En enero de 2015 mi padre se desvaneció
en el trabajo. Acudió a tratarse a un centro privado en la provincia de
Cádiz donde tenía las comodidades de las que carece la sanidad pública:
habitación privada, atención permanente y una cama auxiliar para los
familiares. Todo se volvió negro en un segundo cuando tras hacerle una
analítica el médico nos dijo: “Váyanse ahora mismo a Cádiz”. Los más de
30 años en los que estuvo pagando un seguro privado no sirvieron para
nada cuando le detectaron una Leucemia Mieloide Aguda, la más común
entre los adultos. El médico se sinceró con nosotros y nos confesó que
para enfermedades tan complejas los mejores medios para combatirlas
están en la sanidad pública.
Tengo mucho que agradecer. A mi madre,
porque su regazo continua siendo el mejor cobijo cuando afuera arrecia
el temporal. A mi hermana, porque siempre intentó mantenerme firme y
porque me sujetó cuando no lo conseguí. A Melania, mi pareja por aquél
entonces, por sus abrazos y sus susurros al oído, que fueron una luz al
final del túnel. A mis amigos, porque siempre son capaces de sacarme una
sonrisa incluso con los ojos morados de tanto llorar. Y sobre todo, a
mi padre; porque luchó cada día contra el veneno que le estaba devorando
las entrañas y porque siempre nos dijo que todo iría bien incluso
cuando ya sabía que todo iba a terminar mal. Su manera de afrontar la
enfermedad fue un ejemplo para nosotros.
Ellos ya lo saben. Tienen el
agradecimiento más importante, el privado, el del cariño constante y la
fidelidad. Para otros, sin embargo, nunca tuve palabras de afecto, o al
menos no las suficientes, a pesar de que estuvieron junto a mi padre
tanto como yo.
Gracias a las doctoras Inmaculada y
Virginia, del Hospital Puerta del Mar de Cádiz, que batallaron
incansables durante seis meses contra la enfermedad, hasta el último
día. Gracias por su atención y su trato, por suavizar el discurso cuando
lo necesitábamos y por ser sinceras cuando estuvimos preparados para
saber la verdad.
Gracias a las enfermeras y enfermeros, a
los auxiliares y a los celadores de la planta de hematología . Ellos
son el contacto directo con el paciente y la mano tendida para las
familias. Gracias por las conversaciones de pasillo, por los cafés a
medianoche y por enseñarme a hacer los vendajes para frenar las
hemorragias. “Eduardo, que buen culito tienes”, y Eduardo se reía
mientras intentaba taparse las vergüenzas con esas batas de hospital que
las deja todas al aire. Una carcajada es una patada a la muerte.
Gracias a las enfermeras y enfermeros de
la sala de transfusiones de oncología y hematología. Pasamos allí hasta
15 horas a la semana mientras a mi padre le ponían la sangre y las
plaquetas, o como ellos lo llamaban “el vino tinto y el caldo de
puchero”. Gracias por el sentido del humor que llenaba de calidez
aquella estancia tan gélida.
Gracias a las dos personas que de forma
desinteresada donaron médula espinal para salvarle la vida a un hombre
que no conocían. Nunca sabré quienes fueron pero paradójicamente les
siento más cerca que a mucha gente a la que veo cada mañana. Su gesto
debería ser el de todos. Hacerse donante es un proceso sencillo e
indoloro.
Gracias a la Fundación Josep Carreras
contra la Leucemia. Fueron nuestros guías en un terreno que
desconocíamos y una voz al otro lado del teléfono para el consuelo y la
esperanza. Su trabajo es la muleta donde cientos de personas se apoyan
para dar sus primeros pasos en un camino escarpado.
Gracias a las voluntarias de la
Asociación Española Contra el Cáncer que visitan a los pacientes cada
día. Gracias por los caramelos y sobre todo por las trivialidades que
ponían en pausa la monotonía. Hablar de cualquier cosa es una bocanada
de aire fresco cuando toda tu vida gira alrededor de una sola.
En definitiva, gracias a la sanidad
pública, por existir y por resistir, a pesar de todo. A pesar de un
Gobierno de mercaderes que están desmantelando un bien de todos para
llenar los bolsillos de unos pocos. Les deseo que vivan eternamente, con
sus conciencias huecas y sus tarjetas negras.
Los cientos de trabajadores sanitarios e
investigadores contra el cáncer que han sido despedidos son un
espaldarazo para una enfermedad que mata cada año a 100.000 personas en
España. No habrá banderas en los balcones para ellos porque su única
patria es tu vida y la mía.
Te echamos de menos, viejo.
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