Un blog que nace ante el intento por parte de algunos medios de desprestigiar el movimiento 15M ubicándolo en el marco anarcoperroflauta exclusivamente, ignorando a los miles de ciudadanos que toman las calles pidiendo libertad y justicia
El Gobierno del PP quiere imponer su programa político a
administraciones donde no gobierna, a ciudadanos que no le votaron, en
competencias que no son las suyas
A las autonomías con
problemas de financiación –casi todas– el Gobierno les deja la opción de
las lentejas. O las tomas o las dejas. O firmas un convenio con la
industria farmacéutica que discrimina a los genéricos, o te quedas fuera
de las ayudas financieras que reparte Cristóbal Montoro para la
Sanidad, como si el dinero fuese suyo y no de todos.
Las autonomías y ayuntamientos son administraciones
igual de dignas y democráticas que el Ejecutivo central; no son
gobiernos de segunda, supeditados al Consejo de Ministros de Rajoy. No
vivimos en un Estado centralizado donde solo haya una autoridad y el
reparto de competencias en España deja bastante claro de qué se ocupa
cada una. Por eso no es tolerable que el Gobierno central invada las
funciones de las demás para exclusivo beneficio de su partido, en contra
de los intereses de los propios ciudadanos. Es lo que hace con los
genéricos y este convenio con las farmacéuticas de obligado cumplimiento
para las autonomías, cuando la sanidad está transferida. Es lo mismo
que ha hecho con el Ayuntamiento de Madrid y la intervención de sus
presupuestos.
Con la intervención de Madrid, el
Gobierno quiere bloquear las inversiones que el Ayuntamiento tenía
previstas para los dos últimos años del mandato de Manuela Carmena, como
la peatonalización parcial de la Gran Vía. Es una decisión meramente
política que busca asfixiar al primer ayuntamiento de España, el más
simbólico, no vaya a ser que la izquierda haga una buena gestión que les
deje en evidencia. En palabras de la concejal del PSOE Erica Rodríguez: “Montoro busca desestabilizar al Ayuntamiento de Madrid porque hace una política distinta”.
En una impúdica respuesta parlamentaria, la semana pasada, el Gobierno
justificó que esté apretando a las administraciones locales –que tienen
superávit– porque ese dinero es necesario para corregir el déficit. El
déficit del propio Gobierno central.
Es la misma
excusa que pone Montoro cuando añade letra pequeña a los fondos
autonómicos: te doy el dinero pero yo te diré cómo lo empleas. Como si
el Gobierno fuese el padre responsable que le da la paga semanal a sus
hijos, pero les ordena que no se lo gasten todo en golosinas.
Pero, ¿quién es aquí el gestor responsable? Sin duda, no Cristóbal
Montoro, el responsable de una amnistía fiscal inconstitucional que nos ha costado carísima; autor
de esa famosa frase de "que caiga España, que ya la levantaremos
nosotros" para justificar que el PP no apoyase al Gobierno de Zapatero
en una votación donde se jugaba la intervención del país.
Tampoco es precisamente responsable el Gobierno de Mariano Rajoy, que
aprobó una rebaja de impuestos en año electoral; el mismo Gobierno que
ha anunciado otra rebaja similar para cuando toque votar de nuevo.
Le pasa a mucha a gente: lees a Guy Standing, le escuchas en una
charla, y parece que te conoce de toda la vida. Al menos conoce tu vida,
la del precariado, la de la falta de control del tiempo, la de correr
sobre arenas movedizas, siempre esforzándose, siempre hundiéndose. El
economista y analista social, cofundador de la Red Mundial de la Renta
Básica (Basic Income Earth Network-BIEN) y profesor en la Universidad de
Londres, estuvo en Asturies invitado por el Institutu Asturies 2030.
“Yo
no trabajo”, nos confesó durante la entrevista, sonriendo y haciéndonos
un hueco en su apretada agenda. Habla entusiasmado de cambiarlo todo:
la manera en que nos situamos y nos sitúan en el mundo, de acabar con la
concepción actual del trabajo, de su optimismo y de su confianza en las
nuevas generaciones, las que salen de la universidad y no ven un
futuro, las que tienen el reto de cambiar las estructuras, de luchar
contra el capitalismo rentista. Habla de la necesidad de repensar lo que es trabajo reproductivo (work) y trabajo productivo (labour).
Desde el feminismo también se ha llamado la atención sobre la necesidad
de repensar el concepto trabajo y que se tenga en cuenta todo lo que
supone el trabajo reproductivo, pero no acaba de conseguirse que la
sociedad, las empresas, los gobiernos, asuman esta realidad. ¿Refleja
esta dificultad para repensar el mundo del trabajo el vínculo entre
patriarcado y capitalismo?
No exactamente. Lo que yo trato de
transmitir con esta distinción es que en cada época ha habido estupidez
en cuanto a lo que es trabajo y lo que no es trabajo. En la antigua
Grecia, pese a su sistema sexista y esclavista, sí hicieron una buena
distinción: trabajo (work) era la actividad reproductiva que hacías en
tu casa, con tu familia, tus amigos y tu comunidad, mientras que labour
era que lo que hacían los esclavos, los banausoi (artesanos) y los
metecos (extranjeros). También era estúpido, pero era diferente a cómo
se contempla actualmente. Solo que en el último siglo todo el trabajo
(work) que no era labour fue considerado como “no trabajo”.
El
precariado tiene que hacer un montón de trabajo para trabajar. Todo
ello sin ningún coste para el empresario, mientras el precariado está
empleando su tiempo y paga un coste psicológico
De
acuerdo a las estadísticas de empleo y desempleo, si yo contrato a una
mujer para realizar las tareas de la casa, la renta nacional sube, el
empleo sube y la economía crece. Y la clase política está muy feliz
porque todos los índices suben. Pero si me caso con esa mujer, la renta
nacional baja, el empleo baja, la economía decrece y la clase política
se preocupa porque el desempleo aumenta. Esto es una locura. Y la verdad
es que cada feminista, cada persona en la izquierda, deberíamos estar
diciendo que sus estadísticas son falsas, porque están midiendo el
crecimiento económico en mercancías producidas por el sistema económico.
Estamos distorsionando la realidad. Y la ironía es que los socialistas,
la izquierda, la socialdemocracia, el comunismo... todos quieren tener a
todo el mundo en un empleo. Según esa modalidad, quieren que todo el
mundo esté en un trabajo rindiendo cuentas a un jefe. ¿Es esto libertad?
No lo creo. ¿Es necesario? Tampoco lo creo.
No es que yo tenga
algo en contra del trabajo si éste es útil, no hace falta ser
antitrabajo, pero para mí es un fetiche, todo gira en torno al empleo.
Sin embargo, la mayoría de las actividades que hacemos, incluyendo el
cuidado de la infancia, de las personas mayores, de nuestra comunidad
más cercana, aprendiendo, participando en la vida de la ciudad... todo
eso es trabajo. Por el contrario, en el mundo del empleo se vive en la
alienación. Por eso tenemos que insistir en que esto no es así y cambiar
las estadísticas. Todo esto sin contar el trabajo que hay que hacer para conseguir trabajo, como apunta en sus análisis del precariado.
El
precariado tiene que hacer un montón de trabajo para trabajar: tienes
que echar miles de currículums, rellenar miles de formularios, hacer
tests online... Todo ello sin ningún coste para el empresario, mientras
el precariado está empleando su tiempo y paga un coste psicológico.
El
precariado tiene que invertir también mucho trabajo en mantener sus
redes sociales y laborales, hacer contactos por si acaso surgen
oportunidades de trabajo, sonreír, mandar correos, estar en formación
permanente... Todo eso es trabajo. Y si las estadísticas no lo muestran,
están distorsionando la realidad. Si, por ejemplo, tienes bajos
ingresos y necesitas una ayuda, tienes que ir a oficinas, esperar largas
colas, rellenar más formularios, tienes que sonreír y aparentar que
eres una buena persona... y si te equivocas una vez, tienes que empezar
otra vez. Pero las estadísticas o la política no entienden qué es estar
en el precariado. Si estás en el precariado, no tienes control sobre tu
tiempo y, hasta que no tengamos una clase política que entienda
realmente al precariado, no van a articular políticas que permitan a la
gente tener algún control de su tiempo.
Cada feminista,
cada persona, deberíamos estar diciendo que sus estadísticas son falsas,
porque están midiendo el crecimiento económico en mercancías
Mantiene también una posición muy crítica con los sindicatos y los partidos socialdemócratas.
Estas
organizaciones, que deberían estar en la izquierda, no están
reaccionando, quieren volver al pasado. No entienden que en el
precariado no son únicamente víctimas. Es cierto que sufren mucha
inseguridad, que tienen dificultad para controlar su tiempo, bajos
ingresos, deudas...
Pero al mismo tiempo, el sector con más
estudios del precariado está buscando una nueva forma de volver a traer
los valores de la Ilustración. ¿Igualdad? Sí, creemos en la igualdad,
pero ¿igualdad de qué? Encuentras en el precariado la parte progresista,
quien busca una vida en la que se pueda combinar ser un jardinero, un
político, un activista, con permitirse desarrollarse a sí mismo en sus
comunidades.
La comunidad te da tu identidad y tu libertad y esto
nos lleva a Hanna Arendt, que para mí es una pensadora muy relevante en
el siglo XX. Ella entendió que la libertad es la capacidad de actuar en
común y es una libertad donde preservas tu individualidad, pero en un
contexto de solidaridad social. Si no tienes eso, no tienes libertad. En
una sociedad de mercado se va a un individualismo atomizado y la vieja
estrategia socialista habla de un colectivismo paternalista. Es un
Estado paternalista en el que no se permite la individualidad, lo que se
critica como burgués. Por eso necesitamos políticas progresistas desde
la izquierda en las que se avance a Estados en los que la igualdad y la
libertad estén al mismo nivel.
Me invitaron a hablar al
Club Bilderberg y allí estaba Christine Lagarde tomando notas; poco
después el FMI ha dicho que apoya la renta básica
El
FMI mira con buenos ojos la renta básica. ¿Es una buena noticia o una
señal de aviso ante los “usos torticeros” de la renta básica de los que
alertó en alguna ocasión?
El año pasado me invitaron a hablar en
el Club Bilderberg, una organización internacional de derechas en la que
se reúnen las personas más poderosas del mundo, y pensé que era un
chiste. Después me llamaron a casa y me preguntaron que por qué no había
respondido a la invitación y les contesté que pensaba que era una broma
de mis amigos, pero me dijeron que no, que iba muy en serio y que
querían que fuera. Les pregunté a varios de mis amigos y todos y cada
uno de ellos me dijeron que sí, que debía ir y hablarles del precariado.
Así que fui y en la primera fila, a pocos metros, tenía a Henry
Kissinger y al lado estaba Christine Lagarde, la directora gerente del
FMI. Allí estaban, tomando notas. Al final, durante la comida, Lagarde
vino a comentarme lo interesante que era toda la cuestión del precariado
y que debían ponerse a pensar seriamente sobre la renta básica.
Más
tarde, me invitaron al Foro Económico Mundial, y allí había dos
ponentes: Christine Lagarde y yo. Al finalizar, le expresé a Lagarde mis
condolencias por tener que escucharme dos veces y me contestó que, al
contrario, que tras lo que había escuchado, apoyaba la renta básica. Y,
efectivamente, el FMI acaba de emitir un comunicado de apoyo a la renta
básica. No soy ingenuo, no pienso que el FMI de repente va a ser un
agente revolucionario, pero es una de las grandes cosas que ha sucedido
en los últimos dos años. Como escribía en 2011 “a menos que se intente
poner remedio con carácter urgente a las inseguridades y desigualdades a
las que se enfrenta el precariado, surgirá un monstruo político”, y el
año pasado muchos lectores me escribieron diciéndome que “tu monstruo
político ha llegado y es Donald Trump”.
Lo
que ha pasado es que mucha de esta gente, incluyendo el FMI, quieren
una sociedad de mercado, que las grandes corporaciones sigan haciendo
beneficios, pero ahora están asustados por la posibilidad de que el
fascismo vuelva a ser una realidad. Este fascismo podría llegar de Francia, del Brexit,
está llegando con Trump, ya que día a día se supera y es peor de lo que
pudiéramos imaginar. El peligro es que si creas una sociedad donde
millones y millones de personas están enfrentándose a la inseguridad y
miran a esta plutocracia que gana billones y billones, no es
sorprendente que apoye a Trump. La parte más estudiada del precariado no
está haciendo eso, pero la otra parte, la que se da cuenta de que fue
más fácil para sus padres, que creen que pueden conseguir más seguridad y
más respeto, miran atrás y apoyan a Trump o apoyaron el Brexit. ¿Tiene entonces la izquierda algo en común con el FMI? El
FMI se ha dado cuenta de que la desigualdad es demasiado grande, que
hace el sistema económico insostenible, y entiende que a medida que el
precariado crece y los problemas de deuda crecen, deudas estudiantiles,
deuda privada, deudas por la casa... vamos a una nueva crisis. Se han
dado cuenta de que la grotesca desigualdad frena el crecimiento
económico. No voy a esperar que el FMI se vuelva una institución
ecologista que quiere una sociedad diferente e igualitaria. No podemos
esperar eso, es el FMI, pero el hecho es que ahora son un aliado en este
punto. Eric Schmidt, uno de los directivos de Google, o Mark
Zuckerberg, de Facebook, vinieron en aquella reunión a decirme que
estaban a favor de la renta básica. ¿Hay una solución contra los “monstruos políticos” que surgen de la situación actual? Soy
optimista en el largo plazo. La parte del precariado que mira atrás ha
llegado a su límite, mientras que el precariado que ha estudiado más,
que sale de la universidad y ve que no tiene un futuro, está creciendo
día a día. Simbólicamente se puede ver un cambio en la balanza. Estamos
en un punto de inflexión, en un momento decisivo. Es cierto que el
precariado no existe como un grupo, pero la historia va muy rápido en
los últimos años y va cambiando su percepción. En vez de ver fracaso
cuando se miran en el espejo, ven cómo toda su generación es parte del
precariado. “¿Por qué debería avergonzarme?, podría estar enfadado”, se
dicen. Surge un sentido de la identidad y, si tienes un sentido de la
identidad, empiezas a tomar conciencia de tu protagonismo, de que puedes
hacer algo. Se está extendiendo esa visión progresista y por eso la
renta básica es una obviedad para parte de ese precariado. Hace diez
años cuando hablaba de la renta básica me miraban con escepticismo, y
ahora no es que digan que es imposible, es que dicen que deberíamos
implantarla ya. La pregunta recurrente respecto a la renta
básica es su financiación, pero se suele dejar de lado su impacto
psicológico. ¿Qué efectos podría tener en la vida de la gente? Los
efectos psicológicos los pudimos comprobar en un proyecto piloto en
India. Tras dos años con la renta básica, les preguntamos qué había
hecho la renta básica por ellos y ellas. Una respuesta en la que
coincidieron fue que les había dado el sentimiento de tener control
sobre su vida. Había una mujer en aquel proyecto piloto que había
perdido las piernas y era muy pobre, no podía permitirse tener un sari. A
partir de que entró en el proyecto de renta básica pudo comprar una
máquina de coser, se convirtió en la modista del pueblo y, por fin, pudo
tener su sari. La renta básica es dar dignidad a las personas. Lo peor
para el precariado es que pierde derechos y te conviertes en un
pedigüeño, todo el día tienes que pedir favores a la burocracia, a la
familia, pedir trabajo... Alguien me escribió que estar en el precariado
es como intentar correr en arenas movedizas, te hundes constantemente
y, por mucho que corras, sigues hundiéndote. Eso es psicológicamente
destructor.¿Tiene entonces la izquierda algo en común con el FMI?
El
FMI se ha dado cuenta de que la desigualdad es demasiado grande, que
hace el sistema económico insostenible, y entiende que a medida que el
precariado crece y los problemas de deuda crecen, deudas estudiantiles,
deuda privada, deudas por la casa... vamos a una nueva crisis. Se han
dado cuenta de que la grotesca desigualdad frena el crecimiento
económico. No voy a esperar que el FMI se vuelva una institución
ecologista que quiere una sociedad diferente e igualitaria. No podemos
esperar eso, es el FMI, pero el hecho es que ahora son un aliado en este
punto. Eric Schmidt, uno de los directivos de Google, o Mark
Zuckerberg, de Facebook, vinieron en aquella reunión a decirme que
estaban a favor de la renta básica. ¿Hay una solución contra los “monstruos políticos” que surgen de la situación actual?
Soy
optimista en el largo plazo. La parte del precariado que mira atrás ha
llegado a su límite, mientras que el precariado que ha estudiado más,
que sale de la universidad y ve que no tiene un futuro, está creciendo
día a día. Simbólicamente se puede ver un cambio en la balanza. Estamos
en un punto de inflexión, en un momento decisivo. Es cierto que el
precariado no existe como un grupo, pero la historia va muy rápido en
los últimos años y va cambiando su percepción. En vez de ver fracaso
cuando se miran en el espejo, ven cómo toda su generación es parte del
precariado. “¿Por qué debería avergonzarme?, podría estar enfadado”, se
dicen. Surge un sentido de la identidad y, si tienes un sentido de la
identidad, empiezas a tomar conciencia de tu protagonismo, de que puedes
hacer algo. Se está extendiendo esa visión progresista y por eso la
renta básica es una obviedad para parte de ese precariado. Hace diez
años cuando hablaba de la renta básica me miraban con escepticismo, y
ahora no es que digan que es imposible, es que dicen que deberíamos
implantarla ya. La pregunta recurrente respecto a la renta
básica es su financiación, pero se suele dejar de lado su impacto
psicológico. ¿Qué efectos podría tener en la vida de la gente?
Los
efectos psicológicos los pudimos comprobar en un proyecto piloto en
India. Tras dos años con la renta básica, les preguntamos qué había
hecho la renta básica por ellos y ellas. Una respuesta en la que
coincidieron fue que les había dado el sentimiento de tener control
sobre su vida. Había una mujer en aquel proyecto piloto que había
perdido las piernas y era muy pobre, no podía permitirse tener un sari. A
partir de que entró en el proyecto de renta básica pudo comprar una
máquina de coser, se convirtió en la modista del pueblo y, por fin, pudo
tener su sari. La renta básica es dar dignidad a las personas. Lo peor
para el precariado es que pierde derechos y te conviertes en un
pedigüeño, todo el día tienes que pedir favores a la burocracia, a la
familia, pedir trabajo... Alguien me escribió que estar en el precariado
es como intentar correr en arenas movedizas, te hundes constantemente
y, por mucho que corras, sigues hundiéndote. Eso es psicológicamente
destructor.
Pocas mentiras como esa de que la vida de una persona no tiene precio... lo tiene... y no muy alto, por cierto. Tu vida vale unos dos euros... o por ponerlo en plata, lo que costó aquella carta que Fátima Báñez envió a los nueve millones de pensionistas para comunicarles que su pensión subía un euro y medio... o los dos euros que cuesta una prueba de cáncer de colon que podría salvar la vida de cuarenta mil personas al año.
Hay que ser justos y reconocer lo evidente... son buenos en eso de matarnos...
...
Llega a las librerías una semana después de su muerte y contiene una importante denuncia: 37.000 españoles se librarían de padecer un cáncer de colon con una sencilla prueba.Lun, 6 Nov 2017 https://www.elplural.com/sociedad/2017/11/06/mi-maraton-contra-el-cancer-la-lucha-de-jesus-martin-tapias-contra-su-enfermedad 'Mi maratón contra el cáncer' llega a las librerías apenas una semana después de la muerte de Jesús Martín Tapias, periodista y colaborador de ELPLURAL.com. En él narra su lucha contra esta dura enfermedad. Desde que le diagnosticaron un cáncer de colon, en la primavera de 2016, Martín Tapias decidió plantarle la cara a la enfermedad, se puso en manos de los médicos y se apoyó en una de sus grandes aficiones, participar en carreras de media y larga distancia. Su experiencia como corredor le aportó la disciplina, fuerza y la capacidad de sufrimiento que necesitaba en esos momentos tan difíciles.
Jesús Martín, a la derecha, era un gran aficionado a las carreras de media y larga distancia. Foto
Empezó a escribir un libro en el que compara sus dos carreras: el maratón y la lucha contra el cáncer. Así nació 'Mi maratón contra el cáncer', editado por Arzalia."Vivir
al día y con calidad de vida es el objetivo. Y si no es posible, cuando
no sea posible, pensar que ha merecido la pena hacer esta carrera", son las palabras con las que Jesús Martín resume su experiencia.
Amargo descubrimiento
Además de contar su experiencia personal, su espíritu periodístico le lleva también a la denuncia: cada año 37.000 españoles podrían salvarse de padecer un cáncer de colon si se les hubiera practicado una sencilla prueba. Fue el descubrimiento más amargo de la investigación que llevó a cabo en estos meses para su libro. "Cada
año se diagnostican 41.000 nuevos casos y se producen algo más de
15.000 muertes. El 90% de los casos, es decir, unos 36.900 se habrían
podido evitar con una prueba que cuesta solo dos euros", asegura Esther
Díez, responsable de comunicación de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC).
La
AECC, tras varios años de lucha y recoger medio millón de firmas, logró
que el Ministerio de Sanidad incluyera en 2014 ese test preventivo en
la cartera básica de servicios de la Seguridad Social. Dio un plazo de
10 años a las comunidades autónomas para implantarlo y, según los datos
de la asociación, sólo se aplica al 100% de la población en Euskadi, Navarra, La Rioja y la Comunidad Valenciana.
Ahorro de 1.100 millones
Si
se hace la prueba a todas la población de riesgo, hombres y mujeres de
entre 50 y 69 años, con un coste de 65 millones anuales, se podrían
ahorrar más de 1.100 millones, según la AECC, que es el coste que supone
el tratamiento del cáncer de colon.
Jesús Martín Tapias transmitió
a sus más allegados, antes de morir el pasado 30 de octubre, que
buscaba con su libro ayudar y quizás hasta inspirar a quienes, de una u
otra manera, han convivido, conviven o convivirán con el cáncer.
Igualmente esperaba que su obra contribuyera a salvar vidas,
concienciando a la ciudadanía y a las administraciones de la necesidad
imperiosa de acelerar la implantación de ese programa de detección
precoz. Un programa que podría haber evitado su propia muerte.
Empezaré por una historia con moraleja. Hace una semana, la ANECA
publicó sus nuevos criterios para convertirse en profesor
universitario. Las reacciones del mundo académico han sido reveladoras
de su sentimiento de injusticia. "El año que le dieron el Premio Nobel, Novoselov no habría tenido los 130 'papers' que hacen falta para ser considerado excelente por la ANECA", lamentaba un profesor de la Universidad de Alicante. "Los nuevos criterios impuestos por la ANECA para acreditarse como catedrático y titular tendrían que cumplirlos todos los integrantes de las comisiones, no vaya a ser que se pongan a exigir mucho más de lo que algunos han sido capaces de dar", señalaba otro de la Universidad de Oviedo.
Charlando
con gente del mundillo, se percibe una mezcla de furia y decepción. "El
mayor problema es que van cambiando los criterios cada cierto tiempo y
así es muy difícil construir una carrera", me explica un colega que
trabaja en una universidad pública. Es como si, de repente, el final de
la carrera estuviese mucho más lejos. O, mejor dicho, que en esta
maratón que estaban corriendo, la meta hubiese desaparecido y hubiesen
quedado parados, en mitad de la niebla, sin saber dónde ir y sin tener otra salida que seguir corriendo detrás de ese objetivo inalcanzable, porque ya han llegado tan lejos que no pueden quedarse a mitad de camino, como el jugador de 'poker' que ha apostado tan fuerte que no le queda otra que echar el resto. No
hay nada más eficiente que precarizar y pagar sueldos bajos para
conseguir que en un sector tan solo puedan trabajar los más
privilegiados
Es algo común a muchos empleos, que
exigen grandes cesiones (trabajo gratis o sueldos bajos, precariedad,
horas extras no remuneradas, formación continua) a cambio de, se supone,
una carrera prometedora y un puesto estable. Esto termina provocando
que quien llegue a ese objetivo sea tan solo quien se lo pueda permitir. Como bien saben muchos profesores universitarios,
la vida precaria puede alargarse 'ad nauseam', de forma que para
aguantar en esa carrera de fondo se necesita respaldo económico familiar
potente. Otros abandonan o sufren: una investigación reciente señalaba
que uno de cada tres doctorandos está en riesgo de sufrir una
enfermedad mental. La persistencia termina dando resultados, claro, pero
aguantar es caro.
Esta situación
provoca una paradoja aparente: que no hay nada mejor para conseguir que
en un sector tan solo puedan trabajar los más privilegiados que
precarizarlo y pagar sueldos bajos. Se entiende, claro, que se trata de
profesiones vocacionales, que supuestamente contribuyen a la realización
del trabajador. Las malas condiciones en esas profesiones que, como
decía el filósofo Alan Watts, "son tan abominables y
aburridas que te tienen que pagar por hacerlo" suelen conducir a
organización sindical y huelgas. En este otro caso, ocurre algo más
perverso: se trata de una trituradora de vocaciones que devora a los más frágiles y beneficia a los privilegiados, envuelta en una falsa idea de meritocracia.
El devorador de ilusiones
Trabajo
como periodista y he estudiado Ciencias de la Información, así que lo
he visto con frecuencia en mi entorno inmediato, aunque sospecho que es una dinámica que se extiende a otros sectores cada vez más idealizados, como el del emprendimiento.
Entre aquellos que trabajan "de lo suyo" suele haber dos tipologías: o
la persona talentosa, muy trabajadora –a veces hasta la autoexplotación–
que ha tenido suerte y ha conseguido romper el techo de cristal, o
aquel que se ha permitido pasar largas temporadas en el paro, rechazar
empleos que no le interesaban o aguantar condiciones deplorables hasta
conseguir dar el salto, esta vez sí, a un puesto bien pagado con
condiciones favorables y la posibilidad de disfrutar de cierta
influencia. Hasta el siglo
XIX, los políticos no cobraban, por lo que tan solo los aristócratas y
burgueses podían permitirse serlo. Esto ahora pasa en otros sectores
Entre
el resto, hay una dinámica que he visto repetida una y otra vez: se
comienza aceptando unas prácticas no remuneradas o mal pagadas, se
encadenan empleos temporales y experiencias en decenas de empresas, se
acumulan los cursillos y los másters en el currículum hasta que, años
más tarde, se dan por vencidos y se reciclan en otro sector mejor pagado.
Muchos de ellos eran compañeros que procedían de otras comunidades y
que terminaron volviéndose a casa a probar suerte en otro terreno, ya
que la receta de altos alquileres y bajos sueldos (o paro) era insostenible.
El mero hecho de que tus padres vivan en Madrid o Barcelona, y no en
otro lugar de España, puede terminar convirtiéndose en un factor
económico que separe el fracaso del ¿éxito?
Esta semana, un hilo de tuits de la divulgadora científica Deborah García Bello recordaba que "nadie trabaja gratis si no puede permitírselo",
a propósito de un caso "de éxito" en el que, tras tres años sin cobrar
sueldo, alguien había conseguido una beca para hacer el doctorado. Por
lógica, aquellos que no pueden permitirse pasar tres años viviendo a la
sopa boba no pueden ni siquiera pensar en optar a dicha beca. Esto lo
sabían bien los que promovieron en el siglo XIX que los diputados
cobrasen; al no percibir una retribución, tan solo los ricos, nobles y
la alta burguesía podían permitirse hacer política, por lo que esta se
ajustaba a sus intereses.
Llegar
a una cátedra universitaria requiere tiempo, esfuerzo y aguantar
sueldos bajos... o contar con el apoyo familiar. (iStock)
Esta trampa se está extendiendo peligrosamente a muchos sectores, cada vez más precarios. Josele Santiago, cantante de Los Enemigos, lamentaba en una entrevista reciente
que en España "solo el hijo de un millonario" puede hacer música y
vivir de ello. Pero no se trata solo de la cultura. Hacer ciencia,
alertaba un artículo de 'Nature', corre el peligro de ser solo una dedicación de ricos. También el periodismo o la docencia. Con un riesgo añadido: esta situación produce una industria de la vampirización de los deseos,
que promueve formación académica cada vez más cara como si fuese un
milagroso crecepelo que te dará ese puesto de trabajo soñado. Al mismo
tiempo, las empresas se benefician de que esos sacrificios sean vistos
como una inversión a largo plazo por aquellos que no tienen ni el dinero
ni los contactos necesarios.
Cuando el dinero manda
Dirá
el lector que no todo el mundo puede ser escritor, periodista,
científico o profesor, y es razonable. Pero también es cierto que estas
son profesiones con gran influencia en la cultura y la ideología de un
país, a través de medios de comunicación, libros, programas políticos o
investigaciones que dan forma al mundo en que vivimos y cómo lo
entendemos. Así que estas barreras informales, no explícitas, que dejan
fuera a las clases más bajas (o, simplemente, a aquellos que están lejos
de los puestos de decisión) generan un grave problema de diversidad social que nos afecta a todos. Algo patente en países aún más clasistas como Gran Bretaña, donde cada vez menos periodistas o políticos provienen de clases trabajadoras. ¿Se han rendido? Más bien ha sido su manera de emanciparse de una maquinaria que usa como carburante al trabajador hipermotivado
Lo contaba el cantante Billy Bragg en otra entrevista reciente:
"Hay muy pocos chicos de clase obrera que puedan tocar y vivir de
ello". Tan solo los de clase media-alta pueden hacerlo, y estos apenas
suelen abordar temáticas sociales, por lo que los mensajes
reivindicativos han desparecido de la música británica. En este caso, el
autor de 'New England' lamentaba que ya no tenían apoyo material del
Estado ni subvenciones. Pero, como he podido apreciar en la escena
musical española, hoy tan solo aquellos dispuestos a pluriemplearse hasta la extenuación y hasta tener suerte
o los que son mantenidos y promocionados, en espera de la gran
oportunidad, han podido alcanzar dicha meta. La mayoría malviven durante
años hasta que terminan dándose cuenta de que no hay sitio para ellos.
Esto no quiere decir que los que sí consiguen hacer carrera en sectores como el periodismo
no sean buenos. De hecho, suelen serlo. Han tenido una buena formación,
su familia les ha transmitido ciertas nociones del negocio de las que
otros carecen y, además, disponen de buenas fuentes solo por el hecho de
pertenecer a dichos entornos. Es algo con lo que resulta difícil
competir: si tu padre no se codea con quien puede filtrarte información
que no tienen los demás, deberás competir de otra forma. Y, por lo
general, esto se traduce cada vez más en trabajar mucho y cobrar poco.
Es una forma de aprovecharse del tiempo, el esfuerzo y el dinero de los pobres a base de trabajo gratis, másters caros y sueños que poco a poco se desvanecen.
El líder de Los Enemigos lamenta que solo los 'hijos de los millonarios' puedan vivir de la música. (Efe/Rafa Alcaide)
He
identificado entre mis antiguos compañeros una liberadora sensación de
alivio cuando consiguen salir del bucle de la vocación, al obtener un
empleo que es, simplemente eso, un trabajo decente con un sueldo digno y
unas condiciones razonables. Recuerdan sus tiempos en la rueda del hámster como si hubiesen sido víctimas de una estafa piramidal en la cual fueron el burro que corría detrás de la zanahoria,
mientras veían que otros caballos, más guapos, mejor entrenados y con
mejor equipación, les adelantaban por la izquierda. ¿Se han rendido?
Puede verse así. Pero también puede entenderse como una verdadera
emancipación, al renunciar a formar parte de una maquinaria explotadora
que utiliza como carburante la ilusión del trabajador hipermotivado.
............................................
Bob Black, anarquista estadounidense: "Lo mejor sería una renta de subsistencia para todo ser humano".
"Hoy el trabajador tiene que limpiar escaleras por la mañana,
fregar platos por la tarde y ser tele-operador de noche. Cuando llega a
casa sólo puede cenar ante la tele y acostarse. En su jornada ni
ninguna tarea le ha realizado, ni le ha recompensado con un salario que
permita consumo, ocio, cultura. Los beneficios de los dueños de los
medios de producción, en cambio, siguen creciendo".
Cáritas Europaha avisado de la aparición de un nuevo fenómeno de pobreza juvenil, los 'sinkies' (Single Income, No Kids): ingresos únicos y sin hijos. El término, acuñado por la organización, se refiere a las parejas jóvenes sin hijos que trabajan pero que, cuando se combinan sus salarios, apenas ganan el equivalente a un ingreso único decente.
"La aparición de 'sinkies' es una señal extremadamente grave que los responsables políticos deben tomar muy en serio. Esta será la primera generación en décadas que corre el riesgo de estar en peores condiciones que sus padres,
lo que traerá profundas consecuencias para la cohesión social, los
modelos sociales y los sistemas de protección social. Corremos el riesgo
de una sociedad que se hunde si no se toman medidas ahora", ha alertado
el secretario general de Cáritas Europa, Jorge Nuño.
En los 80, doble ingreso
A diferencia de los 'dinkies', un término acuñado en la década de los 80 para describir a las parejas que ganan un doble ingreso y eligen no tener hijos,
los 'sinkies' podrían desear tener hijos, pero no pueden afrontar los
gastos que supone la paternidad. Este nuevo fenómeno de pobreza, según
precisa Cáritas, se suma al de aquellos jóvenes que ni estudian ni
trabajan.
Los resultados de este informe presentado en Bruselasmuestran
que, por primera vez en décadas, "es probable que las generaciones más
jóvenes tengan menos oportunidades y estén peor que sus padres, ya que
los empleos son más escasos, los salarios más bajos y las condiciones de
trabajo más deficientes".
Además, el estudio pone de manifiesto que "las sociedades europeas han abandonado su compromiso con la cohesión social y están haciendo caso omiso a las generaciones más jóvenes".
También señala que "los jóvenes a menudo son discriminados y tienen dificultades para acceder a derechos básicos, como el derecho a la vivienda y el derecho a acceder a un empleo de calidad".
Asimismo, evidencia que "la prolongada crisis económica y
los cambios posteriores introducidos en los mercados laborales han
afectado más a los jóvenes, por ejemplo, en términos de contratos
laborales, salarios, condiciones de trabajo y acceso a la protección
social".
En cuanto a los más vulnerables, la encuesta señala a los jóvenes
padres solteros, especialmente las madres solteras, como los más
expuestos a la pobreza y la exclusión.
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