Nirit Anderman (Haaretz) 4/12/2024
‘Lyd’, codirigida por el periodista y activista palestino Rami Younis, describe cómo podría haber sido la vida si no hubiera habido una Nakba. Prohibida en Israel, la película está atrayendo a multitudes en EEUU
El presentador, activista y cineasta palestino Rami Younis en una entrevista reciente con Democracy Now! / Youtube
Hemos creado una realidad en la que no hay sionismo, no hay Estado de Israel; pero nuestro universo paralelo no se remonta a 1948, sino a 1918. Hemos anulado el Acuerdo de Asia Menor [de 1916], que dividía Oriente Medio en colonias inglesas y francesas. Lo que estoy intentando decir –y esto lo puedo decir yo porque soy árabe– es que en ese universo paralelo, los árabes habían tenido agallas y se habían impuesto a los europeos. Así creamos una situación en la que Palestina existe como Estado, pero tiene también judíos entre su población, y todos viven felices como iguales entre el río y el mar.
¿Es esa la situación que usted querría ver aquí?
Lo que querría es que los israelíes entendieran que el sionismo es racismo, que entendieran que no es aceptable no reconocer los crímenes del pasado. Porque, como escribió Tamer Nafar no hace mucho en Haaretz, si un crimen no se reconoce, se repite. Y es exactamente por eso por lo que, al principio de la guerra actual, vimos a personajes como Avi Dichter [antiguo director del servicio de seguridad del Shin Bet y actual ministro de Agricultura] amenazando con “una segunda Nakba”. Lo cual es realmente estúpido porque, después de todo, ni siquiera ha reconocido la primera. Pero también demuestra que eso les funcionó en el pasado, porque la realidad es que hasta el día de hoy, quitando al mundo árabe y a unos pocos izquierdistas sensibles, de hecho nadie reconoce lo que nos pasó. Y si eso es así, entonces se puede hacer otra vez. Eso es lo que yo quiero que la gente entienda.
Trifulca en el plató
Younis, de 39 años, nació y se crió en Lod. A edad temprana se convirtió en activista, batallando en representación de la acongojada población palestina de la ciudad. Su empleo cotidiano consistía en trabajar en una empresa farmacéutica (tiene un grado medio en Biología) y a la salida, él y sus amigos se manifestaban contra la demolición de viviendas, entre otras cosas, y organizaban diversas actividades culturales, incluyendo la proyección de películas.
A los 28 años, cambió de rumbo y se unió al núcleo fundador de Local Call, una web periodístico-activista comprometida con la democracia, la igualdad y la resistencia a la ocupación. Empezó a trabajar como escritor y editor, y también colaboró en la página gemela de la web en lengua inglesa, +972.
En 2015, saltó al ruedo político al convertirse en asesor ante los medios de comunicación de Hanin Zoabi (integrante de la Knesset, del partido Balad), probablemente en el momento en que la derecha más odiaba a la parlamentaria árabe. “Ese era precisamente el desafío. Yo quería ver si podía hacerlo, aquello me interesaba, pero el trabajo en la Knesset era... Recuerdo que llegaba allí, aparcaba y subía al piso de arriba: me sentía como si una de mis piernas estuviera subiendo mientras la otra tiraba en dirección opuesta. Yo no quería estar en aquel sitio, se me hacía realmente difícil ir a trabajar y tener que ver a [Bezalel] Smotrich [un ultranacionalista miembro de la Knéset] por los alrededores. El trabajo en sí era superinteresante y estimulante –y a veces también divertido; yo me sentía como en un episodio largo de Veep. Pero no conseguimos que se aprobara ni una sola ley. Así que, ¿qué pintábamos nosotros allí sentados, sin hacer nada más que declaraciones para los medios?”
Al cabo de solo tres meses ya había tenido suficiente, y volvió al periodismo. Y, como es emprendedor cultural por naturaleza, él y unos pocos amigos de Lod unieron fuerzas en 2017 para crear la Palestine Music Expo, un festival de música palestina que se celebró en Ramala, en Cisjordania, durante tres años, que recibió una extensa cobertura en medios de comunicación internacionales y atrajo a muchos visitantes de otros países, hasta que fue arrasado por la pandemia. “La idea era forjar una conexión entre la escena musical de los dos lados de la barrera [de separación], es decir, músicos palestino-israelíes de 1967 y músicos como yo, gente de 1948 [exiliados], y conectarlos con el resto del mundo”, explica.
Fue en aquel período cuando conoció a la directora estadounidense Sarah Ema Friedland, que le sugirió que se uniera a ella en un proyecto cinematográfico enfocado en la historia de Lod. Empezaron a trabajar con la ayuda de una campaña de crowdfunding. Y entonces llegó un correo electrónico inesperado. Roger Waters –el antiguo líder de Pink Floyd, que hoy es un elocuente activista político que apoya el boicot, las desinversiones y las sanciones contra Israel– decía que quería financiar la película.
Younis: “Él me conocía por mi trabajo periodístico en inglés y por la Palestine Music Expo. Cuando oyó hablar de nuestra campaña, sencillamente contactó conmigo y dijo: ‘Me encanta el proyecto, quiero financiarlo’. ¿Tú sabes lo que es levantarte por la mañana y ver el nombre ‘Roger Waters’ en tu carpeta de correo entrante, y darte cuenta de que quiere apostar por tu película? Fue un momento increíble”.
Pero, como periodista que sabe que mencionar el nombre de Waters en una entrevista como esta podría hacer que se frunzan de golpe algunos ceños, Younis rápidamente puntualiza que un gran número de filántropos palestinos, y también judíos, han contribuido a la realización de Lyd –solo una más entre una cantidad de iniciativas activistas en las que se ha implicado el músico en los últimos años.
“Esto es lo que hago: activismo cultural como forma de hacer frente a la violencia sistemática. Es parte de mí y lo va a ser siempre”, afirma Younis. “Pon por ejemplo la música –los palestinos que son ciudadanos israelíes no tienen un escenario para hacer música en vivo. No nos emiten en la Radio del Ejército, ni en la emisora de solo música de la Radio del Ejército. Ni siquiera sé si los músicos palestinos quieren estar en las ondas de la Radio del Ejército, pero sigue siendo un problema”.
“A fin de cuentas, no es como si pudiéramos actuar en el Barby Club [en Tel Aviv] siempre que nos apeteciera. Por la ocupación, y porque somos árabes en Israel, nosotros no tenemos las posibilidades que tiene el público judío. Es una especie de violencia integrada, y la Palestine Music Expo estaba pensada para desafiarla. Dijimos: ‘Vale, ¿nos estáis impidiendo llegar al mundo? Pues vamos a hacer que el mundo venga a nosotros’. Y funcionó”.
Como resultado de sus actividades, en 2019 recibió una invitación de la Universidad de Harvard para participar en un programa en el que activistas de diferentes lugares y especialidades se encontraban para poner en común sus ideas sobre el conflicto palestino-israelí y las formas de enfrentarse a él.
Se pasó allí un año entero, y estaba planeando quedarse y no volver ni por asomo a Israel, pero la covid dio al traste también con esa idea. Regresó a su casa, se mudó a Haifa y se hundió en la depresión. Hasta que los acontecimientos de la política local lo empujaron a volver al activismo.
Los incidentes de mayo de 2021 –los enfrentamientos entre árabes y judíos en ciudades y pueblos por todo Israel (los de Lod fueron de los más violentos), tras la Operación Guardián de las Murallas en la franja de Gaza– llevaron a los medios de comunicación israelíes a buscar a palestino-israelíes con capacidad para expresarse. Younis, que habla un hebreo exquisito, tiene buena dicción y no se avergüenza de exponer sus puntos de vista, parecía perfecto para ser entrevistado.
Lo invitaron al programa de sucesos de actualidad de Dov Gil-Har en el canal 11 de la cadena pública de televisión Kan. Cuenta que cuando estaba esperando a la puerta del estudio de grabación alguien le envió un mensaje diciéndole que en el programa, solo unos minutos antes, Har le había preguntado a un alto cargo de la policía si teniendo en cuenta, por ejemplo, la violencia de Lod, no había llegado el momento de “cambiar al mismo tiempo el disco duro y la munición” para defenderse de los agitadores árabes.
Younis entró en el estudio hecho una furia. En una entrevista de seis minutos arremetió contra Gil-Har, acusándolo de incitar a la violencia contra los árabes y de pedir que se les pegara un tiro, y abroncando a los medios israelíes por su cobertura parcial y sesgada de los disturbios, y especialmente por no profundizar en la historia del estallido de la violencia en Lod. Ambos se enzarzaron en una agarrada verbal en directo. Younis le gritaba al presentador: “Yo no voy a ser la mascota árabe a la que andáis pateando”.
“¡Cuando entré en el plató estaba que echaba humo!”, recuerda Younis. “¿Cómo puede una persona que presenta un programa en un canal público decir cosas como esas? Discutí con él. Me habló de la Noche de los Cristales Rotos [Gil-Har señaló que los judíos residentes en Lod habían comparado la violencia contra ellos con el pogromo masivo de la Alemania de 1938], pero ¿qué tiene esto que ver con aquello? ¿Eres una potencia nuclear, y me estás hablando de la Noche de los Cristales Rotos? ¡Es delirante! Pero ya durante la entrevista me veía a mí mismo traduciéndola al inglés y difundiéndola por el mundo –y tenía razón–. Una cosa que aprendí en Harvard es que si difundimos por el mundo lo que nos ocurre a nosotros como palestinos en Israel, si se lo comunicamos al mundo en una lengua que se entienda, entonces el mundo escucha”.
Entre los más cercanos a la casa que le escucharon estaban los productores de otro programa del canal 11 de Kan, Por otra parte, presentado por Guy Zohar, que invitó al vehemente periodista palestino a aparecer como invitado unas cuantas veces. Más tarde, cuando la cadena decidió producir una versión de Por otra parte para su canal en árabe, Kan 33, invitaron a Younis a ser el presentador de la temporada piloto. Se estrenaba en noviembre de 2021, y era un programa diario de actualidad, exactamente igual de criticón y ofensivo que el de Zohar, que pretendía desmentir noticias falsas en un tono de perplejidad cínica.
En realidad, aquello era un hecho sin precedentes para Kan 33. Tras años de ser percibido como flojo, hecho en árabe pero al servicio de una narrativa sionista, el nuevo programa constituía una refrescante y descarada ruptura con todo aquello. Era un esfuerzo pionero que se atrevía a hablar un idioma nuevo, pero además no tenía miedo de ser crítico con la política y la sociedad árabes.
Pero aquella perspectiva hizo que se dispararan las alarmas entre los ultranacionalistas del país. Un activista de derechas que oyó hablar del nuevo trabajo de Younis rescató de las redes sociales dos posts antiguos: en uno de ellos el periodista-activista había llamado nazis a los soldados de las Fuerzas de Defensa israelíes, y en el otro expresaba su apoyo al [movimiento] BDS. La persecución contra Younis había empezado.
Se desató un furor en los medios de comunicación, el Comité de Ética de la cadena televisiva le pidió a su director, Eldad Koblenz, que reconsiderara la emisión del programa de Younis (Koblenz se negó), y miembros de la Knesset de extrema derecha decidieron que el asunto justificaba lo que acabó siendo una sesión virulenta en el parlamento. (“Es inconcebible que un miserable antisemita, un odiador de los judíos, un agitador despreciable, esté cobrando un sueldo del contribuyente israelí”, declaró el diputado del Likud Amichai Chikli, que hoy es ministro de Asuntos para la Diáspora).
Younis, por su parte, no dijo nada. “Por consejo de Guy [Zohar], me mantuve callado. Me dije: ‘No voy a hablar, no voy a dar entrevistas, ellos que hagan lo que quieran, yo voy a dejar que sea el programa el que hable’. Me acuerdo de que le dije a Guy que el asunto entero me recordaba un poco a un sketch de Monty Python: nosotros haciendo el programa y fuera los chalados con los rastrillos”.
El programa, que se emitía todos los días a las 8 de la tarde, desarrolló una vida propia en las redes sociales. Los ataques de la derecha no paraban de incendiar los titulares, y en poco tiempo su popularidad se disparó entre la población árabe de Israel e incluso de fuera.
“Yo quería ser muchísimo más radical”, dice Younis. “Guy Zohar tiraba para su lado y mi editor tiraba para el suyo, pero no importó: al final nos encontramos en un punto intermedio, y el programa fue fantástico. En seis meses superamos en número de espectadores a la versión en hebreo. A los empresarios hay que reconocerles que fueron valientes: fuimos el primer programa que criticaba al poder en árabe”.
“Por otra parte”, añade, “en el lado palestino la gente no entendía qué hacía allí una persona como yo. ‘¿Cómo puedes salir en un canal como ese?’, me preguntaban. Pero yo creo en la disrupción, en cambiar las reglas del juego, en hacer cosas nuevas y difíciles”.
La campaña de la derecha contra usted se basó en sus posts en las redes sociales, como esos que comparaban a los soldados con nazis y apoyaban al [movimiento] BDS. ¿Sigue manteniendo esas ideas?
Alcanzo a comprender el hecho de que los periodistas a veces tienen que hacer preguntas que no necesariamente reflejan lo que ellos de hecho piensan, pero ¿cómo se siente usted ahora mismo, haciéndose eco de lo que se ha dicho de mí desde la derecha? En todo caso, le diré por qué lo están haciendo. En el momento en que les ponen delante a un árabe con agallas, que no tiene miedo, que está orgulloso de su identidad, que estuvo en Harvard –y que jamás ha empuñado un arma ni ha incitado a la violencia– empiezan a calumniarlo como locos.
El único motivo por el que no emprendo acciones legales contra ellos es que no quiero revolcarme en el fango con esa gente. Vamos, que tienes sentada delante de ti a una persona que ha tenido un programa de éxito en la televisión, que ha hecho una película de éxito, que ha establecido con éxito un festival de música, que ha sido investigador en Harvard y que formó parte del colectivo fundador de Local Call –¿y le preguntas por un post antiguo que escribió en Facebook?
En la medida en que esos comentarios desataron una especie de tormenta alrededor de usted, también son importantes.
Pues yo quiero hacerle una pregunta distinta. ¿Por qué me están acosando con un post de hace siete años –que, dicho sea de paso, trataba sobre una paramédica [palestina] y nueve civiles a los que les dispararon en el tórax– para expulsarme de la industria? Pero. ¿y los periodistas iraelíes [judíos] que escribieron artículos elogiando el genocidio tras el estallido de la guerra en Gaza?, ¿por qué en su caso nadie está haciendo nada? Aquí estoy yo, sentado con usted haciendo una entrevista sobre nuestra exitosa película, que ahora ha sido prohibida en Israel, y de lo que estamos hablando es de una campaña de calumnias contra mí que hizo un activista de derechas. Esto tengo que decirlo desde ese punto de vista: no estoy de acuerdo con usted, hay una diferencia entre informar y hacerse eco.
Ha mencionado antes que le había hecho gracia el parecido entre lo que había ocurrido en su programa y un sketch de Monty Python. ¿Hubo un punto en que dejó de hacerle gracia?
En 2022 aquello ya había llegado demasiado lejos. La primera temporada del programa había terminado, y aquel noviembre me habían invitado para moderar un debate sobre cultura palestina; y otra vez se desató un huracán a mi alrededor. Un miembro de la Knesset y algunos kahanistas se estaban manifestando a las puertas del Museo Tikotin de Haifa, donde se celebraba el evento, y me pusieron protección policial a raíz de que uno de los manifestantes dijera que había que cambiar las reglas del combate para que a nosotros [los participantes en el debate] se nos pudiera disparar una bala entre las cejas. La cosa empezaba a ponerse siniestra.
Al mismo tiempo, mi agente estaba negociando con la empresa mi contrato para la segunda temporada del programa, pero a pesar del éxito de la primera temporada, que tuvo millones de espectadores, no había ningún progreso. Era impensable. Yo notaba en qué dirección estaba soplando el viento. El nuevo gobierno estaba ya en el poder, y entendí que lo que iba a ocurrir era que [Shlomo] Karhi [el ministro de Comunicación] y toda aquella gente lobotomizada que se llamaban a sí mismos “ministros del gobierno” me iban a convertir en el símbolo de su batalla contra la cadena pública. Y, con Ben-Gvir como ministro de la policía, las cosas se estaban poniendo peligrosas y estaban empezando a dar miedo. La gente del Kan me hizo una oferta que desde el punto de vista económico no tenía sentido, así que lo que hice fue no renovar el contrato.
Si el programa había tenido tanto éxito, ¿por qué no se le renovó el contrato?
Eso es lo frustrante de esta historia. Oficialmente fue por el dinero, pero digamos que las discrepancias tampoco eran tan grandes. Si tienes un presentador que atrae a decenas de millones de espectadores, el programa se construye alrededor de él y de su nombre, lo ven todos los palestinos de Israel y también los palestinos de Cisjordania y Gaza y del mundo árabe... El hecho de que no hicieran todo lo posible para mantenerme allí dice mucho sobre dónde estamos viviendo.
En mis circunstancias, tú puedes ser la persona más preparada para el trabajo, puedes ser el mejor en lo que haces, y no te van a dejar continuar. No quiero sonar como un niño quejica ni que parezca que me hago la víctima, pero eso es lo que es ser árabe en este país. Definitivamente apesta a macartismo.
Contenido y forma
La idea de Lyd se le ocurrió a Sarah Ema Friedland después de leer en The New Yorker un extracto del libro Mi tierra prometida, del periodista Ari Shavit, donde se enteró por primera vez de cómo se había desarrollado la Nakba en Lod. Por el planteamiento estaba claro que iba a necesitar un socio palestino para el proyecto. Un amigo le presentó a Younis y sintonizaron al instante.
Al principio pensaban en un documental convencional, pero el enfoque fue cambiando con el tiempo. “Al final decidimos que en nuestra película el contenido no iba a ser lo único que desafiara a la Historia hegemónica, sino que también lo iba a hacer la forma”, dice Friedland en videoconferencia desde Estados Unidos. “Así que decidimos usar la ciudad de Lod como personaje, como narrador, para poder cuestionar los dejes hegemónicos del relato”.
Friedland no ve la prohibición de la película como un suceso aislado. Después de todo, según observa, los trabajos artísticos, normalmente los libros, también sufren boicots en Estados Unidos. Por eso, para ella, la cancelación de la proyección “es parte de una tendencia más extendida, en un movimiento mundial hacia el fascismo. No llega a sorprender realmente que el Ministerio de Cultura del gobierno del Likud quiera prohibir justo ahora la exhibición de una película como esta”, dice.
“En cierto modo nos esperábamos lo que iba a ocurrir”, continúa Friedland, “y después de que ocurriera teníamos claro que era necesario que sacáramos a la luz esta historia, que era importante que la gente supiera que una película sobre la violencia inherente a la fundación del Estado de Israel –es decir, sobre la violencia que fue un elemento integral de su proceso de establecimiento y que continúa hasta hoy– está ahora mismo prohibida. Especialmente ahora que la Nakba continúa ejecutándose ante nuestros ojos en forma de genocidio en Gaza, la prohibición de esta película cuenta una historia más amplia, sobre el tipo de Historia que el Estado de Israel está dispuesto a permitir que conozcan sus ciudadanos”.
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“Por lo que respecta a la expulsión de los habitantes de Lod, este es quizá el único caso entre las series de expulsiones de 1948 y 1949 acerca del cual no hay disputa entre los investigadores”, señala el historiador Adam Raz, que no sale en la película. “Hubo incluso una discusión en tiempo real sobre eso en el gobierno. Es la expulsión más documentada, y también hubo saqueos generalizados”.
“Por lo que respecta a la masacre”, continúa Raz, “uno de nuestros problemas como investigadores es que hay documentación clasificada que el Estado está reteniendo; y otro problema es que en ello hay toda una continuidad, desde el asesinato a la masacre. Si usted me pregunta si en Lod hubo una masacre organizada, no la hubo. Lo que sí ocurrió fue que, en el marco de una situación extremadamente caótica y violenta, las Fuerzas de Defensa israelíes abrieron fuego y aparentemente dispararon unos cuantos proyectiles en el interior de una mezquita en la que había palestinos, algunos de ellos combatientes y otros [civiles].”
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Younis: “Los judíos, y no solo los israelíes, se han criado con la desinformación y con toda clase de distorsiones históricas, cuyo resultado es que no solo no hubo masacre alguna, sino que en 1948 los árabes se fueron por su propia voluntad. Pero yo no conozco a mucha gente que de pronto piense: ‘Ah, pues mira, voy a abandonar voluntariamente mi casa y me voy a marchar a cualquier otro lugar, sin dinero, sin nada, y puede que incluso muera en el camino’. La gente no hace ese tipo de cosas a menos que sean expulsados o que sus vidas estén bajo amenaza”.
“O si no también está esa mentira de que los judíos vinieron a esta tierra a hacer que el desierto floreciera. ¿Qué desierto? ¿Mi abuela era un desierto? ¿Qué tontería es esa? Es una mentira flagrante, sin más. Así que la película muestra que había vida en Palestina antes de 1948, y que Lod, que hoy es conocida como ‘un auténtico agujero’ –y a mí se me permite decirlo–, antes de 1948 era una ciudad palestina importante”.
“Lo que hizo el movimiento sionista fue simplemente vaciar las ciudades palestinas, porque la urbanización y la colonización no se llevan bien. Y como la Historia la escriben los vencedores, habrá algunos que finjan que no hubo masacre, que no hubo expulsión, y que los judíos hicieron florecer el desierto. Pero eso no es así, y la película lo muestra”.
Por una parte, Younis dice que la cancelación de la proyección de Lyd en Jaffa no es el fin de la lucha, porque habrá otros intentos de exhibirla en Israel. Por otra parte, dice que tampoco es tan importante que los israelíes la vean.
“Me da igual lo que piensen los israelíes, es algo que no me interesa”, dice Younis. “Tampoco la hemos traducido al hebreo –solo está en inglés y en árabe–, porque me da igual si los israelíes la ven o no. No tengo esperanza en la sociedad israelí –ni en los intelectuales israelíes, ni en los medios de comunicación israelíes, ni en nadie–. Ya no espero nada de ustedes, se acabó”.
“Después de Por otra parte, yo seguía teniendo ciertas ganas de volver y hacer cosas y trabajar; pero esas ganas ya se me han quitado. Los medios de comunicación israelíes están cooperando para esconderle al público israelí la verdad –la mayor parte de los israelíes no saben lo que está ocurriendo en Gaza. [El presidente de Estados Unidos Joe] Biden dijo, en los primeros tiempos de la guerra, ‘No me creo esas cifras’. ¡Pero nosotros conocemos a esa gente! ¡Hablamos con ellos, vemos las imágenes!”.
Si para usted no es importante que los israelíes vean la película, y le dan igual los medios de comunicación israelíes, ¿por qué está hablando conmigo?
Por la prohibición de la proyección. Porque ahora está empezando a convertirse en un problema mucho más grande que yo: un problema de libertad de expresión. Y tengo un montón de amigos israelíes, vivo en Israel, es importante que sea posible proyectar películas. Hoy soy yo, mañana serán otros artistas. Y si a la gente ahora le ha impactado el hecho de que se haya bloqueado la proyección de mi película, entonces quiero que escuchen lo que tengo que decir y que entiendan el porqué.
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Un portavoz de la Policía de Israel respondió a este medio: “Contrariamente a lo que aquí se alega, a raíz de de una reclamación remitida a la Policía por el Comité de Revisión Cinematográfica, en la que se afirmaba que la película no había recibido la autorización del Comité tal como requiere la ley, y de acuerdo con las normas de revisión cinematográfica, el propietario de la sala se personó en la comisaría y se le explicó que, según la ley, la proyección pública de la película tiene que concertarse con el Comité. Cualquier otra alegación es ajena a la realidad y podría confundir al público”.
El Ministerio de Cultura rehusó hacer comentarios. Sheren Falah Saab ha contribuido a este artículo.
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Este artículo se publicó originalmente en Haaretz. Traducción de Lola Díez.
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