Claudia Lodesani (MSF) Calais , 1/08/2024
Más de diez millones de personas han sido desplazadas desde el inicio de la guerra en Sudán. En Calais, el 60% de los solicitantes de asilo que intentan sobrevivir en los campamentos son sudaneses. Ni Francia ni Reino Unido los acogen
Refugiados sudaneses en Adré, Chad. / Corentin FohlenEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En Calais, al norte de Francia, al menos el 60% de los solicitantes de asilo que intentan sobrevivir en los insalubres campamentos de la ciudad son sudaneses. Muchos han huido de la guerra civil que estalló en Sudán en abril de 2023.
“Las condiciones de vida en la ‘jungla’ de Calais son terribles”, me contaba Ali. “En seis meses, me han sacado de allí siete veces. La policía viene y se lleva nuestras tiendas. Un día me despertaron a gritos. Nos dijeron que nos fuéramos y tiraron nuestras cosas a la basura. Me quedé allí totalmente paralizado, no podía moverme... Me rociaron con gas lacrimógeno”.
Ali abandonó Sudán en abril de 2023, justo cuando su país se sumía en una cruenta guerra civil que ha provocado el desplazamiento de casi diez millones de personas. Por aquel entonces era solo un alumno de secundaria de 19 años, que huyó para escapar del reclutamiento forzoso. En Calais, adonde llegó meses más tarde tras pasar por todo tipo de penurias, se convirtió en una de las aproximadamente 1.300 personas que sobreviven en campamentos insalubres, en los que apenas cuentan con nada y donde tienen grandes dificultades para conseguir algo de comida o agua.
Como Ali, muchos de los habitantes de los campos de Calais provienen de Sudán y abandonaron el país a lo largo de este último año. Según el derecho internacional, el deterioro de la situación de seguridad y humanitaria en su lugar de origen les debería facilitar la obtención de asilo en territorio europeo. Y, de hecho, países como Francia, Bélgica y el Reino Unido han tomado recientemente medidas para garantizar su protección. Sin embargo, la realidad a la que se enfrentan todas estas personas cada día dista mucho de ser sencilla; afrontan terribles situaciones de violencia y de inseguridad y están sumidos en una enorme incertidumbre ante lo que les espera. La supuesta ayuda que deberían recibir brilla por su ausencia.
“Como sudanés que huye de una guerra, esperaba poder gozar de protección en Francia. Esperaba que el procedimiento de asilo fuera más fácil, pero me siento como si estuviera tratando de escalar los muros de una fortaleza”, decía Ali. “Todas las personas que conozco, mis amigos y otros sudaneses que han solicitado asilo, siguen viviendo en tiendas de campaña en la jungla”.
Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) están presentes a lo largo de la ruta migratoria que siguen los sudaneses como Ali, pasando por Chad, Libia, el mar Mediterráneo, Italia, Francia y el Reino Unido, y son testigos directos de cómo el endurecimiento sistemático de las medidas para blindar Europa sigue provocando muertes a las puertas del continente y dentro del propio territorio europeo.
Huyendo de la guerra en Sudán
Más de diez millones de personas han sido desplazadas desde el inicio de la guerra en Sudán, de las cuales 7,7 millones han encontrado refugio dentro del propio país y dos millones en países vecinos: 700.000 se encuentran actualmente en Sudán del Sur, 600.000 en Chad y otras 500.000 en Egipto. Han huido de la inseguridad y la violencia, así como de la falta de alimentos y agua. A principios de este año, en el enorme campo sudanés de Zamzam, cerca de la ciudad de El Fasher (Darfur del Norte), constatamos unas tasas alarmantes de mortalidad y desnutrición, muy por encima de los umbrales de emergencia. En una población desplazada de unas 300.000 personas, vimos que al menos un niño moría cada dos horas; es decir, unas trece muertes al día. Un par de meses después, entre marzo y abril, confirmamos que un tercio de los niños del campo sufría desnutrición.
Mustafa es un joven sudanés que ahora se encuentra en Calais y que huyó de las masacres étnicas que tuvieron lugar en junio de 2023 en su ciudad natal, El Geneina, en el estado sudanés de Darfur Occidental.
“Recuerdo bien el día que salí de El Geneina. Probablemente fue el peor día de mi vida”, me explicaba Mustafa. “Cuando ves con tus propios ojos a gente, amigos, seres queridos tirados en la calle, muertos o heridos, y ni siquiera puedes ayudarles sin arriesgarte tú mismo a morir, sólo puedes mirarlos y llorar”.
Desde entonces, la familia de Mustafa se ha refugiado en Adré, Chad, a unos 30 kilómetros de la frontera sudanesa. Pero este estudiante, que se estaba formando para convertirse en profesor, sólo se quedó un mes allí. “Chad es un país pobre, y yo quería trabajar, ganar dinero y terminar mis estudios”, afirma con seguridad.
En los campos del este de Chad, el aumento masivo del número de refugiados en un periodo de tiempo muy corto ha generado grandes necesidades humanitarias en todos los ámbitos, desde la sanidad hasta la ayuda alimentaria, en un contexto en el que las comunidades locales de acogida ya vivían en una situación muy delicada. Los campos de refugiados existentes están saturados, lo que ha provocado que más de 100.000 personas estén tratando de sobrevivir en refugios improvisados en la ciudad fronteriza de Adré, donde los equipos de MSF les proporcionan atención médica y agua. En marzo de este año también respondimos a una epidemia de hepatitis E en varios de los campos; una situación que está directamente relacionada con la falta de infraestructuras de agua y saneamiento. Estas condiciones tan duras sin duda contribuyen a que muchas personas decidan emprender el camino hacia otros lugares.
“He oído que la Unión Europea acoge ahora a los sudaneses a causa de la guerra”, nos decía Muntasir, un refugiado sudanés en el campo de Goz Beïda, en el sureste de Chad. “Pero, ¿cómo llego hasta allí? No tengo nada, ni siquiera una libra (sudanesa)”, explicaba.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ofrece a los refugiados sudaneses de estos campos la posibilidad de inscribirse en un programa de reasentamiento en un tercer país. Sin embargo, la realidad difiere mucho de las palabras y el número de plazas que se ofrece para asentarse en países europeos y norteamericanos es extremadamente bajo.
“Algunas personas solicitaron el reasentamiento en 2023 y nunca se lo dieron. La inmigración de forma legal es demasiado difícil”, explica Khalil, un sudanés refugiado en Tina (Chad).
Libia y Túnez: los subcontratistas de la Unión Europea
La situación es similar en Libia, donde sólo 1.100 solicitantes de asilo lograron salir legalmente del país en 2023 gracias a ACNUR. Como más de 40.000 sudaneses desde el inicio de la guerra civil, Ali también pasó por Libia, un destino al que históricamente acudían miles de personas de países vecinos en busca de trabajo.
“Fui a Libia con mi tío”, recuerda Ali. “Nuestra intención era trabajar y vivir allí, porque es un país rico y teníamos posibilidades de encontrar un buen trabajo. Venir a Europa no estaba en mis planes. Sin embargo, la vida en Libia es muy difícil para nosotros... Cuando encontré trabajo, no me pagaban. Y sé de muchos sudaneses que han sido secuestrados y torturados. Los secuestradores llaman a sus familias en Sudán y les piden un rescate... Por eso decidí venir a Europa”.
En abril de 2023, Naciones Unidas publicó un informe en el que documentaba la “práctica generalizada” de la detención arbitraria, el asesinato, la tortura, la violación, la esclavitud y la desaparición forzada en este país, y afirmaba que había motivos para creer que se cometían “crímenes contra la humanidad” contra los migrantes.
Sin embargo, desde 2017, la Unión Europea ha convertido Libia en uno de sus aliados privilegiados en la lucha contra la inmigración. Se han pagado cientos de millones de euros a las autoridades libias, en particular para apoyar a los guardacostas encargados de interceptar a los migrantes en el mar y obligarlos a regresar a Libia, donde son encarcelados en centros de detención. En 2023, 17.025 personas fueron interceptadas en el mar y devueltas a Libia. Ese mismo año, más de 2.500 personas murieron o desaparecieron intentando cruzar el Mediterráneo central, la cifra más alta desde 2017.
El padre de Ismail, otro de los refugiados sudaneses que está en la jungla de Calais, fue encarcelado y torturado en Libia. No logró salir con vida de allí. Ismail tuvo algo más de suerte y consiguió llegar a Europa, pero pagó un alto precio por intentarlo.
“Mi vida era como la de una gacela huyendo de un león”, dice Ismail. “Intenté llegar a Europa desde Libia y fracasé. También fracasé desde Marruecos. Pasé por todo tipo de sufrimientos. Un día me enteré de que muchos migrantes intentaban cruzar por Túnez, así que tomé esa ruta”.
Desde 2023, Túnez se ha convertido en el principal país de salida de las embarcaciones que se dirigen a Italia, debido a la extrema violencia en Libia y al hecho de que en Túnez se pagan cifras sensiblemente inferiores para intentar cruzar el Mediterráneo. En 2023, según ACNUR, el 84% de los sudaneses que cruzaron el Mediterráneo hacia Italia embarcaron en Túnez. En 2022, el 98% lo hacía desde Libia.
Tras el acuerdo de externalización de fronteras con Libia, la Unión Europea firmó en 2023 un nuevo acuerdo con Túnez por valor de 112 millones de dólares, destinado a evitar que los migrantes abandonen el país. Sin embargo, varias organizaciones han alertado de la exclusión y represión que sufren los migrantes subsaharianos en Túnez, que incluye discriminación por el color de la piel, separaciones familiares, violencia física y psicológica, robo y destrucción de bienes, expulsiones, detenciones arbitrarias, desplazamientos forzosos en las fronteras del país y desapariciones.
Al final del camino, políticas europeas mortíferas
Las políticas europeas y nacionales de los países para frenar la inmigración son abusivas y mortíferas. Se suman a los obstáculos económicos, sociales y geográficos, que incluyen cruzar el Sáhara, el mar Mediterráneo, los Alpes y el Canal de la Mancha. Obligan a la gente a tomar rutas más largas y peligrosas, lo que causa miles de muertes. En los últimos años, los países europeos han seguido restringiendo el acceso al derecho de asilo, que se basa en principios de solidaridad y protección consagrados en el derecho internacional.
Una vez que llegan a Europa, las personas que sobreviven a la travesía del Mediterráneo se enfrentan a procedimientos de solicitud de asilo que suelen ser largos y complejos. El llamado Reglamento Dublín III impide a los solicitantes de asilo pedir protección en el país de su elección, a pesar de los vínculos familiares que puedan tener o de la proximidad lingüística y cultural que exista con sus respectivos países, en favor del país a través del cual entraron en la UE. A ello se suman las políticas de exclusión y criminalización de los migrantes, aplicadas por los distintos países europeos por los que pasan.
En 2019, los psicólogos de MSF y de otra organización médica de apoyo a los migrantes en Francia, llamada Comede, advirtieron de las consecuencias tóxicas de la política francesa de negarse a ofrecer protección a los migrantes, incluidas las consecuencias en la salud mental de un gran número de menores no acompañados, que no reciben atención psicológica por parte de los servicios públicos de bienestar infantil. En el espacio de un año, más de un tercio de los 180 menores no acompañados alojados en el centro de día que tenemos en Calais han denunciado haber sido objeto de malos tratos y violencia por parte de la policía en Francia, especialmente en Calais.
Aquí en Calais, los migrantes están atrapados entre dos países, Francia y Reino Unido, y ninguno de ellos desea acogerlos. Los acuerdos de Touquet de 2004 transfirieron el control de la frontera británica a suelo francés, con una creciente militarización de la zona fronteriza, más policía, muros, alambradas, cámaras de vigilancia, detectores de calor y de CO2 para interceptar a las personas que intentan cruzar el Canal de la Mancha. Fruto de esta política de blindaje, decenas de personas pierden la vida cada año intentando llegar al Reino Unido (más de 20 personas, entre ellas tres niños, en lo que va de 2024).
“En Francia no hay ayuda para gente como yo y es complicado conseguir papeles y un trabajo”, me dice Ali. “Estoy seguro de que es mejor solicitar asilo en el Reino Unido, donde puedes recibir ayuda y encontrar trabajo más fácilmente... Eso es lo que me han dicho mis amigos. Sean cuales sean los obstáculos, las leyes o la policía, seguiré buscando un lugar seguro donde pueda conseguir un trabajo y una cama donde dormir”.
Al otro lado del Canal de la Mancha, en colaboración con Médicos del Mundo, gestionamos un servicio de clínica móvil que presta atención primaria a los solicitantes de asilo que están recluidos en un centro de contención masiva de Wethersfield, en la zona rural de Essex. Desde octubre del año pasado hasta abril de 2024, el 74% de los hombres que habían recurrido a nuestros servicios presentaba graves trastornos psicológicos, y el 41% experimentaba pensamientos suicidas, así como actos deliberados de autolesión e intentos de suicidio.
Experiencias como las que relatamos a lo largo de este artículo permiten afirmar que los países europeos deben poner fin a la externalización de nuestras fronteras y aumentar sus cupos de reasentamiento de refugiados a través del mecanismo de ACNUR, así como otras vías de protección complementarias como la reagrupación familiar y los visados de trabajo y estudios. Es sumamente hipócrita que habiliten formas de acceder al asilo en suelo europeo, haciendo que todas estas personas tengan que jugarse la vida como si se tratara de una carrera de obstáculos, y que se pongan los medios necesarios para que puedan acceder al asilo en sus países de origen.
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* Todos los nombres de pila han sido modificados para proteger el anonimato de las personas afectadas.
Claudia Lodesani es responsable de migración de Médicos sin Fronteras en Francia.
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