Rafael Poch 4/07/2024
La evolución política del viejo continente demuestra el colapso moral de su sistema
Las elecciones al Parlamento Europeo, las de Francia y Gran Bretaña, ilustran la dimensión de la euromiseria. En el país con la más rica tradición social de Europa, donde la vida casi siempre fue mucho más llevadera y libre que en el resto, se disputa un regreso a Vichy. En la Gran Bretaña de rancia tradición parlamentaria e imperial, el cambio de figuras pronosticado por la derrota conservadora no cambia ni un ápice el asunto. La situación en Alemania, por citar otro país de peso, va en la misma línea. Estamos asistiendo al colapso del sistema político europeo, como ocurrió con la ola parda de los años treinta del pasado siglo.
Incluso en el caso de que en Francia venciera el Frente Popular, no estaríamos ni a mitad del camino. La mitad de ese frente está compuesto por miembros del Partido Neoliberal Unificado Europeo (“socialistas” y verdes), grandes responsables de haber llevado al país a su situación actual. Los Faure, Hollande, Glucksmann, Starmer en Gran Bretaña, Scholz y Baerbock en Alemania, son típicos ejemplares de la “izquierda de derechas”: sostenedores del capitalismo neoliberal, atlantistas y cómplices de la repugnante masacre de Israel. Y hace años que sabemos que no se puede ser de izquierdas si se apoya el belicismo imperial y el orden socioeconómico neoliberal, garantía de injusticia y desigualdad estructural. El resto, la genuina socialdemocracia de la France Insoumise de Mélenchon (ridículamente tachada de “izquierda radical”) está siendo tan demonizada por el periodismo tóxico de los magnates, que incluso si el milagro de una victoria se produjera, el callejón sin salida está servido. Únicamente la aparición de ese “pueblo” que invoca el reclamo “Frente Popular” podría cambiar las cosas en Francia.
En su dramático artículo “¿Quién defenderá a los niños bombardeados y hambrientos de Gaza en las elecciones del Reino Unido?”, Jonathan Cook expone el estado de la cuestión: “En los últimos nueve meses, las bombas israelíes han matado oficialmente al menos a 15.500 niños palestinos, así como a otros 22.000 adultos. El número real de muertos es sin duda mucho mayor. Gaza, bombardeada hasta la Edad de Piedra por un liderazgo político y militar israelí que lleva mucho tiempo prometiendo que su objetivo es la destrucción, perdió hace meses la capacidad de contar adecuadamente sus muertos”.
“Save the Children reveló esta semana que hay otros 21.000 niños desaparecidos, de los cuales se calcula que al menos 4.000 están enterrados bajo los edificios derrumbados”.
“La semana pasada, meses después de que aquel enero en el que su alto tribunal dictaminara la plausibilidad de un genocidio, una comisión independiente creada por la ONU concluyó que, desde el 7 de octubre de 2023, Israel había aplicado en Gaza ‘una estrategia intencionada para causar el máximo daño’, incluido ‘un ataque intencionado y directo contra la población civil’ que equivalía a una política de ‘exterminio’. Chris Sidoti, investigador de la ONU, declaró que su investigación había demostrado que el ejército israelí es ‘uno de los ejércitos más criminales del mundo’”.
“Los crímenes de guerra cometidos por Israel contra niños no tienen parangón en los tiempos modernos, y superan a los cometidos el año pasado en la República Democrática del Congo, Myanmar, Somalia, Nigeria y Sudán juntos”, dice Cook.
“Israel”, continúa, “lleva décadas ocupando Gaza y 17 años bloqueando el enclave, negando a los niños de allí lo esencial de la vida, la libertad y una infancia. Israel los ha dejado, junto con sus familias, pudrirse en lo que ha equivalido a un gigantesco campo de concentración. Ahora, los está matando de hambre colectivamente dentro de su jaula después de que Hamás se sublevara en una brutal revuelta de un día el 7 de octubre. Los niños de Gaza están siendo castigados por la negativa de Hamás a seguir sirviendo indefinidamente como guardias de campos de concentración”.
Lo que Cook describe representa el principal escándalo internacional y humano de lo que llevamos de siglo. Pero no es tema para las elecciones que se celebran en Europa. No lo es para el nuevo directorio de guerra no electo, con la incompetente pero fiel a Estados Unidos Ursula von der Leyen al frente, el socialista Antonio Costa de comparsa y la estoniana Kaja Kallas dirigiendo una política exterior euro-americana que apoya el loco proyecto de Brzezinsky de disolver Rusia en diversos estados. Tampoco lo ha sido para los políticos laboristas apoyados por Murdoch que ganarán las elecciones. Su partido expulsó a su anterior líder, Jeremy Corbyn, precisamente por defender los derechos de los palestinos. Fue acusado de “antisemita” de la misma forma en que lo es en Francia Jean-Luc Mélenchon, por el mismo delito y la misma corrupta toxicidad mediática. Para la mitad del “Frente Popular” francés ese escándalo tampoco es tema, más allá de la mera declaración de condena de las “masacres terroristas” de Hamás y del ritual llamamiento a “imponer un alto el fuego inmediato” y a respetar “la ordenanza de la Corte Internacional de Justicia que evoca sin ambigüedades un riesgo de genocidio”.
Es importante que no ganen los neofascistas de Vichy en Francia, pero eso no remediará la actual euromiseria expuesta por toda esa galería de políticos cómplices de la gran masacre de Palestina. Cada vez se hace más claro que la Unión Europea, ese conglomerado de viejas potencias coloniales y países periféricos, todos ellos vasallos del imperio de Estados Unidos, gobernado por la Comisión, la OTAN y el Banco Central Europeo, forma parte del problema. Su enfermedad es irremediable. Su evolución demuestra el colapso moral de su sistema político. El contraste entre su discurso de valores y democracia y su miserable realidad es tan crudo y flagrante para el resto del mundo que permite cuestionar su pretendida superioridad moral sobre las denostadas oligarquías sociales de Rusia y China, contra las que se arma en busca del tercer gran incendio bélico.
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