Ona Falcó Barcelona-
Hablamos con la activista pacifista y exdiputada de la CUP en el Parlament de Catalunya, que actualmente preside el Consell Català de Foment de la Pau.
La trayectoria de Gabriela Serra (Mataró, 1951) habla por sí sola. Maestra, activista, miembro de las Brigadas Internacionales de Paz en Guatemala entre 1987 y 1989 —y de muchas otras organizaciones pacifistas y defensoras de los derechos humanos—, exdiputada de la CUP en el Parlament de Catalunya (2015-2017) y, desde 2020, presidenta del Consell Català de Foment de la Pau. Cita a Público en una cafetería del centro de Santa Coloma de Gramenet a última hora de la mañana, ya que por la tarde participará en una manifestación en el puerto de Barcelona para exigir el fin del comercio de armas con Israel. La misma causa por la que llevó a cabo una huelga de hambre en febrero de 2024. Para ella, la lucha y la resistencia son un estilo de vida.
La entrevistamos en pleno debate sobre el rearme europeo, para entender cómo hemos llegado a este punto y reflexionar sobre el papel del movimiento pacifista catalán, imprescindible en un contexto dominado por el miedo y el discurso militarista. Serra no se anda con rodeos: defiende la paz con firmeza y señala cómo la normalización del militarismo se ha convertido en una herramienta de control social.
Los gobiernos europeos han aceptado entrar en una especie de espiral armamentista e incrementar significativamente el gasto militar. ¿Cree que, en parte, lo pueden hacer porque no hay grandes movilizaciones en contra en la calle?
Ojalá fuera por eso, pero no. En este país hemos visto movilizaciones masivas que no han servido para nada. Cientos de miles de personas protestaron contra la guerra de Irak y no se detuvo. Lo mismo pasó con el referéndum sobre la entrada en la OTAN. El militarismo ha crecido porque estamos en una de las crisis del capitalismo, esta vez más aguda. Hasta ahora, las crisis tenían que ver con la contradicción Este-Oeste, con una política de bloques. Teníamos bandos muy definidos, pero desde la caída del Muro de Berlín nos quedamos sin un enemigo claro. Ya no hay buenos contra malos, porque Putin es tan neoliberal como Trump.
El militarismo ha crecido porque atravesamos una crisis aguda del capitalismo
El motivo principal de las guerras es repartirse el poder en el mundo. Lo que antes se veía como una batalla entre el bien y el mal, ahora es una lucha entre dos formas distintas de desarrollar el capitalismo. No se discute un modelo ideológico, sino quién se queda con la hegemonía global.
¿Por qué ha ganado tanto terreno el discurso militarista?
Porque los recursos naturales se están agotando, y la economía digital y la informatización necesitan materiales que van más allá del petróleo y el carbón. Para dominar hay que tener acceso a lo que llaman tierras raras, como el manganeso o el litio. Ese es el gran conflicto entre Estados Unidos y China. El sistema ha tenido poder, fuerza e inteligencia para preparar el terreno. Nada de esto pasa de la noche a la mañana, y el movimiento pacifista no desaparece de golpe porque decide que ya no quiere hacer nada. Está ligado a políticas que se impulsan desde los medios, los gobiernos y las grandes empresas. Hace años que la caída de las reivindicaciones coincide con la extracción de nuevos minerales.
¿Considera que el movimiento pacifista catalán se ha debilitado?
Sí, está en una fase de reorientación. Como decía, antes era más fácil distinguir entre buenos y malos. No se puede entender la fuerza del movimiento anti-OTAN sin el antiimperialismo y la influencia de los movimientos populares y revolucionarios de América Latina y Central. España salía de una dictadura y rechazábamos Estados Unidos porque representaban un imperio. Lo mismo pasó con la guerra de Irak. Sin ese elemento, el movimiento no habría sido tan potente.
El movimiento pacifista no ha desaparecido, pero está en una fase de reorientación
Las manifestaciones actuales en defensa del pueblo palestino no son ni de lejos tan multitudinarias. ¿Ha perdido fuerza la protesta social?
En comparación, las protestas contra la guerra en Ucrania y la invasión israelí de Gaza son pequeñas. En el caso de Ucrania, volvemos a lo mismo: no hay un enemigo tan identificable. Rusia se ha sentido amenazada por las bases de la OTAN y porque Europa y Estados Unidos no han cumplido los acuerdos firmados tras la caída del Muro. Ucrania, por su parte, tiene razones clarísimas para responder.
Sobre Gaza, en Catalunya hay mucha gente proisraelí. Durante años, personas de Convergència —como Pilar Rahola— mandaban a sus hijos a los kibutz, las comunidades que Israel creaba en tierras palestinas. Existía esa metáfora del pueblo que recupera su tierra. Y mucha gente reconocía los derechos del pueblo judío tras haber sufrido un genocidio en la Segunda Guerra Mundial. En Barcelona sabemos que la comunidad judía ha presionado políticamente. Y también hay un punto de racismo. Unos son los moros; los otros, el pueblo elegido.
Todo esto se mezcla con la continua insistencia de la necesidad de defensa. Desde hace años, las fuerzas políticas españolas han intentado diluir el concepto de paz y antimilitarismo, promocionando las virtudes del ejército. La pandemia fue un ejemplo claro de la defensa en contra de las libertades. Y ese es el meollo del debate: se prioriza la seguridad por encima de la libertad. Pero no hablamos de seguridad alimentaria, sino de tener armamento. El tridente "defensa, seguridad y militarismo" es tremendo. Se ha utilizado el miedo para justificarlo.
La pandemia fue un ejemplo de la defensa en contra de las libertades
Según el último barómetro del CEO, el 70% de los catalanes teme que pueda estallar una guerra en los próximos años. ¿Cómo se ha instaurado esa percepción de amenaza externa?
Se ha inducido. Todo el rato escuchamos que los suecos, lituanos o estonios están muy preocupados por una invasión rusa. Rusia nunca ha hablado de eso, ni tiene capacidad militar para hacerlo. Es surrealista que Suecia haya vuelto a imponer el servicio militar obligatorio. Y lo harán también el resto de países europeos. En España, el servicio está suspendido, no anulado. Con un simple decreto, se puede reactivar. Tiene un coste, pero es viable y no requiere debate parlamentario.
Y pedir a la población que prepare un kit de emergencia solo alimenta el alarmismo.
Todo esto alimenta el miedo. Se trata de crear enemigos. Y mientras tanto nos hablan de comprar armas como si estuviéramos en El Corte Inglés. Esas armas tan sofisticadas se tienen que construir y necesitan materias primas, que resulta que están en Ucrania, en África, y ahora también se están investigando en algunas partes de España. Entonces, ¿de cuándo estamos hablando? ¿De qué guerra
Exacto. ¿De qué guerra?
Con o sin guerra física, la guerra comercial y por la hegemonía continuará. Las crisis y el cambio climático irán a más, con consecuencias económicas muy duras. Necesitan una población pacificada, obediente, normalizada y controlada. Y eso solo se consigue si hay una excusa para recortar libertades.
Para tener una población obediente, hace falta una excusa para restringir libertades
No podemos entender el militarismo desligado del ejercicio del poder. Las guerras no se hacen para enriquecer a las industrias armamentísticas; se hacen para conquistar territorio y mantener la hegemonía, y para eso se necesitan armas. Ninguna guerra se improvisa. Ni siquiera la de Ucrania. Putin llevaba planeando esa invasión desde 2014.
Si una cosa ha demostrado la historia, es que tener más armas no significa tener un mundo más seguro. ¿Se parte de una idea obsoleta de la seguridad, que no incluye ni la adaptación al cambio climático ni los derechos fundamentales?
La defensa no es sinónimo de seguridad. La seguridad humana implica tres cosas: primero, mantener la vida (alimento, techo, transporte, ropa). Segundo, dignidad; ser reconocido como persona, como religión, como etnia o profesión. Y tercero, libertad en el sentido de tener capacidad para proyectar una vida. Si queremos garantizar esos tres niveles en todo el mundo, hay que redistribuir la riqueza. Pero el capitalismo no lo permite. Para tener un móvil de última generación hacen falta expropiaciones y extracción de recursos. Y no hay para todos. Así que, ¿cómo acaba esto? Con una batalla para controlar aquellos lugares que me permiten mantener mi poder y seguir explotando.
La seguridad humana implica el mantenimiento de la vida, dignidad y libertad
¿El aumento del militarismo va de la mano del auge de la extrema derecha? ¿Hace falta una oposición más firme desde la izquierda?
Por supuesto que van de la mano. Esta época me recuerda al período de entreguerras. En la Primera Guerra Mundial, la izquierda tenía un papel importante. Había una izquierda fuerte en Alemania, en Italia… Pero todo eso fue arrasado en el proceso de reconstrucción de una Europa destrozada. Y entonces empezó el discurso del fervor nacionalista: “Nosotros primero, el malo es el judío”. No era toda la verdad, pero funcionó como relato. Ese mensaje directo no necesita muchos argumentos. En cambio, la izquierda siempre ha tenido un discurso menos claro. Hoy la extrema derecha vende el mensaje de que la culpa la tienen los inmigrantes y el feminismo.
¿Por qué la izquierda no tiene un mensaje tan claro?
Primero, porque hoy en día es difícil definir qué es exactamente la izquierda. Yo no considero que el actual Gobierno sea de izquierdas. Además, creo que la izquierda no supo leer ni analizar bien las consecuencias de la caída del Muro de Berlín. No fuimos capaces de analizar las estrategias que el poder tenía para colonizarnos mentalmente. Con esto soy bastante radical: el consumo ha sido uno de los pilares de la destrucción de la conciencia de clase.
El consumo ha sido clave en la destrucción de la conciencia de clase
¿A qué se refiere exactamente?
Se ha transformado la idea que teníamos de clase explotada por los intereses del capital y las políticas neoliberales. Es cierto que aquí la vida ha mejorado, pero que les pregunten a mis amigos sudamericanos o al pueblo africano cuál es el precio que están pagando por nuestro bienestar y nuestra tecnología.
Para terminar, hemos hablado del auge del militarismo, pero no de cómo combatirlo desde el pacifismo. ¿Qué se debe hacer?
Esa es la pregunta clave. Hace falta coherencia y repensar cómo conectar con la gente. Hay que encontrar nuevas formas de llegar y decir las cosas tal como son. La derecha separa los temas: feminismo, guerra, cambio climático. Pero en realidad está todo relacionado. Tenemos que ser capaces de explicar esa interrelación, porque ellos sí tienen un discurso muy claro.
Además, debemos exigir que la educación para la paz entre en las escuelas, y, por tanto, en los planes de estudio de la universidad. No se puede pedir a los docentes que hagan una educación basada en la mediación y el diálogo si antes no se les han dado las herramientas necesarias para enseñar eso.
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OTRA COSA: CTXT. Miguel Hernández: rayo que aún tirita, de Miguel Ángel Ortega Lucas
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