Por David Torres 20/3/2015
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En Cuenca, donde ha impartido un suculento desayuno informativo, 
Cospedal avisa que hay que tener mucho cuidado con lo que se vota en las
 próximas elecciones y en esto no le falta razón. A Cospedal cuesta 
mucho tomarla en serio, sobre todo desde que soltó su célebre monólogo 
del finiquito en diferido (algunos la conocen por el sobrenombre de 
Finiquito de la Calzada), pero su gestión sanitaria en Castilla-La 
Mancha es lo bastante seria como para merecer un 7 en la escala de 
Richter. Le ocurre más o menos lo mismo que a Hitler en sus primeros 
tiempos de canciller, que a la gente le daba mucha risa verlo con el 
bigote copiado de Charlot sin saber lo que venía detrás de la nariz. La 
comparación con el nefasto caudillo nazi (anulada según la ley de 
Godwin) viene autorizada por una referencia implícita de la propia 
Cospedal: “A las dictaduras también se llega a través de elecciones, que
 ejemplos hemos tenido en Europa y fuera de Europa, de todo signo”. 
Hasta con gaviotas vienen algunas, tú.
Según la eminente ideóloga popular, Podemos tiene como modelo 
político a la Venezuela de Chávez y Maduro, con el desastre que podría 
suponer para este país el advenimiento de una economía caribeña y de un 
presidente en chándal. Lo que se calla, porque no le conviene mucho 
pregonarlo, es que el modelo político del PP para España es España, y 
más concretamente, la España del PP. Un país donde los ciudadanos van a 
la cárcel por protestar en la calle, donde se prohiben conciertos porque
 no son del gusto de los caciques locales, donde retiran exposiciones 
para no ofender a los figurones del régimen, donde la justicia está al 
servicio del gobierno, donde el ministerio de hacienda es un 
chiringuito, donde el hambre acampa cada día más a sus anchas, donde la 
educación está en manos de analfabetos y cuatreros, donde la sanidad 
pública ha sido saqueada en beneficio de unos cuantos amiguetes, donde 
ayudamos a los bancos y dejamos a las familias en la puta calle. El 
problema de España, en efecto, después de cuatro décadas de tenis 
político (el bipartidismo es el partido único en versión Winblendom) no 
es que no la conozca ni la madre que la parió, como auguró Alfonso 
Guerra, sino que cada día se parece más a sí misma. Cuatro años más de 
marianismo y acabamos en Corea del Norte.
En Cuenca, Cospedal miraba no a Cuenca, sino a Socuéllamos, donde 
hace poco inauguró una Torre del Vino por el módico importe de cuatro 
millones de euros públicos para promocionar los caldos de la tierra. La 
torre vinícola sería el lugar ideal donde impartir estas hilarantes 
conferencias de prensa ya que, además de regarlas con valdepeñas en 
lugar de café, a última hora podría aparecerse el presidente en lo alto 
del tejado sin más trabajo que orientar bien la antena y colocar un 
altar de plasma.
Para rematar el desayuno, Cospedal le ha dejado en bandeja a 
Cifuentes la idea de desalojar del estadio a todos los que piten el 
himno nacional en la final de la Copa del Rey, una iniciativa que, 
aparte de democrática, podría acabar en una tarde con el paro en la 
capital. “Si uno no quiere ir a ver la Copa del Rey, pues que no vaya. Y
 si un equipo no está conforme con jugar la Copa del Rey, pues que no la
 juegue” ha dicho. Va a ser difícil explicarle, aunque sea en diferido, 
que algunos equipos están conformes con la competición, no con su 
simbolismo ni con su denominación, y que la gente paga por ver fútbol, 
no la Copa del Rey. Mejor prohibir el encuentro, que es como hacen ellos
 las cosas. Me huelo que esta vez no se atreven porque el fútbol, para 
el PP, es cosa seria.
 
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