sábado, 17 de mayo de 2025

“Es hora de remangarse. Igual que la moda ha liderado crecimiento económico, ahora debe reparar el daño que ha hecho”

Mariana y Carlota Gramunt lideran T_Neutral, una plataforma de innovación que propone soluciones sistémicas para la circularidad textil a escala global. Desarrollaron una metodología para medir la huella textil y herramientas de trazabilidad que permiten compensar el impacto ambiental

Una imagen del desierto de Atacama (Chile), uno de los principales vertederos textiles del mundoMARTIN BERNETTI (AFP VIA GETTY IMAGES)


Cuando se habla de sostenibilidad en la industria textil, el discurso siempre se enfoca en el antes (el qué, el cómo y, ahora sobre todo, el dónde se hacen las prendas), pero pocas veces en el después: los países de la Unión Europea generaron en 2024 alrededor de 6,94 millones de toneladas de residuos textiles. En total, el 73% de los mismos acaba en vertederos, y menos del 1% se recicla, según datos de la Ellen MacArthur Foundation.

Los vertederos, por si había dudas, están en el llamado Sur Global. En el desierto de Atacama (Chile) se arrojan de media 39.000 toneladas de ropa al año. En Acra, la capital de Ghana, 100 toneladas cada 24 horas. Muchos de los países afectados por este colonialismo textil han hecho de la segunda mano una importante fuente de ingresos: el mercado Kantamanto en Accra gestiona más de 15 millones de prendas usadas a la semana. Allí, el 95% de la población compra ropa de segunda mano. Chile importó más de 150.000 toneladas de ropa usada en 2021; el 70% no es reutilizable.

Mariana y Carlota Gramunt comenzaron durante la pandemia el proyecto T_Neutral, una plataforma de innovación que propone soluciones sistémicas para la circularidad textil a escala global. Desarrollaron una metodología para medir la huella textil y herramientas de trazabilidad que permiten entender, reducir y compensar el impacto ambiental de la industria. Hace tres años, dentro de ese marco, pasaron de la teoría a la práctica, y crearon la iniciativa Undressing the Planet, que a día de hoy está presente en Chile, Kenia e India, en comunidades que trabajan dando nueva vida a estos desechos que reciben. “Lo creamos un poco por pura necesidad de poner orden a un problema que vimos en nuestra vida anterior, cuando trabajábamos desde el punto de vista de una marca sostenible. Quisimos entender el rol de las marcas y en qué problemáticas están involucradas, y nos dimos cuenta de que los flujos del material textil no se estaban abordando de forma sistémica”, explican. “La trazabilidad del producto, los impactos, se estaban empezando a abordar cuando empezamos, pero el material en sí mismo no. Y para hablar de circularidad, hay que hacer un abordaje del material, de por dónde entra y por dónde se nos escapa.”

Del mismo modo que ya hay estándares para medir y optimizar la huella de carbono o la del agua, hay una huella textil de la que ni marcas ni instituciones se están responsabilizando. “Y era un poco lo que estábamos echando de menos. Si no hablamos todos igual y medimos las cosas igual (calificando qué es residuo, qué no lo es, qué puede reciclarse, qué reutilizarse...), no las vamos a entender igual y no vamos a poder generar circularidad, que al final es conectar unos actores con otros para darle valor a un material textil que no debería ser de un solo uso”, explican.


Así que, como ellas resumen, “invitamos a la fiesta a los recuperadores, porque ellos también son industria textil”, y propusieron, como ocurre con el carbono, conectar el Norte con el Sur, es decir, a los productores con los receptores, a través de bonos textiles (ayudas económicas) que ayuden a estas comunidades a sistematizar la reutilización de estos miles de fardos que les llegan. Funcionan de manera similar a los bonos de carbono: cada tonelada de residuo textil recuperado y trazado se convierte en un crédito que puede ser pagado voluntariamente por empresas que desean mitigar su huella. Es una forma de canalizar financiación desde quienes generan el impacto hacia quienes lo están reparando activamente, con transparencia, trazabilidad y métricas verificables. “Se trata de asumir la responsabilidad de lo que has lanzado al mundo y de ayudar a mitigar ese impacto de forma justa”, dicen.


Se estima que cada kilo de ropa recuperada evita la emisión de 6,1 kg de CO₂. En zonas como Kenia, India, Ghana o Chile llevan años no solo intentando mitigar el desastre climático al que se enfrentan, también haciendo de la necesidad virtud y generando sistemas de prosperidad económica con los residuos que les llegan. “Ya hay un tejido de organizaciones y de negocios locales alrededor de la recuperación textil. En estas zonas están muy bien organizados, pero están sumergidos, digamos. Sin embargo, la oportunidad económica y de impacto es enorme. Nosotros ayudamos a formalizarlo y conectarlo, de tal forma que se pueda establecer ese intercambio de forma justa, con esa compra de créditos por parte de los que quieren mitigar el efecto de su actividad a través de la financiación de estos proyectos que están haciendo la actividad inversa, que es recuperar estos ecosistemas.”


Solo el vertedero textil del desierto de Atacama ocupa 300 hectáreas, el equivalente a más de 400 campos de fútbol. “Todo el textil que se consume en el norte se mueve, aquí no se queda, desaparece”, cuentan las hermanas Gramunt. “Pero cada país es muy peculiar en ese sentido. Reciben un tipo de textil distinto, ya sea por proximidad o por demanda. La relación con el textil es diferente, por ejemplo, en Kenia que en Chile. En cada lugar están surgiendo o han surgido ya diferentes formas de abordar el material que tienen, ropa usada o lo que sea que tengan.” En Chile, por ejemplo, existe una fuerte tradición de upcycling, es decir, de convertir cada producto residual en otro. “Casi todos los proyectos con los que colaboramos allí tienen un enfoque muy vinculado al aprovechamiento creativo del residuo”, explican. “Pero también es necesario el reciclaje más industrializado, el downcycling. Todo suma si se sigue la jerarquía de residuos: primero reutilizar, luego upcycling, y después reciclar.”

Undressing the Planet trabaja, por ejemplo, junto a la organización Africa Collect Textiles (ACT), en Nairobi. ACT ha instalado 35 puntos de recogida y evita así cada año 20 toneladas de residuos textiles. Además de su labor de recogida, ha puesto en marcha una red de transformación que incluye desde la venta local hasta la creación de nuevos productos, como mochilas y mantas, a través de colaboraciones con artesanas. “Tienen una estructura impecable, conocen perfectamente el residuo y su potencial”, explican. Se calcula que con una inversión de 150.000 euros, ACT podrá recuperar 1.300 toneladas de textil para 2026. “Su actividad es próspera. Genera riqueza, impacto ambiental y social, y se puede cuantificar a través de la tecnología. Trabajamos con ellos una forma de trazar lo que entra, sus distintos procesos, de tal forma que puedan decir cuántos kilos han entrado y cuántos flujos de valor han salido de ellos, cuántos trabajadores hay implicados...”, explican. En India, otra de las zonas piloto del proyecto, se han documentado cadenas comunitarias de recuperación textil espontánea que operan con gran eficacia y sin generar residuos. En Chile, el caso de Valparaíso tras los Juegos Panamericanos mostró cómo pequeños proyectos de reciclaje se unieron en cuestión de horas para dar salida circular al excedente de ropa: una red de 16 trabajadores y 10 voluntarios diarios clasificaban las prendas según su estado. Las aptas se donaban y las no aptas se convertían en otros productos o se llevaban a plantas de reciclaje mecánico.


La transformación, sin embargo, es mucho más cultural que técnica. “Esto no va de imponer soluciones, sino de reconocer que las comunidades ya están haciendo mucho con poco. Solo necesitan que se les dé valor, recursos y conexión con quienes tienen la responsabilidad de haber generado este residuo”, explican. Esos mismos responsables, es decir, las empresas textiles, son una parte clave de la solución. Mariana y Carlota Gramunt reconocen que, a la hora de presentarles su proyecto y pedir financiación para reducir la huella textil en los países del sur, “muestran mucho interés pero poca iniciativa”. “Hay miedo a ser los primeros en liderar la gestión de residuos, porque eso implica abrir la conversación”, dicen. Se puede cuantificar cuántos residuos llegan a estos países y cómo pueden reutilizarse, pero a día de hoy las marcas no están obligadas por la ley a declarar sus volúmenes de producción anuales, y eso complica las cosas. “Porque así no hace falta que levanten la mano y digan: ‘este problema es mío, yo lo he provocado’. Pero es hora de remangarse. Igual que han liderado el crecimiento económico del sector, ahora deben liderar la reparación del daño.”

Curiosamente, Shein es una de las empresas que ha invertido en estos bonos para reducir la huella textil en África. “Y es un poco lo que estamos trabajando ahora, porque en parte se ve como dinero sucio”, argumentan. “Pero si ese dinero sirve para hacer más sistemáticos los procesos y revierte en las comunidades, si de ese dinero sacas un impacto medible claro que sirve para algo... es como los bonos de carbono, al final.” Porque las grandes empresas no van a dejar de sobreproducir, al menos a medio plazo. “Así que hay que cerrar el grifo y achicar agua a la vez”, dicen. “Llevamos tres años bregando, pero creemos que justo ahora hay contextos favorables.”

La Guardia Civil descubre un vertedero ilegal en Córdoba que exportaba toneladas de plástico a Marruecos, Turquía o India

 Diario CÓRDOBA  Córdoba  

La planta recibía residuos plásticos procedentes de explotaciones agrícolas y operaba de forma irregular, sin permisos ni autorizaciones 
Planta de gestión de recursos ilegal descubierta por el Seprona en la comarca del Valle del Guadalquivir en Córdoba. / CÓRDOBA

El Equipo de Protección de la Naturaleza de Córdoba (Eprona) de la Guardia Civil ha logrado esclarecer un delito contra los recursos naturales y el medio ambiente por exportaciones ilegales de residuos plásticos procedentes de una planta de gestión no autorizada. La investigación ha sacado a la luz un vertedero ilegal que exportaba toneladas de plástico reciclado a Marruecos, Turquía o India. La planta inspeccionada, según informa la Benemérita en una nota de prensa, operaba de forma irregular, ya que carecía de los correspondientes permisos y autorizaciones.

La investigación tuvo su inicio tras la inspección de una planta de gestión de residuos ubicada en la zona oeste de la comarca del Valle del Guadalquivir. En el recinto se realizaban trabajos de recogida de residuos plásticos principalmente, procedentes en su mayoría de explotaciones agrícolas, para posteriormente clasificarlos y venderlos a diferentes empresas.

De la información obtenida durante las inspecciones, así como del análisis y estudio documental de la actividad de la empresa, se pudo determinar que gran cantidad de dichos residuos, fue destinada a exportación, a países tales como Marruecos, Turquía, Vietnam, India y Emiratos Árabes, ascendiendo a un montante total de 556.620 kilos, todo ello incumpliendo lo establecido en los diferentes reglamentos y normativa europea en materia de traslados transfronterizos de residuos.  

También por la vía penal

Además de la vía penal, los investigadores de la Guardia Civil de Córdoba han cursado informes-denuncia en relación a las diferentes infracciones administrativas observadas. 

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OTRA COSA:   La Escuela de los Pueblos: cómo formar promotores de vida a través del trabajo en comunidad en la España olvidada

viernes, 16 de mayo de 2025

Cambiar pesticidas por flores: así mejora la producción de sandías y otros cultivos

 J. L. Ferrer/Redacción   25 ABR 2025 

La técnica del 'intercropping' permite ahuyentar las plagas con más eficacia y menos gasto   

Los pesticidas no siempre dan resultado para detener las plagas y, además, constituyen un peligro para la salud humana, según revelan de forma reiterada los estudios científicos. Pero hay formas naturales (y mucho más baratas) de luchar contra los insectos dañinos, como están demostrando en la empresa hortícola Verdcamp Fruits, una finca situada en Cambrils (Tarragona). Su técnica consiste simplemente en cambiar los pesticidas por flores. Intercalando varias especies de plantas silvestres con sandías y otros cultivos se logra atraer abejas, ahuyentar plagas y aumentar así la producción de forma notable. Ecología al servicio de la agricultura. La técnica es conocida como Intercropping floral.

Como explica el directivo de la empresa Ernest Mas en la Revista Ae, “todo empezó en 2014 con el cultivo de sandía”. “No controlábamos el pulgón y los tratamientos que hacíamos de manera insistente e intensificada perjudicaban a las abejas y polinizadores salvajes que debían polinizar este cultivo. El momento clave en el cultivo de sandía es precisamente el cuajado, y eso va a determinar la producción potencial y la calidad de nuestra fruta. Hacer tratamientos y perjudicar a las abejas es perjudicar la producción potencial”, afirma.

Así que buscaron una solución fácil y eficiente, que permitiera controlar el pulgón sin tener que aplicar fitosanitarios. Mucha fauna auxiliar autóctona

de la zona que puede ayudar en el control de pulgón es polífaga, y en cierta forma se puede alimentar de polen mientras no haya suficiente plaga. Por eso decidieron poner plantas florales en sus cultivos, para intentar fomentar y crear un hábitat favorable para su alimentación y refugio.

Plantas silvestres mezcladas en el cultivo

“Hicimos un sondeo y realizamos una lista de 27 plantas florales que podían funcionar. Entre ellas habían Borago officinalis, Fagopyrum sculetum, Calendula officinalis, Vicia sativa, Achillea millefolium, Lobularia maritima, etc. Las sembramos en zonas no productivas, cerca de la sandía y realizamos el estudio mirando 5 puntos clave”, explica Mas. Esos puntos son los siguientes:

1. La flor de la planta refugio no debía generar competencia a la flor de la sandía ya que las abejas son muy selectivas.

2. Que realmente apareciera la fauna auxiliar que necesitábamos en ellas.

3. Que su floración y la presencia de la fauna auxiliar se sincronizaran con el cultivo y su momento de necesidad.

4. Que no tuvieran una autosiembra potente para no generar un comportamiento invasor en nuestras fincas y futuros cultivos.

5. Que no fueran sensibles a enfermedades y virus que pudieran afectar a nuestros cultivos.

En este estudio encontramos tres posibles candidatas pero el gran problema es que la siembra de éstas representaba una gran complicación y mucho trabajo. “Entonces entendimos que debíamos hacer algo diferente: sincronizar todo el proceso; es la clave de esta técnica. En lugar de sembrar y gastar muchísima semilla, hacerlo por trasplante”.

“Probamos con Lobularia Maritima porque su floración es muy precoz y longeva. También observamos en el estudio previo que no tenía muchas visitas de polinizadores, pero sí tenía gran actividad de míridos, coccinélidos y sírfidos. Eso nos permitía poder trasplantar las plantas florales conjuntamente con la planta de sandía y a su vez poderlas intercalar o distribuir de la manera que quisiéramos, sin perder espacio productivo y aprovechando las instalaciones de riego del mismo cultivo sincronizando. En definitiva, simplificando todo el proceso”. Solo 600 plantas por hectárea de Lobularia pueden crear una bonita estampa florida. Al repartirlas por todo el campo, se asegura que su influencia sea homogénea, y pueda crear un ambiente favorable para fauna auxiliar con un reparto equitativo.

Un proceso que abarata los costes económicos

El coste de todo el proceso se disminuye de un modo drástico: hay miles de semillas en un kilo de Lobularia y su precio no es muy elevado. Se realiza el plantel de Lobularia como si fuera una lechuga. Con este método, su incorporación se realiza al mismo tiempo que el cultivo bajando muchísimo los costes. Y su mantenimiento es 0Es decir, con menos de 20 euros podemos hacerlo.

Pero es entonces cuando llega lo mejor del proceso.

Con un reparto equitativo de este reservorio, la presencia de fauna auxiliar también aumenta. “Todas las visitas que hemos recibido en nuestros campos nos han transmitido el mismo mensaje: Nunca habían visto tanta fauna auxiliar”

“No vamos a estar a 0 de pulgón hasta que realmente no entremos en meses de mucho calor, pero sí que conseguiremos que estos focos no avancen. No se trata de erradicar la plaga, simplemente de crear equilibrio. En el 95% del cultivo no hemos realizado ningún tratamiento contra pulgón. El otro 5%, algún tratamiento autorizado en ecológico en el foco cuando vemos que aún no existe equilibrio”, explica Ernest Mas.

Lo más increíble es que la flor de sandía se abre a primera hora del día y se cierra en torno a media tarde. A partir de ese momento las abejas empiezan a visitar la Lobularia y se crea una simbiosis en el sistema. Cuanto más “alimento” tienen las abejas, más cría realizan, cuanta más cría, más necesidad de polen y más y mejor polinizan las sandías.

“De esta forma, nuestras producciones de sandía han mejorado en muchos casos, siendo para nosotros un gran avance”, asegura.

En la actualidad, la empresa estudia nuevos intercroppings, y las posibilidades son muchas.

La Lobularia maritima es una planta perfecta para hacer intercropping floral en muchos cultivos hortícolas, por ser una planta poco exigente y gran amplitud de estación floral. Otro ejemplo es el intercropping de Tagettes patula con coliflores, Cucurbitáceas y rúcula y un largo etc.


El mayor engaño de la historia: Cómo el mito del reciclaje de plásticos ha puesto en riesgo billones de vidas

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Durante décadas nos hicieron creer que el reciclaje era la solución a la crisis ambiental, pero recientes revelaciones exponen una verdad devastadora. Descubre cómo este engaño global ha costado millones de vidas y ha agravado el desastre ecológico.



Lo que se nos vendió como una estrategia de protección ambiental resultó ser una de las mayores farsas de la historia moderna. El reciclaje de plásticos, promovido durante generaciones como la clave para salvar al planeta, se revela ahora como un mito fabricado por intereses industriales que ha provocado un daño irreparable a la vida humana, animal y al ecosistema global.

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El devastador impacto de los plásticos en la vida y el planeta

Más del 90% de los plásticos producidos entre 1950 y 2015 terminaron incinerados, en vertederos o abandonados en entornos naturales, desde ríos hasta ciudades enteras. Estos residuos se han convertido en una amenaza invisible: cada semana, un ser humano promedio consume unos cinco gramos de microplásticos, equivalentes a una tarjeta de crédito.

Para la fauna, las consecuencias son aún más trágicas: obstrucciones fatales, envenenamiento y alteraciones en sus ecosistemas. Sin embargo, lo más alarmante es que todo esto podría haberse evitado si la verdad sobre el reciclaje se hubiera contado desde el principio.

El reciclaje de plásticos: Una mentira cuidadosamente construida

Un informe reciente del Center for Climate Integrity reveló que las grandes compañías petroquímicas sabían, desde hace décadas, que reciclar plásticos a gran escala era técnica y económicamente inviable. A pesar de ello, invirtieron millones en campañas publicitarias para perpetuar la idea de que el reciclaje era una solución efectiva.

El 99% de los plásticos deriva de materiales fósiles como gas y petróleo, y solo una mínima parte puede ser reciclada de manera funcional. Sin embargo, mientras los gobiernos destinaban recursos a programas de reciclaje ineficientes, las petroquímicas incrementaban su producción sin freno, consolidando un modelo económico basado en la contaminación masiva.

El costo oculto de un sistema insostenible

Las dificultades técnicas para reciclar plásticos son enormes: toxicidad de los materiales, diversidad de tipos y volúmenes abrumadores de residuos imposibles de clasificar adecuadamente. Aun así, las campañas de desinformación desviaron la atención de soluciones reales como la reducción del uso de plásticos de un solo uso o la búsqueda de materiales alternativos sostenibles.

Hoy, el mundo enfrenta las consecuencias de este engaño: océanos saturados de residuos, crisis de salud pública y ecosistemas al borde del colapso. Una verdad dolorosa que, como en otros fraudes históricos recientemente descubiertos en Europa, nos obliga a replantear la forma en que consumimos, regulamos y protegemos nuestro planeta.