(...) No se puede decir, por pueril, que el MAM no es colonial porque no quiere serlo o porque pretende celebrar la hermandad hispanoamericana. Teniendo en cuenta que lo hispanoamericano se fundó sobre la desaparición de muchas culturas indígenas, es difícil sostener esa afirmación. Esto no es una cuestión de voluntad o, al menos, no lo es de una sola voluntad. El perpetrador no puede imponerle a la víctima las condiciones de la reparación. Por otro lado, una colección puede ser descolonizada señalando que se trata de conocimiento situado. Es decir que lo que allí se expone y la narrativa que se construye está históricamente condicionada y que es solo una de las maneras posibles de ver ese pasado. Este reconocimiento de los límites de la propia perspectiva es una convocatoria al diálogo y al intercambio de pareceres.
No parece que todo esto vaya a acabar con los grandes museos españoles ¿Por qué entonces tanto miedo? ¿Por qué esa reacción irritada aun antes de saber el alcance de la propuesta descolonizadora? Dejando de lado las cuestiones de coyuntura política y esa tendencia a oponerse antes de saber de qué se trata, se me ocurren tres razones para explicar la aparición de tanta resistencia. La primera tiene que ver con el rearme intelectual de la derecha; la segunda con la confusión entre culpa y responsabilidad; la tercera está relacionada con la construcción de la identidad nacional y la creencia de que toda resignificación es una traición.
La derecha española lleva algún tiempo intentando rearmarse intelectualmente. Para ello utiliza nociones e imágenes de segunda mano y con un pasado tortuoso. Me refiero a la hispanidad que ahora aparece en todas partes, en cátedras, en los vaticinios apocalípticos del gobierno de Madrid, y como referente de una unidad que nunca fue tal. El concepto de hispanidad fue uno de los más queridos por el franquismo que lo utilizó para inflar la escuálida imagen de España después de la guerra. Se usó como moneda de cambio con el Eje nazi fascista primero y, más tarde, con los Estados Unidos. En realidad, se trató de una noción unilateral, rancia y excluyente que nunca tuvo contenido real alguno más allá de destacar la pretendida hegemonía española. Si la hispanidad es una de las banderas de esta guerra cultural, ¿cómo encajar la descolonización que implica el reconocimiento de relaciones de poder con otras culturas?
Es un lugar común decir que el pasado no se puede cambiar o que los contemporáneos no somos culpables de las acciones de nuestros antepasados. Ambas ideas son en general ciertas. Por tanto, ¿para qué andar removiendo viejas historias y antiguas heridas? No podemos cambiar el pasado, pero sí nuestra relación con él. Lo que sí podemos modificar, y de hecho lo hacemos, son nuestras interpretaciones sobre esos hechos. Y esa incorporación del pasado en el presente es siempre valorativa porque, si bien no somos culpables de lo que hicieron quienes nos precedieron, tenemos responsabilidad, como herederos, ante esos sucesos. La esclavitud existió, con el consiguiente beneficio para la economía nacional y no podemos alterar esa situación hoy, pero sí podemos, y lo hacemos, responder ante ese hecho: podemos silenciarlo, exaltarlo o condenarlo. ¿Cómo compatibilizar este apego confesional de la derecha hacia el legado histórico con la revisión del lugar de ese pasado en el presente? (...)
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