viernes, 20 de septiembre de 2024

CTXT. Periodismo sin racistas mentirosos, de Vanesa Jiménez

Vanesa Jiménez 21/08/2024

 Los periodistas no podemos permanecer impasibles ante la usurpación de nuestro oficio para difundir bulos de odio. Las asociaciones profesionales deben actuar y nosotros mismos pedir la retirada de las acreditaciones del Congreso

Discurso de odio. / La Boca del Logo

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La portada de El País del 17 de agosto de 2024 ha pasado a engrosar la lista de primeras páginas más desafortunadas de ese periódico. No ni ná. Antes ha habido errores graves y enfoques pirómanos, pero aquel titular a cuatro columnas y en este momento solo servía para alimentar el racismo. “Las entradas irregulares de migrantes a España crecen un 66% en lo que va de año”, decía el periódico en letras gordas. ¿Y? ¿Qué significa ese dato? ¿Nos están invadiendo? Cuando se destaca una cifra sin contexto, ese número vale para poco, o más bien para lo que pretenda su autor. En este caso presupongo un interés informativo, pero cuando intento entender cómo un dato del Ministerio de Interior abre la portada de un periódico, más aún, cuando en el artículo se explica que “las cifras revelan un frenazo respecto a principios de este año”, concluyo que los ultras han conseguido contagiar su marco más de lo que creemos. Y que si el contagio se extiende por los medios de comunicación que se mantenían alerta, estamos perdidas. No ni ná. 

Mientras escribo esta columna, la Fiscalía anuncia que estudiará los bulos publicados en las redes sociales contra menores extranjeros no acompañados tras el asesinato de un niño de 11 años en Mocejón, un pueblo de Toledo. Bien. Como son racistas y también cobardes, alguno ya ha comunicado su marcha de la red X. Pero no es suficiente. Todas sabemos quiénes son y que algunos de ellos, líderes influencers en la propagación de discursos de odio, se hacen llamar periodistas. 

Los medios de comunicación no somos redes sociales, ni señores que se compran una silla ergonómica de diseño y un micrófono caro y se dedican a decir cosas. No somos creadores de contenidos, ni lugares poblados de indecentes y mentirosos que se ponen la etiqueta de prensa para actuar con mayor impunidad. Los medios podemos ser nada, y también todo, si hacemos bien nuestro trabajo. Que no es solo publicar noticias, sino asumir y defender nuestra misión de servicio público, que afecta de forma directa al derecho de los ciudadanos a recibir información veraz y también a la protección de los derechos de todos los seres humanos, sobre todo de las minorías. Miren, más fácil, no es periodista quien miente, y mucho menos quien difunde esas mentiras para atacar a los más débiles. Me pueden enseñar todos los títulos que quieran, que ya he visto que lo hacen.

Sé que hay muchos colegas que llevan tiempo alertando sobre la situación. Pero hoy, todavía en plena resaca de la campaña contra el periodista Raúl Solís, al que Alvise Pérez puso en la diana del odio y consiguió que sus seguidores pidieran “lincharlo, castrarlo y ahorcarlo”; después del tuit racista del alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, y del extraordinario acoso que ha sufrido el portavoz de la familia del niño asesinado [“Está siendo horrible, dicen que tengo las manos manchadas por tener fotos en África”], no queda más opción que decir basta. Y como diría Aznar, el que puede hacer, que haga. 

Los periodistas, creo, no podemos limitarnos a informar sobre lo que ocurre. Estamos obligados a defender el único espacio en el que podemos realizar nuestro trabajo, que es la democracia. Tenemos pocas herramientas, pero entre todas encontraremos más. A mí, para empezar, se me ocurren dos. 

La primera tiene que ver con la defensa del oficio y desde aquí hago un llamamiento a todos los colegios y asociaciones profesionales de España para que se manifiesten, de forma clara y contundente, contra los pseudoperiodistas que mienten, y condenen estas prácticas de forma pública por ser la antítesis del periodismo.

La segunda afecta a las acreditaciones de prensa en el Congreso de los Diputados. Si, como pide Podemos, fuese la presidenta Francina Armengol la que retirara los pases de medios a estas personas, tendríamos mártires de la libertad de expresión y la victimización solo lograría darles más voz. Por eso me dirijo a mis colegas que cubren el Congreso, para que sean ellos, todos ellos, los que soliciten la retirada automática de la autorización a cualquier periodista que mienta. No parece tan descabellado.

Las avalanchas y los efectos llamada eran propios de las portadas de ABC. Pero cuando El País utiliza el mismo lenguaje, algo está cambiando. El racismo y la xenofobia se han filtrado por demasiadas grietas y las personas migrantes se han convertido en el sujeto enemigo que sacuden las nuevas ultraderechas internacionales.

La inmigración es una realidad. Y los datos que daba el periódico de Madrid son ciertos. El mundo está lleno de guerras y el cambio climático está acelerando los desplazamientos forzosos. Hay muchas zonas en las que ya no se puede vivir. Y habrá más cada vez. El asunto es complejo y en el mejor de los casos las soluciones vienen desde un enfoque utilitarista: los necesitamos como mano de obra. Pero quizá aquí esté también el error, si entendemos que la única dimensión posible de las personas migrantes es esa, la del trabajo que son capaces de realizar, nos olvidamos de su dimensión humana y, a partir de ahí, es más fácil mirar para otro lado, incluso en el caso de los niños que llegan solos. Quizá por eso, el señor Albiol fue capaz de denunciar, alarmado, que un grupo de hombres que identificó como marroquíes tuviera teléfono móvil y aspecto saludable, “alguno incluso con un cuerpo de gym”. Son pobres, deben parecerlo y, como mucho, tienen derecho a un trabajo. La risa, el placer y todo lo bueno que tiene esta vida no es para ellos. 

A la mierda las fronteras y el trabajo. Y el racismo. No ni ná.





CTXT. Bulos y balas, de Joaquín Urías

 Joaquín Urías 20/08/2024

El peligro es inminente. Las autoridades tienen que actuar antes de que esta gentuza organizada y cada vez más numerosa consiga organizar su noche de los cristales rotos


Tuit del eurodiputado Alvise Pérez en el que insinúa una relación entre migración y un supuesto aumento de la violencia en Mocejón (Toledo), del 18 de agosto. / @Alvise_oficial_

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En los últimos meses está proliferando determinado tipo de bulos a través de redes sociales, canales de Telegram y supuestos medios de comunicación. No son mentiras inocentes, ni las habituales fake news para favorecer a determinados grupos políticos. Se trata de bulos destinados a crear inestabilidad social y provocar una reacción agresiva en las calles de nuestras ciudades. La tendencia se ha intensificado después de que en el Reino Unido un movimiento similar consiguiera que escuadrones de extrema derecha atacaran comercios de inmigrantes, centros de refugiados, bibliotecas y a personas de otras razas, culpando a la comunidad extranjera y racializada de supuestos crímenes que no habían cometido. 

El caso más reciente ha utilizado el terrible asesinato de un niño de 11 años por parte de un joven español de 20. Desde perfiles de conocidos periodistas, políticos y propagandistas de extrema derecha se difundió falsamente que el autor era un menor migrante, con la intención de criminalizar a toda la población de origen extranjero. Al poco, centenares o miles de personas, de mala fe, comenzaron a propagar por las redes sociales llamamientos expresos a quemar la mezquita de la localidad donde se había cometido el asesinato, a atacar un hotel cercano, donde hay alojados menores inmigrantes o, en general, a salir a la calle en pogromos contra cualquiera de otra etnia o religión. Junto a la multitud de malnacidos que pedían muertes, empalamientos y palizas, otros miles de ciudadanos ligeramente más moderados se limitaban a evidenciar el “problema” que, según ellos, supone la inmigración para un supuesto aumento de la violencia. 

Ciertamente, vivimos el peor momento de las últimas décadas para los derechos humanos. Hace unos días, personas que se consideran de buena fe, algunas de ellas religiosas o progresistas, proponían dejar que se ahogaran los migrantes náufragos que zozobren en el Mediterráneo. Cuando una persona que se considera decente se permite abogar públicamente por dejar morir a sus semejantes en situación de peligro, definitivamente estamos renunciando a los valores esenciales de la humanidad y entramos en un nuevo paradigma, donde la idea misma de persona pierde su valor. Este contexto de degradación moral lo aprovechan quienes quieren provocar la violencia física contra sus oponentes.

Junto a los bulos que acusan a los migrantes o los musulmanes de cualquier delito que se cometa, están también proliferando los que acusan a periodistas o políticos de izquierda de delitos imaginarios, con idénticas respuestas agresivas. A un periodista homosexual, muy cercano a Podemos, se lo ha acusado falsamente estos días de coquetear en redes con un adolescente, lo que ha provocado centenares de amenazas de muerte, mutilación o tortura contra él. La noticia falseada siembra la mentira, pero quienes amenazan así a una persona son quienes animan a la violencia.

Todo esto ya no tiene que ver con los estudios sesudos sobre la posverdad. Tampoco se trata estrictamente de un fenómeno de desinformación, como los que contaminan los procesos electorales o la información sobre conflictos internacionales. Es un movimiento nuevo que puede suponer la mayor amenaza a la convivencia cívica de las últimas décadas. En paralelo a los bombardeos israelíes sobre Gaza, que han causado ya más de 40.000 muertos, se fomentan los disturbios en las calles y se anima a la eliminación física de árabes, extranjeros y homosexuales, como válvula de escape a las frustraciones de una población especialmente alienada. Ni la sociedad ni el Estado pueden permanecer inermes frente a estas amenazas. Jurídicamente, hay mecanismos para perseguir y castigar a los culpables de estos intentos de desestabilización que ponen en peligro la vida y la integridad de los demás, sin necesidad de recurrir a categorías ideológicas como la de delitos de odio. Pero hace falta una voluntad en las instituciones, que a veces flaquea cuando no son lo suficientemente imparciales.

En efecto, resulta tramposo invocar ahora los instrumentos que supuestamente castigan la expansión del odio en nuestra comunidad. Se trata de instrumentos ideológicos que castigarían el pensamiento intolerante en lo que tiene de disidente, aumentando la victimización de quienes ocultan sus delitos bajo la cobertura de presentarse como antisistema. Desde hace muchos años, algunos académicos venimos alertando de los riesgos que para la libertad de expresión supone la generalización de la categoría “delitos de odio”. Son la excusa ideal para que las mayorías políticas silencien el discurso disidente. Se trata de un concepto arbitrario y subjetivo que solo puede aplicarse de manera discrecional y que refuerza la errónea convicción de que podemos cancelar o castigar la difusión de todo aquello que no nos gusta oír. En estos momentos en que la convivencia democrática está en peligro, hablar de delitos de odio solo sirve para minimizar la amenaza a la que nos enfrentamos. 

El riesgo de los bulos deliberados creados estos días no es que fomenten el odio. Si lo hicieran, tampoco sería evidente que fomentar el odio deba ser delito, pues cada uno tiene derecho a tener sus filias y sus fobias. Sin embargo, ahora el riesgo ya no está en el terreno de las ideas, sino en el de los hechos. No se está animando a la población a odiar, sino a asesinar, apalear o destruir. 

Los mecanismos penales para frenar estos actos existen hace años. No hay que innovar, sino aplicarlos. Las amenazas son un delito, sin necesidad de odio alguno. La provocación a delinquir está prevista en el Código Penal. Aparece específicamente castigada en lo que se refiere a provocar al homicidio, a las lesiones o a los desórdenes públicos. No hacen falta creaciones novedosas, ni fiscalías especializadas para perseguir a quienes utilicen las redes sociales y los medios de comunicación para incitar a darle una paliza a alguien, a quemar una mezquita o directamente a matar a otro. Se trata de delitos simples y habituales. Calificarlos como odio contribuye a dotar a esas conductas naturalmente antijurídicas de un contenido ideológico o político que no tienen.

Hace falta, pues, voluntad de usar las herramientas que ya tenemos. Y ahí es donde pueden flaquear instituciones del Estado como jueces, fiscales y policías. Especialmente, si el movimiento insurreccional es masivo y ellas mismas están, como ocurre en ocasiones, contaminadas por las ideologías que promueven esta situación. Cuando desde las cuentas en redes sociales de los jueces se difunden bulos racistas, xenófobos o antifeministas; cuando los fiscales manifiestan en público sus fobias a determinadas ideologías y su lealtad a la patria antes que a la ley; cuando los agentes de los cuerpos de seguridad se pasean con signos de partidos de extrema derecha o reciben formación de sus miembros, es muy posible imaginar que ninguna de estas instituciones va a actuar con la diligencia debida contra el germen de la intolerancia de quienes ahora llaman a cometer pogromos y puede que acaben lográndolo.

Las redes sociales permiten que en los llamamientos a apalear a extranjeros, a quemar mezquitas o a linchar a periodistas participen centenares de personas. La masa furibunda se expresa en las redes antes de juntarse en la calle. Eso no impide su persecución. Cuando hizo falta, el Estado fue extremadamente eficaz en silenciar cualquier expresión pública de apoyo al independentismo vasco que pudiera parecer, siquiera indirectamente, enaltecimiento de los métodos terroristas. Basta aplicar las leyes para identificar y perseguir penalmente a quienes participan en los llamamientos a asesinar, violar y quemar, empezando por sus principales instigadores. La decisión de hacerlo solo surge del pleno compromiso con el sistema democrático de derechos y libertades. Ese mismo compromiso que parece tan débil entre quienes solo ven el Estado desde el prisma de su ideología política.

En realidad se trata de una amenaza que excede con mucho la disyuntiva entre izquierda y derecha. El portavoz de la familia de Mateo, el niño asesinado en Mocejón, recibió amenazas de muerte por ser misionero en África y concejal del Partido Popular. Los que sueñan con masas en las calles quemando negocios de extranjeros, asaltando centros de menores y apaleando a homosexuales se califican de apolíticos y ven un enemigo en cualquiera, de izquierda o de derechas, que crea en los derechos humanos.

El peligro es inminente. Las autoridades tienen que actuar antes de que esta gentuza organizada y cada vez más numerosa consiga organizar su noche de los cristales rotos. No son unos locos aislados, sino un movimiento organizado y deliberado que el sistema judicial tiene la obligación de frenar. Antes de que pasemos de los bulos a las balas. 

jueves, 19 de septiembre de 2024

CTXT. JOÃO PACÍFICO / MILLONARIO ANTICAPITALISTA: “Elon Musk es un ser despreciable”, de Bernardo Gutiérrez

 Bernardo Gutiérrez Río de Janeiro , 18/08/2024

El empresario anticapitalista João Paulo Pacífico en una imagen reciente. / Cedida

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João Paulo Pacífico (São Paulo, 1978) no es un ejecutivo al uso. Usa pelo largo, “para no parecerse al resto”. Su frase predilecta es de Martin Luther King Jr.: “La oscuridad no puede combatir la oscuridad; solo la luz puede hacerlo. El odio no puede combatir el odio, solo el amor puede hacerlo”Y lanza vídeos en Instagram repletos de mensajes anticapitalistas. El pasado enero, João Pacífico se convirtió en el primer millonario latinoamericano en firmar el manifiesto Proud to pay more, presentado en el Foro Económico Mundial de Davos por superricos que quieren pagar más impuestos. “Cuanto más tienes, más pagas, y punto. El Estado necesita dinero”, asegura João Pacífico en esta entrevista a CTXT. 

La vida de Pacífico, ingeniero de formación, dio un vuelco tras la crisis financiera de 2008. Se dio cuenta de que el mercado financiero para el que trabajaba era inhumano. En 2009 fundó el Grupo Gaia, especializado en operaciones financieras y títulos de deuda para pequeños productores de agricultura orgánica. “Cuando me adentré en la agroecología me di cuenta de que todo lo que yo apoyaba antes estaba equivocado”, dice. En 2022, vendió la única empresa del grupo que trabajaba para sectores tradicionales y donó todo el dinero a una ONG. Desde entonces, dejó de ser el dueño del Grupo Gaia y pasó a ser un empleado. “Acumular dinero es de imbéciles”, defiende con frecuencia el autor de libros como Onda Azul (2017) y Seja Líder Como o Mundo Precisa (2022).

El Grupo Gaia apoya proyectos de vivienda popular, de educación, de energías renovables y de agricultura orgánica. La empresa mueve unos cuatro mil millones de reales en operaciones financieras, y presume de tener una plantilla más femenina que masculina y más negra que blanca. “Una sociedad regida por hombres blancos y heterosexuales fomenta el individualismo”, afirma. 

Con más de 217.000 seguidores en Instagram, João Pacífico es un okupa en el Wall Street brasileño (la avenida Faria Lima de São Paulo). Y se ha convertido en un gurú de la izquierda. Sus vídeos contienen duras críticas contra el bolsonarismo, el mercado financiero, el sector agropecuario y todos los tipos de negacionismo.

Tras la crisis de 2008, su vida dio un giro radical. ¿Qué ocurrió? 

En 2002 comencé a financiar al sector agropecuario. Aún estaba dentro del sistema. Pensaba que necesitábamos los pesticidas y que Brasil era la despensa del mundo. Tras la crisis de 2008, me di cuenta de la falta de humanidad del mercado financiero. Solo piensa en ganar más dinero. Despidió a mucha gente de manera innecesaria. Entonces decidí montar una empresa más humana. 

¿Cómo fue el comienzo de su relación con el Movimento dos Trabalhadores Sem Terra (MST)?

Todo el mundo hablaba mal de ellos. Visité un asentamiento y para mí se abrió un nuevo mundo. Vi que lo que el MST decía tenía sentido. Me dije, tengo que usar mi habilidad para montar operaciones financieras con el fin de apoyar a esta gente. En una situación de opresión, si permaneces en silencio, estás apoyando al opresor. Y el MST estaba siendo oprimido por la opinión pública.

Y entonces, consiguió financiación para el MST, un movimiento que ocupa latifundios improductivos. ¿Cómo lo logró?

Primero emití un título de deuda. Funcionó. Después, hice una segunda operación para que cualquiera, en lugar de colocar el dinero en el banco, se lo prestara al MST. Entregamos ese dinero a una cooperativa del MST, que hace lo pactado y después paga a los inversores con intereses. 

O sea, el inversor financia la agricultura sostenible y , además, obtiene lucro con ello... 

Si dejas el dinero en un banco, no se queda parado. El banco se lo presta a la industria de los pesticidas o a una viejecita con intereses gigantescos. Cuando hacemos una operación como la que hemos hecho, haces entender a las personas que su dinero es poderoso, porque estás reduciendo la desigualdad y produciendo alimentos orgánicos. Es una revolución. Cuando me adentré en la agroecología me di cuenta de que todo lo que yo apoyaba antes estaba equivocado. 

¿Cómo cambiaron sus ideas?

Comencé a levantar la bandera contra los pesticidas. Pasé a defender la reforma agraria y la agricultura familiar. Empecé a criticar la monocultura, las commodities, los transgénicos. Cambié completamente de lado. Entonces, vendí todas mis operaciones en el mercado tradicional.

Y decidió transformar sus empresas en una ONG...

Técnicamente, vendí la empresa y creé una gestora de fondos patrimoniales. El dinero de la venta se transformó en una donación. Ahora todo es de una asociación, una ONG. ¿Por qué lo hice? Porque creo que es necesario para enfrentar nuestros dos grandes problemas, la desigualdad y el medioambiente. Para reducir la desigualdad, quienes tienen más deben renunciar a sus activos. 

Firmó el manifiesto Proud to pay more, para reivindicar el papel de los impuestos. ¿Por qué?

Es muy justo que quien tiene más pague más impuestos, no solo de manera absoluta, sino proporcionalmente. Cuanto más tienes, más pagas, y punto. Es una cuestión de justicia social. El Estado necesita dinero. Obviamente, tenemos que exigir eficiencia al Estado. Tenemos que parar con la acumulación. Tenemos comida para todo mundo, pero en Brasil veinte millones de personas pasan hambre. 

El neoliberalismo elogia la mano invisible del mercado, pero algunos de sus iconos, como Silicon Valley, están regados de dinero público... 

Por eso defiendo un Estado fuerte para tener educación, salud pública e investigación de calidad. El sistema público inventó Internet y la NASA. Esos mismos neoliberales, cuando la cosa se pone fea, son los primeros que piden ayuda al Estado. Ahora, tras las inundaciones en el sur de Brasil, un aeropuerto privado de Porto Alegre pide ayuda pública. Defienden un Estado mínimo, pero para los pobres.

Algunos multimillonarios, como Amancio Ortega, donan dinero para lavar su imagen y reforzar el mito del libre mercado. 

Pensar que un millonario explotador es bondadoso porque dona una miseria es una fantasía. Hace eso porque explota a la gente y a la cadena productiva. 

Es crítico con la meritocracia. ¿Qué le incomoda de esa narrativa? 

Es una falacia para mantener los privilegios. Quienes salen en la parte delantera dicen que la carrera es igual para todos. No lo es. Porque algunas personas nacieron en una familia rica. Incluso en la pandemia, no todos estaban en la misma tempestad. Algunos estaban en el navío, muy cómodos. Otros, en el bote salvavidas, cayéndose. La meritocracia es una gran mentira del neoliberalismo.  

Uno de los grandes gurús de la meritocracia es Elon Musk. ¿Qué opinión le merece? 

Es un psicópata. Un ser despreciable. Es un misógino, negacionista, acumulador, explotador. En su propio libro muestra cómo explota a la gente. Es un antimodelo que, desafortunadamente, es aplaudido. 

El Grupo Gaia se enorgullece de ser más femenino que masculino y de tener más empleados negros que blancos. ¿Cómo funciona la contratación de personal?

Una sociedad regida por hombres blancos y heterosexuales fomenta el individualismo. Es importante rescatar el feminismo y dar más protagonismo a las mujeres. La diversidad es importante, no solo por reparación histórica, sino para incorporar la mirada de esas personas. Mucha gente no consigue contratar a personas negras porque usan criterios que las excluyen. Por ejemplo, exigir inglés para un puesto donde no se necesita excluye a quienes vienen de la educación pública. 

El “retorno ambiental” es uno de los pilares de Gaia. ¿Por qué?

El ser humano es el único animal que tiene la capacidad de autodestrucción. Estamos destruyendo el futuro. La crisis climática va a provocar cada vez más eventos extremos. El sector agropecuario es burro y cortoplacista. Hay estudios que muestran que de aquí a poco van a perder mucho dinero y cosechas enteras. Espero que la gente cambie su comportamiento y su voto para intentar revertir la situación. 

He leído que está estudiando cómo ayudar a financiar a pueblos indígenas y quilombolas (los quilombos son asentamientos fundados por esclavos huidos).

Sí. Creamos un fondo para esas personas invisibilizadas por el capital tradicional. Son los grandes protectores de la naturaleza. Para mucha gente no existen.

Hace unas semanas denunció en sus redes sociales a un emprendedor brasileño que defendía que el éxito está basado en semanas de setenta horas de trabajo. 

Esta gente glamuriza el trabajo extremo y extenuante para ganar más. Es una glamurización de la opresión, de la explotación. Que alguien trabaje ochenta horas por semana no es bonito, es explotación. Esa persona no va a tener tiempo para cuidarse, para estar con la familia, con amigos, para sus aficiones. Como CEO, tu responsabilidad es cuidar de las personas, no al accionista. 

Hace poco, ayudó a denunciar a la CEO de Nubank, por colaborar con plataformas de extrema derecha. ¿Es importante encender debates en redes sociales? 

Ese fenómeno de las redes sociales es bueno y malo. Es bueno porque la gente tiene más voz. Malo porque existen fake news. Es muy difícil luchar contra las fake news, porque generan interacción y las plataformas se lucran con ello. Y cuando llega un intento de regular las redes sociales, dicen que es censura. 

La extrema derecha en Brasil continúa fuerte. Este año, hay elecciones municipales. ¿Cómo lo ve?

La extrema derecha es uno de los grandes problemas del mundo. Bolsonaro, aunque esté inhabilitado, todavía condiciona el voto de mucha gente. En Brasil ya no existe la derecha, solo la extrema derecha y la izquierda. Lula solo ganó a Bolsonaro porque es un gran líder. Cualquier otro habría perdido. Necesitamos formar a nuevos políticos progresistas. 

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OTRA COSA:  CTXT. América Latina desde dentro, por Emiliano Gullo y Paula 'Poli' Sabatés


miércoles, 18 de septiembre de 2024

CTXT. Los disturbios en Gran Bretaña buscan sembrar el terror entre los musulmanes, de Georgios Samaras (Jacobin Lat)

 Georgios Samaras (Jacobin Lat) 17/08/2024

El país se encuentra al borde de un descenso catastrófico hacia el terrorismo que podría deshacer el tejido de la sociedad

Furgoneta en llamas durante los disturbios de Southport (Inglaterra) en julio de 2024. / StreetMic LiveStream


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El año pasado, poco después de conseguir mi puesto académico en el King’s College de Londres, me enfrenté a un esfuerzo concertado de ciertos asesores del Ministerio del Interior para que me destituyeran. Querían quitarme mi cargo por mi abierta oposición al Plan Ruanda, que deportaría a ese país a los solicitantes de asilo británicos rechazados, independientemente de su lugar de origen. Durante una conferencia ante estudiantes de posgrado, califiqué la política de “cruel, malvada e ilegal”, advirtiendo que las medidas del Gobierno probablemente alimentarían el racismo y la islamofobia en Gran Bretaña.

Durante años, el Ministerio del Interior ha servido de plataforma a figuras ultraconservadoras para impulsar políticas contra los grupos vulnerables y los solicitantes de asilo marcadas por la islamofobia y un fuerte compromiso para castigar la disidencia. Activistas e investigadores llevan mucho tiempo advirtiendo de las posibles consecuencias de esa retórica y haciendo hincapié en la importancia del lenguaje del odio.

La arquitecta del Plan Ruanda, la ministra del Interior tory Suella Braverman, fue cesada en noviembre por criticar a la policía por ser “demasiado indulgente” con los manifestantes propalestinos. Braverman calificó las protestas como marchas del odio, en una cruzada de más largo aliento contra Palestina. Sin embargo, el despido de Braverman –en respuesta a una serie de artículos que había publicado en el Telegraph– resultó ser solo una maniobra de comunicación.

Los conservadores continuaron intensificando la postura sobre las deportaciones que ella había promovido. Pero las líneas entre los dos partidos también se difuminaron. El Partido Laborista de Keir Starmer siguió el ejemplo de los tories, adoptando una retórica alarmista sobre la inmigración, convirtiendo a los bangladesíes en chivos expiatorios e, incluso, insinuando la posibilidad de colaboración con líderes de la extrema derecha europea.

Sus mensajes encubiertos han cegado a estos partidos ante el daño cada vez mayor que se ha hecho. Ahora, Gran Bretaña está inmersa en un asalto coordinado a su democracia. La crisis a la que nos enfrentamos es el resultado directo de las acciones del establishment desde hace mucho tiempo, agravadas por un peligroso panorama digital que da cobijo a los arquitectos de extrema derecha de los disturbios actuales.

Disturbios democráticos

La normalización en curso de las ideologías de extrema derecha culminó en los sucesos de hace unas semanas. Se incendiaron bibliotecas y una oficina de atención al ciudadano, se destruyeron propiedades y se agredió a personas de color. Mientras tanto, el primer ministro Starmer lanzó advertencias ambiguas, y se negó a reconocer la intención de los disturbios de aterrorizar a los musulmanes y a otras comunidades vulnerables.

Sin embargo, Starmer tiene sobrados motivos para estar preocupado, sobre todo por los comentarios incendiarios de miembros de su propio partido. Ante las protestas por el uso del Holiday Inn de Tamworth para alojar a inmigrantes, la diputada laborista local Sarah Edwards dijo en el Parlamento que los residentes “solo quieren que les devuelvan su hotel”. Días después, alborotadores de extrema derecha incendiaron el edificio. Del mismo modo, la diputada por Aldershot Alex Baker y la nueva ministra del Interior, Yvette Cooper, han recurrido a un lenguaje tibio y neutro; han evitado una toma de postura definitiva sobre los disturbios y han ofrecido pocas garantías a los electores negros y musulmanes.

Sin embargo, esto se queda corto si se compara con las acciones de Nigel Farage. Farage ha animado abiertamente a quienes han tomado las calles: ha explicado que la forma de detener la violencia es “acabar con la inmigración masiva”, ha culpado a Black Lives Matter y ha difundido teorías conspirativas como la de una “vigilancia policial de dos caras” que favorece a las minorías étnicas. Del mismo modo, los conservadores, tras años de mensajes más o menos encubiertos (dog whistle), atacan ahora de forma hipócrita a Starmer por su ineficacia policial. Mientras tanto, los diputados que calificaron las protestas palestinas de “marchas de odio” han guardado un llamativo silencio, sin mostrar ninguna intención de condenar la violencia que ellos mismos habían ayudado a instigar en las últimas semanas.

Asistimos a un Estado sumido en el caos, incapaz de curar sus heridas, proteger a los grupos vulnerables sin poder de decisión política o resistir a la manipulación de los elementos más malignos infiltrados en la política británica. Esto se extiende a los círculos periodísticos, los grupos de reflexión y las bandas callejeras que llevan mucho tiempo alimentando la islamofobia. Durante años, Tommy Robinson y sus seguidores –junto con grupos como National Action– han desempeñado un papel crucial en la incitación a la violencia. Se trata de un ataque descarado a las normas democráticas. Sin embargo, parece que un debate sobre la resistencia de la democracia británica sigue siendo tabú.

Identificar y etiquetar eficazmente a algunos de estos grupos ha sido durante mucho tiempo un reto. El partido Reform UK, por ejemplo, se ha opuesto a las normas periodísticas básicas y ha amenazado con demandar a cualquiera que los etiquete como extrema derecha. Esta estrategia deliberada pretende ocultar su verdadera ideología, eludir el escrutinio de los medios de comunicación y esperar el momento perfecto para incitar a un conflicto violento. Los recientes asesinatos en Southport (falsamente atribuidos a “musulmanes”) ofrecieron esa oportunidad.

Paralelismos con Grecia

El fracaso del sistema político británico a la hora de abordar eficazmente el terrorismo interno no es único en Europa. Al contrario, tiene sorprendentes paralelismos con el ascenso durante una década de Amanecer Dorado, en Grecia, una organización criminal neonazi, durante la crisis económica de ese país. La violencia de extrema derecha contra los inmigrantes aumentó poco después de que el partido obtuviera sus primeros escaños parlamentarios en junio de 2012. Rápidamente recurrió al alarmismo sobre la inmigración; la clase política respondió normalizando esta retórica para evitar posibles pérdidas electorales frente a facciones de extrema derecha.

El resto de la década de 2010 fue testigo de una amplia cobertura mediática internacional de Amanecer Dorado. Se produjeron asesinatos de activistas de izquierda e inmigrantes, pogromos en mercadillos y agresiones físicas a diputados del Partido Comunista Griego. Tuvieron que pasar casi siete años hasta que los tribunales dictaminaron finalmente que Amanecer Dorado suponía una clara amenaza para la democracia y debía ser detenido, lo que se tradujo en largas condenas para muchos de sus diputados y dirigentes.

El caos que se está desatando en Gran Bretaña tiene el potencial de alcanzar niveles similares de terrorismo interno. El simbolismo que se esconde tras los libros quemados y los saludos nazis captados por todo el país indica un alarmante aumento del terrorismo que ha pasado desapercibido para la mayoría de los partidos políticos. La débil respuesta de Starmer y su incapacidad para abordar eficazmente esta cuestión dan margen a estos grupos para seguir organizándose sin graves limitaciones.

Los paralelismos entre Grecia y el Reino Unido indican que la ineficacia de las medidas antiterroristas probablemente intensificará la violencia, ahora a punto de descontrolarse. Mientras escribo estas palabras, terroristas de extrema derecha están asaltando empresas dirigidas por minorías, arremetiendo contra las oficinas de inmigración y atacando a personas que trabajan para ONG y servicios relacionados con la inmigración.

El Gobierno debe aplicar urgentemente leyes antiterroristas para hacer frente a esta amenaza constante. Estas leyes también deben abordar la organización digital y la propagación del odio a través de plataformas de medios sociales, incluyendo Twitter/X, donde muchos grupos de extrema derecha han encontrado un terreno fértil para organizar y preparar sus marchas.

Incluso Elon Musk, cuyos vínculos con elementos fascistas son ahora innegables, ha publicado tuits desquiciados que legitiman e incitan directamente al terrorismo de extrema derecha. Esto está socavando descaradamente las medidas actuales que se están planteando para sofocar los disturbios en el Reino Unido. La situación actual en la plataforma revela que algunos individuos fantasean con condiciones similares a las de una guerra civil y están decididos a dar poder a los matones para que deambulen por las calles y aterroricen a las minorías.

Conversaciones con amigos y sus familias en el Reino Unido revelan amenazas creíbles contra solicitantes de asilo en hoteles y centros de detención, pero también contra musulmanes y personas percibidas como musulmanas en general. Corren un riesgo inminente de sufrir ataques si no se toman medidas proactivas.

El papel del periodismo

Hablando, hace unos días, de los disturbios en LBC News, tuve una interacción muy inquietante con la presentadora Vanessa Feltz, una vieja conocida de la televisión. Feltz, que ocupaba el espacio después de que la anterior presentadora, Sangita Myska, fuera retirada de antena, terminó abruptamente nuestra entrevista después de pasar casi diez minutos legitimando las acciones de lo que ella llamó “manifestantes furiosos”. Dijo que se habían manifestado contra el hotel por la frustración que les producía que el gobierno utilizara el dinero de los contribuyentes para financiar costosos alojamientos para solicitantes de asilo.

Aunque no me sorprendió del todo, la tendencia observada en diversas plataformas mediáticas es sin duda alarmante. Ese mismo día, en un programa de ITV, el presentador Ed Balls, marido de la ministra del Interior Cooper, atacó a la diputada laborista de izquierdas Zarah Sultana, después de que esta argumentara que los disturbios estaban motivados por la islamofobia y el racismo. Balls interrumpió repetidamente a Sultana para negar la pertinencia del término “islamofobia”, intentando sermonear a una mujer musulmana sin hacer ningún esfuerzo por escuchar o comprender los miedos y luchas cotidianos a los que se enfrentan las comunidades marginadas, que se han visto agravados por estos disturbios de extrema derecha.

Esta situación pone de relieve una cuestión más amplia: la complicidad del periodismo británico en el crecimiento de la violencia. Incluso en momentos críticos en los que es esencial prevenir nuevas tensiones, muchos periodistas incitan al terrorismo de extrema derecha, directa o indirectamente, sin asumir ninguna responsabilidad por el lenguaje y el tono que han adoptado en los últimos tiempos.

En los últimos tres años, el auge de la islamofobia, alimentado por la cadena de derecha GB News, ha puesto de manifiesto la insuficiencia de la normativa vigente para frenar la influencia de algunos periodistas que incitan a la violencia. GB News se ha convertido en un centro neurálgico para los trolls ultraderechistas, al legitimar su retórica y servir de nexo para el discurso del odio, las teorías de la conspiración y la promoción de ideas de extrema derecha. El presentador de GB News y teórico de la conspiración Neil Oliver ha llegado a afirmar que los disturbios están siendo “orquestados” como parte de una conspiración de la élite mundial para imponer la credencial de identificación digital. El organismo regulador de la radiodifusión, Ofcom, ha guardado un llamativo silencio, lo que subraya los peligros del actual entorno mediático.

Lo que nos espera

El auge del terrorismo de extrema derecha en el Reino Unido es una grave amenaza que lleva años gestándose, exacerbada por la complicidad política y periodística. Los paralelismos con la lucha de Grecia contra el neonazi Amanecer Dorado ilustran la trayectoria potencial de la violencia de extrema derecha sin control. El Reino Unido se encuentra al borde de un descenso catastrófico hacia el terrorismo que podría deshacer el tejido de la sociedad.

Nunca se insistirá lo suficiente en la necesidad de leyes antiterroristas integrales contra la extrema derecha. Estas deben abordar con decisión las amenazas tanto físicas como digitales. El papel de los medios de comunicación a la hora de alimentar las ideologías de extrema derecha también exige una regulación estricta para evitar que se siga incitando. No actuar ahora envalentonará a esos grupos, ahondará las divisiones sociales y provocará daños irreversibles.

El Reino Unido debe hacer frente a este terrorismo interno con una determinación inquebrantable, o corre el riesgo de sumirse en un caos y una violencia sin precedentes en su historia reciente. El momento de actuar es ahora, y debe ser implacable en su defensa de la democracia y la protección de las comunidades vulnerables.

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