Ignacio Echevarría 4/12/2024
La andadura de CTXT testimonia una pequeña pero aleccionadora épica de lo posible, que asume la propia desventaja en la correlación de fuerzas y que, a pesar de eso, persevera tozuda y hábilmente por abrirse camino
Autónomo
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Llegué tarde a CTXT, la revista que se jacta de llegar tarde. Tarde me enteré de su andadura, y más tarde aún me incorporé a su equipo, de la mano de Guillem Martínez. Él hizo de puente entre Miguel Mora y yo, y Miguel, como quien no quiere la cosa, me propuso hacerme cargo de la sección de cultura de la revista. Mientras pensaba en cómo escurrir el bulto –yo, que nunca he sabido cómo decir NO–, el gusanillo de la curiosidad y de las fantasías animadas de ayer y de hoy fue trabajando, y pronto empecé a flaquear. La manera que encontré para engañarme a mí mismo fue buscarme un compañero de apuros y fatigas, que en esa situación no podía ser otro que Gonzalo Torné. Por fin íbamos a poder poner en práctica tantas ideas peregrinas y a menudo delirantes que iban surgiendo, al calor de las risas, en nuestras conversaciones. Gonzalo accedió, Miguel también, y así nació El Ministerio, título irónico que pusimos a la sección naciente, recordando que por entonces no había Ministerio de Cultura propiamente dicho, dado que Rajoy, como antes Aznar, lo había reducido a una Secretaría, dependiente del Ministerio de Educación.
Corría el año 2017 y desde entonces, con la tolerante y resignada aquiescencia de Miguel, jugamos Gonzalo y yo a pasarnos el uno al otro la patata caliente de empujar lo que, en los momentos de mayor euforia, aspiramos todavía a que constituya un laboratorio de fórmulas, retóricas y contenidos con que renovar el periodismo cultural, pero que, sobre el papel –o en la pantalla, mejor–, apenas alcanza a ser, más humildemente, una plataforma siempre en rodaje desde la que se emiten contenidos culturales a menudo poco homologables con los que llenan las secciones culturales de la prensa más conspicua.
Pero no es esta la ocasión de discurrir sobre El Ministerio, sino de celebrar que una iniciativa como la de CTXT, que lo ampara, venga aguantado, de momento, diez años. ¡Diez años! Toda una eternidad para una empresa aparentemente quijotesca. Todo un logro para una revista radicalmente independiente, feminista y de izquierda, de decidida vocación crítica e interpeladora, que se propone confrontar tanto los hábitos de pensamiento de los lectores como las conductas y las rutinas más asentadas del periodismo informativo y de opinión.
En los años que llevo embarcado en CTXT, así sea en una posición esquinada, con funciones de contramaestre, he aprendido algunas cosas de provecho a las que concedo un importante valor. La primera de ellas es –puestos a continuar el manido símil– la de sentirme parte de una tripulación. Para mí es un sentimiento todavía nuevo, dado que tiendo a establecer y a mantener una calculada y aséptica distancia con las empresas con las que colaboro, siempre como trabajador autónomo. En el caso de CTXT, sin embargo, y a pesar de que apenas pongo rostro a la constelación de nombres que constituyen su núcleo duro –su directorio, su centro de operaciones y su redacción–, he sido ganado por un sentimiento de pertenencia que tiene hilos de naturaleza simpática, afectuosa, temperamental e ideológica.
Por otro lado, percibo CTXT como una utopía en marcha. Su andadura testimonia una pequeña pero aleccionadora épica de lo posible, que asume la propia desventaja en la correlación de fuerzas y que, a pesar de eso, persevera tozuda y hábilmente por abrirse camino sirviéndose de las grietas y rendijas que todo sistema tiene, por muy blindado que esté.
Recién he sabido cómo germinó el proyecto, cómo se gestó y cuáles fueron sus comienzos. Lamento no haber estado allí desde la primera hora. Pero desde la lejanía me digo que, si las utopías tienen alguna posibilidad de resistir y acaso prosperar, sólo puede ser, como en el caso de CTXT (y conformémonos de momento con lo de resistir, pues lo de prosperar lo veo más crudo), echando mano del entusiasmo propio y de las propias convicciones, sobreponiéndose gramscianamente al pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad, liando a familiares y amigos, a los viejos camaradas y a los sospechosos habituales, atrayendo a las inmensas minorías y tejiendo, más que una red, una estructura arborescente que, como esos arbustos canijos en las intemperies más inclementes, emplean varios nudos de raíces por cada rama que esforzadamente crece y aguanta, a despecho de los huracanes.
Por muchos años.
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Ignacio Echevarría, crítico literario, coordina El Ministerio con Gonzalo Torné desde 2017.
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