miércoles, 4 de octubre de 2017

TECETIPO: Si nos gobernaran ultras…


LA BOCA DEL LOGO Gerardo Tecé 28 Septiembre 2017
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La extrema derecha ha vuelto al parlamento alemán setenta años después. La noticia es histórica, pero la observamos como el que ve llover a través de la ventana. Nos ha salido callo de tanta agua. ¿La clave del éxito ultra en Alemania? La de siempre últimamente, que es la misma de toda la vida y en todos lados. Olvido, agitación del nacionalismo en tiempos difíciles y búsqueda de enemigos, fuera y dentro. Esta fórmula, como la de la Coca Cola, nunca falla. El refrescante chisporroteo del nacionalismo hace que hasta el consumidor más moderado, según su propio criterio, se apunte a la moda del gas ultra. Alemania no es un caso raro. Pasa en casi toda Europa. Con más o menos fuerza lo hemos visto últimamente en Francia, Finlandia, Hungría, Holanda, Austria, Noruega, Reino Unido…  Siempre que vemos la lluvia a través del cristal, solemos taparnos con la manta y contar la misma historia: en España, por suerte, eso no pasa. Es gracias al PP, dice la leyenda, el partido vileda que todo lo absorbe. Gracias a ellos aquí estamos secos como culo de bebé de anuncio. Desde el sofá y con la manta, celebramos la moderación que supone que algo tan peligroso como la ultra derecha no cruce los Pirineos. 
Lo celebramos tanto, y es normal, porque sería muy preocupante que movimientos ultras llegasen a puestos de poder en España. Nadie quiere algo así. Si eso llegara a pasar algún día, y ojalá nunca pase, sabríamos lo que es tener, como en otros lugares, a líderes políticos señalando a los inmigrantes como culpables de la inseguridad o el lento funcionamiento de la sanidad. No son los recortes, es esa señora con velo, diría un dirigente ultra antes de aprobar una ley que se carga la atención sanitaria universal. Otro líder ultra señalaría con carteles por las calles de su ciudad a los rumanos. Habría para todos. Si un día el extremismo llegase, veríamos cosas que nos parecerían imposibles de ver por aquí. Ministros de Interior, ni más ni menos, despachando el drama de los refugiados con un “pues métalos usted en su casa”, para, a continuación, culpar a las ONGs, ponerle dos metros más a la valla de Melilla y una ración extra de cuchillas a la de Ceuta. ¿Se imaginan?
Veríamos, si algo como el extremismo de derechas pudiera suceder en España, al mismísimo Gobierno saltarse leyes internacionales, negándose a cumplir la legislación que obliga a acoger a quienes huyen de la guerra. Y además, esto siempre pasa en otros lugares con partidos ultras, lo haría con excusas que estigmatizasen como terroristas a las propias víctimas del terrorismo. Madre mía, la que está cayendo ahí fuera. Por suerte no pasa, pero si en España pudiera suceder, en algún caso extremo incluso podríamos llegar a  ver escenas dramáticas. Quién sabe si la Guardia Civil disparando hacia personas a nado. Y lo peor, veríamos a los responsables ultras tapando primero y justificando después quince muertes. Si en España, como ocurre en otros lugares, gobernaran los ultras, al ser preguntados por un escándalo como ese, la respuesta habitual sería una evasiva patriótica. Francia/Finlandia/Alemania es una gran nación. Algo así.  
Por suerte aquí no pasa. Si pasara, si en lugar del Partido Popular tuviéramos en España dirigentes ultras, quién sabe si sufriríamos a líderes políticos que, en lugar de arreglar las tensiones internas, las alimentaran para sacar beneficio nacionalista. ¿Se imaginan lo que debe de ser que, ante una situación territorial delicada, en lugar de sentarse a solucionarla, los dirigentes pidieran más banderas a la población? “Cuelga tu bandera española en el balcón”, sería la solución ultra en lugar de sentarse a trabajar para solucionar el problema territorial. Si aquí hubiese, como al otro lado de la ventana, partidos extremistas, desde el Gobierno harían incluso vídeos para victimizar el hecho de ser español ante el enemigo Cataluña. Qué locura sería que en lugar de cohesionar, alguien con poder jugase a dividir su propio país, ¿se imaginan? Menos mal que aquí no pasa. En nombre de la interpretación más extrema y subjetiva de la ley, un Gobierno ultra llegaría incluso a detener a políticos. También se registrarían imprentas y periódicos, se prohibirían actos legales y pacíficos o se usarían millones de euros y recursos para crear una sensación de guerra, con los cuerpos de seguridad del Estado desfilando por medio país. Para todo esto, si hiciera falta, se usarían jueces amigos, quién sabe si cargos de la dictadura anterior reconvertidos a los nuevos tiempos. Y se podría hacer así porque, en un país ultra, lo de la independencia judicial sería muy relativo. 
En un país donde la extrema derecha estuviera presente, como los del otro lado de la ventana, el espíritu ultra acabaría notándose en la calle. Habría masas en las puertas de los cuarteles ovacionando a la Guardia Civil enviada a tierra enemiga, y gritos de “a por ellos” mientras se agitan las banderas. Incluso, vamos a seguir imaginando, veríamos a cargos públicos del partido ultra en el Gobierno pidiendo en redes sociales que la Guardia Civil vaya a Cataluña a “dar hostias como panes” contra ciudadanos que quieren votar. Sería de locos si en España no estuviera el PP, las consecuencias serían imprevisibles. En un país dominado por el espíritu ultra, los límites democráticos se difuminarían tanto que los gobernantes sentirían que esto es su cortijo, también a la hora de usar a su antojo las fuerzas de orden público. Sería peligroso. Se intentarían imponer leyes mordaza para controlar a la ciudadanía crítica, se crearían alcantarillas del Estado en las que tapar delitos del propio partido en el Gobierno, fabricar informes falsos contra rivales políticos o acosar a jueces, fiscales y periodistas. 
Si en España hubiera un partido ultra con poder, la cosa iría más allá del conflicto entre territorios, o del enemigo inmigrante, o del victimismo español o católico. Quién sabe si, desde el propio Gobierno, se señalaría incluso como traidores a la patria a los críticos con el partido ultra. Las cosas podrían ponerse mal. Puestos a imaginar, vámonos a un caso tan extremo como extremos son los partidos que crecen fuera de España y aquí por suerte no. Imagínense a 400 cargos públicos, a diputados, senadores, alcaldes, todos críticos con la postura del partido ultra, todos elegidos en democracia, siendo retenidos durante horas en un edificio por manifestantes que los acusan de ser traidores a la patria, ni más ni menos, mientras las fuerzas de seguridad están en cuadro porque se preparan para incautar urnas. Sería de risa si aquí algo así pasara. Tanto la escena como las explicaciones. Los ultras, como explica Le Pen en Francia o Wilders en Holanda, dirían que no son ultras, sino franceses u holandeses molestos que han decidido protestar contra quienes atacan su país. Y lo peor, si en España hubiera alguna vez un partido ultra con fuerza, es que todo eso iría cada vez a más. Al mismo tiempo que toda esa radicalidad, autoritarismo y nacionalismo crecerían, encontraríamos a mucha gente que lo justificase de una u otra manera. Todo se normalizaría. Siempre pasa así cuando lo ultra se impone. Por suerte en España esto no pasa porque tenemos al PP. Que alguien me traiga un secador, por favor.

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