EFE | 8/03/2016 - 9:29
Una mujer africana. Imagen: Reuters
África come gracias a sus mujeres: ellas producen el 90 % de los alimentos que se consumen en la región y trabajan el doble que los hombres, pero siguen confinadas a los escalones más bajos de la economía y la sociedad.
Una mañana como hoy, la keniana Anne se levanta para preparar el desayuno a su familia entre las sombras. Antes de que cante el gallo, habrá ajustado la corbata del uniforme escolar de su hijo mayor mientras los más pequeños terminan su tazón de avena.
Al amanecer, comienza el trasiego habitual de la mujer africana en el campo: asear la casa, alimentar al ganado, plantar o recolectar.
Por la tarde, se va al mercado a vender sus cereales, bananas o ropa, y cuando anochece vuelve a casa para preparar la cena, de nuevo, en la oscuridad.
Las mujeres como Anne son norma en África: ellas realizan el 70 % del trabajo agrícola y producen el 90 % de toda la comida que alimenta a los africanos, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
A primera vista, el peso económico de la mujer es muy superior al que tiene en otras regiones del mundo, pero en realidad su rol está confinado al sector informal y a puestos de baja cualificación.
De hecho, el número de mujeres africanas empleadas fuera del sector agrícola es el más bajo de todas las regiones del mundo, con solo un 8,5 %.
Y además del campo, ellas se encargan de la casa, por lo que terminan trabajando hasta un 50 % más de horas que los hombres, según el informe de 2015 sobre el índice de igualdad de género del Banco Africano de Desarrollo. Sin embargo, como apunta la institución, "la brecha salarial entre hombres y mujeres es muy grande".
No en vano, el peso de la familia recae en la mayoría de los casos sobre las espaldas de la mujer, a quienes los maridos tienden a abandonar al mínimo contratiempo en cuanto los hijos empiezan a crecer. En Kenia, seis de cada diez mujeres se encuentran en esta situación, según un estudio sociológico.
El débil estatus de la mujer en la economía africana hunde sus raíces en múltiples factores, que empiezan en su limitado acceso a la educación (el 49 % de las mujeres de más de 15 años son analfabetas) y la salud (casi 900 de cada 100.000 morirán al dar a luz).
En muchos países persisten normas sociales que minan la independencia de la mujer, como matrimonios forzados (las chicas se casan en África a los 21 años, con seis años menos que en los países de la OCDE), la poligamia y leyes que prohíben el acceso a la tierra y a créditos bancarios.
Algunas tradiciones repercuten sobre su salud, como la mutilación genital (la sufre el 95 % de las mujeres en Somalia, Eritrea, Guinea o Egipto), que llega a afectar a sus posibilidades de llevar una vida normal, tener un trabajo o alimentar a su familia.
Son costumbres que vetan a la mujer más allá de las puertas de su casa, de sus huertos traseros, y la empujan a la pobreza, la exclusión y el abuso de forma desproporcionada.
Pese a ello, las africanas han logrado abrirse camino hacia la política, y ya representan 50 % de los de cargos de toma de decisiones en el continente.
Ruanda se vanagloria de tener el único Parlamento del mundo con una mayoría femenina, aunque bajo el régimen de Paul Kagame sea una institución meramente cosmética.
Sin embargo, la propia directora de Mujeres, Género y Desarrollo de la Comisión de la Unión Africana, Mahawa Kaba Wheeler, reconocía recientemente que las africanas siguen sufriendo una discriminación significativa en los ámbitos de poder político.
"La cultura africana es eminentemente patriarcal. El control familiar y la toma de decisiones pertenece a los hombres. Y dado que el poder de decisión pertenece a los hombres, la capacidad de hacer política y de influir sobre normas sociales también", explicaba Wheeler.
Desde la cúspide del poder institucional del continente, la UA ha declarado 2016 Año Africano de los Derechos Humanos, con un Especial Énfasis sobre los Derechos de la Mujer. Una apuesta para hacer un poco más visible a la otra mitad del continente.
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