domingo, 18 de junio de 2023

CTXT. ¿Qué hacer con el turismo en Barcelona?

 Ernest Cañada / Nuria Alabao 18/05/2023

Solo Barcelona en Comú y la CUP hablan de decrecer en un momento en el que resulta evidente que el descontento ciudadano ha quebrado los consensos sobre las ‘bondades’ del sector

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Barcelona es probablemente la ciudad del mundo que más discurso ha producido sobre sí misma, sus excelencias culturales, su clima, su urbanismo progresista… sobre su “modelo”. En términos neoliberales de competencia entre urbes por atraer capitales, la apuesta por el turismo como eje de la economía urbana postindustrial ha sido un éxito. En 2019, antes de la pandemia, este sector suponía casi el 13% de su Producto Interior Bruto (PIB) y daba empleo a más de 131.000 trabajadores y trabajadoras, el 12,5% del total. Pero para sus habitantes, el reparto de los beneficios, como siempre sucede, es muy desigual. Las molestias que produce la turistificación, las dificultades de habitar una ciudad volcada hacia el turismo o la distribución desigual de sus beneficios llevan tiempo formando parte del debate público, con mayor o menor tensión, según el momento. 

En esta campaña electoral, la oposición se está centrando en temas netamente de derechas, como la agenda securitaria –delincuencia, okupas y limpieza– donde creen que tienen un marco más fácil. Desde estas posiciones, el turismo está poco presente, más allá de la apelación genérica a la necesidad del crecimiento económico y de las facilidades que hay que dar a las empresas. Pero para la izquierda también es un debate incómodo, sobre todo después de ocho años en el poder. 

¿Por qué es tan importante el turismo en Barcelona?

Después de los Juegos Olímpicos de 1992, el discurso público omnipresente alababa de forma unánime las “bondades del turismo”. Si algo se podía destacar de aquel “exitoso” modelo fue la apuesta de los diferentes gobiernos municipales por la colaboración público-privada, fundamentalmente a través del consorcio Barcelona Turismo, creado en 1993 con el fin de dar continuidad a la promoción turística de la ciudad. Desde entonces, han sido ingentes las cantidades de dinero público destinadas a publicitar la ciudad en los circuitos internacionales y a construir las infraestructuras urbanas que necesita el sector –tanto en alojamiento como en transportes–. Esto es clave porque una de las lógicas principales con las que funcionan las empresas turísticas es que venden algo que no es suyo. Los turistas no se alojan en un hotel por los servicios que ahí se les proporcionan. Esta es una decisión secundaria; la principal es la ubicación. Lo que les interesa es el entorno, la propia ciudad. El producto es Barcelona. Y eso explica la presión constante sobre las administraciones públicas, y en particular las alcaldías, para que les proporcionen un buen entorno y lo hagan vendible.

La reactivación pospandemia –Barcelona cerró el 2022 con 9,7 millones de turistas alojados en hoteles y viviendas de uso turístico, un volumen equivalente al 81,2% del registrado en el 2019–, con el miedo a la crisis, ha permitido al empresariado redoblar su presión sobre el sector público para incentivar la promoción internacional, desarrollar macroproyectos (como los Juegos Olímpicos de Invierno o la Copa América), y mejorar sus infraestructuras, ya sea la ampliación del aeropuerto o la construcción de plantas desalinizadoras para evitar restricciones en el consumo de agua. También ha servido como excusa para que el año pasado se aprobara un acuerdo municipal –con el apoyo de las principales patronales vinculadas al turismo, los sindicatos mayoritarios y todos los partidos con representación en el consistorio, con la abstención de ERC– para reformar los horarios comerciales en 27 barrios de Barcelona y que se pueda abrir en domingos y festivos durante cuatro meses al año, con el fin de aprovechar la llegada de cruceristas. Una vuelta de tuerca más en el proceso de turistificación (...) 


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