Sergio C. Fanjul 18/2/22
Estaba en el Cash Converters de Delicias mirando una guitarra Epiphone de segunda mano por 100 euros, bastante bien de precio y en buen estado, cuando Liliana me llamó y me dijo que la gente se estaba juntando en Génova 13 para pedir la dimisión de Casado.
Me cogí el 45 que subía hacia Atocha y en un rato estaba allí: las luces de las lecheras policiales destellaban a lo lejos y se oían los gritos de “¡fraCasado, fraCasado, fraCasado!”. Me integré en las (pequeñas) masas ayusistas a conciencia, ya que un agente de la Nacional me increpaba continuamente para que no pisase la carretera y me embutiese en el gentío ‘popular’, que iban a abrir el tráfico. Era unos pocos cientos, a juicio de mi defectuoso ojímetro, aunque se fueron yendo poco a poco a tomar algo.
“Son unos paquetes”, me dijo un chaval con un arete en el lóbulo izquierdo y una bomber verde, “mientras tanto Pedro Sánchez debe estar frotándose las manos”. Ya había anochecido completamente y estaban presentes todos los medios de comunicación habidos y por haber, hasta la tele pública asturiana y yo mismo, que reporteaba para las redes sociales. “Mira, por allí va Teo, parece que le ha dado un síncope”, bromeaba un Capitán España con la bandera rojigualda a modo de capa.
Los ayusistas eran heterogéneos. Había los que cabía esperar, pijolines, fachalecos y señoronas, pero también gente random y hasta modernos: conté hasta tres cazadoras de cuero modelo Perfecto, un no despreciable número de barbas hipster y había un tipo con gorra de camuflaje que parecía recién salido de una rave en un monasterio abandonado. Una adorable señora entrada en años mostraba su dulzura mientras conversaba con las amigas: “Ahora va a ser imposible sacar a ese chuloputas de mierda de la Moncloa”. Sorprendente la virulencia verbal de esta abuelita indefensa.
Los chavalines gritaban muy fuerte, y uno decía no se qué de una camiseta muy chula con una esvástica. “Tienen que dejar de decir que Vox son de extrema derecha, ¿qué son, amigos del gilipollas de Sánchez?”. Un señor fumaba un puro apoyado en la pared y pedía mesura mientras le entrevistaban para un podcast. A Casado le llamaban rojo y morado. “¡Casado a Galapagar!”, gritaba un exaltado. “No jodas”, respondía otra ciudadana, “que yo vivo en Galapagar y ya hemos aguantado mucho rato al Coletas… menos mal que se ha ido con la hija de Vestrynge a Torrelodones”. El Twitter hecho carne y hecho hueso y hecho señora.
El más sensato un chaval que, mientras liaba un cigarrillo se encogía de hombros y le decía a su amigo: “Estamos aquí apoyando a Ayuso, pero todavía no sabemos si es corrupta…”. Y el amigo le decía: “Da igual: ¡Ayuso, Ayuso, Ayuso!”.
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