Secuestraban a todos aquellos que
consideraban contrarios al régimen. Les torturaban durante días, semanas
o meses. Luego les drogaban para dejarlos seminconscientes y les subían
engañados en aviones. Cuando sobrevolaban el océano, abrían la
compuerta y les lanzaban desnudos al vacío. Aquello recibió el nombre de
“los vuelos de la muerte”. Por su participación en estas prácticas de la represión militar argentina el excapitán de corbeta Adolfo Francisco Scilingo Manzorro
fue condenado en España a 1.084 años de cárcel por lesa humanidad. Hoy,
cuarenta años después, es un anciano de 71 años que disfruta de la
libertad que le permiten sus permisos penitenciarios escondido en un
pequeño pueblo de la sierra madrileña.
Es media tarde en esta población de varios miles de
habitantes donde casi todo el mundo se conoce.
Vista del pueblo en el que se refugia el represor cuando sale de permisos Javier Martínez
Generalmente los vecinos se saludan por su nombre. Sin embargo, casi nadie en el lugar sabe que entre ellos se halla un activo represor de la dictadura militar que sembró de terror y muerte Argentina entre los años 1976 y 1983. Da la casualidad de que en la pequeña localidad viven varias familias argentinas y Scilingo fue lo bastante conocido en su país como para pasar desapercibido del todo. Han transcurrido muchos años, pero sus cejas oscuras conservan intacta una mirada profunda, casi desafiante.
Vista del pueblo en el que se refugia el represor cuando sale de permisos Javier Martínez
Generalmente los vecinos se saludan por su nombre. Sin embargo, casi nadie en el lugar sabe que entre ellos se halla un activo represor de la dictadura militar que sembró de terror y muerte Argentina entre los años 1976 y 1983. Da la casualidad de que en la pequeña localidad viven varias familias argentinas y Scilingo fue lo bastante conocido en su país como para pasar desapercibido del todo. Han transcurrido muchos años, pero sus cejas oscuras conservan intacta una mirada profunda, casi desafiante.
“Todos los miércoles se hacía un vuelo
y se designaba en forma rotativa distintos oficiales para hacerse cargo
de esos vuelos. Los que el día antes se les elegían para morir, se les
llevaba al aeropuerto dormidos o semidormidos mediante una leve dosis de
un somnífero haciéndoles creer que iban a ser llevados a una prisión
del Sur. Una vez en vuelo, se les daba una segunda dosis muy poderosa,
quedaban totalmente dormidos, se les desvestía y, cuando el comandante
daba la orden, se les arrojaba al mar uno por uno”.
De este modo, con gesto tranquilo, confesó en 1996 sus crímenes Adolfo
Scilingo en una entrevista televisiva de fácil acceso en youtube.
Admitió que participó en al menos dos de esos vuelos en los que arrojaron a 13 y 17 personas,
respectivamente. En el segundo, durante las maniobras, se resbaló y a
punto estuvo de caer al mar junto a sus víctimas de no ser porque uno de
sus compañeros le rescató a tiempo. Dijo que tras aquella experiencia
no volvió a ser el mismo y que se entregó al alcohol. Cuando llegó a
España fue ingresado en prisión.
“Estoy donde tengo que estar, no sólo yo, sino un montón de gente más”, dijo en este caso a TVE.
“Estoy donde tengo que estar, no sólo yo, sino un montón de gente más”, dijo en este caso a TVE.
Corría
el año 1997 y el represor había sido invitado a participar en un
programa de esa cadena, pero en lugar de acudir al plató fue detenido,
interrogado por el exjuez Baltasar Garzón y
encarcelado. Entre las víctimas de aquel periodo se cuentan 600
españoles. Hoy la versión de Scilingo es muy distinta, niega los hechos.
Mayo de 2018,
una tormenta primaveral ha dejado mojadas las calles y las paredes de
piedra de las casas de este pequeño pueblo madrileño. Es media tarde
cuando el exmilitar decide salir de su escondite en el que pasa buena
parte de su permiso penitenciario cuando no está en Madrid visitando a
su abogado. Scilingo camina erguido, pero lento. Avanza a pequeños
pasos. Tan sólo permanecerá a la vista de todos unos minutos. El tiempo
justo para acercarse a una tienda de ultramarinos regentada por
ciudadanos chinos en la que además se venden artículos para mascotas.
Viste
unos pantalones de pinzas color beige, camisa clara y zapatos oscuros.
Lleva unas gafas de ver colgadas sobre el cuello. Compra algo y emprende
rápidamente el camino de vuelta a casa. Son unos cien metros de
distancia. No se detiene a hablar con nadie. No han transcurrido ni diez
minutos cuando vuelve a cruzar una puerta de hierro negro y sube las
escaleras del portal que conducen al primer piso. Allí vive junto a su
mujer, su hija y varios nietos, según los vecinos. Es una casa modesta
en un edificio de color rojizo sobre un supermercado y otros negocios
locales.
Nacido en Bahía Blanca
el 28 de julio de 1946, acababa de cumplir 30 años cuando llegó a la
Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) de Buenos Aires, quizá el más
siniestro de los cerca de 340 centros de
detención y tortura que los militares establecieron por todo el país. Se
incorporó unos días antes de las Navidades de 1976 y desde el inicio
mostró su deseo de integrar el temido Grupo de Tareas 3.3.2.,
el más activo. Tuvo que conformarse con el puesto de jefe de
electricidad y posteriormente con el departamento de automoción. Eso le
permitió conocer muchos secretos de la ESMA.
Según el relato de los hechos probados que recoge la sentencia del Tribunal Supremo, subió en diez ocasiones a la “capucha”,
el último piso del edificio donde retenían en las peores condiciones a
los últimos secuestrados en llegar. Les cubrían la cabeza durante días
para que perdiesen toda noción del espacio y el tiempo, les esposaban y
les tendían en el suelo sumidos en una oscuridad nauseabunda. Hace unos
años se discutió la conveniencia de rehabilitar las paredes de ese
centro, ahora convertido en un museo de la memoria. Se decidió no
hacerlo porque sus muros aún pueden contener pistas grabadas a mano por
alguna víctima durante su cautiverio.
Uno de los edificios del complejo de la ESMA, el centro de tortura más siniestro de la dictadura
En la “capucha” vio Scilingo por primera vez a una embarazada entre los secuestrados. Se llamaba María Marta Vázquez Ocampo. Nunca más se volvió a saber nada de ella. Era habitual que los militares permitiesen dar a luz a las mujeres que llegaban en estado. Luego eran asesinadas y sus hijos entregados a matrimonios afectos al régimen que no podían procrear. Cómo responsable de los vehículos de la ESMA, prestaba aceite de quemar o gasoil para los llamados “asados”, eufemismo para referirse a la incineración de los cadáveres. En la misma sentencia se relata una comida en la que un médico explica a varios comensales, entre ellos Scilingo, que cuando los cuerpos se retuercen durante la incineración, no es que sigan vivos, sino que es una reacción del cuerpo al calor de las llamas. Todo eso era la ESMA.
Scilingo sabía a lo que iba porque fue uno de los 900 oficiales que acudieron a la reunión del cine del Puerto Belgrano en marzo de 1976 convocados por el almirante Luis María Mendía. Allí se les explicó que el objetivo era combatir todo lo que fuera “contrario a la ideología occidental y cristiana”. Se explicaron las líneas generales de la actuación: se actuaría con ropa de civil, operaciones rápidas, interrogatorios intensos, práctica de torturas y sistema de eliminación física mediante vuelos sin destino, si bien la muerte así producida sería "cristiana" puesto que la gente sería previamente narcotizada. Se estaban sentando las bases del llamado Proceso de Reorganización Nacional.
Imagen del edificio en el que vive Scilingo con su familia Javier Martínez
Scilingo ahora huye de los periodistas. Deja que sea su mujer la que abra la puerta de casa para decir que “él ahora no está” o que “no volverá hasta la noche”. Se preocupa de abrir la puerta lo justo y evitar que el extraño pueda ver a su marido en el interior de una casa modesta. El exmilitar rechaza por tanto la invitación de Vozpópuli a participar en este reportaje y poder hablar sobre su arrepentimiento, sus víctimas. Ofrecer algún dato sobre aquella embarazada llamada María Marta Vázquez Ocampo. Evitó una vez más la oportunidad para aportar los nombres de quienes, según dijo, deberían también estar en prisión y nunca fueron detenidos.
En lugar de eso, su mujer
indica que se encuentra tratando de poner fin a su condena que, según
fuentes penitenciarias, termina en 2024. En 2019 ya podría optar a la
libertad condicional. Pero “El Tribunal Supremo se pronunciará pronto, habrá novedades”,
dice su esposa desde el marco de la puerta esbozando una ligera
sonrisa, como si supiera algo que no quiere desvelar. Fuentes jurídicas
informan a Vozpópuli que lo que busca Scilingo es
la anulación de la sentencia, firme desde 2007. Para ello recurre, según
las mismas fuentes, a la desclasificación de informes de la
inteligencia argentina que, a su juicio, le exculpan de los crímenes que
él mismo reconoció ante las cámaras de televisión.
Hace tres años, el diario El País publicó que el juez de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro, había rechazado la petición de Scilingo
de acceder al tercer grado, lo que le permitiría salir a diario de
prisión menos los fines de semana. El magistrado se basaba en que no reconoce
plenamente los hechos por los que se le condenó. Alega el preso que la
sentencia no detalla ni las fechas de los dos vuelos de la muerte en los
que participó ni los nombres de sus víctimas, por lo que de ese modo no
puede dirigirse a nadie para mostrar su arrepentimiento.
Mientras
tanto, disfruta de permisos penitenciarios como el que le mantiene
estos días lejos de la cárcel de Alcalá de Henares donde cumple su pena.
Al estar clasificado en segundo grado penitenciario tiene derecho a
solicitar un total de 36 días al año
repartidos en tramos no superiores a los 7 días. Según las mismas
fuentes, en los últimos años ha disfrutado de 26 salidas, gracias a los
informes favorables sobre su conducta que elabora la Junta de
Tratamiento de la cárcel. Todos ellos los ha cumplido sin incidentes,
una actitud que mantiene dentro de la prisión donde cuenta con un
trabajo remunerado.
Cuando sale del centro
penitenciario acude a su modesta casa de color rojizo. No participa de
la vida del pueblo que en esta primavera empieza a arremolinarse en las
terrazas de la cafetería. El ambiente se mantiene hasta que la brisa del
anochecer procedente de las montañas aun con las cimas nevadas enfría
el ambiente. Su foto actual no resulta familiar
ni en los bares, ni en la panadería que hay cerca de su casa. Tampoco
en la sucursal de lotería, algo así como el centro neurálgico del
municipio. Vive como un fantasma, recluido sin apenas dejarse ver y a
los pocos días regresa a la cárcel hasta su próximo permiso.
Finalizada la dictadura, se creó la
Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (C.O.N.A.D.E.P.), que
culminó su tarea de investigación el 20 de septiembre de 1984,
publicando el 28 de noviembre un informe, conocido como “Nunca más” en
el que se señalaban con precisión 8.961 personas
desaparecidas.
La sentencia del Tribunal Supremo que elevó la pena de 640 años que inicialmente le había impuesto la Audiencia Nacional, recogía el siguiente pasaje:
La sentencia del Tribunal Supremo que elevó la pena de 640 años que inicialmente le había impuesto la Audiencia Nacional, recogía el siguiente pasaje:
“Allí estaba preparada la
gente que iba a volar, a ser ‘trasladada’. El número de personas era 25
o 27. En ese momento les inyectaron la primera dosis de pentotal. Les
dijeron que tenían que estar contentos pues iban a ser pasados al Poder
Ejecutivo Nacional, es decir, iban a adquirir la condición de detenidos
legales lo que conllevaba que sus familiares conocerían de su paradero y
tendrían los derechos inherentes a cualquier detención. Para que lo
celebrasen y como una especial broma macabra les hicieron bailar con música brasileña”.
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