Marchas de la Dignidad Granada · ctxt.es Joan Benach 22/07/2020
Realizar encierros extremos sólo puede servir
como “solución final”. En España ha sido la alternativa a una salud
pública enormemente débil, sin capacidad para vigilar, educar, prevenir y
actuar
La pandemia ha mostrado nuestra radical fragilidad como especie, pero
también numerosas insuficiencias e hipocresías sociales. Hemos visto el
trabajo “esencial”, pero enormemente precarizado, de muchas mujeres,
migrantes, obreros y jóvenes en el área de cuidados, el comercio o la
industria alimentaria cuyos trabajos antes se etiquetaron de “poco
cualificados” para así justificar unos sueldos muy bajos y unas malas
condiciones de trabajo. La pandemia ha revelado también la crucial
importancia de la sanidad pública y de sus profesionales. Pero no basta
con que éstos reciban aplausos y premios, o escuchar hipócritamente que
son “héroes”, o que la sanidad es muy importante; las palabras valen de
muy poco si no se convierten en hechos. Para ello, hay que transformar
profundamente una sanidad pública subfinanciada, recortada,
mercantilizada, hospitalocéntrica y medicalizada, en una sanidad
construida en torno a la atención primaria y comunitaria, los servicios
sociales, y una atención centrada en la integralidad psicobioecosocial
humana y menos en la biomedicina y la tecnología. Si los actuales
servicios sociosanitarios públicos son débiles, ¿qué decir de la Salud
Pública? Recordémoslo las veces que sea necesario: la “Salud Pública” no
es lo mismo que la “Sanidad Pública”. Ésta última trata de
diagnosticar, curar o rehabilitar las posibles secuelas de enfermedades
como la covid-19 o tantas otras, así como también ayudar al bien morir.
En cambio, la salud pública tiene como objetivo prevenir la enfermedad,
así como proteger, promover y restaurar la salud de toda la población.
Unos pocos ejemplos de esa ingente e imprescindible tarea son la
necesidad de mejorar la salud del medio laboral, la salud ambiental o la
salud mental, el construir una potente y efectiva red de vigilancia
epidemiológica, o actuar eficazmente ante los determinantes sociales de
la salud para así reducir las desigualdades. Sin embargo, para hacer
frente a objetivos de tanta importancia y dificultad, los recursos
actuales de la salud pública son ínfimos y su visibilidad social casi
inexistente. ¿Por qué? Por una parte, porque tenemos una salud pública
débil, desmantelada y nunca desarrollada, cuya financiación es muy
escasa. Pensemos que en nuestro medio los recursos de salud pública
apenas si representan menos del 2% del presupuesto de salud (y buena
parte de ellos se destinan a las vacunas), y que la formación y número
de especialistas disponibles es muy limitado. Por otro lado, la salud
pública tiene poca visibilidad, ya que uno de sus objetivos
fundamentales es analizar y prevenir problemas cuyo impacto no es
inmediato. Cuando aparecen nuevos brotes se tienden a generar acciones
“curativas”, perceptibles y necesarias, como aumentar el número de
camas, la disponibilidad de plazas en las UCIs, o crear hospitales de
campaña. Sin embargo, muchas acciones esenciales de salud pública no
ofrecen ganancias económicas, políticas o sanitarias directas y
tangibles, por lo que con gran frecuencia quedan injustamente olvidadas o
pospuestas. ¿Es eso sensato? Si alguien señalara que limpiar un bosque o
disponer de un parque bien equipado de bomberos no es algo rentable
porque en este momento no hay incendios, eso podría parecernos un
sinsentido (...)
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OTRA COSA: “Los apicultores estantes somos importantes. Ya casi no quedan abejas silvestres”: Alejandro de la Hoz
OTRA COSA: “Los apicultores estantes somos importantes. Ya casi no quedan abejas silvestres”: Alejandro de la Hoz
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