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Pablo Iglesias es uno de los líderes peor valorados. Su actitud, su personalidad y su discurso le han pasado factura. Ignacio Escolar  
      28/06/2016 - 
      21:44h
  
http://www.eldiario.es/escolar/fracaso-sorpasso_6_531656854.html
 Los datos son bastante claros. La coalición de 
Unidos Podemos ha perdido más de un millón de votos respecto al 20 de 
diciembre, uno de cada seis. Mantiene los escaños porque la ley 
electoral ahora no juega en contra, pero ni logra sobrepasar al PSOE ni 
aleja a Mariano Rajoy de La Moncloa ni tiene hoy la fuerza parlamentaria
 para condicionar otro tipo de Gobierno que tuvo hace unos meses. No hay
 otro conclusión posible: la estrategia del sorpasso ha fracasado. ¿Las 
causas? En mi opinión, hay que analizar al menos estas seis claves.
 1. El deterioro en la imagen de Pablo Iglesias
 
 Los méritos de Pablo Iglesias al frente de Podemos son indudables. Sin 
él, no existiría este partido; para perder un millón de votos antes 
tienes que ganarlos. Quedarse en ‘solo’ cinco millones y ‘solo’ 71 
escaños no es el tipo de fracaso que nadie hubiese imaginado hace solo 
dos años.
 Desde la nada, Iglesias ha sido capaz de 
liderar un nuevo partido que en sus primeras elecciones tenía su cara 
como logo y hoy es la tercera fuerza parlamentaria. Pero una parte 
importante del reciente retroceso de Podemos tiene que ver con sus 
errores y con su imagen actual, que está mucho más deteriorada que otras
 caras de su coalición: que Ada Colau, Iñigo Errejón, Mónica Oltra o el 
propio Alberto Garzón.
 La actitud, la personalidad y 
el discurso de Iglesias le han pasado factura. Hace tiempo que el líder 
de Podemos tiene en las encuestas una mala valoración, inferior a la de 
sus propias siglas. Hace meses que Iglesias es uno de los líderes peor 
valorados, solo por encima del propio Mariano Rajoy. Ese deterioro en su
 imagen, incluso entre votantes de Podemos, se ha notado.
 En el desgaste en la imagen de Iglesias influye ser el blanco principal
 de todas las críticas, ser la cabeza que se lleva todos los golpes. 
Pero también sus propios errores, que le han creado entre una parte 
importante de la sociedad –también entre una parte de sus votantes, 
aunque no los más forofos– una imagen de soberbia, de agresividad y de 
excesivo tacticismo.
 En Podemos han sido conscientes de este deterioro en la valoración de Pablo Iglesias: por eso  el cartel electoral
 también ha utilizado las caras de los demás líderes de la coalición 
para transmitir una imagen coral. El intento era bueno, pero es difícil 
esconder a tu candidato a presidente del Gobierno.
2. Los giros
 Pablo Iglesias ha viajado demasiadas veces en demasiado poco tiempo de 
la radicalidad a la moderación, del puño en alto a la sonrisa. La 
táctica del poli bueno y el poli malo está muy bien para negociar, pero 
necesita de dos personas y Pablo Iglesias ha interpretado ambos papeles.
 En el paralelismo de Podemos como el PSOE de los 80 en esta nueva 
transición, Iglesias ha ejercido al mismo tiempo de Felipe González, el 
estadista, y de Alfonso Guerra, el que daba caña en los mítines. El 
primer viaje sumó nuevos votantes. La posterior ida y vuelta los ha 
restado.
 Si Podemos logró pasar en poco más de medio 
año del 14% de las autonómicas, del 13% que le daban las encuestas en 
septiembre y del desastroso 8,9% de las catalanas hasta el 20,7% de las 
generales de diciembre fue, en parte, gracias al primer viaje a la 
moderación de Pablo Iglesias en la anterior campaña electoral; gracias a
 su apelación a la sonrisa, "que sí se puede" y a su discurso menos 
agresivo.
 La campaña de diciembre movió a una parte 
importante de ese votante urbano, históricamente socialdemócrata, de más
 de 40 años y situación económica menos golpeada por la crisis; ese 
electorado que en Madrid apoyó a Manuela Carmena como alcaldesa pero en 
las autonómicas votó al PSOE de Ángel Gabilondo.
 Tras
 las elecciones, durante la negociación, llegó otra vez el Pablo 
Iglesias más agresivo: el de "la cal viva" en el discurso de investidura
 –que el propio Iglesias después admitió como un error–, o el de esa 
rueda de prensa donde ofrecía su apoyo a la presidencia de Pedro Sánchez
 al mismo tiempo que lo ridiculizaba. Esos gestos no dañaron el núcleo 
duro del votante de Podemos –que en gran medida comparte tanto el tono 
como el fondo de esas críticas–, pero sí le alejó de una parte de sus 
votantes de diciembre.
 Iglesias, en la última 
campaña, volvió a la moderación y la sonrisa: a los elogios a Zapatero y
 a presentarse como “socialdemócrata”. Pero su credibilidad se ha 
resentido con tanto giro. El traje de moderación no funcionó esta vez 
entre ese votante de izquierda moderada que es imprescindible para 
cualquier candidato progresista que quiera asaltar los cielos. Al mismo 
tiempo, los discursos de la moderación probablemente defraudaron a otra 
parte de sus votantes más de izquierdas.
3. Las negociaciones frustradas
 ¿De quién ha sido la culpa de la repetición electoral? ¿Por qué el 
anterior Parlamento fue incapaz de entenderse? La pregunta ha sido letal
 tanto para Pablo Iglesias como para Pedro Sánchez porque el único 
inocente frente a sus votantes ha sido Mariano Rajoy. En la izquierda, 
hay reparto de culpas para todos.
 Una parte 
importante del electorado de izquierda responsabiliza al PSOE. Había 
otro gobierno posible sin pasar por Ciudadanos, y así lo asumió después 
en campaña el propio Pedro Sánchez: “Yo hoy podría ser presidente del 
Gobierno si hubiera aceptado el trágala y la vicepresidencia 
todopoderosa de Pablo Iglesias y mi presidencia honorífica”, aseguró el 
candidato socialista  en una entrevista en eldiario.es.
 En su respuesta está implícito algo: que los números del anterior 
Parlamento permitían esa investidura de Pedro Sánchez con el apoyo de 
Podemos y la abstención de los independentistas. Que no era cierta la 
tesis del PSOE de que el único gobierno posible era el que ofrecía 
Sánchez con Ciudadanos en el pacto y con Podemos de convidado de piedra.
 Al tiempo, otra parte de la izquierda culpa a Podemos del fracaso de la
 repetición electoral y responsabiliza a este partido de revivir a 
Mariano Rajoy. Había gobierno posible con los independentistas pero no 
iba a ser el Gobierno de la izquierda: tan de derechas es Convergencia 
como Ciudadanos. Y tampoco está claro que Sánchez tuviese el margen de 
maniobra necesario en su partido para pactar una investidura así sin que
 una parte del PSOE se rebelase, sin que algunos diputados socialistas 
votasen en contra.
 Además, el PSOE tenía argumentos 
para dudar de la voluntad real de Pablo Iglesias de llegar a un pacto 
porque el líder de Podemos se los daba con el tono de sus intervenciones
 públicas. La forma en que Iglesias ofreció el acuerdo a Sánchez no fue 
una mano tendida. Lo hizo escogiendo el peor momento para el PSOE: en 
una rueda de prensa urgente mientras Pedro Sánchez estaba reunido con el
 rey (una forma de obligar al líder socialista a pronunciarse de forma 
inmediata y a ciegas, porque tenía convocatoria con los medios prevista 
tras la visita a Felipe de Borbón). Y lo hizo despreciando al candidato 
socialista con esa “sonrisa del destino” que le iba a permitir, casi de 
carambola, llegar a La Moncloa.
 La conclusión –como 
se aprecia en el resultado electoral o en cualquier conversación con 
amigos– es que tanto unos como otros tenían trastos que tirarse a la 
cabeza para responsabilizar al contrario del fracaso de la legislatura 
más corta de la democracia. Y que estas culpas calaron de forma 
transversal, tanto en el electorado de Podemos como en el del PSOE –que 
tampoco está para brindar, por mucho que haya derrotado a las encuestas:
 tiene especial mérito que tu rival más directo pierda más de un millón 
de votos y tú no subas–.
 Todos pagaron el pato menos 
Mariano Rajoy, que también por eso es el que más votos ha ganado. Porque
 la frustración fue en la izquierda, como el reparto de las culpas.
4. El miedo
 Venezuela, Brexit, Cuba, Corea del Norte o incluso la China comunista. 
Los argumentos del miedo han sido permanentes y al final han calado, 
como demuestra el aumento en votos de la derecha. También han hecho 
mella en una parte del votante de Podemos.
 Desde la 
propia dirección de Podemos creen que una de las razones del voto 
perdido hay que buscarla ahí: en el miedo, un miedo azuzado por la 
posibilidad, que parecía real en las encuestas, de que Pablo Iglesias 
llegase a convertirse en presidente del Gobierno. Según esa 
interpretación de Podemos, una parte de sus votantes se asustó ante esa 
posibilidad. Para ese millón perdido, era más fácil votar a Podemos como
 voto de protesta, o como una vía para girar al PSOE hacia la izquierda,
 que como una alternativa real de Gobierno.
 También 
es probable que haya influído el derecho a la autodeterminación: Unidos 
Podemos cae menos en las comunidades menos centralistas –especialmente 
Catalunya y País Vasco–y más en aquellas que son menos partidarias a un 
referéndum en Catalunya. En este tema, la posición de esta coalición no 
ha cambiado. Pero en los últimos meses, tras las elecciones, ese debate 
ha estado mucho más presente en la vida pública de lo que estaba hasta 
ahora.
5. La alianza con Izquierda Unida
 ¿Restó votos la coalición entre Podemos e IU en lugar de sumarlos? Es 
el análisis más directo pero no creo que sea el acertado. Probablemente 
el resultado habría sido mucho peor para ambos de haber ido en 
solitario; si mantienen sus escaños, en vez de caer, es gracias a esta 
alianza. Pero la manera en la que se desarrolló la coalición no ha sido 
tampoco la óptima. Además, existe una relación llamativa: en aquellas 
provincias donde IU era más fuerte en votos, la caída de Unidos Podemos 
ha sido más pronunciada, como  explica Ignacio Sánchez Cuenca en Infolibre y también  profundizan Ignacio Jurado y Lluis Orriols en Piedras de Papel.
 El pacto arrancó con muchas cuentas pendientes entre ambos bandos. Las 
críticas y desprecios de hace apenas un año fueron durísimas y esas 
heridas no estaban cicatrizadas. Un sector de los dirigentes y los 
votantes de IU odiaban y siguen odiando a Podemos, y viceversa. No hay 
más que escuchar  el simbólico discurso de despedida como coordinador general de Izquierda Unida de hace unas semanas.
 “Me va a costar votar en estas elecciones, pero voy a votar”, decía 
Cayo Lara, que no solo hablaba por su boca sino que representaba también
 a un sector no irrelevante de la histórica militancia de IU.
 No creo, sin embargo, que la alianza con Izquierda Unida haya añadido 
radicalidad a la imagen de Podemos. Al contrario: en algunos casos la ha
 moderado. IU en Andalucía es bastante más moderado que el Podemos de 
Teresa Rodríguez. También tiene una imagen y un discurso más moderado el
 “comunista” Alberto Garzón que el “socialdemócrata” Pablo Iglesias. Y 
en la actual dirección de Podemos, tras el golpe interno que destronó a 
Sergio Pascual y arrinconó a Iñigo Errejón, quien ha ganado poder son 
políticos como Irene Montero o Rafael Mayoral, que vienen del PCE y 
fueron claves en la alianza con IU. Son ellos, y no Alberto Garzón, 
quienes ahora pinchan en los mítines  cánticos revolucionarios de los 70 en vez de Vetusta Morla,  según se quejan los errejonistas.
6. Las encuestas
 La dirección de Podemos, igual que casi todos, confió en las encuestas y
 por eso apostó por una campaña conservadora donde lo importante era no 
meter la pata. Sin informacion no hay estrategia y con mala información 
hay una estrategia equivocada.
 Fiándose de las 
encuestas, Podemos entró en campaña con el freno de mano puesto. Nada 
como creerte el ganador para jugar a empatar y acabar perdiendo. Les 
faltó esa épica que sí emplearon en diciembre y, viéndose sobrados, 
fueron más conservadores en su campaña.
 La información errónea de las encuestas probablemente también influyó en los ciudadanos. Como  en el principio de indeterminación de Heisenberg,
 la medición acabó modificando el resultado: las encuestas cambiaron el 
voto. Qué Unidos Podemos apareciese tan cerca del PP, y tan claramente 
por encima del PSOE, provocó un voto a la contra: el de amplios sectores
 conservadores, que no votaron a favor de Marino Rajoy y la corrupción 
del PP sino contra Pablo Iglesias. Y el de una parte del electorado 
socialista, que tampoco votó a favor de Pedro Sánchez sino en contra del
 sorpasso.
Las consecuencias internas
Hace unas horas, Pablo Echenique, el secretario de organización de Podemos, envió un mensaje al grupo de Telegram del Consejo Ciudadano Estatal, el órgano que aglutina a los principales dirigentes del partido. El mensaje es el siguiente:
“Ya
 sabéis que yo soy mucho de amor y eso, pero no me resisto a añadir algo
 también necesario para este momento. Ante cualquier conflicto interno, 
desde la Secretaría de Organización se buscará en un primer momento la 
solución mediada, amorosa, consensuada y de sentido común. En caso de 
que la vía del amor y los cuidados se demuestre inútil, se actuará de 
manera contundente, decidida, concreta y grave contra quienes no 
comprendan (hablo en general; no de este órgano) que las guerras 
internas nos desangran, nos queman y nos hartan. Para que crezca el amor
 no sólo hay que regarlo sino también extirpar las malas hierbas de las 
violencias enquistadas. Sé que no hará falta, pero siempre es bueno 
tener un plan B cuando el amor no gana.”
La advertencia de Echenique es
 una demostración de cómo está el patio en Podemos. Por mucho que los 
más sensatos en el partido –y Echenique lo es– intenten pacificar el 
jardín, la guerra interna ya está larvada y probablemente acabe 
aflorando a final de año: tras las elecciones gallegas y vascas. 
Siguiendo la metáfora fundacional de Podemos, si realmente esa guerra 
estalla, será “los de abajo” contra “la izquierda”. O los partidarios de
 Íñigo Errejón contra los de Pablo Iglesias. 
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