Fernando Broncano R 25/12/21
Si hoy hay suerte, se logrará enviar al espacio la máquina de observación del espacio más grande jamás construida. Veremos literalmente los primeros momentos del universo. Piensen que cada vez que miramos a una estrella estamos viendo su pasado, cuando emitió su luz. Vemos solamente la luz de una parte del espectro, la frecuencia en la que están sintonizados los receptores de nuestra retina, pero hay mucha más luz en el universo, ultravioleta (como la que veía el Hubble) e infrarroja, como la que verá el James Webb, oteando también la energía y la masa oscura del universo.
El Webb es una bestia majestuosa. Su espejo primario, una teselación de hexágonos dorados, se asemeja a un panal de abejas sentado sobre una pila de envoltorios de papel de plata. Pero el espejo tiene seis metros y medio de diámetro y los envoltorios, cada uno del tamaño de una pista de tenis, son en realidad un escudo solar. Este escudo divide la nave en un lado frío y otro caliente. En el lado frío se encuentra el primario, un secundario montado en un trípode que refleja la luz recogida por el primario a través de un agujero en su centro, y un paquete de instrumentos detrás de ese agujero para analizar la luz entrante. El lado caliente lleva un conjunto solar y los sistemas de control de la nave. Todo ello debe caber en un cohete de apenas cinco metros de diámetro y desplegarse en el espacio, con una precisión nanométrica, hasta alcanzar la forma que tiene en la representación de mi comentario.
Ojalá no haya ningún accidente y se despliegue en todo su esplendor. La NASA y la Agencia Europea del Espacio han cooperado en este instrumento mucho más interesante que los misiles hipersónicos. Buena celebración del solsticio.
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OTRA COSA: Dulzuras del capital, de Fernando Broncano
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