jueves, 13 de junio de 2024

CTXT. Silencios atronadores. Por Gerardo Tecé

   Gerardo Tecé 28/05/2024

Mientras los representantes de Bildu o ERC se solidarizan con quienes, además de acoso judicial y mediático, sufrieron acoso personal, Sánchez y Díaz no han dicho esta boca es mía

Un ultraderechista insulta a Pablo Iglesias a su llegada al juicio contra su acosador, Miguel Frontera. / La Vanguardia (Youtube)


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En el último siglo han sido dos las veces que la derecha española, viendo amenazados sus privilegios, ha decidido pegarle un manotazo al tablero de juego y acabar con sus rivales de manera antidemocrática. En la primera usaron el tradicional método del fusilamiento en masa, siempre tan efectivo. En la segunda, una vez alcanzado un cierto grado de civilización, se conformaron con el uso de policías corruptos, jueces a sueldo, periodistas sicarios e intimidación física a las puertas de las casas de sus rivales políticos, método mucho más sano según la OMS que el tiro en el paredón. Murió Franco el genocida con el objetivo cumplido y la derecha propuso entonces pasar página y hacer como que aquí no había pasado nada. ¿Qué fusilamientos, señora? Décadas más tarde, cumplido de nuevo el objetivo de haber acabado con sus rivales mediante juego sucio, los audios de Ferreras mostraban la cloaca por dentro, los juicios y portadas con pruebas falsas cesaban porque ya no eran necesarios y los nazis desaparecían de las puertas de las viviendas con la satisfacción del trabajo bien hecho. Era entonces parte de la propia izquierda la que proponía una ley del silencio y mirar al futuro sin necesidad de reparación.

Juicio en Madrid contra Miguel Frontera, ultraderechista que durante meses lideró el acoso contra la familia Iglesias-Montero a las puertas de su casa. No es un juicio más. O no debería serlo. Frontera es el último eslabón de una elaborada estrategia de acoso e intimidación que arranca en despachos y acaba con un imbécil asustando a niños en plena calle. El nazi juzgado es un símbolo de lo que una democracia nunca debería permitir, pero no se juzga en Madrid solo el nivel de acoso y angustia vivido por una familia, sino también el nivel de impunidad con el que la derecha puede actuar contra quienes considere sus rivales. Es, por tanto, un juicio que interpela a toda la izquierda española. O debería. Lo explicaba en pleno esplendor de la era del acoso un tipo poco sospechoso de militar en Podemos. Decía Iñaki Gabilondo que Iglesias te podría gustar más o menos, pero que mal negocio sería para todos no tener claro que el juego sucio contra el entonces vicepresidente era juego sucio contra la propia democracia. Algunos en la izquierda, abonados a la SER, se perdieron por algún motivo aquel videoblog.

Han pasado más de 24 horas desde el arranque del juicio contra el acosador de Iglesias y Montero y algunos silencios siguen siendo atronadores. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que hace apenas un mes decidió seguir en el cargo para plantarle cara “con más fuerza que nunca” a la estrategia de acoso y fango implementada por la derecha, no ha encontrado aún un minuto para mostrar su apoyo público a quienes fueron compañeros de Consejo de Ministros y primeras víctimas de ese juego sucio contra su Gobierno que hoy padece en carne propia. Ni siquiera el acoso sufrido a las puertas del juzgado ha provocado que quien “luchará con más fuerza que nunca contra la degeneración de la democracia” haya dicho esta boca es mía. Como diría Vinicius, racismo es que me toque a mí. Si Sánchez no ha estado, Yolanda Díaz ni ha estado ni se la espera. A fuerza de costumbre lo hemos normalizado, pero es absolutamente impresionante que la líder de la izquierda española no tenga una sola palabra de denuncia contra el acoso sufrido por excompañeros del espacio que dice representar.

No es nuevo. Mientras mandatarios internacionales reaccionaban con indignación a los audios que mostraban cómo poderosos periodistas conspiraban de la mano de empresarios y polis corruptos para acabar con la izquierda –la izquierda a la que la ahora vicepresidenta pertenecía–, Yolanda Díaz se esmeró en guardar el mismo silencio atronador que sigue guardando a día de hoy. Dejándonos en ascuas a la espera de, al menos, alguna frase plantilla del tipo “hay que mirar al futuro, revisar el pasado es reabrir viejas heridas” que ponga las cartas sobre la mesa. El silencio de Sánchez y Díaz, máximos líderes de PSOE y Sumar, resulta aún más atronador mientras los representantes de partidos como Bildu o ERC se solidarizan con quienes, además de acoso judicial y mediático, también sufrieron acoso en su vida personal. No se solidarizan por amistad personal, ni tampoco porque hayan compartido pasillos de Congreso y negociaciones, sino por reflejo democrático y responsabilidad política. Eso que hace que un cargo público tenga claro que, por encima de estrategias a corto plazo, intereses personales, amistades o enemistades, siempre debe estar la defensa de la democracia. Una democracia que no está asegurada si, ante el acoso y el juego sucio como método para acabar con rivales políticos, la respuesta, si les toca a otros, es el silencio. Es absolutamente impresionante tener que explicarlo.



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