Jose A. Llosa (workforall) 25 de
Julio de
2017 http://ctxt.es/es/20170719/Politica/14094/Trabajo-pobreza-mujeres-jovenes-autonomos-CTXT.htm
J. R. Mora
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Sucede que al hablar de “juego estadístico” contamos con
dos partículas: la primera es el juego, y no conviene olvidar que jugar,
en último término, es un ejercicio de manipulación; la segunda es la
estadística, la autoproclamada diosa de la nueva era social. La unión
del juego y la estadística tiende a confluir en discurso político. Así,
resulta escalofriante la cualidad legitimadora de los porcentajes cuando
simplemente se descontextualizan. No es necesario más que situar el
foco sobre un par de datos convenientes de la Encuesta de Población
Activa para envolver en rigor científico lo que en realidad acaba siendo
una mirada simplista, sesgada y posiblemente malintencionada de la
realidad del trabajo.
El reciente hincapié sobre el descenso del desempleo en
España sirve como ejemplo. Todo un discurso de recuperación económica
sustentado sobre una tasa de paro, un indicador que viene rondando el
18%, que efectivamente desciende respecto a los datos cercanos al 25% de
los últimos años, pero que duplica con holgura la media europea,
situada en el 8,5% en 2016. Hacer discurso de un dato pésimo parece un
juego peligroso, máxime cuando, tal y como indican los últimos datos de
FOESSA, el 70% de familias españolas no ha percibido ninguna clase de
mejoría respecto a su situación durante la crisis.
Las cifras muestran que el trabajo temporal alcanza cifras históricas con una tasa del 26,1%, la más alta desde 2008
En una mesa redonda en la que tuve la suerte de participar
recientemente, el profesor Josep M. Blanch afirmaba que los
occidentales seguimos pensando como trabajadores fordistas aunque
estemos trabajando en precario. Trabajo líquido, casi gaseoso, frente al
sólido trabajo de antaño. Un millennial, continuaba
argumentando, maltrabaja hoy en condiciones de perpetua flexibilidad sin
mayor inquietud, pero, si se le pregunta por su futuro a diez años
vista, describirá el trabajo estable y asentado propio del Estado del
bienestar. Tras el discurso de la recuperación en torno al empleo está
la ilusión de rebobinado al mercado de trabajo estable, lo que ya es
animal mitológico. El problema es que, mientras despertamos de la
ensoñación, los derechos laborales están siendo triturados en un
agresivo proceso de desregulación de las condiciones de trabajo. Y esto
también nos lo muestran las cifras. Las cifras, las mismas que sirven
para dar las buenas noticias por el incremento de la ocupación, muestran
que el trabajo temporal alcanza cifras históricas con una tasa del
26,1% (tasa anual de 2016), la más alta desde 2008. Aquí la tendencia sí
está clara: más del 90% de los nuevos contratos firmados en España son
temporales.
No es necesario realizar un análisis especialmente
profundo para concluir que, tras ese descenso en picado del mercado de
trabajo, la recomposición no tiene como finalidad volver al estatus
anterior, no es “el retorno al Sueño Americano” que promete Trump, sino
que tiene como destino la precarización. La crisis ha servido de
estrategia para amparar una nueva reconversión del mundo laboral, una
más, en este caso diseñada bajo el dogma del empleo de mala calidad y la
precariedad normalizada. Y la cara más extrema de estos nuevos modos de
operar se encuentra en los trabajadores pobres: población ocupada que
vive por debajo del umbral estandarizado de pobreza. Familias que, pese a
contar con puestos de trabajo, sufren una situación económica extrema.
En España nos situamos también a la cabeza en esta cuestión, con un
13,1% de trabajadores pobres; únicamente por detrás de Grecia y Rumanía,
y alejados de la media de la Unión Europea.
Más allá de los fríos números, la cruda realidad nos
presenta a cuatro grupos principalmente afectados por el trabajo en
pobreza. En primer lugar, los jóvenes como termómetro perpetuo de la
incipiente precariedad. Los analistas europeos contemplan perplejos la
alta edad de emancipación de los jóvenes españoles, mientras realmente
nadie se está preguntando por las implicaciones de diversa índole que
esta situación va a generar en un futuro inmediato. Ante la escasa
cantidad y calidad de ofertas de trabajo, seguir viviendo en casa de los
padres se convierte en la única salida para evitar, en muchos casos,
entrar en procesos de exclusión. Eso aquí se sabe bien.
En España, más del 50% de los parados supera los 40 años, fenómeno que se entrelaza con el edadismo y que da lugar a una situación dramática
El segundo caso, también relacionado con la edad, es el
denominado “edadismo”: personas mayores de 45 años que han perdido su
trabajo a raíz de la crisis y descubren lo fatídico del reenganche al
mundo laboral. La recuperación del empleo no pasa por el retorno al
estatus perdido; tras la Reforma Laboral de 2012, las nuevas
oportunidades laborales se dibujan en el mundo de la precariedad. El
sociólogo Robert Castel se refería a este reenganche como “la
desestabilización de los estables”. Lo terrible es que este proceso es
una condena vitalicia. Al mermar la posibilidad de nuevas oportunidades
laborales por encima de los 45 años, y especialmente por encima de los
55, la salida tras el agotamiento de las insuficientes prestaciones por
desempleo pasa por el acceso a pensiones no contributivas, lo que
penaliza sustancialmente la cuantía de la jubilación, condicionando el
resto de la trayectoria vital en la vejez. En España, cabe recordar que
más del 50% de los parados supera los 40 años, fenómeno que se entrelaza
con el edadismo y que da lugar a una situación dramática. No sólo en lo
económico, también en el plano psicológico, pues hablamos de edades de
importantes cargas familiares, que al menos en lo material no se pueden
satisfacer. En estos días, Netflix estrena la segunda temporada de F is for Family,
una serie de animación que narra el desempleo en personas de mediana
edad como consecuencia de la crisis del petróleo. El momento de ese
retrato venido desde los 70 parece especialmente pertinente, porque
expone los procesos de reevaluación personal repetidos en cada crisis.
Sin embargo, la crisis actual tiene sus propias reglas: la
individualidad se ha apoderado del modo de vida y, con los sindicatos
arrinconados, al trabajador actual se le ha convencido de que la
incapacidad de encontrar un trabajo digno queda bajo su responsabilidad.
Su fracaso. Quizá por no estar lo suficientemente formado. O por estar
formado hasta el absurdo y entonces no disponer de las competencias
adecuadas, lo cual es difícil de controlar. O simplemente por no
compartir los valores de las organizaciones, y esto ya no hay quien lo
controle. La desazón de no lograr satisfacer el rol que cada uno se
impone acarrea en último término un proceso existencial con el que es
difícil lidiar, y de ahí emerge el alcoholismo, el consumo abusivo de
psicofármacos, y, como recuerda Ángeles Maestro en Salud mental y capitalismo (Cisma Editorial, 2017), los suicidios en las vías ferroviarias de Madrid de los que nadie habla.
La pobreza en el trabajo está vinculada de manera íntima a los procesos familiares patriarcales
Por otro lado está el caso de las mujeres, que tampoco se
libran de trabajar en pobreza. Trabajadoras o no, sufren el complejo
proceso de la feminización de la pobreza. Centrándonos en el plano
laboral, sabemos que las mujeres son protagonistas de las jornadas
laborales más insólitas, a fin de combinar el trabajo fuera de casa y
las tareas domésticas y de cuidado. El caso de la jornada parcial en
España es un buen ejemplo de esto: el número de mujeres triplica al de
hombres. Lo más alarmante es que los hombres que trabajan en este tipo
de jornada de manera voluntaria lo hacen para mejorar su formación,
mientras que las mujeres lo hacen por motivos relacionados con el
cuidado de familiares. Emerge, una vez más, la muestra de que la pobreza
en el trabajo está vinculada de manera íntima a los procesos familiares
patriarcales, y que, en España, la nula política familiar desarrollada y
destinada a ofrecer apoyo lleva a situaciones tan absurdas como que
tener hijos se pueda convertir en factor de pobreza para una familia.
Por último, nos encontramos con los (llamémosles así)
emprendedores. Uno ya no sabe cómo llamar a los autónomos entre la
colección de neolenguaje que se ha dibujado para impulsar de manera
fraudulenta el mercado de trabajo. La figura del emprendedor se ha
presentado como el héroe del nuevo milenio, apoyado en sus primeros
pasos, claro está, por el Estado, que entiende el mercado de trabajo
como un juego de dominó en el que, impulsando la primera pieza, la del
emprendedor, se logrará activar el resto a continuación. Un mecanismo
infalible… Pero no comprender, o no querer hacerlo, que el problema de
lo laboral es estructural hace que el empujón al emprendedor sea un
empujón al vacío. La realidad tras el neolenguaje del emprendedurismo
muestra el autoempleo como último recurso del que no logra
reengancharse. Así, los trabajadores autónomos tienden a terminar sin
nada y con deudas, reconocidos por la Organización Internacional del
Trabajo como grupo vulnerable al tender a “carecer de protección social y
de redes de seguridad para protegerse frente al descenso de la demanda
económica”, y siendo a menudo “incapaces de generar suficiente ahorro
para mantenerse a sí mismos y a sus familias en épocas de crisis”.
Los datos no dejan lugar a dudas: la salud psicológica de los trabajadores pobres es tan mala como la de las personas en situación de desempleo
En último término, lo amplio de los grupos vulnerables
descritos para el riesgo de convertirse en trabajadores pobres indica
dos cosas: que prácticamente cualquier trabajador puede terminar siendo
trabajador pobre, y que nos encontramos ante una problemática integral y
estructural.
Integral en la medida en la que afecta a la persona a
todos los niveles: económico, social, familiar, pero también físico y
psicológico. Si el éxito del ciudadano pasa por desarrollar una
actividad laboral, pero su desarrollo no le impide salir del riesgo de
exclusión social, el mensaje contradictorio que se fragua en cada
trabajador pobre concluye en un evidente y marcado deterioro de su salud
psicológica. La premisa de que el trabajo proporciona una buena salud
mental, mientras que el desempleo se asocia a la depresión y a otros
trastornos psicológicos pierde el sentido en este caso. Los datos no
dejan lugar a dudas: la salud psicológica de los trabajadores pobres es
tan mala como la de las personas en situación de desempleo, y siempre
claramente peor a la del resto de trabajadores. Miguel Laparra expone,
de forma tan brillante como dura, la implicación integral del fenómeno
cuando afirma que “el fenómeno de los trabajadores pobres es
especialmente llamativo por poner en cuestión algunos de los valores más
básicos de sociedades que se pretenden meritocráticas”.
En definitiva, la existencia de trabajadores pobres
evidencia que algo funciona mal en la sociedad actual y pone de
manifiesto que han quedado anuladas las tradicionales funciones del
trabajo: económicas, de seguridad, de bienestar, de dignidad, de salud
mental, y de ciudadanía. Por todo ello, es preciso dejar a un lado la
obsesión con las cifras de desempleo, pues no son más que una cortina de
humo que nos impide acudir al verdadero problema: la penosa calidad del
empleo generado.
Autor: Jose A. Llosa. Equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo.
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ADEMÁS: La imparable degradación tercermundista del empleo
La Comisión, en su informe 'España 2017', alerta de los altos niveles de desigualdad, pobreza y exclusión social, "conseguir un empleo en España ya no garantiza el salir de la pobreza". ROBERTO CENTENO lunes 31 de julio de 2017, https://blogs.elconfidencial.com/economia/el-disparate-economico/2017-07-31/la-imparable-degradacion-tercermundista-del-empleo-epa-ine-pymes_1422741/
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TAMBIÉN: Publicado: Martes, 1 Agosto 2017 El INE desmiente el optimismo del Gobierno. Se dispara la desigualdad en España.
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