Muchos de quienes claman hoy por el consenso y la generosidad
 de la Transición, no han sido capaces de dejar en el Boletín de las 
Cortes plasmado su rechazo hacia quienes promovieron la guerra
Reparar a las víctimas y educar a la ciudadanía en el rechazo al franquismo son las medidas más importantes que se pueden tomar con respecto a ese pasado traumático
    Emilio  Silva 16/07/2016 http://www.eldiario.es/zonacritica/julio_6_537956207.html Reparar a las víctimas y educar a la ciudadanía en el rechazo al franquismo son las medidas más importantes que se pueden tomar con respecto a ese pasado traumático
El 23 de septiembre de 1939, el dictador Francisco 
Franco dictó una ley que consideraba “no delictivos determinados hechos 
de actuación político social cometidos desde el catorce de abril de 1931
 hasta el dieciocho de julio de 1936”. En el artículo primero se dice: 
“Se considerarán no delictivos los hechos que hubieran sido objeto de 
procedimiento criminal por haber sido calificados como constitutivos de 
cualesquiera los delitos contra la constitución, contra el orden 
público, infracción de las Leyes de tenencia de armas y explosivos, 
homicidios, lesiones, daños, amenazas y coacciones y de cuantos con los 
mismos guarden conexión, ejecutados desde el catorce de abril de mil 
novecientos treinta y uno hasta el dieciocho de julio de mil novecientos
 treinta y seis, por personas respecto de las que conste de modo cierto 
su ideología coincidente con el Movimiento Nacional y siempre que 
aquellos hechos que por su motivación político-social pudieran estimarse
 como protesta contra las organizaciones y el gobierno que con su 
conducta justificaron el Alzamiento”.
En esa ley esta
 condensada la vulneración de la legalidad, considerando lícito el 
terrorismo de extrema derecha que llevó a cabo una incesante actividad 
para socavar la legitimidad de la Segunda República mediante la 
inestabilización. Reconocía como beneficiosas las actuaciones contra la 
Constitución de 1931, la primera en el mundo que recogía como propio el 
derecho humanitario elaborado por la sociedad internacional hasta la 
época. Aquel hubiera sido el inicio de una cultura de los derechos 
humanos que después de cuarenta años de dictadura y cuarenta de 
democracia sigue siendo una de nuestras enormes carencias.
Cuando se cumplen 80 años del golpe de Estado de un 
grupo de generales fascistas, acaudillados por el dictador Francisco 
Franco, es difícil entender que el pleno del Congreso de los Diputados 
no haya condenado todavía la dictadura franquista. Muchos de quienes 
claman hoy por el consenso y la generosidad de la Transición, de cara a 
la elaboración de un nuevo Gobierno, no han sido capaces de dejar en el 
Boletín de las Cortes plasmado su rechazo hacia quienes promovieron una 
guerra para acceder al poder por mediante el uso de la violencia y 
secuestraron las libertades y la dignidad de todo un país durante 
cuarenta años.
Parte de la explicación de esa 
tolerancia hacia el pasado tiene que ver con nuestra estructura social; 
la élite que ha gestionado nuestro país tras la muerte del dictador, la 
que pilotó la Transición y organizó el olvido, está compuesta 
fundamentalmente por descendientes de adeptos al régimen franquista. 
Ellos accedían casi exclusivamente a las universidades en la década de 
los cincuenta y sesenta y han constituido la élite económica, política, 
cultural y académica que en estos años ha coexistido sin conflictos con 
la impunidad del franquismo.
Durante décadas, la 
sociedad española se mantuvo en silencio con respecto a las violaciones 
de derechos humanos de la dictadura. El dolor social causado por la 
represión ha seguido y sigue activo en nuestra cultura política, de 
forma más o menos consciente. La fragilidad de nuestra independencia de 
poderes, las vulneraciones de la legalidad que llevan a cabo 
representantes políticos que no asumen responsabilidades o el excesivo 
partitocentrismo de nuestra agenda pública público están directamente 
relacionadas con ese espíritu del 18 de julio.
Cuando
 en el año 2000 los nietos de los represaliados comenzaron la apertura 
de fosas comunes y la búsqueda de personas desaparecidas forzaron un 
debate sobre la patológica relación con el pasado que mantenía nuestra 
sociedad la reacción fue inmediata. En las primeras exhumaciones de 
fosas diversos columnistas de prensa impresa analizaban el hecho 
airadamente, asegurando que ahora venían los nietos a vengarse.
La transición a la democracia, edificada sobre una falta 
reconciliación, abandonó a su suerte a miles de familias que habían sido
 terriblemente castigadas por no haberse sumado al golpe de Estado 
franquista. La impunidad, disfrazada de renuncias “de los dos bandos” 
hizo vigente la amnistía franquista y permitió blanquear su biografía a 
miles de franquistas. De la noche a la mañana desaparecieron los miles 
de chivatos del régimen y los que querían conservar su situación de 
poder con el advenimiento de la democracia inventaron un relato en el 
que aparecían como silenciosos disidentes que habitaban los despachos 
del régimen esperando el regreso de las urnas. Sobre ese relato se ha 
edificado la visión de los dos demonios que significa fundamentalmente 
la demonización de la Segunda República, con ese mito en el que parecía 
que lo que se enfrentaba en la guerra causada por Franco eran dos golpes
 de Estado, escondiendo así que tras la salida de Alfonso XIII se 
celebraron en nuestro país las primeras elecciones libres con sufragio 
universal masculino y femenino.
La posibilidad de 
participar en la vida pública declarándose demócrata y sin condenar la 
dictadura franquista es síntoma de nuestra frágil cultura política. 
Mientras han muerto en silencio miles de hombres y mujeres que se 
enfrentaron a la falta de libertades, las élites han despedido a 
franquistas que cambiaron la chaqueta para conservar privilegios como 
padres de nuestras libertades.
El problema no está en
 la guerra, que es a donde recurren sectores conservadores haciendo una 
elipsis de la dictadura. El deterioro que generó sigue siendo un lastre 
para nuestra vida colectiva. Reparar a las víctimas y educar a la 
ciudadanía en el rechazo al franquismo son las medidas más importantes 
que se pueden tomar con respecto a ese pasado traumático. Es la mejor 
forma de agradecer el esfuerzo y el sufrimiento de quienes se 
enfrentaron al franquismo y de vacunar nuestro futuro para que no pueda 
haber un 18 de julio nunca más.
 
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