Fernando Broncano R - 18/12/2015
http://ctxt.es/es/20151216/Firmas/3433/20D-Podemos-15M-Pablo-Iglesias-Espa%C3%B1a-Tribunas-y-Debates-Elecciones-20D-%C2%BFGatopardo-o-cambio-real.htm
Pablo Iglesias, por Luis Grañena
17 de
Diciembre de
2015
"Después de lo que hemos conseguido, podemos ceder el
testigo a las fuerzas políticas ya existentes, sumándonos a ellas, o
jodernos la vida apostando por nuestra hipótesis. ¿Qué hacemos?". Muchos
recordamos esta pregunta de Iñigo Errejón en la casa de Jorge Lago
algunos días después de la extraordinaria irrupción de Podemos en el
paisaje político español. Tras lograr de golpe la hazaña de conseguir
cinco eurodiputados en las Elecciones Europeas de 2014, el secretario
político y director de campaña de Podemos nos instaba a tomar una
decisión que inevitablemente iba a afectar a nuestras vidas. "Si os
fijáis en las fotografías de los grupos que se encuentran en estas
encrucijadas -prosiguió- observaréis una diferencia importante con el
paso del tiempo: la gente aparece extremadamente envejecida, muy
cambiada, pero a peor. La política destroza, máxime en una situación
como esta". Recuerdo que absolutamente nadie se mostró inclinado a la
primera opción. Alguien podría interpretar esta decisión como el típico
elogio viril y sacrificial del militante político, pero es más bien lo
contrario: habla de esa extraña pasión, como suele comentar José Mujica,
que resulta incomprensible a quienes son incapaces de entender que una
vida plena no solo se vive en primera persona.
Hemos vivido muchas cosas en estos dos años desde que
entró en escena Podemos. Podríamos resumir esta apasionada marcha a la
luz de una cita apócrifa de Schopenhauer, que algunos también atribuyen a
Gandhi. Según ella, una idea ganadora pasa por tres fases: una
ridiculización inicial; un segundo momento definido por una aversión
violenta; y, finalmente, si logra resistir, por la incorporación
definitiva en el sentido común de la época.
Desde que la hipótesis de cambio de Podemos inició su
andadura hace casi dos vertiginosos años con el manifiesto "Mover ficha:
convertir la indignación en cambio político", siempre se tuvo en cuenta
que la meta era acudir a las Elecciones Generales de 2015 con voluntad
ganadora y reescribir, con insolencia y descaro, el guión previsto en el
que cómodamente se había instalado la Izquierda tradicional de cara a
su futuro inmediato. Por la falta de comprensión de esta a los nuevos
corrimientos de tierra sociales producidos por la crisis, habíamos
aprendido del 15M que era preciso algo más que verter el vino nuevo en
esos odres viejos y que, tras las crisis, la nueva geografía social
necesitaba una nueva gramática política que pudiera roturar de otra
forma el terreno. Ni la consigna del "poder popular" de la multitud -que
aún sigue hoy leyendo la coyuntura desde estas premisas-, ni la
acumulación de fuerzas en lo social, ni la apelación mágica a "las
clases trabajadoras" estaban desbloqueando la situación de bipartidismo.
Es más, el ciclo de movilizaciones del 15M para muchos estaba ya
agotándose: la indignación no tenía quien la contara, al menos a una
escala mayoritaria y en la disputa mediática por el sentido.
Por ello, la primera reacción de muchos, tanto de la
izquierda como de la derecha, ante ese "intruso" que proponía, según la
fórmula de Ernesto Laclau, "patear el tablero" fue la del escepticismo,
si no la de la ridiculización: era una posición estrafalaria, según
ellos, la de entender que había espacio para una fuerza política que
apostara por jugar en un terreno tan ambivalente, dispuesta a mancharse
con materiales tan innobles; otros, reacios a comprender cómo en
sociedades de masas débilmente politizadas los liderazgos son
catalizadores políticos indispensables, tachaban de un plumazo el
proyecto como un simple "cesarismo" de clases medias. Desde entonces,
sin embargo, ninguna formación política en España ha obtenido, con tan
escaso margen para organizarse, un éxito tan fulgurante a pesar de
encontrar tantos obstáculos. Al reto de construir una estructura
prácticamente desde la nada se sumaba un calendario electoral endiablado
que, como era natural, fue, manejado por los adversarios para que les
fuera más favorable.
Y cuando estábamos poniéndonos las zapatillas, corriendo y
atándonos los cordones a la vez, empezaron los virulentos ataques: el
intruso aparecía ahora como un enemigo antisistema, aliado de
"bolivarianos", "terroristas" de toda calaña y "radicales", que debía
ser convenientemente desenmascarado para cantar las alabanzas de un
búnker, el del Régimen del 78, que, aun dando evidentes síntomas de
erosión, no debía ser cuestionado, sino reconocido y apuntalado.
Apretamos los dientes y aguantamos. Hoy, a punto de tener lugar la gran
cita del 20D, todo el mundo conviene en que el escenario político y
social español es muy diferente. De intruso hemos pasado a “fuerza
emergente”. Desde entonces, hemos llegado a ver cambios tan poco
habituales como la abdicación de un rey, la dimisión de un veterano
líder del PSOE como Alfredo Rubalcaba; hemos presenciado el crecimiento
de ese "Podemos de derechas" que requería, con elocuente desparpajo, el
IBEX 35; hemos visto la caída de otrora "intocables" como Rodrigo Rato,
pero también hemos visto recompensado el esfuerzo de tantos Círculos,
militantes y simpatizantes propiciando históricas -y estéticas-
conquistas en comunidades y en los "ayuntamientos del cambio". No todos
estos cambios han sido solo originados, por supuesto, por Podemos, pero
con Podemos estas transformaciones del sentido común de época están
abriendo ya una brecha irreversible a través de un proceso de
aprendizaje colectivo preñado de futuro. De la ridiculización a la
normalización, ciertamente.
Una "normalización" que no tiene tanto que ver con el giro
a la "moderación" de Podemos, algo inevitable a tenor de la exigencia
de realismo que debe contraerse con la ciudadanía cuando existen
responsabilidades de gobierno -véase nuestro programa-, como con el
hecho de que el resto de los actores políticos y medios ya no pueden
dejar de vernos como un actor solvente en el paisaje institucional y un
motor de los cambios culturales que están aconteciendo en el régimen de
atención de lo que puede verse o no, lo que es relevante o irrelevante.
El retorno a lo político por parte de grandes sectores sociales tras
años de cinismo consensuado y la forma en la que otras formaciones
políticas mimetizan nuestras propuestas o mensajes son datos elocuentes
al respecto.
Sin embargo, en esta encrucijada, Podemos no puede ni debe
ser un partido más. El otro día en el debate a cuatro, Pablo Iglesias
terminaba su intervención apelando a la memoria. Y, significativamente,
fue el único candidato que invitó a no olvidar lo sucedido en España en
los últimos tiempos. Mientras los discursos de todos los demás buscaban
en mayor o menor medida mirar el futuro entendiendo lo ocurrido como un
accidente transitorio, solo el suyo subrayaba la necesidad de construir
nuestro futuro aprendiendo de lo que (nos) había pasado, enfocando el
relato sobre cómo el shock de la crisis había desnudado también a los
poderes que han usado la coartada de la crisis para condenar a la
ciudadanía a la impotencia, conquistando posiciones de privilegio.
Mientras los demás, en mayor o menor medida, nos invitaban a que
huyéramos hacia adelante, incluso a seguir confiando en los mismos
pirómanos que han desencadenado nuestros incendios, él apelaba a una
detención, una suerte de paso atrás: todos nuestros dolores particulares
y colectivos no pueden olvidarse a riesgo de seguir encerrados en el
mismo círculo vicioso. Que toda esta marea de ilusión venga además
liderada por el protagonismo de mujeres de tanto prestigio social como
Mónica Oltra o Ada Colau refuerza el compromiso por construir no solo
una nueva mayoría social consciente del carácter plurinacional de
nuestro Estado, sino también por introducir gestos y actitudes que
conviertan la “feminización de la política” en una matriz cultural de
cambio profundo.
Esa son las razones por las que Podemos es hoy el espejo
en el que se miran las fuerzas de cambio en Europa y el mundo. El
intruso ha llegado para quedarse.
Autor: Germán Cano
-
Es consejero estatal por el área de cultura de Podemos y candidato al Senado por Madrid, profesor de filosofía contemporánea en la UAH.
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