Está
muy claro por qué La Vanguardia y El Confidencial serán la nueva prensa
que organice el cambio de ´Régimen. Ya están en posición para adelantar
en lectores a El País y El Mundo, pero ya les han adelantado en
capacidad de determinar las narrativas. Este relato queda, desde mi
modesta opinión, en la antología del periodismo político. Dentro de diez
años será el relato oficial.
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- El Rey estaba dispuesto a emitir una declaración crítica con los partidos, si todo encallaba en julio
- Alexis Tsipras ejerció de intermediario entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, vía Lisboa
- Albert Rivera estuvo a punto de mandar a paseo a Mariano Rajoy en la segunda votación de septiembre
Trescientos días en la niebla. Trescientos catorce días,
para ser más exactos, si finalmente la investidura del presidente del
gobierno tiene lugar el próximo domingo. España, quinto país más poblado
de la Unión y uno de los eslabones críticos de la cadena de debilidades
europeas, ha vivido diez meses en suspenso sin que ello haya alterado
dramáticamente la paz ciudadana –el terrorismo de ETA se eclipsó hace un
lustro– y sin que la economía se haya visto perjudicada, aparentemente,
por el bloqueo político. El caso España ha asombrado al mundo y será estudiado como ejemplo de las nuevas situaciones de estrés en las democracias parlamentarias.
Diez meses después es interesante repasar algunos episodios
clave del espeso periodo de interinidad que en estos momentos parece
llegar a su fin, para dar paso a una legislatura intensa, curva e
inestable.
La huida hacia adelante de Pedro Sánchez
Diversos son los factores que han
conducido a 314 días de bloqueo político, pero uno de ellos ha sido
persistente y fundamental: la ausencia de serenidad en el primer partido
de la oposición. La ausencia de una alternativa de gobierno con buenos
anclajes. Veamos por qué.
Las elecciones del 20 de diciembre del
2015 fueron una debacle para el Partido Popular: 3,6 millones de votos
menos y una pérdida de 63 diputados. Un resultado catastrófico, sólo
comparable, estos últimos años, con el desplome del partido Nueva
Democracia (derecha) en las elecciones parlamentarias griegas del 25 de
enero del 2015. Mariano Rajoy se veía perdido la noche del 20 de diciembre. Se hizo acompañar por su esposa, Elvira Fernández,
en el balcón de la calle Génova. Ambos se besaron ante los militantes
congregados ante la sede central del partido. No fue un gesto casual.
Siete años antes, en marzo del 2008, Rajoy también había salido
acompañado de su esposa al balcón de Génova, tras perder por segunda vez
ante el socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
También aquella fue una noche difícil, puesto que había en marcha una
conspiración dentro del partido para echarle. La resiliencia de Rajoy,
en estos momentos casi elevada a la categoría de mito nacional, no se
entiende sin Elvira Fernández. Rajoy enviaba un mensaje desde el balcón
de Génova: resistir, resistir, resistir. Resistir es vencer. El tuétano
de España, por los siglos de los siglos.
Al cabo de una semana, la narración
ya se había invertido. El Partido Socialista aparecía como el verdadero
perdedor de las elecciones. El PSOE tuvo un resultado pésimo, el peor de
su historia desde 1977 –20 diputados menos–, pero sobre el papel su
descalabro era menor que el de la derecha. Rajoy compactó a los suyos
inmediatamente con la consiga de resistir a toda costa. Pedro Sánchez no
pudo imitarle, porque su liderazgo era mucho más débil. Sánchez había
sido elegido secretario general un año antes, con el decisivo apoyo del
grupo dirigente andaluz, en aquel momento hostil al candidato vasco Eduardo Madina.
Desde Sevilla creían haber puesto a un hombre de paja en la secretaría
general que sería fácilmente relevado en el momento en que Susana Díaz pudiese
aspirar a la dirección del partido con plenas garantías de éxito. “No
vale, pero nos vale”, dijo Díaz de Sánchez el día que los suyos tomaron
la decisión de colocar a un masovero en la secretaría general. Pero el
masovero se rebeló.
La noche del 20 de diciembre, Sánchez
podía haber dimitido. Podía haber planteado una “gran coalición” con el
Partido Popular, siguiendo el ejemplo de Alemania y, en menor medida, de
Italia. Podía haber anunciado severas condiciones al Partido Popular
para dejarle gobernar en minoría. Sánchez optó por la huida hacía
adelante. Invocaba la posibilidad de una “mayoría para el cambio” y se
postulaba para gobernar. Era la manera de salvar el cargo. Era la manera
de intentar poner a Podemos entre la espada del cambio y la pared del
pragmatismo. Podemos, vencedor moral de las elecciones con 69 diputados,
se convertía en la gran obsesión del Partido Socialista. Jamás habían
tenido un competidor tan fuerte a su izquierda.
Los dirigentes territoriales del PSOE
contrarios a Sánchez pronto le embridaron: el comité federal le
prohibió apoyar a Rajoy y también vetó el pacto con los partidos que
defendiesen la celebración de un referéndum en Catalunya (Podemos y los
soberanistas). Felipe González emitió su dictamen: “Si no hay mayoría para gobernar, se debe dejar pasar al PP”. Diez meses después, el edicto se ha cumplido.
Alexis Tsipras al teléfono
Sánchez no se rebeló
contra el estrecho margen de maniobra que le imponía el comité federal.
Una camisa de fuerza pensada para una pronta eliminación política del
masovero. No se rebeló, pero intentó contactar rápidamente con Podemos.
La vía escogida fue un tanto intrincada: Madrid-Lisboa-Atenas-Madrid.
Sánchez habló con el primer ministro portugués António Costa, quien a su vez habló con el primer ministro griego Alexis Tsipras
s, que a su vez llamó a Pablo Iglesias para animarle a un pacto con los socialistas españoles. Una segunda comunicación de Sánchez con Tsipras se efectuó a través del presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata alemán, Martin Schulz.
Los socialistas portugueses estaban interesados en un gobierno de
izquierdas en España. Toda la Península Ibérica orientada a la izquierda
suponía una sustantiva modificación del tablero europeo. Los
socialistas franceses podían estar a favor. El interés de Tsipras era
aún mayor. Grecia vive una situación desesperada. Necesita aliados.
“Gracias Alexis, pero me lo tengo que
pensar”. Iglesias no quiere ser subsidiario del Partido Socialista.
Temía que Podemos acabase siendo la víctima de un gobierno
frágil, inestable y fallido, y acariciaba la coalición electoral con
Izquierda Unida. Temía el desgaste que Syriza ha sufrido en Grecia.
Soñaba con el sorpasso.
Mariano Rajoy y el Rey
Mariano Rajoy temía
otra cosa. Temía subir a la tribuna del Congreso para someterse a una
investidura fallida. Si perdía, se quemaba. Si perdía, cedía el paso al
PSOE, o a un candidato de consenso, quizá una figura externa al
Parlamento. En Madrid ya se hablaba de un Gobierno Monti para España. Y circulaban nombres: Josep Piqué, José Manuel González Páramo, Luis de Guindos...
Rajoy declinó el encargo del Rey. Su plan era el siguiente: pedir al
Consejo de Estado un dictamen sobre la situación de limbo constitucional
–España sin candidato a la presidencia– y convocatoria urgente de
segundas elecciones. Volver a las urnas cuanto antes para corregir el
resultado de diciembre. Felipe VI se
opuso. El jefe del Estado no quería poner en peligro su neutralidad
política. Cuando Sánchez levantó la mano, el Rey le propuso la
investidura. Sánchez intentó un paso de baile con Albert Rivera, para
acabar de colocar a Podemos entre la espada y la pared, sin una
negociación a fondo, que tenía prohibida. Iglesias resistió –resistir,
resistir, resistir, el eterno karma español– y transcurridos los sesenta
días preceptivos se convocaron las segundas elecciones.
Iglesias y Errejón, ¿el duro y el moderado?
Con la euforia a
cuestas por los 69 diputados conseguidos, Podemos pronto se dio cuenta
de la complicación del tablero. Y empezaron las disensiones. Iglesias,
criado en Vallecas, antiguo militante de la Unión de Juventudes
Comunistas, no quería subordinarse al PSOE. Veía posible la alianza con
la Izquierda Unida de Alberto Garzón, reducida a mínimos. El segundo de a bordo, Iñigo Errejón,
militante libertario en su primera juventud, hijo de una modesta
familia de clase media con domicilio en Pozuelo de Alarcón, apasionado
por la densa teoría posmarxista del argentino Ernesto Laclau,
era más partidario del pacto con el PSOE. Podemos, reitera Errejón,
debe dirigirse a la mayoría social. Si nada se mueve, Podemos entra en
contradicción con su nombre. Sánchez intentó entrevistarse a solas con
Errejón, pero este no quiso dar un paso más hacia el cisma. El líder
socialista también mantuvo una entrevista secreta con Ada Colau. Ambos acordaron reunirse en la ciudad de Zaragoza. No hubo pacto.
El sorpasso no tuvo lugar el
26 de junio. El PP supo plantear muy bien la campaña: “O nosotros o
Podemos”, y un segmento del electorado más contestatario se arrugó, bajo
el impacto del Brexit. Podemos salió medio noqueado de las elecciones
de junio, pero el colapso del PSOE parece haber dado la razón a
Iglesias. El de Vallecas es hoy el líder incontestable de Podemos. Hay
dos alas, pero no habrá escisión.
El día que Rivera estuvo a punto de abstenerse
Las elecciones de
junio fueron un alivio para Rajoy. Consiguió recuperar 14 diputados. Con
el concurso de Ciudadanos y Coalicion Canaria podía aproximarse a los
170 diputados. Sólo le faltarían seis. El Partido Nacionalista Vasco,
todavía muy renuente, tiene cinco. Desde la plataforma de los 170
diputados puede ejercerse una fuerte presión sobre el PSOE. Así ha sido.
Albert Rivera tampoco quiere ser
subsidiario del PP, pero no tiene setenta diputados detrás. Sólo cuenta
con 32. Ciudadanos acabó firmando un pacto de investidura con el PP. Un
pacto tenso y desconfiado, que no suma mayoría. Cuando el Rey volvió a
ofrece el encargo a Rajoy a finales de julio, este lo aceptó titubeando.
No las tenía todas consigo. Pero Felipe VI no quería más pérdidas de
tiempo. Era absolutamente contrario a cualquier situación de limbo. Si
Rajoy volvía a escurrir el bulto, el Rey estaba dispuesto a efectuar una
declaración institucional de reproche a los partidos políticos por su
comportamiento desde diciembre.
Rajoy aceptó el encargo y perdió el
debate de investidura. Su discurso fue muy desabrido con Ciudadanos.
Rajoy soporta mal a Rivera. Apenas le agradeció el apoyo. La tarde del 3
de septiembre, Rivera estuvo a punto de ordenar a sus diputados que se
abstuvieran. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría tuvo que acercarse a su escaño para calmarle.
Galicia salva a Rajoy; el PSOE estalla
Rajoy perdió la
investidura, pero Galicia salió en su ayuda. Las elecciones autonómicas
convocadas para el 25 de septiembre en Galicia y el País Vasco le
brindaban la oportunidad de romper la cada vez más apurada línea
resistencia de Sánchez. La clave era Galicia. Rajoy se volcó en la
campaña electoral, pese a las reticencias de Alberto Núñez Feijóo que
no incluía las siglas del PP en sus carteles. Ganó la apuesta. El PP
revalidó la mayoría absoluta en el Parlamento de Santiago. Los
socialistas gallegos quedaron terceros, superado por En Marea. Y los
socialistas vascos, cuartos. Sánchez se quedaba sin motores. Dos días
antes de las elecciones vascas y gallegas, Susana Díaz participaba en
una reunión del sector disidente en la localidad zamorana de Benavente.
Al verse en jaque, Pedro Sánchez
intentó su última huida hacia adelante: convocatoria de primarias para
el 23 de octubre con el indisimulado propósito de provocar las terceras
elecciones, puesto que el pacto alternativo, esbozado pero no
concretado, se quedaba sin tiempo de cocción. Las elecciones eran el
único escudo con el que podía defender la secretaría general.
Felipe González dio la orden
de ataque. Sánchez caía derrotado en el comité federal del día 1 de
octubre, después de una semana delirante que los socialistas tardarán
muchos años en olvidar. Hoy, la comisión gestora presidida por el
asturiano Javier Fernández llevará al
PSOE a la abstención, con graves heridas internas. Dentro de ocho días
habrá gobierno y en España seguirá resonando, por los siglos de los
siglos, el grito ancestral: resistir, resistir, resistir. Resistir es
vencer.
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