La asturiana Ángeles Flórez, también llamada Maricuela, tiene 97
años y una memoria intacta: "En el frente éramos muy pocas, y que
cogieran las armas todavía menos, pero las mujeres trabajamos mucho por
la República"
La imagen de las mujeres con fusil y mono dio la vuelta al mundo y fue utilizada por el gobierno republicano como instrumento propagandístico. Además, "la imagen de mujeres luchando movilizaba a los varones", dice la profesora De Las Heras
"No podía creer en un dios que consintiera esa vida: unos tan ricos que le sobra y otros tan pobres que no tienen nada", reflexiona la exmiliciana, que estuvo cuatro años en la cárcel y 57 en el exilio francés
Marta Borraz 16/07/2016 La imagen de las mujeres con fusil y mono dio la vuelta al mundo y fue utilizada por el gobierno republicano como instrumento propagandístico. Además, "la imagen de mujeres luchando movilizaba a los varones", dice la profesora De Las Heras
"No podía creer en un dios que consintiera esa vida: unos tan ricos que le sobra y otros tan pobres que no tienen nada", reflexiona la exmiliciana, que estuvo cuatro años en la cárcel y 57 en el exilio francés
http://www.eldiario.es/sociedad/Milicianas-Guerra-Civil-dinamitar-fronteras_0_536846599.html
Todo el mundo la llama Maricuela porque hace
exactamente 80 años salía del ensayo de la obra de teatro que entonces
representaba cuando alguien gritó que se había producido un golpe de
Estado y los militares se habían sublevado. El 18 de julio de 1936
estalló la Guerra Civil y Ángeles Flórez ya no volvió a hacer de
Maricuela, la protagonista de Arriba los pobres del mundo. Pero se quedó su nombre y "un anhelo de democracia y libertad" que le hizo incorporarse al frente para defender la República.
Entonces tenía 17 años y hacía dos que su hermano Antonio, comunista
convencido, había sido asesinado durante la Revolución de octubre de
1934. Ocurrió en Carbayín –Asturias– donde la familia se trasladó por
decisión de su madre para vivir cerca de la tumba de su hijo. A Antonio y
los otros 23 hombres represaliados se les comenzó a llamar "los
mártires de Carbayín". Un nombre que se convirtió también en el del
batallón al que se alistó Maricuela, militante de las Juventudes
Socialistas Unificadas.
"Yo nunca cogí un fusil, me encargaba de hacer la comida
y llevarla a las trincheras entre las balas y las bombas". Un marcado
acento asturiano y una voz firme y a la vez delicada moldea las palabras
que una de las últimas milicianas españolas vivas utiliza para
rescatar sus recuerdos. Hoy tiene 97 años, una memoria intacta y sigue
militando en el PSOE. "En el frente eramos muy pocas, y que cogieran las
armas todavía menos, pero las mujeres trabajamos mucho por la
República, para defenderla, nos la querían robar y finalmente lo
hicieron".
La división sexual del trabajo
La
incorporación de las mujeres a los frentes durante las primeras semanas
de la guerra supuso una ruptura con los roles tradicionales de género,
que reservaban para ellas el espacio doméstico y las tareas de cuidado.
"Su participación en la lucha armada, un ámbito tradicionalmente
masculino, implica una transgresión de la concepción tradicional de las
mujeres, concebidas como seres por naturaleza débiles y pacíficos",
explica la experta en Historia y Estudios de las Mujeres Helena Andrés.
Su presencia en el frente, el trabajo que
comenzaron a desempeñar en fábricas y talleres y la amplia reacción
popular que se activó tras el golpe militar constituyeron una
"interrupción de la vida cotidiana habitual que posibilitó que se
produjeran este tipo de transgresiones", en palabras de Andrés. Sin
embargo, a pesar de que la mujer fue políticamente muy activa durante la
guerra y la posguerra, las milicias siguieron siendo un reflejo del
contexto patriarcal del momento, en las que había una profunda división
sexual del trabajo.
Como Maricuela, que comenzó a
trabajar de sirvienta con 12 años, la mayoría de mujeres del frente se
dedicaban a servicios de limpieza, cocina o enfermería. Aunque también
se encargaban de recopilar información del enemigo o vigilar y controlar
el terreno. Maricuela sigue sintiendo el dolor que le produjo la muerte
de su amiga Angelita, que, como ella, se dedicaba a llevar la comida
atravesando los campos de balas. "No se me olvidó
nunca, eramos tan amigas... Pensaba casarse cuando terminara la guerra,
pero una bala se la llevó por delante. Más que sufrir yo, en la guerra
vi mucho sufrimiento".
La mujer como instrumento propagandístico
Aunque fueron una minoría las mujeres ataviadas con el mono de
milicianas y fusil en mano, la imagen dio la vuelta al mundo y fue
utilizada por el gobierno republicano como instrumento propagandístico.
"Empezaron a copar carteles y consignas representando una de las
imágenes más innovadoras de la figura femenina en el discurso
revolucionario", asegura la historiadora Beatriz García Prieto, autora
de la investigación La represión franquista sobre las mujeres leonesas.
La profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de
Madrid Beatriz de las Heras Herrero considera que hubo para ello dos
motivos fundamentales: por un lado el gobierno "lo veía necesario para
implicar a democracias internacionales en el conflicto" y por otro "la
imagen de mujeres luchando movilizaba a los varones. 'Si una mujer es
capaz de enfrentarse al enemigo en la primera línea ¿cómo no voy a
alistarme?', se preguntaban ellos".
Maricuela, que
asegura que la II República representaba para ella "una vida más libre",
se alistó a las milicias para "defender la democracia y la dignidad".
"Además yo no era nada católica, ni soy –dice entre risas–. No podía
creer en un dios que consintiera esa vida: unos tan ricos que les sobra y
otros tan pobres que no tienen nada". La exmiliciana recuerda que el
gobierno retiró a las mujeres del frente a finales de 1936. Entonces se
pasó de hablar de "la mujer en el frente y la retaguardia" a "la mujer
en la retaguardia".
"Cuando quitaron a las mujeres
del frente, me mandaron a un hospital dos meses, no querían que nosotras
estuviéramos allí", dice Maricuela. Fue un decreto por el que se
reorganizaban las milicias populares que provocó "que las milicianas
pasaran de ser elogiadas a menospreciadas", analiza Andrés. Entre otras
cosas, puntualiza, se les culpabilizó de "la transmisión de enfermedades
venéreas que minarían la salud de los combatientes".
Maricuela, la memoria de España
Maricuela tiene grabado lo que ocurrió el 7 de noviembre de 1937, poco
después de abandonar el frente. Aquella noche cenaba con su madre en su
casa de Carbayín cuando oyeron que el ruido de un motor de coche se
aflojaba frente a su puerta. "Abrimos y la casa estaba rodeada, me
detuvieron y me llevaron a Oviedo, donde fui sometida a un Consejo de
Guerra que pidió cadena perpetua, al final me condenaron a 15 años de
prisión".
Entró en la cárcel con 18 años y allí estuvo hasta los
22. Un periodo que recuerda con las palabras "hambre y humillación".
"Nos hacían rezar, hacer el saludo fascista y cantar el Cara al Sol...
Una vez la compañera que estaba a mi lado no lo hizo, la monja se
confundió, me castigó a mí y me tuvo cinco días encerrada en una celda a
pan y agua". Asegura que lo que más le marcó la vida no fue estar en
prisión, "sino ver cómo sacaban a las mujeres cada noche a fusilar al
cementerio".
Los antecedentes políticos de Maricuela
y la persecución que sufría le hicieron abandonar el país y exiliarse
durante 57 años. En 2003 volvió de Francia y se instaló en Gijón. Con el
regreso se trajo también los recuerdos y su relato, con el que intenta
que "España deje de ser un país sin memoria". "Yo no pido venganza,
solo que se aprenda la historia, esa es mi vida, luchar para que sepan
lo que pasó, para que no se repita".
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