jueves, 7 de diciembre de 2017

A por ellas, oe. De: Beatriz Gimeno

Se acabó que lo políticamente correcto fuese intentar hacer un tratamiento más ajustado de la violencia contra las mujeres. Se acabó la tolerancia con el feminismo en lo que esto tiene de transformación social

<p>Salvador Sostres, Santiago Segura, Carlos Herrera y Pepe Navarro, durante el programa ¿Cómo lo ves?, dedicado al acoso sexual. </p>
Salvador Sostres, Santiago Segura, Carlos Herrera y Pepe Navarro, durante el programa ¿Cómo lo ves?, dedicado al acoso sexual.
RTVE

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Si alguien cree que lo que está pasando en este país no tiene nada que ver con el machismo es que no comprende que, en época de retroceso de derechos, retroceden todos y no sólo unos cuantos. He hablado en otros artículos de que el neoliberalismo tiene una agenda oculta para las mujeres y la familia patriarcal. Es necesario que las mujeres vuelvan a hacerse cargo de todo ese trabajo que la retirada de lo público está dejando abandonado: el cuidado de niños y niñas, mayores y dependientes. No es el tema de este artículo pero desde los años ochenta hay una ofensiva que busca que las mujeres vuelvan a ocupar roles de género que estábamos combatiendo. Y eso se hace no sólo precarizando aún más los empleos femeninos y ocluyendo las oportunidades laborales y de independencia. Hay toda una ofensiva ideológica y de orden público. Ocurre que en España, además de la crisis social, tenemos una crisis de Estado. Como sabemos, eso ha traído un aumento de la represión y del pensamiento reaccionario, un aumento de la censura, de las amenazas, encarcelamiento, detenciones y multas a titiriteros, tuiteros, dibujantes, raperos…además, de la represión política de los últimos días. Quiero hacer notar que estamos viviendo un momento de reacción también en lo que se refiere al tratamiento de la violencia machista en los medios, lo que quiere decir que se acabó que lo políticamente correcto fuese intentar hacer un tratamiento más ajustado de la violencia contra las mujeres. Digamos que se acabó la tolerancia con el feminismo en lo que esto tiene de transformación social. Es decir, más allá de que este se siga promocionando como eslogan en las camisetas de las adolescentes. En los últimos tiempos hemos visto ejemplos claros de esto.
El cambio lo pudimos ver en el caso de Juana Rivas, se acabó la paciencia. Hasta hace poco tiempo habíamos conseguido, al menos, el repudio público de los maltratadores; habíamos conseguido que el testimonio de las mujeres maltratadas no se pusiese en duda. Eso terminó con Juana. El maltratador fue entrevistado con amabilidad en medios públicos y privados y las dudas sobre el testimonio de Juana se extendieron por todos ellos. El hecho de que pudiera haber actuado judicialmente de manera errónea, lo que en todo caso la perjudicaba a ella únicamente, sirvió para poner en duda toda su historia y para que el testimonio del maltratador fuese dulcificado y él mismo apareciera como la víctima. Hace una semana también vimos a otro maltratador, Ernesto Neyra, siendo entrevistado como una víctima en un programa de televisión. Hace unos años él era un apestado, pero ahora regresa para poder quejarse en horario de prime time. Parece que hemos retrocedido 20 años.
Y sí, los hemos retrocedido. Igual que el país con el gobierno del PP, igual que nuestras libertades. La sensación que impera es la de “hasta aquí hemos llegado”. Los casos de abuso sexual destapados en Hollywood han sido la gota que parece haber colmado el vaso. A ver si ahora vamos a reconocer que lo que ocurre es que el abuso sexual está tan extendido que prácticamente no hay una sola mujer que no lo haya sufrido de una manera o de otra. Porque si esto es así, eso quiere decir que muchos de los periodistas que publican las noticias, de los dueños de medios, de los escritores famosos, de los directores, de los actores, de los presentadores…han acosado a alguna mujer en algún momento. Y sí, esto es así. Porque el acoso sexual no se ha reconocido hasta hace nada como tal, porque se nos decía que era normal, que los hombres son así…un poco pesados. Porque nos ha costado reconocerlo como una vulneración de nuestro derecho a sentirnos libres e iguales. Reconocer esto, que lleva con nosotras desde siempre, supone una auténtica vomitona social, y no va a ser tan fácil. Tras el primer estupor relacionado con el caso de Harvey Weinstein, ha comenzado el goteo. El acoso sexual está tan extendido y normalizado que podría alcanzar a muchos de los hombres con poder en todos los ámbitos; también aquí, naturalmente.
Hay que pararlo. El País y TVE, medios del poder, han coincidido en la última semana en una ofensiva brutal, nada disimulada, contra estas denuncias, aunque no lo formulen así. Se trata de pararlas, de que volvamos a sentir vergüenza, de que volvamos a pensar que nadie nos va a creer, que volvamos al silencio. Diego Galán publicaba en el periódico una columna en la que se acusaba a las mujeres de exageradas, de seguir una moda para hundir a hombres famosos, de iniciar una caza de brujas llevadas por nuestro odio, es de suponer, al género masculino. Que nos toquen sin permiso, nos intenten desnudar sin permiso o nos introduzcan penes o lenguas sin permiso, no es para ponerse así. Que nos hayamos callado durante años por vergüenza, convencidas de que nadie nos iba a creer, de que podíamos salir perdiendo con la denuncia (y de que así fuera efectivamente) no justifica que ahora pensemos que podemos denunciar todo comportamiento que vulnere nuestros derechos y nuestra integridad física y moral. El problema para Galán es ese, que estemos perdiendo el miedo, y no el descubrimiento, que debería suponer una convulsión social, de lo extendida que está la cultura de la violación y del acoso sexual. El País retiró la columna poco después visto el escándalo, pero veo a Diego Galán siendo entrevistado en los programas de la mañana como héroe masculino contra la censura feminazi. Y Alfonso Ussia, el mismo día, publicó en ABC un artículo parecido que, esta vez, no ha sido retirado. Estábamos en shock con El País como para fijarnos en el ABC, pero ahí sigue.
Y, esta misma semana y quizá lo más grave, la televisión pública pone a Carlos Herrera a dirigir un programa sobre el acoso sexual tratado como un tema del corazón, un tema banal. Y entre los contertulios nos encontramos con un tipo como Salvador Sostres acostumbrado a teorizar sobre el olor de las vaginas de las niñas, un tipo que jamás tendría cabida en ninguna televisión pública en un país democrático. Un tipo que fue despedido de El Mundo, porque era incluso demasiado para este periódico, se pasea ahora con naturalidad por la televisión pública. La televisión que pagamos todas las mujeres se permite humillar a todas las mujeres con un programa como ese, y dando voz a ese sujeto. No parece que Carlos Herrera vaya a pedir perdón ni el director de TVE a dimitir. Todo queda en Twitter  al parecer. Si alguna feminista pensaba que la ley mordaza y los sucesivos retrocesos en derechos no nos iban a afectar es que no sabe de qué va esto. Digamos que desde tiempos inmemoriales los que salen “a por ellos”, siempre hacen una parada en el “a por ellas”. Y en eso estamos.

Autor

Beatriz Gimeno

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