Fernando Broncano R ha compartido la publicación de Ignacio Sanchez-Cuenca.
La política de considerar la investigación y la universidad a imagen y semejanza del deporte de élite está mal pensada por las mismas razones que el elitismo deportivo. No hay que invertir tanto en lograr medallas de oro como en hacer posible la práctica del deporte y la mejor enseñanza en los niveles inferiores. Los rectores se matan por entrar en los rankings, pero estamos dejando de lado la enseñanza media-alta; expulsamos del sistema todos los años a gente muy valiosa, que podría reincorporarse con buenos colegios de educación terciaria que los reinsertase en el sistema. Curiosamente, el sistema americano, tan denostado, cuida este aspecto en los Community Colleges, que cubren una educación de ciclos cortos o la educación permanente. Hagamos que todo el mundo pueda acceder al conocimiento y las medallas del conocimiento llegarán solas. Esto no es un trabajo de héroes solitarios, sino un esfuerzo colectivo. Como en fútbol, no hay que mirar cómo juegan los tres mejores equipos, sino cómo juegan los de tercera regional y los amateurs. Si España no lo ha hecho demasiado mal con la poca inversión que hay es porque el deseo de educarse ha sido fundamental en las últimas décadas. Ojalá no sea Florentino y sus admiradores quienes dicten también la política de investigación de este país.
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Lunes 22 agosto 2016
http://agendapublica.es/universidad-e-investigacion-vs-deporte-y-olimpismo-en-espana/
La finalización de los Juegos 
Olímpicos puede servir para reflexionar sobre algunas cosas que hacemos 
bien en España y otras que, desgraciadamente, no hacemos tan bien. Por 
ejemplo, si comparamos nuestros resultados a escala internacional en el 
campo de la ciencia y de la investigación con los que obtienen los 
deportistas españoles quizás eso nos sirva para identificar cómo de 
bien, o de mal, estamos.
Hay cierto consenso en nuestro país 
respecto a que nuestro deporte vive desde hace unos años lo que ha sido 
dado en llamar una “edad de oro”. Más allá de éxitos individuales, que 
también los ha habido, el crecimiento económico y desarrollo del país en
 las últimas décadas ha permitido una mejora general del nivel de 
nuestro deporte de base y para ensanchar la base más allá de la elite, 
en la línea de lo que es habitual en aquellos países más avanzados que 
suelen copar medalleros muy por encima de lo que debieran si 
atendiéramos únicamente a su población. Así, y desde los Juegos 
Olímpicos de Barcelona, los resultados de nuestro país en las últimas 5 
citas olímpicas han estado por encima de lo que le habría correspondido 
únicamente por su población (España está en torno al lugar número 30 en 
el ránking de los países más poblados del mundo): 13º, 25º, 20º, 15º, 
21º en las citas, respectivamente, de Atlanta, Sidney, Atenas, Beijing y
 Londres. En los Juegos recién concluidos, entre el unánime 
reconocimiento del éxito obtenido, el resultado final ha sido el segundo
 mejor de la Historia, con una 14ª posición juzgada como la mejor prueba
 de la buena salud del deporte español. Aunque todavía lejos de países 
como Alemania, Italia, Reino Unido o Francia, la mejora es evidente 
respecto de años anteriores. El deporte español es considerado casi 
unánimemente como uno de los ámbitos en que España ha sabido superar el 
atraso respecto del resto del mundo occidental que fue la norma a lo 
largo de casi todo el siglo XX hasta el punto de ser tenido por un 
ejemplo. Si en otras áreas nos fuera tan bien como en nuestro deporte, 
se suele decir, estaríamos entre los primeros países del mundo.
Por el contrario, el consenso respecto de
 nuestras Universidades y, en general, respecto de nuestro sistema de 
educación superior y de ciencia e investigación es más bien el 
contrario. Suele considerarse que en este campo no hemos logrado 
recuperarnos del “retraso secular” que el franquismo nos legó, cuando no
 se escucha en ocasiones incluso, que hemos retrocedido. Por ejemplo, periódicamente se nos informa del drama que supone que no haya ninguna Universidad española entre las 10 mejores del mundo. Ni entre las 100 mejores. ¡Ni siquiera entre las 200 mejores! (aunque quizás haya una, aunque eso tampoco sea suficiente para entrar en el Top 50 europeo).
 Y es cierto que da la sensación de que no contamos con Universidades 
que individualmente consideradas sobresalgan singularmente. Pero la 
evaluación global del sistema quizás debiera tener en cuenta que, en 
cambio, hay muchas Universidades situadas en el escalón inmediatamente 
posterior, un escalón que quizás es el que corresponde a España por su 
peso poblacional y económico. La publicación reciente de los últimos resultados del ranking de Shangai confirma,
 de hecho, que el 80% de las Universidades españolas, es decir, la 
práctica totalidad de nuestro sistema universitario, está entre la clase
 media-alta de las instituciones de enseñanza superior del mundo. 
Si analizamos los resultados a partir del
 “medallero” que suele ser tenido como relevante en estos casos, y con 
las limitaciones y reduccionismo de todo listado que hace una foto fija a
 partir de pocos elementos fácilmente mensurables, la producción 
científica española tampoco se antoja tan insuficiente. Siendo como es 
España el undécimo o duodécimo país por Producto Interior Bruto según 
diversas estimaciones, no es descabellado suponer que una posición 
equivalente a ese potencial debiera ser tenida por suficiente, por mucho
 que siempre se pueda aspirar a más. ¡A fin de cuentas unos resultados 
olímpicos mucho menos honrosos suelen ser tenidos como reflejo de un 
deporte muy sano y exitoso!
Pues bien, y al parecer, nuestras 
Universidades, lo que es producir, producen. Lo hacen, de hecho, por 
encima de lo que nos correspondería por población… y también por encima 
de lo que nos correspondería por PIB. Si tenemos en cuenta, además, que 
España dedica un porcentaje menor de su PIB que la mayor parte de países de la OCDE a educación e inversión en investigación científica,
 los resultados que vemos ahí arriba son todavía más meritorios. ¡Más 
aún para un sistema que es juzgado casi unánimemente como muy 
deficiente! 
Ahora bien, si queremos ser rigurosos, 
es cierto que estos datos en bruto son quizás en exceso cuantitativos 
(lo que, por otro lado, no deja de ser normal) y que conviene descartar 
la posibilidad de que en España se esté haciendo mucha investigación 
pero, a la hora de la verdad, muy mala o no del todo buena.  En efecto, 
al corregir los daros por el factor de impacto, la producción científica
 española es algo menor a lo que era la producción en bruto 
estrictamente cuantitativa. Pero, aun así, esta producción científica de
 alta calidad sigue estando estrictamente en línea con lo que sería de 
esperar dado cuál es el PIB español… y bastante por encima de lo que 
sería de esperar si matizáramos ese PIB en bruto teniendo en cuenta el 
rácano porcentaje que dedicamos a investigación superior e investigación
 en nuestro país.
La imagen que nos proporciona este 
peculiar “medallero” de la ciencia e investigación no transmite la foto 
de un país que lo haga tan mal como nos suelen decir. Curiosamente, 
podría decirse que, de hecho, nuestra ciencia es de hecho bastante mejor
 y más consistente que nuestro deporte… a falta de que una actuación 
esplendorosa en Río de Janeiro este verano pueda alterar la ecuación.
Comparado con el deporte, nos faltan 
personalidades de primerísima fila (la famosa ausencia de Premios Nobel)
 que en ciertas disciplinas aparecen porque en el mundo del deporte el 
esfuerzo individual puede en ocasiones ser suficiente para conseguir la 
excelencia. En ciencia e investigación los resultados tienen más que ver
 con una labor colaborativa y de mucha gente, dificultando que aparezcan
 estas “excepciones”.  Pero 
no son éstas las que nos informan del nivel general del desarrollo del 
deporte de un país, como tampoco en el caso de la investigación.
Tampoco tenemos en nuestras Universidades
 un equivalente a un Real Madrid CF o a un FC Barcelona, por varias 
razones. En primer lugar, porque nuestro tejido universitario y 
científico es más plural y policéntrico, en lugar de concentrar 
esfuerzos en pocos centros (caso de hacerlo así, no duden que tendríamos
 en los ránkings alguna Universidad mejor situada). En segundo lugar, 
porque tampoco generan nuestros centros de investigación el entusiasmo 
político e inversor de nuestros clubes de fútbol. Así, mientras la 
financiación de la ciencia en España está por debajo de lo habitual en 
el resto de países con los que nos queremos comparar, somos líderes en 
la inyección de fondos públicos para el fútbol profesional, hasta el 
punto de que ha merecido una investigación absolutamente única por parte de la Comisión Europea.
 No cabe duda de que un entusiasmo semejante por otras actividades las 
propulsaría a resultados aún más honrosos en la escena internacional. 
Mientras ello no ocurra, y contando con 
lo que contamos, no parece que nuestro sistema de Universidades e 
investigación sea particularmente ineficiente. Lo cual no significa que 
no tenga defectos ni sea susceptible de recibir mejoras. Pero para tener
 una mejor comprensión de los primeros y poder poner en marcha las 
segundas conviene saber dónde estamos exactamente. Y muy probablemente 
no estamos tan mal sino tan bien, o incluso mejor, como nuestro deporte.


 
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