sábado, 8 de marzo de 2025

Más de 2.000 personas toman las calles para pedir la absolución de 'Las seis de La Suiza'

 8 feb 2025   Público

Más de 2.000 personas toman las calles para pedir la absolución de 'Las seis de La Suiza' La CNT ha convocado una marcha este sábado en Madrid contra "la criminalización del sindicalismo y de quienes luchan por un trabajo digno". El sindicalismo tampoco está exento del acoso judicial.

Imagen de archivo de una marcha del sindicalismo de clase asturiano para pedir la libertad de las sindicalistas condenadas.David Aguilar Sánchez / Cedida



Sarah Blaffer Hrdy, antropóloga: “Hemos tenido que llegar al siglo XXI para que los hombres convivieran de cerca con los bebés y se viera su potencial”


CTXT. La maraña venenosa en torno el fiscal general, de Jesús López-Medel

 Jesús López-Medel 29/01/2025

En el empeño de derribar al presidente del Gobierno, los actuantes –jueces y medios–, impulsados por el llamamiento de Aznar, carecen de límites éticos y jurídicos

El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, durante la toma de posesión del nuevo Fiscal de Sala Jefe de la sección Penal del TS, el pasado 28 de octubre. / Cuenta de Twitter de la Fiscalía General

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El llamamiento de incitación del expresidente Aznar a estamentos profesionales o institucionales para derribar a los gobernantes legítimos –“El que pueda hacer, que haga”– y la expresa validación por el actual líder del PP, Núñez Feijóo, de la vía judicial para llevar a cabo esa tarea es una realidad evidente.

En ese empeño, los actuantes carecen de límites éticos y jurídicos y cuentan para su máxima efectividad tanto con organizaciones sin escrúpulos, que son metralletas de interponer querellas sin fundamento, como con jueces muy concretos que impulsan ellos mismos vulneraciones gravísimas a las leyes y al sentido común.

A nivel judicial tienen, básicamente, tres líneas de actuación para cumplir su objetivo de atacar al Gobierno. Dos son directas contra familiares del presidente por asuntos cuyo sentido penal solo existe en la mente perturbada de quienes carecen de moral y buscan un fin obsceno. Son dos casos –el de su esposa y el de su hermano– que no tienen carácter penal, pero que con unos jueces, como Juan Carlos Peinado y Beatriz Biedma, cuya instrucción es surrealista, van cocinándose a fuego lento, disparate a disparate. Los alargarán hasta que caiga este Gobierno. Únicamente generan informaciones grotescas para los medios de ultraderecha, que son legión, y para que dure el escarnio al odiado. Esta es la única finalidad de esos dos togados. Una ignominia. 

En cambio, en el asunto de la cacería al fiscal general como medio para atacar y hacer caer a un gobierno legítimo, van a toda mecha y la actuación judicial, desde el inicio, está sembrada de dislates. Han ido embrollando la realidad con la intención de crear una apariencia delictiva que es disparatada. Solo el hilo tejido de dos personajes sin honestidad –Miguel Ángel Rodríguez e Isabel Díaz Ayuso, junto al comisionista novio vividor a base de pufos y a ciertos medios y periodistas desaprensivos y activistas– ha conducido a crear una sospecha grave y muy falsa de un delito que habría cometido nada menos que el fiscal general del Estado.

Pero lo tremendo es que a ello están contribuyendo con gran implicación varios jueces que mancillan el honor de su función judicial. No buscan “hacer justicia” sino que actúan políticamente para cobrar la presa designada por la política más odiadora y extremista en España. Se trata de ir con todo contra el presidente del Gobierno. Y eso es golpismo judicial.

Tras el descubrimiento y reconocimiento de, al menos, dos delitos contra el dinero de todos los españoles cometidos por un personaje que ejerce de comisionista –y al mismo tiempo pareja de la máxima dirigente autonómica madrileña, que riega de dinero a los que hacen negocios con él–, la estrategia de Ayuso fue la de presentarse desde el primer momento como víctima, con esa capacidad constante de mentir y fingir de la que hace gala.

Esa estrategia, combinada con su salida al contraataque, tuvo un apoyo fundamental en diversos libelos, pero también en el siempre receptivo estamento judicial. Entre los inflamados de patriotismo por el llamamiento del expresidente, siempre están en posición de firmes esos magistrados, con sus puñetas de ganchillo y sus nudillos prestos a hacérsela a quienes se pongan en el punto de mira.

Inicialmente, el asunto lo llevó un juzgado de instrucción y el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad. Este órgano está copado al 100% por jueces de total confianza de PP-Vox. Igual sucede con la Audiencia Provincial, donde la colonización total de planteamientos ultraconservadores es una garantía de que cualquier asunto será tratado como debiera, y donde el juez Peinado tendrá siempre protección total. 

En el primer órgano citado, un asunto tan delicado fue resuelto con enorme rapidez por el juez, siempre activista, de la APM, García Goyena, que elaboró en solo dos meses y en apenas nueve folios una exposición razonada al TS considerando más que acreditado –sin haber practicado pruebas– que debía incriminar al fiscal general del Estado por un supuesto delito de revelación de secretos. ¡Con un par! El guion estaba escrito.

Rápidamente, con la pieza ya capturada, el Alto Tribunal, para ellos “el Altísimo”, se puso a la tarea de hacer efectiva la estrategia diseñada desde fuera. Aquí se produjo un movimiento relevante, pues esa “exposición razonada”, remitida por el magistrado mencionado, sería cambiada por la mano larguísima de Marchena, y si inicialmente la incriminación hacía referencia a la difusión del comunicado por parte de la Fiscalía General (donde no hay delito alguno), la investigación pasaría a referirse a las supuestas filtraciones de la información. Y ahí, de manera deliberada, es donde se lía más la maraña.

Los asuntos judiciales no pueden desvincularse de quien los lleva y de cómo los lleva, porque no pocas veces es reflejo de algo. En el caso del juez Ángel Hurtado, lo que está haciendo desde que asumió la instrucción responde a unos antecedentes que le inhabilitan claramente para llevar con rectitud este asunto y cuyas actuaciones demuestran que está conduciendo una instrucción nada imparcial. 

Debe tenerse muy presente que el juez Hurtado no debería haber llegado nunca al Tribunal Supremo. Aterrizó allí exclusivamente por su defensa sin pudor del Partido Popular y de sus intereses. Así de claro. Tenía ya otras actuaciones en las que siempre se alineó con lo que esta organización política quería. Tanto en calumnias llenas de odio a Pilar Manjón como en el caso del asesinato de José Souto, el juez Hurtado no ha tenido recato en ser manifiestamente deshonesto a la exigencia de imparcialidad. No sólo no deja su ideología en la mesilla, sino que es ella la que le lleva a adoptar el sentido de sus resoluciones. Él también sigue el guion. 

Mas su culmen llegó con ocasión de ser, en su destino anterior, en la Audiencia Nacional, presidente de la Sala que habría de enjuiciar la gran corrupción del PP en una de sus derivadas de la trama Gürtel. Primero insistió en que no compareciese Mariano Rajoy, luego en que no fuese de cuerpo presente sino a través pantalla de plasma y luego colocándole en estrados, a su vera, junto a la verita suya, en una posición inédita para cualquier testigo. Y luego llegaría su actuación en el turno de las preguntas. Impidió que se le hicieran muchas a un testigo, calificándolas de “improcedentes”. Visionar esas grabaciones y cómo se comportaba crea una mezcla de irritación o de momento Wyoming. Incluso se atrevió a reñir al abogado que osó preguntarle al testigo: “¿Sabe usted quién es Eme punto Rajoy?”. Imperdonable que nos hurtara una de esas tonterías tan de la casa que producían el efecto de sonrisas con Marianico.

Tras el juicio, y demostrada la implicación criminal del PP, según dos magistrados, él, por supuesto, tenía que discrepar. Hizo un voto particular como si hubiera estado en un juicio diferente. Acaso no tiene mesilla de noche donde dejar su ideología.

Poco después sería ascendido –¡oh, milagro!–, por un CGPJ cuyo mandato había caducado, al Supremo. Así, se cumplirían dos efectos: 1) agradecimiento por los servicios prestados y 2) garantía de que seguiría siendo fiel a sus principios (políticos). Era tan importante Hurtado que en un CGPJ de mayoría absolutísima de la derecha, y siendo de análoga composición la Sala II, no tuvieron reparo en esa misma sesión plenaria en ceder dos plazas para magistrados progresistas a cambio de colocar a Hurtado. Había hecho muchos méritos y era de total fidelidad. 

Su actuación en el asunto del fiscal general está muy marcada por algo que es inmensamente contrario a la imparcialidad: haber tomado una decisión antes de empezar. Un juez tiene que estar abierto a hacer justicia y, para eso, buscar la verdad. Esto es tarea del instructor y de los juzgadores. En este caso, no es así. Desde el minuto cero, el personaje ha ido con una idea preconcebida: cargarse al fiscal para hacer daño al Gobierno. Para ello, ha tomado decisiones que han vulnerado el derecho de defensa, rechazando practicar numerosas pruebas que podían entorpecer su objetivo ya preconcebido (no citar al denunciante, no descargar el móvil de quien causó todo, MAR, etc.) y minusvalorando y no aludiendo siquiera a las que dejaban en evidencia al mal juez. En el último auto llega al paroxismo de asumir incluso una defensa del propio querellante cuando aquí no se dilucida nada sobre el supuesto “honor” de este.

Lo que está sucediendo en la judicatura española es grave y muy triste. Como al principio apunté, se nota muchísimo la mano, la influencia, la protección y la seguridad de Manuel Marchena de que la Sala, cuando haya de resolver tras el juicio (el pre-juicio ya está hecho), no va a dejar a Ángel Hurtado con el culo al aire porque para eso está, también, la toga: para tapar las vergüenzas de quienes no la tienen.

viernes, 7 de marzo de 2025

Riesgos y negocios que esconde el gasto militar, de Jordi Calvo Rufanges


Jordi Calvo Rufanges  21/2/2025



¿Le conviene a España y a Europa destinar miles de millones los próximos años a partidas militares, descuidando el Estado de Bienestar de tal modo que allane el camino a que los partidos de extrema derecha se hagan con el poder?

Los anuncios de aumento del gasto militar para los próximos años son los mayores de la historia. Bajo la premisa de que hay que prepararse ante un hipotético conflicto armado a gran escala con Rusia y el improbable abandono de EEUU de la OTAN, parece apropiado introducir en el análisis un aspecto que a veces pasa desapercibido. Los gastos militares son los únicos recursos de que dispone la industria militar para mantener o aumentar su negocio. La lluvia de millones que se proyecta en el mercado armamentístico es razón más que suficiente para que haya voces que pidan más gastos militares a un lado y otro del Atlántico. Pongamos un poco de luz sobre cómo se calcula el gasto militar, para ver qué trecho queda realmente por recorrer para llegar al 2% del PIB acordado en la OTAN, prestando especial atención al caso español. Y pensemos en alternativas a la gestión de la seguridad de España y Europa que sean diferentes a la seguridad militar que, primero desde la OTAN y después desde la UE, se han mostrado incompetentes para mantener la paz en el continente.  

Cuatro cálculos internacionales del gasto militar

El gasto militar es la parte de los presupuestos del estado que va destinada cada año a las partidas de gasto público necesarias para hacer posible la existencia de las fuerzas armadas. Es un error habitual relacionar el presupuesto en una partida de gasto con el que gestiona el Ministerio que lleve su nombre, ya que la organización política de un gobierno y las áreas que gestiona cada ministerio varía según donde se coloque una secretaría de estado o dirección general. Por ejemplo, el CNI a veces ha estado en el Ministerio de Defensa y otras en el Ministerio de Presidencia. Hay otras partidas que por otras razones siempre están gestionadas por ministerios de carácter transversal, como el de industria o el de seguridad social. Así que cuando queremos saber el gasto militar real no basta con acudir al presupuesto del Ministerio de Defensa, sino que hay que incorporar todas sus partidas que son situadas en otros ministerios. ¿Qué partidas hay que sumar para calcular el gasto militar real?

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OTRA COSA:  CTXT. Carta a la comunidad 390 | Nuria Alabao: Aprendizajes de EEUU: fortalecer el activismo ante el trumpismo y la deriva autoritaria


CTXT. “La primera necesidad es no perder la vida trabajando para satisfacer deseos ilimitados”

 

Gaspar D’Allens 28/01/2025

AURÉLIEN BERLAN / FILÓSOFO. AUTOR DE ‘AUTONOMÍA Y SUBSISTENCIA. UNA TEORÍA ECOSOCIAL Y MATERIALISTA DE LA LIBERTAD’

Aurélien Berlan, durante la conferencia Sémécol del 22 de octubre de 2021 en Toulouse. / Toxicplanet



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A Aurélien Berlan (París, 1976), que reparte sus días entre la traducción, la enseñanza a tiempo parcial, la producción de alimentos y el compromiso político, le gusta presentarse como filósofo-hortelano. La editorial barcelonesa Virus acaba de publicar Autonomía y subsistencia. Una teoría ecosocial y materialista de la libertad (traducción al castellano de Terre et liberté. La quête d'autonomie contre le fantasme de délivrance, publicado en 2021 por La Lenteur), un estimulante ensayo que critica los fundamentos filosóficos de nuestra modernidad.

En su libro afirma que la concepción moderna de la libertad está viciada y que nos lleva directamente al desastre. ¿Qué quiere decir?

Cuando pensamos en el concepto moderno de libertad, lo primero que se nos viene a la cabeza es su vertiente institucional e intelectual: la aspiración a la democracia, la libertad de conciencia, el derecho a la privacidad... Pero detrás de este escaparate, la libertad moderna tiene también una vertiente material a la que no se le suele dar importancia. Sin embargo, este aspecto está presente de manera implícita en la mayoría de las teorías y en el corazón mismo del sentido común. Hoy en día, la libertad se asocia con la idea de estar liberado de las “necesidades” de la vida cotidiana, es decir, de cierto número de tareas relacionadas con nuestra subsistencia.

Desde este punto de vista, ser libre significa no estar obligado a realizar toda una serie de actividades que se consideran duras o aburridas: producir alimentos, conseguir con qué calentarnos, cocinar, limpiar, lavar la ropa, cuidar de las personas dependientes que nos rodean, construir y mantener nuestras propias casas, etc. Sólo somos verdaderamente libres cuando nos liberamos de esta carga.

Como no queremos ocuparnos de hacer estas tareas, pero tampoco podemos prescindir de las cosas que aportan, se las endosamos a otros. Delegamos, descargamos, hacemos que otros hagan por nosotros. Pero esto tiene consecuencias sociopolíticas y ecológicas nefastas.

¿Cuáles concretamente?

Este deseo de liberarse de las tareas relacionadas con la subsistencia lleva a separar la producción y el consumo. Como decía André Gorz, vivimos en una sociedad de consumidores asalariados que “no producen nada de lo que consumen y no consumen nada de lo que producen”. Este tipo de organización social hace que los consumidores ya no vean los daños ecológicos que provoca la producción de las cosas que compran, y promueve además una forma particular de desmesura. Cuando uno hace las cosas por sí mismo, tiende a limitar sus necesidades, pues la primera necesidad es la de no perder la vida trabajando para satisfacer deseos ilimitados. En cambio, no hay nada que ponga límite a los deseos de quienes hacen que otros se lo hagan todo.

En el plano sociopolítico, este deseo de liberarse de las tareas materiales conduce necesariamente a formas de dominación social más o menos disimuladas. Por un lado están –lejos, en otra parte– los que ejecutan el trabajo, y por otro los que dan las órdenes, los que hacen hacer a otros. Si necesitamos cinco planetas para mantener nuestro modo de vida, en realidad es porque nuestro modo de vida está ligado a una concepción de la libertad entendida como liberación de las tareas materiales, lo que implica tener decenas o centenares de personas a nuestro servicio. Nuestro modo de vida sólo es libre si creemos, como pasaba en el régimen político imaginado por George Orwell en su novela 1984, que “la libertad es la esclavitud”.

Afirma que “lo que le estamos haciendo a la Tierra es inseparable del deseo de liberarnos de la tierra”.

Esta concepción de la libertad nos lleva a querer librarnos de nuestra condición terrenal. En la práctica, el deseo de liberación es ante todo el deseo de estar exento de trabajar la tierra (de la labor ligada a la labranza). Este deseo es característico de prácticamente todas las clases dominantes. En la época moderna, ha llevado a identificar la libertad con el estilo de vida urbano, basado en el dinero; ese dinero que, en palabras del teórico alemán de la ciudad y el dinero Georg Simmel, permite llevar una “existencia abstracta” en las metrópolis, es decir, una vida liberada de toda actividad de subsistencia. Desde la década de 1950, esta fantasía viene impulsando la idea de la conquista del espacio, que se supone que nos va a liberar de nuestra prisión terrenal. Abandonar la Tierra es el último avatar de esta fantasía de liberación.

A principios del siglo XX, el sociólogo Max Weber hablaba de la “jaula de acero” del capitalismo industrial. Los confinamientos de los años de pandemia nos han mostrado a dónde conduce el sueño de liberación a través de la industria: a una existencia separada del mundo de la vida, ciertamente parecida a la de los astronautas en su cápsula. En cierto modo, la jaula de acero se ha materializado: vivimos cada vez más en una especie de tecnocaparazón digital en el que, con un simple clic, esperamos obtenerlo todo –alimentación, entretenimiento, etc.– sin tener que salir de nuestra cabina.

¿Cómo alimenta la tecnología digital este deseo de liberación?

Lo que nos seduce de muchos servicios digitales es que nos liberan de ciertas microobligaciones cotidianas: de tener que desplazarnos para hacer la compra (comercio electrónico), de hacer cola en los peajes (sistemas de telepeaje), de tener que mantener una bicicleta (sistemas de bicicletas públicas), etc. En cuanto a internet, su uso intensivo puede dar a sus adeptos la impresión de que se han liberado de las grandes limitaciones de la condición terrenal, como por ejemplo la de tener un cuerpo que nos asigna a una existencia limitada y hace que uno no pueda estar aquí y en otra parte al mismo tiempo.

Estas formas de liberación de las tareas de la subsistencia ilustran las nefastas consecuencias sociopolíticas de las que ya hemos hablado. Porque la economía digital está provocando un auge de nuevas formas de domesticidad, con sus ejércitos de repartidores, almacenistas y transportistas. Resulta, por cierto, muy llamativo que una de las grandes multinacionales que permite a la gente comprar comida preparada y recibirla directamente en casa se llame Deliveroo, que viene del verbo inglés to deliver, que tiene el mismo origen que el término francés con el que aludo a esta forma específica de liberación (délivrance).

¿Qué modo de vida genera esta idea de libertad como liberación de las obligaciones materiales?

Pues nuestro modo de vida de “consumidores-asalariados-votantes”. Si se piensa bien, hay dos tipos de necesidades de las que los modernos querían liberarse: por un lado, y como ya hemos dicho, de las necesidades materiales. Pero también de las necesidades políticas de la vida en la tierra, que delegamos en nuestros representantes. Esta fantasía de liberación consiste en creer que ya no tendremos que organizarnos con los demás, ni producir nosotros mismos aquello que nos permite satisfacer nuestras propias necesidades. No encontraremos una salida al actual atolladero ecológico sin cuestionar este modo de vida y la fantasía que lo alimenta.

¿Cómo explica que los movimientos ecologistas actuales sean vistos como liberticidas?

Esta cuestión es una ilustración perfecta de mi tesis central: el núcleo de la “libertad moderna” no es tanto su vertiente institucional como su vertiente material: el modo de vida liberado de las tareas de la subsistencia, que va minando los cimientos de su vertiente institucional. Quienes no ven nada malo en el hecho de que los principios básicos del liberalismo –como el derecho a la privacidad– sean pisoteados por nuestras sociedades supuestamente “ultraliberales” son también los primeros en denunciar el pseudoautoritarismo de los ecologistas cuando éstos proponen prohibir el uso de todoterrenos. En el fondo, esta gente, que abunda en el seno de la élite política y mediática, está de acuerdo con la categórica afirmación de George Bush padre de que “nuestro modo de vida no es negociable”. 

Desde sus orígenes, la ecología política se ha distinguido de la mera protección del medio ambiente por su defensa simultánea de la naturaleza y de la libertad. Para Bernard Charbonneau ambas causas son inseparables. André Gorz escribió un libro titulado Ecología y libertad, Ivan Illich defendía la “autonomía creadora” y el gran libro de Murray Bookchin se titula La ecología de la libertad. Decir que la ecología es liberticida sólo tiene sentido cuando la libertad se identifica con una liberarse o quedar exento de las tareas de la subsistencia.

En su libro propone otra definición de libertad: “la libertad como autonomía”. ¿Cómo la define?

La libertad como liberación de las tareas de la subsistencia se impuso frente a otras aspiraciones de las que eran portadoras las clases populares. Cuando se observa cómo estaba configurado su modo de vida o las luchas que libraron, vemos que no luchaban para librarse de las necesidades de la vida, sino para acceder a los recursos que les permitieran hacerse cargo de ellas: la tierra, los bosques, los manantiales, etcétera. Luchas de este tipo se pueden encontrar en todas partes y en todas las épocas: en la Francia del siglo XIX, con la Guerra de las Doncellas en el Ariège; hoy en día, en lo que se conoce como el ecologismo de los pobres, o en la lucha de las mujeres chipko de la India contra la deforestación.

Este deseo de hacerse cargo de las propias condiciones de vida es exactamente lo que quienes se oponen al curso catastrófico del mundo llaman actualmente “autonomía”: aspirar a cultivar la autosuficiencia alimentaria o energética significa estar dispuesto a proveer a las propias necesidades energéticas y alimentarias, es decir, “hacerse cargo de estas necesidades” en lugar de delegarlas en organizaciones industriales. Así pues, la autonomía es lo contrario de aquel deseo de librarse o quedar exento.

¿Qué significa en la práctica esta búsqueda de autonomía?

Esta autonomía se ejerce como mínimo en tres planos: el plano de las necesidades, el de las técnicas y el de los recursos. Me he inspirado en un pensador anarquista de finales del siglo XIX, Gustav Landauer, para distinguir estas tres dimensiones. Para crear el socialismo, Landauer decía que no había por qué esperar ni al derrumbe del sistema ni a que se dieran las condiciones objetivas de las que hablaban los marxistas; tan sólo hacían falta tres cosas: “hambre, manos y tierra” (Llamamiento al socialismo). El hambre es la metáfora de las necesidades, las manos son la metáfora de las capacidades técnicas y la tierra es la metáfora de los recursos. Ser autónomo es proveer a nuestras propias necesidades, hacer las cosas por nuestros propios medios y vivir de nuestros propios recursos.

Pero cuidado, esa autonomía no es sinónimo de independencia material. Porque la independencia es un mito. Se trata más bien de una autonomía social que se conquista y se cultiva colectivamente. El acto fundacional de esta autonomía no es una declaración de independencia, como ocurre en los grandes relatos de la modernidad, sino un reconocimiento de interdependencia. No se trata de evitar toda dependencia, sino de liberarnos de las dependencias asimétricas que nos atan a las organizaciones industriales, de reconstruir interdependencias personales para aflojar el cerco de las dependencias anónimas. Lo cual obliga también a repensar las herramientas que utilizamos y a aceptar alguna forma de arraigo local.

En Francia, la idea de autonomía vuelve poco a poco al primer plano: vemos cómo proliferan las ecoaldeas, los huertos vuelven a estar de moda, la gente se pone a hacer su propio pan… Aude Vidal ha señalado esta tendencia en su libro Egologie. ¿Cómo evitar que la autonomía desemboque en un repliegue individual y despolitizado?

Tenemos que liberarnos del mito survivalista del individuo aislado e independiente. Robinson sólo puede sobrevivir en su isla porque Daniel Defoe tuvo la buena idea de hacer que las cajas de herramientas que encarnaban el saber hacer de su época se salvaran con él del naufragio. En otras palabras, ¡sólo puede subsistir gracias a la participación de un montón de artesanos! Y siempre es así, para todos los seres humanos: nuestra subsistencia presupone una relación social con la naturaleza. Así pues, en la idea de autonomía el momento relacional prima sobre el momento estrictamente material, el momento del “hágalo usted mismo”. Soy bastante crítico con el movimiento do it yourself (DIY). Porque tiene una dimensión individualista que puede muy bien alimentar dinámicas consumistas, como ha demostrado Aude Vidal. Autonomía no significa que uno se las apañe por sí mismo, sino construir nuevos circuitos de intercambio en el marco de un proceso de emancipación colectiva.

Mi ensayo trata de evitar dos escollos: el alternativismo despolitizado (construir otras formas de vida sin participar en las luchas colectivas) y la militancia que no toca suelo (creer que podemos derrocar el sistema sin desarrollar formas de vida menos dependientes de él). En mi opinión, no podremos construir formas de vida más autónomas sin luchas políticas, y no lograremos la victoria en nuestras luchas sin desarrollar formas de vida alternativas. Tenemos que vincular ambas cosas.

¿Cómo hacer para que esta autonomía sea accesible a todos? No todo el mundo tiene la posibilidad de desertar, de irse al campo, etc.

Por eso no podemos separar la aspiración a la autonomía de las luchas sociales a gran escala, y tenemos que recuperar la consigna revolucionaria “¡Tierra y libertad!”. Como escribió François Partant en 1982: “Da igual que yo pueda realizarme produciendo zapatos con herramientas ‘convivenciales’ si mi país construye cárceles y produce bombas atómicas. La calidad de las relaciones sociales e internacionales es infinitamente más importante para mi propia existencia que el nicho que yo haya conseguido hacerme dentro de la sociedad y de la economía”.

¿Así que no sólo pide a la gente que abandone la megamáquina, sino también que luche contra ella, que la sabotee?

Mucha gente intenta crearse un oasis lejos del ruido y la furia del mundo. Pero eso es una ilusión. La contaminación o el caos climático siempre te van a alcanzar. Así que tenemos que frenar la expansión del sistema. No conseguiremos construir formas de vida satisfactorias si no somos capaces de sabotear la megamáquina capitalista que está arrasando las condiciones de vida de la mayoría de los seres vivos de este planeta. Eso es lo que intentan hacer quienes destruyen antenas 5G, oleoductos o todoterrenos. Pero para desmantelar la megamáquina, también tenemos que emanciparnos del imaginario que la alimenta. La megamáquina no es una apisonadora que nos aplasta desde fuera, sino una matriz de la que todas y todos, querámoslo o no, somos parte interesada. No estamos fuera de ella. Estamos en ella, somos incluso sus componentes básicos. Así que tenemos que dejar de desempeñar nuestro papel de dóciles engranajes, ya sea como consumidores, como asalariados o como ciudadanos.

¿Cómo lo consigue personalmente?

No me considero un ejemplo de nada, soy como es actualmente todo el mundo. Consumo muchas cosas que no produzco, tengo que ganar dinero y a veces incluso voy a votar. No se trata de dar lecciones ni de estigmatizar estilos de vida, creo que todos estamos en el mismo barco. El reto consiste sobre todo en comprender cómo nos atrapa el sistema. Nos guste o no, estamos presos de este modelo. Sólo podemos liberarnos colectivamente, mediante luchas ofensivas y alternativas. 

Como la mayoría de mis conciudadanos, estoy atrapado en la tela de araña de este sistema: estoy lejos de producir todo lo que necesito y tengo que trabajar para ganar dinero. Pero en la región en la que vivo hemos conseguido tejer vínculos de solidaridad y cooperación lo suficientemente amplios y densos como para conseguir aflojar un poco el cerco de las coacciones económicas: actividades colectivas de subsistencia (producción de hortalizas y de pan, cría de ganado y/o elaboración de productos a pequeña escala, etc.), talleres participativos de construcción, ayuda mutua, cooperativas de consumo para adquirir productos de lugares lejanos (café zapatista, cítricos andaluces, aceite de Calabria, etc.), propiedad colectiva (de tierras o inmuebles) para evitar la trampa de la deuda, uso compartido de herramientas, etc. Combinado con el rechazo del consumismo y de los cacharros de alta tecnología, todo esto permite vivir muy bien con poco dinero. Pero no es que queramos dar lecciones a nadie, otros van mucho más lejos que nosotros en términos de autosuficiencia. No se trata de estigmatizar modos de vida, sino de comprender cómo nos mantiene cautivos el sistema capitalista y cómo recuperar la libertad: construyendo colectivamente luchas y alternativas ofensivas.

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La entrevista original (traducida y ligeramente modificada para la ocasión por Emilio Ayllón Rull) se publicó el 3 de enero de 2022 en Reporterre y puede leerse aquí.