Juan Cuatrecasas ha sido la voz de su hijo y a partir 
de ahora será la de centenas de víctimas. También los oídos. Ocho años 
de lucha le avalan. De visitas a abogados, a psiquiatras, a 
congregaciones. Ocho años de amenazas, de vigilar los altibajos de su 
hijo como el perro guardián que olisquea atento el perímetro de su casa.
 Ocho años en los que su vida y la de los suyos se dio la vuelta como un
 calcetín. Ese fue el precio que le hicieron pagar por denunciar, por 
poner nombre y apellidos a los abusos que había sufrido su hijo en el 
colegio Gaztelueta.
El resultado fue una condena a 11 años de cárcel para 
José María Martínez, tutor de su hijo, por abusar sexualmente del menor 
entre 2008 y 2010. El resultado también fue un auto exilio familiar en 
Haro, un pueblo de la Rioja en el que “por fin estamos bien”, nos dice. 
Tuvieron que dejar Bilbao porque la presión social se hizo 
“insoportable”, le cuenta a Público, Cuatrecasas. “El que elige dar la cara y denunciar sabe que la furia de la congregación va a caer sobre uno,
 cuanto más poderosa sea, peor”. A ellos les tocó el Opus Dei, y las 
amenazas no le llegaban tan sólo del colegio, también en su barrio: “A 
mi mujer y a mí nos increparon más de una vez por la calle, decían que 
veíamos fantasmas, que lo dejáramos ya”.
El caso Cuatrecasas es poco común. Su hijo lo contó muy
 pronto en casa. Los mareos, los vómitos, los ataques de ansiedad, 
negarse a ir a la escuela fueron los primeros síntomas. Sus padres no 
pararon hasta descubrir qué sucedía. Poco común también porque ni Juan 
ni su mujer aceptaron el “que quede entre nosotros” que se susurra en 
los despachos de los colegios. “Claro que nos lo dijeron, y nos 
aseguraron que iban investigar al acusado. No hicieron nada”. Pero ellos
 sí investigaron. Denunciaron. Dijeron “basta”, como un golpe seco sobre
 la mesa (...)

 
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