Andrés Galán González 10 de octubre de 2012
10/10/2012 El anarcosindicalista Salvador Seguí, conocido como El noi del sucre, no pudo ver publicada su novela (ahora recuperada por Periférica) Escuela de rebeldía. Veinte días antes de que llegara a las librerías, el 10 de marzo de 1923, pistoleros del Sindicato Libre, financiado por la patronal catalana y protegido por el gobernador civil, acaba con su vida de un disparo.
Seguí, entre otras cosas, fue uno de los impulsores de la Solidaridad Obrera y secretario de la CNT en Catalunya. Gran orador - los cronistas de la época así lo recuerdan - era un firme defensor de la educación de los obreros como modo de emancipación. La formación intelectual, tal y como sostenía su admirado Francisco Ferrer Guardia en la Escuela Moderna, era el arma que el trabajador tenía para protegerse contra todo tipo de explotación.
Al asesinato de Seguí le precedió, tres años antes, el del abogado Francesc Layret, justamente cuando intentaba conseguir la libertad de éste y de Lluís Companys. Son, sin duda, tiempos turbulentos que acabarán con la instauración, el 13 de septiembre de 1923, de la dictadura de Primo de Rivera.
Escuela de rebeldía es una novela corta que narra la vida de Juan Antonio Pérez Maldonado, un emigrante andaluz que llega a Barcelona y comienza a frecuentar locales como La Bombilla, La Buena Sombra y el Pay-Pay. Será, sin embargo, en el café Español donde se impregnará del ambiente de la época y de los ideales de un hombre nuevo. El protagonista sostiene: “el presente es la consecuencia del pasado, y en él hay que engendrar el porvenir lanzando a la tierra buena semilla”.
El peso del sindicalismo, y la influencia del anarquismo, era evidente en aquella Barcelona. El texto de Seguí es interesantísimo, no sólo por su carácter profético, sino para comprender las relaciones entre los agentes que representan los diferentes intereses. Leemos, por ejemplo, cómo el “líder del partido catalanista, hombre ambicioso y positivista, quiso ver si era posible aprovechar aquella fuerza para el desarrollo de sus planes”. Pero el narrador nos saca de dudas enseguida: “si los trabajadores hacían una revolución no sería en un sentido nacionalista”. Y es que, siempre según la voz que hilvana el relato, todo lo que se hiciera para acabar con la organización proletaria “sería aprobado por los políticos catalanes, que contaban con el apoyo de la burguesía”.
La breve novela explica, pues, la evolución de Juan Antonio, su proceso de aprendizaje, su paso por la cárcel, las relaciones con su compañero Antonio Luna, o la compleja historia de amor con María Rosa, pasando por la organización de una huelga general hasta el trágico final a manos de los pistoleros. Es, por lo tanto, la descripción de un hombre maltratado que pasa a ser “hombre de acción”.
Es de igual importancia un fragmento en el que el protagonista redacta una suerte de manifiesto expresando su “convicción de que los trabajadores no conseguirían nada sin apelar a la violencia”. Salvador Seguí, crítico con cualquier forma de exceso en este sentido (se opuso en público a las acciones más exaltadas de otros miembros de la CNT), parece que quiere hacer aquí una denuncia, una radiografía, de la deriva que tomaron algunos anarquistas. Hacía poco más de diez años de las barbaridades perpetradas durante la Setmana Tràgica.
Pero más adelante, Juan Antonio Pérez Maldonado insiste: “es preciso educar bien a los hombres cuando empiezan a vivir: si nos apoderamos de las escuelas, nos apoderamos enseguida de la sociedad”. El personaje es descrito como “un romántico”, esa clase de hombres que “pasan con frecuencia del mayor decaimiento a una actividad frenética”. El obrero se ha convertido, en pocos años, en un brillante tertuliano, en un disertador que mezcla hábilmente excitación y lucidez. La vida, nos dirá, “es una lucha constante”. “Es preciso que la gente luche, porque el que no lucha no vive: el agua encharcada se corrompe”, argumenta Juan Antonio, que a estas alturas es visto como un auténtico referente.
El tiro mortal le alcanzará en la calle Riereta. Pero, como en una dramática serendipia, poco antes le avisa a su compañero: “si quieres verme, ya sabes que estoy en la calle de la Cadena o la de San Rafael”. Justo en la intersección entre ambas, en el Raval, es donde fue alcanzado Salvador Seguí. La novela estaba, ya, a punto de imprimirse.
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