La
guerra contra las drogas en Estados Unidos ha sido un fracaso que ha
arruinado vidas, ha abarrotado las cárceles y ha costado una fortuna.
Comenzó durante el gobierno de Nixon con la idea de que, dado que las
drogas son malas para las personas, tiene que ser difícil conseguirlas.
En consecuencia, se planteó una guerra contra el suministro.
Durante
la epidemia del crack en la década de los ochenta, Nancy Reagan, la
primera dama, trató de cambiar este enfoque. Sin embargo, su campaña
para reducir la demanda, “Di no a las drogas”, tuvo un respaldo
limitado.
El 25 de octubre de 1988, después de enfrentarse a las objeciones de una burocracia enfocada en el suministro de drogas, le dijo a una audiencia de las Naciones Unidas:
“Si no podemos detener la demanda de drogas en Estados Unidos, habrá
pocas esperanzas de evitar que los productores extranjeros satisfagan
esa demanda. No lograremos nada si demandamos una carga de
responsabilidad mayor en los gobiernos extranjeros que en los
alguaciles, jueces y legisladores estadounidenses. El cartel de la
cocaína no comienza en Medellín, Colombia. Comienza en las calles de
Nueva York, Miami, Los Ángeles y en cada una de las ciudades
estadounidenses donde se vende y compra crack”.
Su
advertencia, aunque profética, no fue tomada en cuenta. Los estudios
muestran que Estados Unidos tiene una de las tasas más altas de abuso de
drogas del mundo. Aunque restringir el suministro no ha logrado frenar
su consumo, las políticas draconianas han llevado a miles de jóvenes
adictos a llenar las cárceles estadounidenses, donde aprenden a
convertirse en verdaderos criminales.
La
prohibición de las drogas también han creado incentivos económicos
perversos que hacen muy difícil combatir a los productores y
distribuidores de drogas. El alto precio de las drogas en el mercado
negro les ha generado a los grupos que las producen y las venden
ganancias enormes, que invierten en comprar armas sofisticadas,
contratar pandillas que defiendan su negocio, sobornar a funcionarios
públicos y, con la idea de convertirlos en adictos, hacer que las drogas
sean de fácil acceso a los niños.
Las
pandillas de los carteles, armadas con dinero y armas provenientes de
Estados Unidos, están causando un caos sangriento en México, El Salvador
y otros países de América Latina. Solo en México, la violencia
relacionada con las drogas ha tenido un saldo de 100.000 muertes desde
2006. Esta violencia es una de las razones por las que la gente deja sus
países y huye a Estados Unidos.
Si
se considera todo lo anterior, es fácil ver que la estrategia que se
enfoca en el suministro ha sido muy poco eficiente en disminuir las
adicciones y, en cambio, ha provocado una serie de efectos colaterales
terribles. Entonces, ¿qué podemos hacer?
En
primer lugar, los gobiernos de Estados Unidos y México deben reconocer
el fracaso de esta táctica. Solo en ese momento podremos abocarnos a
diseñar a nivel nacional campañas educativas rigurosas para convencer a
las personas de no consumir drogas.
La
crisis actual de opioides profundiza la importancia de frenar la
demanda. Este enfoque, con suficientes recursos y el mensaje correcto,
podría tener un impacto similar al de la campaña para reducir el consumo
de tabaco.
También
debemos despenalizar la posesión a pequeña escala de drogas para uso
personal, de manera que se detenga el flujo de consumidores no violentos
al sistema penal. En Estados Unidos, algunos estados han dado un paso
en esta dirección al despenalizar la posesión de cierta cantidad de
marihuana. La Suprema Corte de Justicia de la Nación
en México también declaró que las personas deberían tener derecho a
cultivar y distribuir marihuana para uso personal. Al mismo tiempo,
debemos seguir considerando ilegal la posesión de grandes cantidades de
droga, de manera que los traficantes puedan ser procesados judicialmente
y se mantenga cierto control sobre el suministro.
Por
último, debemos crear centros de tratamiento de primer nivel con
personal capacitado, donde la gente esté dispuesta a ir sin temor de ser
condenada y con la confianza de que recibirá una atención eficaz. La experiencia de Portugal
sugiere que los jóvenes que consumen drogas pero aún no son adictos a
menudo pueden dejarlas. Aunque es difícil lograr que los adictos de más
edad dejen las drogas, los programas de tratamiento pueden ofrecerles
servicios útiles.
Ante
un problema tan complejo, debemos estar dispuestos a experimentar con
distintas soluciones. ¿Qué mensajes son más eficaces? ¿Cómo pueden
lograrse tratamientos efectivos para distintos tipos de drogas y
diferentes grados de adicción? Debemos tener la paciencia para evaluar
qué funciona y qué no. Pero debemos comenzar ya.
A
medida que estos esfuerzos progresen, las ganancias del narcotráfico se
reducirán en gran medida, aun cuando los riesgos de involucrarse en él
sigan siendo altos. El resultado será una disminución gradual de la
violencia en México y los países centroamericanos.
Tenemos
una crisis en nuestras manos, y durante los últimos cincuenta años
hemos sido incapaces de resolverla. Sin embargo, hay opciones. Tanto
Estados Unidos como México necesitan ver más allá de la idea de que la
adicción a las drogas es un problema judicial que puede solucionarse con
arrestos, juicios penales y restricciones al suministro. Debemos
atacarlo juntos con políticas de salud pública y educación.
Aún estamos a tiempo de persuadir a nuestros jóvenes de no arruinar sus vidas.
George P. Shultz ha sido secretario del Tesoro y secretario de
Estado en Estados Unidos y es miembro de la Hoover Institution en
Stanford. Pedro Aspe fue secretario de Hacienda y Crédito Público en
México.
#MANADA: "Si no hay dolor, no hay juego. El poder del lobo reside en la manada".
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