Por Antonio Antón Sociólogo y politólogo
20/08/2025
Imagen de archivo de activistas de Antifa participando en una manifestación contra el racismo, el fascismo y la extrema derecha.
La actual reorientación derechista europea, con ausencia de trayectoria autónoma y la adaptación a la subordinación económico-comercial y el interés geoestratégico del dominio de EEUU, tiene poco recorrido. Es insuficiente y contraproducente su prioridad del poder duro, militar y coactivo. Pretende una nueva hegemonía y la imposición de nuevas reglas económico-financieras-comerciales… con el imperio de la prevalencia estratégica-militar de EEUU y una tendencia iliberal y neoconservadora. Su poder se pretende reafirmar ante el actual desborde económico y tecnológico chino y la inicial aspiración europea —francoalemana— por potenciar su capacidad comercial y la autonomía de su mercado único.
El proyecto europeo, social y democrático, está en crisis
Todo ello tiene un impacto en las relaciones sociales y la democracia, en la constitución del sujeto de ciudadanía y el imperio de la ley, en la soberanía popular política, frente al poder duro —militar, económico, mediático, de aparatos de poder—. En las élites europeas se produce la tendencia adaptativa hacia la negociación a la baja con el supremacismo estadounidense de carácter reaccionario, por su propia supervivencia y la transferencia hacia abajo de las desventajas, hacia la mayoría poblacional, especialmente la más vulnerable y de origen inmigrante, con mayor subordinación, precariedad y explotación. Conlleva la disgregación sociocultural, la segmentación social, el autoritarismo político y la desigualdad en las estructuras sociales y familiares, con mayor discriminación por sexo/género.
De no frenar esta tendencia antiigualitaria, opresiva e insolidaria, la consecuencia en Europa sería el hundimiento de la capacidad democrática y de la soberanía popular, así como la desafección ciudadana a la clase política y, en general, a la acción colectiva y pública frente al poder autoritario. Supondría el descrédito de la credibilidad de la élite político-gestora del Estado —incluida la Justicia y los medios de comunicación—, del liberalismo político, con un refuerzo de las estructuras fácticas de poder y dominación.
Cuentan las derechas extremas con que no habría suficiente fuerza social autónoma y referencia cultural de racionalidad o moralidad. El plan neoconservador y autoritario y el cierre postdemocrático en el Norte global pasarían a ser posibles... salvo por un detalle fundamental: perjudica a la mayoría de la humanidad, no tiene legitimidad cívica y genera resistencia popular.
El proceso dominante de las élites europeas es el adaptativo respecto de la fuerza hegemónica estadounidense. Es el cinismo y el nihilismo del poder, sin convencimiento ni entusiasmo, pero de sumisión posibilista que expresa la fragilidad de sus convicciones democráticas y éticas. Expresa la debilidad, en los poderosos, del universalismo moral o el progresismo ilustrado, al mismo tiempo que manifiesta la ilegitimidad del poder político duro e impositivo; renuncian a convencer socialmente y practican la prepotencia y la crispación. Es la degradación ética y democrática del neautoritarismo del poder establecido.
La alternativa progresista está en declive. La opción universalista europea, sobre el eje francoalemán de centroderecha o consenso liberal, da paso al interés soberanista de las élites alemanas y en menor medida francesas (y británicas, italianas…). Queda difuminado el papel progresista de la socialdemocracia europea, incluida la española, particularmente con el giro a la derecha británico, alemán y danés en los temas de inmigración, el rearme y Palestina.
En vez de una relativa autonomía europea respecto de la actitud con el Sur Global y China, dentro del multilateralismo, ahora se promueve un neosoberanismo, no solo de las derechas extremas, sino de los núcleos dominantes de poder europeo, sobre todo alemán —e incluido Reino Unido y Francia— con su nuevo plan hegemonista y militarista, con subalternidad socialdemócrata.
El futuro está abierto
En sectores españoles de izquierda, incluso de vinculación socialdemócrata o socioliberal, hay cierta reacción de lucidez analítica sobre la impotencia estratégica y discursiva del Gobierno de coalición. Es un paso necesario para la reorientación estratégica y evitar el derrotismo; la victoria de las derechas no es inevitable. No obstante, la socialdemocracia institucionalizada en Europa depende de su actitud contemporizadora ante el conflicto de fondo con el poder establecido y de adaptación socioelectoral posibilista, lo que les dificulta la articulación de una dinámica diferenciada y consistente que frene a las derechas y su involución social y democrática. Es el drama y el dilema actual del sanchismo y del conjunto de las izquierdas, que se están reactivando parcialmente como en Reino Unido y Francia.
Aunque hay indicios de descontento cívico por esta deriva regresiva y autoritaria y cierta activación crítica y movilizadora, todavía no se han producido grandes y continuadas movilizaciones progresistas, ni un gran sujeto transformador. La perspectiva depende de tres factores: la experiencia directa y el descontento cívico de las mayorías sociales por la aplicación de los recortes sociales y vitales, el deterioro de los servicios públicos y el Estado de bienestar y la desigualdad; la regresión autoritaria de las instituciones y políticas públicas, con impacto generalizado iliberal y la gangrena de la corrupción; la capacidad articuladora de la izquierda social y política para afrontar su vinculación ciudadana y una dinámica democratizadora.
El actual Gobierno de coalición intenta achicar las dinámicas más reaccionarias; no es suficiente. El grueso del impacto regresivo quizá venga con un Gobierno de derechas, si ganan las próximas elecciones generales. Para las izquierdas, políticas y sociales, es necesario impedirlo. Mientras tanto, se mantiene una fragmentación y una dificultad articuladora de la izquierda del Partido Socialista, cuya trayectoria es incierta, afectando a la legitimidad social de sus representaciones públicas.
La reacción popular progresista se construye sobre la base de evidencias sufridas de desigualdades y recortes de estatus, reconocimiento y poder. No son suficientes los discursos preventivos o la denuncia pública; menos si solo se utilizan para la pugna competitiva por la primacía representativa en el campo progresista. Los programas son necesarios para los sectores avanzados o críticos y para la elaboración de línea política partidista y base común de un proyecto común de progreso, constitutiva del contrato socioelectoral con sus bases sociales.
Pero la formación y articulación de un sujeto sociopolítico y un conglomerado electoral de izquierdas o progresista, más con la plurinacionalidad española, con su implementación práctica y su representación pública, es más compleja. Depende de encrucijadas o coyunturas estratégicas, donde confluyen relaciones de fuerzas, legitimidades y representantes políticos, sociales e intelectuales con teoría, organización y discurso. Es cuando se forjan los liderazgos.
El futuro está abierto. El ciclo de progreso en España no está muerto. Hay motivos y condiciones para la pugna democratizadora o, si se quiere, igualitaria y emancipadora. Para avanzar, es insuficiente señalar solo el horizonte o expresar simples gestos diferenciadores. Hay que precisar el camino y concretar la formación de las fuerzas sociopolíticas para caminar. La trayectoria inmediata es difícil, pero, al mismo tiempo, estimulante para las izquierdas. No es inevitable la salida reaccionaria. En la sociedad siguen vigentes los grandes valores de igualdad, libertad y solidaridad. Frente a la involución social y democrática, otra Europa, otro mundo, son posibles. España, a pesar de las dificultades, todavía puede ser un ejemplo transformador de progreso.
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