Maldito diario:
“En estos días tenemos a la vista la triste nueva de 
haber sido muerto también en Castro de Rei el compañero Dositeo Pérez 
Fernández… fue alcanzado por un proyectil que le atravesó el cráneo 
dejándolo muerto instantáneo. Una vez reconocido el cadáver por los 
mismos resultó ser un antiguo amigo del mismo que lo mató, diciéndoles a
 los demás allí mismo que había matado a un amigo, y muy contento, pues 
decía este criminal ‘¡Qué se joda!’. ‘Para nosotros el matar es un 
honor’. Pues este criminal es el conocido despilfarrador Amieira de 
Villaesteba (Saviñao). Pertenecía a la Banda Negra de Monforte. Le dijo 
un día de estos a un vecino hablando de los crímenes que hacía todos los
 días: ‘Mira, tu suegro es gordo, pero seis más gordos todavía los 
dejamos tirados como seis cerdos en la carretera, y aún tenían bastante 
dinero, que éramos cuatro y nos tocaron a veinte y tres duros y una 
peseta y tres reales, y algunos botones de oro”.
Este es uno de los relatos de los tiempos y los usos 
de la represión en una zona del sur de Lugo durante los primeros días 
del golpe de estado fascista de 1936. Los escribió uno de los 
perseguidos desde el escondite en el que logró refugiarse, en la casa de
 unos parientes lejanos, de filiación monárquica. Allí, a lo largo de 
mes y pico, fue apuntando lo que había visto y lo que le contaban que 
estaba pasando. Después de ese tiempo, logró escapar, pero el manuscrito
 quedó en la casa, en la aldea de Estrumil, parroquia de Sobreda, 
municipio de O Saviñao. No se descubrió hasta 2006, al realizar obras de
 reforma en el edificio. “Los papeles los encontró un constructor que 
había contratado mi madre para arreglar un muro de la casa. Fue junto a 
ella con los papeles y le dijo: ‘Acabo de encontrar el tesoro de Sierra 
Madre”, dice Miguel Rodríguez, el miembro de la familia propietaria de 
la casa de Estrumil que se ha encargado de conservar el diario. El 
escondido se llamaba Manuel y era vecino de Vilachá, una aldea de Castro
 de Rei de Lemos, una parroquia del Ayuntamiento de Paradela. Miguel 
Rodríguez aventura que pudo ser incluso miembro de la corporación 
republicana de Paradela (un municipio atravesado por el camino de 
Santiago, cuyo censo no alcanza ahora los dos mil habitantes y en 1930 
apenas superaba los cinco mil) porque usó papeletas del censo electoral 
para escribir la crónica con la que conjuró el horror. 20 hojas de 
21,5x16 cm que encabezó con el título El terrorismo faccioso en 
Castro de Rey (Paradela) desde el día 18 de julio de 1936, día en que 
estalló el movimiento revolucionario faccioso, cuyo contenido fue transcrito en su mayor parte en el número 38 de la revista LUZES.
Su valor, más allá de la aportación histórica, estriba
 en las circunstancias y en la perspectiva de su escritura. El del 
testigo de los hechos que quiere dejar constancia de ellos, y los 
describe con la narrativa popular de un cuento de invierno, aunque el 
uso del papel y el idioma oficiales le contagie a veces alguna expresión
 burocrática. Esa voluntad de crónica se refleja en el título y en que 
comience contando el histórico intento, el 20 de julio, por parte de 
contingentes republicanos, ferroviarios de Monforte, artesanos y 
labradores de otras poblaciones del sur de Lugo, de ocupar la capital y 
restaurar el orden legal. Allí se encontraron con una encerrona de 
fuerzas del ejército y la Guardia Civil, que se habían desplegado 
siguiendo en teoría órdenes del gobernador civil, que ya había sido 
hecho prisionero. “Al hacer la retirada varios ya fueron asesinados por 
las hordas facciosas y Guardia Civil, no pudiendo hacer uso la mayoría 
de estos de los coches que antes les habían llevado, siendo tiroteados 
varios coches que les cuadraba pasar por sitios donde había Guardia 
civil... Otros muchos al salir de Lugo tuvieron que pasar el rio Miño a 
nado”.
Manuel de Vilachá se había quedado a medio camino, en 
Sarria, para defender la legalidad republicana en esa villa. Pero “con 
las armas de que disponían, que eran solo escopetas y pistolas, era 
imposible defenderse de los máuseres y ametralladoras que por momentos 
entraban en Sarria... y se fueron retirando amparados por el astro de la
 noche, pues varios coches con Bandera Bicolor llenos de fascistas y 
Guardia Civil se hacían dueños del pueblo”. El manual del perfecto 
golpista indica que hay que descabezar a las autoridades civiles. En 
1936, lo de descabezar no era figurado. “[El alcalde de Sarria, Antonio 
Páramo] se encontraba en su casa de O Lázaro en compañía del Presidente 
del Comité de Castro de Rei Don Julio López González y algunos otros 
compañeros, dos guardias municipales a la puerta en evitación de 
atentados, cuando se presentaron otros dos municipales requiriendo al 
Sr. Alcalde que les acompañara a un asunto que le convenía, y desde 
luego muy cerca. Estos guardias eran de los que habla ingresado el Sr. 
Páramo durante su gestión, los creía tener toda confianza. Y éste ya se 
disponía a acompañarlos cuando el Presidente del Comité de Castro de Rei
 se dio perfecta cuenta de que el Alcalde de Sarria iba a ser víctima de
 aquellos dos miserables y este dijo ‘Antoñito no salgas que te quieren 
matar’, pues en efecto no salió gracias al camarada de Castro de Rei y 
al momento comprobaron que era verdad que le querían asesinar y entonces
 estos dos municipalillos con otros del fascio se situaron delante de su
 casa subidos en árboles de espeso ramaje para poderle asesinar, pero 
compañeros leales vigilaron la marcha de los pistoleros antes citados, y
 entonces el Alcalde se tiró por una ventana, por la parte opuesta de su
 casa que daba a una huerta”. Los golpistas pondrían precio a la cabeza 
de ambos: tres mil pesetas por la del alcalde, mil por la del presidente
 del comité. Acabarían cobrando las dos.
En una sociedad rural, la mayoritaria entonces en Galicia, donde prácticamente todos se conocían, no hubo guerra civil, sino una depuración sistemática
La persecución no solo alcanzaba a los cargos 
políticos. En una sociedad rural, la mayoritaria entonces en Galicia, 
donde prácticamente todos se conocían, no hubo guerra civil, sino una 
depuración sistemática. A veces selectiva y en ocasiones, generalizada. 
“Muy cerca se oían fuertes descargas que al momento hemos visto en el 
alto de la Peña Veitureira y sus cumbres inmediatas que estaban llenas 
de revolucionarios con armas de guerra, desplegaban guerrilla haciendo 
descargas cerradas de fusil sobre las matas que encontraban; al mismo 
tiempo que vemos esto, aparece la nutrida caravana de autocamiones que 
venían a su servicio en los que portaban cañones y ametralladoras, pues 
según informes estas fuerzas procedían, las de Artillería, de Ferrol, y 
las de Infantería de Lugo y Coruña y nutridas Centurias de Falange. 
Estas fuerzas siguieron hasta [el campo de] la Feria, partiéndose grupos
 de fascistas por los pueblos en sus burdas diligencias de saqueo y 
maltrato a las gentes humildes.
Al pasar por el pueblo de O Pereiro, allí entraron en 
la casa de Don Julio G. Teijeiro que, después de llevar todo lo que les 
dio en gana, procedieron al destrozo de casa y muebles y loza y batería 
de cocina, convirtiendo la casa del citado Señor y Doctor en un cuadro 
de ruinas, y desprecios hasta con sus caseros, yendo a unirse con la 
otra partida de insurrectos al Campo de la Feria, pues allí entonces en 
la Casa del Alcalde de Paradela, don José López Armesto, industrial en 
el citado Campo de la Feria.... que también saquearon el comercio y todo
 lo que tenía, que entre otros artículos: botellas de licores, 
conservas, galletas, cafés, azúcares, vinos tostados y rancios, bacalaos
 y panecillos y el vino que tenía en bocois [barriles de unos 
500 litros], y después de beber lo que les dio en gana se pusieron a 
tiros a los envases y lo vertieron por el suelo. También tenía este 
Señor para el arreglo de su casa una decena de gallinas más o menos y se
 las mataron guisándolas allí mismo, en que luego salieron casi todos 
borrachos, pues para mejor hincharse y llevar para sus casas anduvieron 
casas del pueblo robando lacones y chorizos como hicieron en todos los 
pueblos por donde pasaban… Fue grande cosa la conducta del derrotado 
Candidato Sr. Saco Rivera y su criado asesino O Carrozas, ensañándose 
porque este pueblo consciente de sus deberes le derrotó en todo el 
Municipio en las últimas elecciones, pues se creía que teníamos 
obligación de darle el voto, pero fue todo lo contrario, por eso vino 
ensañarse y comer las gallinas del Alcalde… Así ha sido la conducta del 
ex -Diputado Saco y sus compinches, tal fue la borrachera que allí mismo
 asesinaron a un compañero de la Falange, que le hicieron un disparo en 
la garganta y otro en el pecho, lo que quisieron ocultar pero las 
mujeres de Mosteiro Vello lo vieron claro y los niños”.
Lo que describe Manuel de Vilachá no son precisamente 
unas tropas militares que conquistaban territorios, o un nuevo orden 
impuesto por la fuerza que se deshacía de sus rivales con simulacros de 
juicios. Eran bandas de facinerosos (alguno con pasado republicano) en 
gran parte sin mucha más carga ideológica que el odio al rival político y
 el amor a sus propios intereses, despertados y espoleados por saberse 
imbuidos de un poder absoluto. “[quitaban] a las gentes obligadas y 
amedrentadas lo que bien necesitaban en sus pobres hogares, la mayoría 
de ellos, unos con huevos, otros carnes, dinero y corderos, que tenían 
allí un rebaño de unos doscientos y todos los días se comían uno o dos y
 lo mismo lacones, chorizos y mantecas; allí se hinchaban ellos y sus 
agregados que todos los días era un festín, que algunos ya no comían 
nada en sus casas, pues allí había para todos, de comer y dinero, solo 
hacían grandes pilas de sacos con centeno, patatas, judías y otras cosas
 que lo que no podían comer lo vendían y guardaban para ellos, de esto 
buena tajada, también iba para los jefazos de Sarria que de acuerdo con 
ellos se llenaban los bolsillos, así que ellos los recogían como 
donativos para el frente y el frente lo eran ellos, pues algunos bien de
 cerca tenían en su casa deuda por valor de más de mil pesetas, esto 
según persona bien enterada...  prestó réditos e hizo beneficios a 
cuenta de robar republicanos”.
El sur de Lugo fue, según la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, la zona más castigada por la represión en los primeros días del golpe
Pero el latrocinio no ocultaba las tragedias. El sur 
de Lugo fue, según la Asociación para la Recuperación de la Memoria 
Histórica, la zona más castigada por la represión en los primeros días 
del golpe. Entre los asesinatos que narra el diario está el del 
presidente del comité republicano de Castro de Rei, al que “según le 
llevaban delante le hicieron varios disparos a espaldas. Fueron grandes 
los lamentos de aquel hombre para que le dejasen en libertad, y ellos se
 reían los miserables: que en medio del monte le dejaron sin vida, 
echando sangre a borbotones, y, luego que esto cometen, se marcharon muy
 contentos que a preguntas de sus jefes si le habían detenido 
contestaron muy orgullosos: ‘Sí lo hemos prendido, pero al poco de venir
 con nosotros tropezó y no se levantó, y entonces nosotros le dejamos; 
que le levante su familia si quiere’… De la misma manera procedieron con
 el médico del vecino Ayuntamiento de Incio, conocido por ‘O Pequeniño’,
 hombre noble, honrado y republicano, muy apreciado del público, por sus
 buenos sentimientos y como médico muy listo y compadecido del pobre, 
siendo una gran pérdida general tanto por su persona como por sus dotes 
científicas” (Manuel Díaz, ‘O Pequeniño’, que había sido informante de 
Gregorio Marañón, fue sin embargo arrastrado cinco kilómetros de la cola
 de un caballo antes de ser rematado).
Los últimos hechos recogidos en el diario escondido 
son siempre asesinatos: “…y una vez que tal hecho consumaron estos 
criminales llegan muy contentos al cuartel de Pacios, o sea, de 
Paradela, contándolo a sus jefecillos y entonces le dicen al cocinero: 
‘Un lacón máis ó pote que xa hai outro porco morto’. Y qué bromas ellos 
no se gastaron por aquel muerto y otros más, contando los matadores como
 clamaba y gemía. En fin, que mucho más tenía que detallar este hecho 
pero me da pena describirlo y lo mismo otros nuevos detalles que en 
verdad debían figurar en este memorial, pero otros habrá que lo harán”. 
Así finalizó su relato el cronista oculto, porque no pudo o quiso contar
 ya más desmanes, o porque consiguió acabar con su encierro. Porque 
Manuel de Vilachá logró salir de allí y sobrevivir. Quizá para que, 
cuarenta años después, la vida diese un punto de giro.
Manuel sobrevivió en A Coruña, entonces un lugar mucho
 más lejano de Paradela que los 150 kilómetros de distancia física que 
hay entre los dos lugares. No tenía denuncia alguna sobre sí, y se sabe 
que trabajó en el bar de la estación de ferrocarril, y que tuvo dos 
hijos. Como la mayoría de los vencidos, no debió hablar mucho de su 
pasado, ni de su ideología. Los dos hijos ingresaron en la entonces 
Policía Armada. Los descendientes de la casa de Estrumil que habían dado
 cobijo a Manuel en aquel verano de 1936 también crecieron, y no 
precisamente en la devoción monárquica familiar. En el verano de 1975, 
poco antes de la muerte de Franco, los dos policías intervinieron en la 
detención de dos hermanos de Miguel Rodríguez, Xan en Monforte y Ángeles
 en Santiago, acusados de pertenecer al FRAP (Frente Revolucionario 
Antifascista y Patriota). “Los dos hijos de Manuel nunca supieron que 
habían detenido a miembros de la familia que había ocultado a su padre”,
 comenta Miguel Rodríguez. “Cuando murió Manuel, les perdimos la pista, y
 él nunca lo supo o no se lo debió decir a ellos”. El tiempo pasa, el 
miedo no.  
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