sacrificio del decidor de verdades se acomete por mera y repugnante avaricia; entre nosotros, ya digo, se va a hacer tan sólo por comodidad. “¡Nos va a venir a decir este rojo que ni pincha ni corta -y menos carne roja- lo que tenemos o no que comer y de dónde nos vamos a proveer!”. El hecho de que sean probablemente las macrogranjas las que estén detrás de la zoonosis que ha despertado y puesto en circulación por todo el globo el SARS-CoV-2 no nos inquieta lo más mínimo, porque para eso siempre habrá un negacionista (Trump, sin ir más lejos, que es el archinegacionista por antonomasia, hasta el punto de que algún día negará hasta la existencia del capitalismo que él mismo encarna tan bien…) que nos diga que la culpa la tuvieron los chinos. Alberto Garzón no parece chino, pero sí lechuguino, será por eso que le tiene tirria a la carne. A Alberto Garzón lo que le pasa es que sale poco en la tele, y está ansioso de notoriedad a cualquier precio. Alberto Garzón, en fin, es un cátaro, un pureta, un político con un palo de escoba metido por el culo, y por eso se ha pensado que esto es Noruega, en vez de España. En España vivimos la vida, y no nos perdonamos ni una sola macrofiesta. 

Alberto, muchacho, mírate el clásico de Ibsen por si acaso, que ya te aviso que termina regular, y si termina regular en la tranquila Noruega, figúrate lo que te puede ocurrir en la alegre y soleada España… 



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