Excesivo, racista, homófobo... y delincuente. La historia reciente del fútbol y de la política española puede entenderse siguiendo las huellas del último presidente electo del Atlético de Madrid. Bécquer Seguín - Traducción: Álvaro San José López - 28 de Diciembre de 2016 http://ctxt.es/es/20161228/Deportes/10240/Jesus-Gil-Atletico-de-Madrid-presidente.htm VÍDEOS EN EL ENLACE
Eran cerca de las diez y media de
la mañana cuando Jesús Gil y Gil, de 62 años de edad y entonces
presidente del Atlético de Madrid, abandonó con dificultad el Mercedes
que había aparcado frente a las oficinas de La Liga en la capital de la
ciudad, cruzó las verjas que las separaban del exterior y se dirigió a
la puerta de las oficinas centrales de La Liga, flanqueado por dos
imponentes guardaespaldas ataviados con gafas de sol. Era el 8 de marzo
de 1996, un viernes. Antes de alcanzar la puerta, Gil se encontró con
José María Caneda y José González Fidalgo.
Caneda era el presidente, y Fidalgo el gerente del SD
Compostela, un club pequeño procedente de la histórica ciudad de
Santiago de Compostela, donde se encuentra el punto final del famoso
camino de peregrinaje cristiano, el Camino de Santiago, que siguen los
viajeros caminando desde el sur de Francia, que pasa por los Pirineos y
que atraviesa todo el norte de España. Hasta el estadio del club tiene
un nombre religioso, San Lázaro.
Sin embargo, la historia del club no hace pensar en el
Lázaro de la Biblia, sino en el protagonista de la novela picaresca del
siglo XVI, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.
Al igual que el pequeño Lázaro de la historia, que sufre numerosos
momentos de servidumbre antes de valerse por sí solo, el SD Compostela
había luchado durante décadas antes de alcanzar en 1992 la máxima
categoría del fútbol español, 32 años después de que el club viera la
luz.
Tres años más tarde, durante la temporada 1995-96, el
Compostela consiguió su mayor logro: alcanzar los primeros puestos de la
liga de fútbol gracias a las sensacionales victorias sobre equipos más
grandes como el Barcelona, el Espanyol y la Real Sociedad. Durante gran
parte de la temporada, el Compos estuvo en la cuarta posición e
incluso durante un tiempo llegaron a estar segundos, a solo seis puntos
del líder, el Atlético. En el partido 29 de la temporada, una semana
antes de la reunión en la sede de La Liga, el Compostela había sufrido
una descorazonadora derrota por 3 a 1 contra el Oviedo, que ocupaba la
decimoséptima posición de la tabla. Aun así, el club se aferraba al
tercer puesto y si ganaba la semana siguiente al Real Betis, en séptima
posición, conseguiría mantenerse tercero y conservaría todas las
opciones de jugar en Europa la temporada siguiente.
Jesús Gil se acercó a José María Caneda fuera del
edificio. Días antes, Caneda había realizado unas declaraciones
despectivas sobre los votantes de Marbella, la ciudad donde Gil acababa
de ser reelegido alcalde por segunda vez. Caneda había llamado
“estúpidos” a los votantes y se reafirmaba en el insulto:
− Te digo lo mismo, exactamente lo mismo− exclamó, mientras Gil acortaba la distancia que los separaba.
− Como vuelvas a mencionar el nombre de Jesús Gil, te
arranco la cabeza− bramó Gil, mientras levantaba el dedo delante de
Caneda.
− Te digo exactamente lo mismo.
− ¿Quieres que empecemos ya?
−Cuando quieras, cuando quieras− se defendió Caneda,
antes de que Fidalgo, el gerente, interviniera. Era un poco más bajo que
Gil, pero un poco más alto que su jefe en el Compostela, y su actitud
agresiva pilló por sorpresa a Jesús Gil.
−No vengas a meterte con nadie de momento, ¿eh?− dijo
Fidalgo, cuando ya los reporteros empezaban a salir del edificio y, en
ese momento, las cámaras comenzaron a dispararse como si fueran luces de
Navidad.
Gil y Fidalgo alzaban dedos acusatorios al unísono y
mientras, Caneda, que permanecía apartado a un lado, repetía la misma
frase −“cuando quieras”−. Así se mantuvieron durante unos instantes
hasta que Fidalgo dio la espalda a Gil, agarró por el codo a Caneda y
acompañó a su presidente hacia la puerta de las oficinas.
− Eres un chorizo− gritaba Gil detrás de ellos.
En ese momento, Fidalgo se dio la vuelta, alzó el dedo índice y cargó de nuevo contra Gil: −Y tú un hijo de puta− espetó.
Gil retrocedió y lo que eran luces de Navidad se
volvieron luces de discoteca. Fidalgo consiguió agacharse, aunque
sobreestimó la velocidad con la que un hombre del tamaño de Gil podía
lanzar un puñetazo: todavía estaba por venir. Cuando Fidalgo se agachó
una segunda vez, Gil golpeó al hombre del Compostela en la sien con la
parte de abajo de su puño. Antes de que Fidalgo pudiera lanzar el
contraataque, los enormes guardaespaldas de Jesús Gil se antepusieron y
detuvieron la trifulca, empujando a Caneda y a Fidalgo tras las puertas y
encerrando a los dos hombres en las oficinas.
Al día siguiente, el Compostela perdió contra el
Betis, 2-1. El club ganó solo uno de los partidos que le quedaban esa
temporada y bajó del tercer al décimo puesto. Fue uno de los derrumbes
más desgarradores en la historia de La Liga. El Compostela nunca había
acabado tan arriba, pero el logro no dejaba de producir una amargura muy
profunda. Mientras, el Atlético acabó llevándose el doblete.
“Desde 2004, el Atlético de Madrid lo dirige un tipo que está ahí de manera ilegal”, dice Jesús Martínez, abogado y miembro de Señales de humo. Ese tipo es Miguel Ángel Gil Marín, el segundo hijo de Jesús Gil, y 2004 es el año en que falleció Jesús
Jesús Gil, fallecido en 2004 con 71 años a causa de un
infarto cerebral, era una persona escandalosa con una reputación
infame. Un magnate inmobiliario conocido por sus negocios turbios y un
político con negocios aún más turbios. Las últimas dos décadas de su
vida, alcanzó la presidencia y después la propiedad del Atlético de
Madrid, y gobernó, aunque quizá esta no sea la mejor palabra para
describirlo, el Ayuntamiento de Marbella, localidad ubicada en la Costa
del Sol que viene a ser lo mismo que Malibú, California, pero con
grandes dosis de evasión de impuestos, prácticas mafiosas y corrupción
política.
“Desde 2004, el Atlético de Madrid lo dirige un tipo
que está ahí de manera ilegal”, dice Jesús Martínez, abogado y miembro
de Señales de humo, un grupo de aficionados partidario de reformas. Ese
tipo es Miguel Ángel Gil Marín, el segundo hijo de Jesús Gil, y 2004 es
el año en que falleció Jesús y dejó a Miguel Ángel una participación
mayoritaria en el club. Poco más de dos meses después de su muerte, los
jueces imputaron al padre y al hijo por cuatro delitos de fraude por
valor de 16,2 millones de euros al haber cedido al club los derechos de
cuatro jugadores que no valían nada. Dos de las operaciones eran
directamente fraudulentas porque el Atlético ya era el propietario de
los derechos de los jugadores, así que en la práctica se los revendieron
de nuevo al club. En las otras dos, demostraron una mayor imaginación,
puesto que ninguno de los fichajes había siquiera puesto un pie en un
campo de fútbol en su vida, ni profesionalmente ni en categorías
inferiores. En los cuatro casos, los fondos del Atlético de Madrid se
desviaron a una compañía llamada Promociones Futbolísticas de la que
eran propietarios ellos mismos. Ennio Sotanaz, escritor y bloguero que
cubre al Atlético, explica que los Gil seguramente “fueron a varios
países subsaharianos” a por los jugadores, “luego los vendieron como
futuras estrellas por millones de euros y los jugadores no vieron nada
del dinero”. No era más que una herramienta financiera para desviar
fondos y, más que nada, para robar activos del club.
Desde entonces, Miguel Ángel no ha devuelto el dinero
que debía ni ha cumplido el año y medio de cárcel al que fue condenado.
Algunos aficionados del Atlético, como los miembros de Señales de humo,
se declaran perplejos, ya que no pueden entender cómo es posible que el
Estado no haya ejecutado su propia sentencia, o cómo puede ser que las
autoridades españolas permitan a un criminal convicto seguir siendo el
accionista mayoritario del tercer club más importante de posiblemente la
mejor liga del mundo. Los tribunales españoles tienen fama de estar
politizados, sobre todo el Tribunal Supremo, y muchos sospechan que la
situación tiene algo que ver con la relación política que los Gil y
Enrique Cerezo, el actual presidente de club y anterior vicepresidente
durante la época de Gil, tenían con los miembros del Partido Popular, la
derecha tradicional española, que estuvieron en el gobierno entre 1996 y
2004.
Para buscar pistas solo hay que estudiar la vida del
miembro mayor del clan. Durante la década de los 90, su fama dio un
salto cuantitativo como consecuencia de una trayectoria profesional que
parecía salida directamente del manual de Donald Trump. En sus
diferentes papeles como promotor inmobiliario, presentador de su propio
programa de televisión y político, Gil y Gil mezclaba una filosofía
“hablando en plata”, con demostraciones de ostentación. Era el alcalde
de una ciudad costera prominente y el propietario de un equipo de fútbol
conocido internacionalmente, y sin embargo la mayoría de las cosas que
decía sonaban a un montón de sinsentidos racistas, homófobos o sexistas.
Por eso siempre era noticia y los medios de comunicación dedicaban
tanto tiempo a sus palabras insensatas. Una cadena de televisión
española fue un poco más allá y dio a Gil su propio programa de
variedades de 95 minutos de duración en la franja horaria más vista. Se
titulaba Las noches de tal y tal, en referencia a la forma en
que tenía Gil de acabar siempre sus frases, y en él aparecía Jesús Gil
sin camisa, sumergido en un burbujeante jacuzzi y rodeado de modelos en
bikini mientras contaba historias de su propia vida.
“La personalidad de Jesús Gil era excesiva
absolutamente en todo”, afirma Juan Esteban Rodríguez Garrido, profesor
de formación del profesorado en la Universidad Complutense de Madrid,
que ha publicado las biografías de Arda Turan y Koke. “Me ha dicho gente
que trabajaba con él, no solo en el Atleti, sino también en sus otros
negocios, que era el tipo de persona que podía llamarte a cualquier
hora, daba la impresión de no dormir nunca. Una persona con pocos
escrúpulos cuando se trataba de hacer negocios. También es verdad que su
retórica era fácil, fácil en el sentido de que conectaba bien con “el
pueblo”, quizá porque también él venía del ‘pueblo’, era muy populista”.
“Que se mueran todos aquellos a los que les jode que
yo sea rico y el Atlético líder”, declaró en una ocasión. En 1989,
después de que el Atlético perdiera contra la Fiorentina en la copa de
la UEFA, Gil se despachó sobre el árbitro Michel Vautrot, votado mejor
árbitro del mundo tanto en 1988 como en 1989: “No es que sea un
mariquita, es un maricón. Sé de muy buena tinta que después de quedar
nosotros eliminados de la Copa de la UEFA a ese colegiado le buscaron
los italianos un niño rubio de ojos azules”. Al año siguiente, la UEFA
inhabilitó a Gil durante 18 meses.
Poco después de la derrota contra la Fiorentina, Jesús
Gil renunció supuestamente en el último momento a la contratación de
uno de los mejores delanteros alemanes, Jürgen Klinsmann, sin otra razón
que haber escuchado que el jugador “perdía aceite”, según sus propias
palabras.
Durante la primavera de 1997, el Atlético alcanzó los
cuartos de final de la Champions League. Se enfrentaba al Ajax, un
equipo en el que jugaban Tijani Babangida, Kiki Musampa y Patrick
Kluivert, que anotó el tanto del 1-1 en el partido de ida jugado en
Amsterdam. Tras el encuentro, Jesús Gil presentó su evaluación en la
televisión: “Los negros del Ajax... Eso parecía el Congo, dicho con
todos los respetos. Mirabas a un lado y había cuatro negros calentando,
mirabas a otro y había cinco y en el campo otros tres. Salían negros de
todas partes como si fuera una máquina de churros”.
Louis van Gaal, el entrenador del Ajax en aquella
época, condenó los comentarios y boicoteó un almuerzo organizado con
representantes del Atlético antes del partido de vuelta en Madrid. Al
día siguiente, el titular “Eso parecía el Congo” llenaba la portada del
tabloide holandés De Telegraaf.
La respuesta de Gil a las acusaciones de racismo vino
en la forma de una conferencia de prensa antes del partido de vuelta,
que al Ajax ganaría en el minuto 119 con un gol de Babangida. Decidió
hablar en inglés y aseguró que: “Black, white, all. I am white. No problem. Ahora”, saltó en español por un momento, y retomando en inglés, continuó: “I think that… Excuse me. I think that you black and say black, black, black all days is very bad”, y tras una larga pausa, finalizó su soliloquio: “The colour no is problem for man”.
Tres años antes, durante un segmento de su programa de
variedades, Gil fue igual de elocuente cuando entrevistó en su finca a
Imperioso, su semental español de color blanco. Le preguntó sobre
diversos asuntos, entre ellos los fichajes que debía hacer y si debía
despedir al entrenador (durante la temporada 1993-94, Gil había
contratado un número récord de entrenadores: seis).
El escritor uruguayo Eduardo Galeano interpretó la conversación como si de un cuento se tratara en su libro Fútbol a Sol y Sombra:
−Perdimos, Imperioso.
−Ya lo sé, Jesús.
−¿La culpa de quién es?
−No lo sé, Jesús.
−Sí lo sabes, Imperioso. La culpa es del entrenador.
−Pues despídelo.
En otra entrega de su programa, el invitado era el
cómico inglés Benny Hill. Durante la escena que compartían, Hill tenía
que golpear repetidamente en la cara a Jesús Gil, pero el guión no le
pareció bien y Gil acabó propinándole un puñetazo.
Bernardo Salazar, historiador futbolístico que cuenta
entre sus libros con una historia del Atlético en cuatro volúmenes y una
historia del Real Madrid en 12 volúmenes, no tiene problema en recordar
su primera interacción con Gil y Gil. Sucedió en 1968, cuando Salazar
trabajaba en una agencia de publicidad y Gil, siguiendo los pasos
profesionales de sus padres, se iniciaba en el negocio de la
construcción. Jesús Gil engañó a Salazar para que firmara un contrato de
publicidad de una de sus propiedades, pero él nunca firmó su parte del
acuerdo, y Salazar acabó pagando el pato y realizando servicios que
nunca se pagaron.
58 personas murieron al hundirse un techo durante un evento en una de sus propiedades. Se descubrió que el proyecto no contó ni con un arquitecto. Acabó indultado por Franco. Pasó poco más de dos años en prisión
Un año después, salieron al descubierto las prácticas
empresariales de Jesús Gil y finalmente se demostró que no solo carecían
de escrúpulo alguno, sino que además eran criminales. El 5 de junio de
1969, unos 500 invitados de la cadena de supermercados holandesa Spar se
reunieron en un complejo turístico propiedad de Gil y Gil en Los
Ángeles de San Rafael, Segovia, para celebrar sus nueve años de
presencia comercial en España. El evento también servía para inaugurar
la renovación del restaurante del resort del que Gil era
propietario. Gil había comprado el terreno del complejo en 1965,
congraciándose con el infame Ministro de Turismo, Manuel Fraga, y
consiguiendo que recalificara los terrenos para su urbanización. Poco
tiempo después, esta se convertiría en su “manera habitual de hacer
negocios”, según su biógrafo, Juan Luis Galiacho.
Para poder acomodar la convención de Spar en San
Rafael, Gil abrió tanto la nueva como la vieja parte del restaurante.
Cuando comenzaron a llegar los invitados, se fueron apiñando en los
asientos de la parte nueva, en la que cabían 150 personas
aproximadamente y en la que se encontraba la mesa presidencial, a la que
estaban sentados, entre otros, el teniente-alcalde de Segovia, Manuel
Mosácula, y el alcalde de la ciudad de El Espinar, Antonio Vázquez
Aparicio.
Los langostinos y la trucha a la segoviana estaban
todavía calientes cuando todo el mundo se puso en pie para recibir la
bendición del cura. Sin previo aviso, el techo se derrumbó. La sala de
banquetes era una masa de miembros, cemento y mortero. Algunos pilares
independientes habían protegido a los comensales que estaban sentados en
la mesa presidencial y les ofrecían una vista de la macabra escena a
salvo de peligro: “Estar viendo a toda la gente sentada allí, delante de
nosotros y de pronto no ver a nadie”, narró Mosácula al periódico ABC.
Murieron 58 personas y 147 resultaron heridas en el
desastre. La finalización de la parte nueva del restaurante estaba
prevista para julio, pero Gil insistió en que se cambiara la fecha para
inaugurarlo a mediados de junio. Muchos testigos y supervivientes
recordaban haber visto mortero fresco el día del derrumbamiento; otros
recordaban haberse dado cuenta de que el cemento no estaba seco aún;
otros, incluso, se percataron del estado inacabado de la propiedad, en
la que se veían hileras de ventanas cubiertas con lonas, o paredes y
tabiques sin completar. La investigación posterior demostró que todo el
proyecto se había realizado sin la participación de un arquitecto y sin
un plan de construcción.
La dictadura de Franco culpó directamente a Gil, y
apuntó a que no se habían solicitado los permisos necesarios. Lo
juzgaron, lo declararon culpable de “imprudencia temeraria” y decretaron
su ingreso en prisión de manera “indefinida”. Siete meses después, al
darse cuenta de que el prisionero había establecido un floreciente
negocio ilícito de mercancías dentro de la cárcel, las autoridades le
trasladaron a su casa en régimen de arresto domiciliario, aunque al poco
tiempo regresó a la cárcel porque una juez había reexaminado el caso de
San Rafael y había decidido volver a abrirlo. La sentencia de esta
juez, después de que Gil acordara compensar a cada una de las 58
familias de las víctimas con un millón de pesetas (poco más de 115.000 €
en dinero de hoy en día), fue que una condena de cinco años sería
suficiente.
Cinco meses después, Gil abandonaba de la cárcel
gracias a un indulto del mismísimo general Franco. Había pasado un total
de 27 meses en la cárcel y seis en libertad condicional.
Jesús Gil y Gil nació en la ciudad de El Burgo de
Osma, Soria, en 1933. No era muy aficionado al fútbol. En todo caso, era
aficionado al Athletic de Bilbao, el equipo al que apoya mucha gente
del norte de Castilla y León. Aunque quizá a Gil le atraía más la
capital, ubicada a dos horas al sur en coche. Seis años después de que
saliera de la cárcel, justo antes de la temporada 1978-79, Gil realizó
sus primeros negocios con el Atlético de Madrid y convenció a Vicente
Calderón, el legendario presidente del Atlético que dio nombre a su
estadio, para que trajera el equipo a Los Ángeles de San Rafael durante
la pretemporada. Para Gil, el club no era más que un medio para
conseguir un fin.
“Estamos hablando de alguien a quien vas a entrevistar
sobre fútbol y te da una lección de una hora sobre comunismo”, dice
Rubén Uría, periodista de CTXT y la Cadena SER. “El fútbol era una
plataforma, o un puente, para alcanzar lo que le interesaba de verdad”,
afirma Sotanaz, el bloguero del Atlético, “y eso era la política”.
El punto de inflexión con el Atlético llegó la década
siguiente, en 1987, cuando Calderón, que era el presidente del club,
murió súbitamente. Las elecciones para presidente se convocaron
inmediatamente después. El equipo estaba inmerso en la carrera por ganar
la Copa del Rey, a los mandos de Luis Aragonés, y había llegado a la
final, que le enfrentaría con la Real Sociedad. Sin embargo, al Atlético
le faltaba una estrella mundial, alguien como Paulo Futre. El extremo
del FC Oporto venía de liderar a su equipo en la victoria 2-1 sobre el
Bayern Munich en la final de la Copa de Europa y, al final de esa
temporada, quedó segundo en la votación del Balón de Oro.
"Era alguien a quien ibas a entrevistar sobre fútbol y te daba una lección de una hora sobre comunismo”, dice Rubén Uría
La final de la Copa de Europa se disputó a finales de
mayo y las elecciones del Atlético estaban previstas para el 26 de
junio. Lo que Gil vio en Futre fue la mejor oportunidad de garantizarse
el puesto de presidente y, para conseguirlo, dos días antes de la
votación se subió en un avión privado con destino a Oporto acompañado de
Rubén Cano, una antigua estrella del Atlético que acababa de terminar
su carrera profesional como futbolista y comenzaba su trayectoria como
uno más de los muchos asesores de Jesús Gil. Se reunieron con los
gerentes del Oporto y no tardaron en llegar a un acuerdo para el
traspaso de Futre. Desde Oporto, viajaron a Milán para visitar a Futre,
que estaba jugando el Mundialito de Clubes con el FC Oporto. Pocas horas
después, de regreso a Madrid, la noche antes de las elecciones, Gil
apareció en una discoteca llena de seguidores del Atlético con Futre a
su lado.
“Estaba demostrando que no era una cortina de humo,
que Futre estaba allí de verdad”, dice Garrido. Los aficionados del
Atlético se quedaron sin palabras, Futre, una joya del fútbol mundial,
podía acabar jugando con ellos. En aquella época, posiblemente no había
ningún otro jugador en el mundo, aparte de Maradona, que pudiera generar
tantas expectativas entre los aficionados.
“Al día siguiente, la gente votó en masa por Jesús
Gil”, confirma Garrido, “y de ese día en adelante, el ‘huracán Gil”
había tocado tierra en el Atlético”.
Durante el discurso que siguió a su nombramiento, Gil
declaró: “Este es el inicio de una nueva era en el Atlético”. Muchos
comentaristas pensaron que se refería a una nueva era de trofeos y buen
fútbol, pero Gil tenía otra cosa en la cabeza. De acuerdo con Garrido,
al caer la noche, el gerente del Atlético, José Julio Carrascosa, le
dijo a Jesús Gil que iba a guardar las papeletas de voto con el fin de
mantener un registro, y Gil riéndose afirmó: “Esas las puedes tirar al
río, porque esta es la última vez que habrá elecciones en este club”.
Cuando inició su carrera política en Marbella, las
tácticas que empleó fueron similares. La ciudad de Marbella, enmarcada
por Gibraltar y Málaga en la costa sur de España, está enclavada entre
una pequeña colina y el radiante mar Mediterráneo. Cuando se abrió en
1954 un resort de lujo llamado Marbella Club, la ciudad se
convirtió en el destino de la élite mundial y en el lugar favorito de
personas con apellidos como Rothschild, von Bismarck, Thurn und Taxis,
Metternich y Thyssen. Jimmy Stewart, Grace Kelly y Cary Grant eran
habituales en la década de los 70, y hoy en día es fácil encontrarse con
el cantante Julio Iglesias y el actor Antonio Banderas descansando por
la ciudad.
Gil llegó a Marbella en 1986, un año antes de su
jugada para hacerse con la presidencia del Atlético. Abrió una agencia
inmobiliaria, que decoró, de verdad de la buena, con una foto de Marlon
Brando en el papel de El padrino. José Cosín, escritor y abogado de Marbella, define el gesto como una tácita “declaración de intenciones”.
Cinco años después, mientras se disputaba la primera
temporada bajo el mandato de Gil en que el Atlético estaba siendo más o
menos competitivo, decidió presentarse a la alcaldía de Marbella. No se
anduvo con rodeos ni empleó acrónimos estridentes, se limitó a crear un
partido llamado Grupo Independiente Liberal, o GIL. El partido lo
dirigió a imagen y semejanza de los “clanes sicilianos”, en los que “los
capos cumplían las órdenes del jefe del clan”, escribe Cosín en Mafia y corrupción,
el libro que escribió sobre la política marbellí de los últimos 25
años. Como integrantes de su círculo íntimo, Gil reclutó a varios
hombres de negocios con muy buenos contactos y el 26 de mayo de 1991
ganó las elecciones a la alcaldía, con más de un 65% de los votos.
Sin embargo, incluso antes de tener asegurado su
mandato en la ciudad, Gil ya había colocado la palabra “Marbella” en la
camiseta de los jugadores del Atlético, en sustitución de una marca de
fotocopiadoras. Ahí permaneció durante muchos años y hasta se convirtió
en sinónimo del club.
“¿A nadie le pareció raro que Marbella figurara en la
camiseta del Atlético cuando Gil era también el alcalde?, pregunté a
Sotanaz, el bloguero de Madrid.
“La gente le rió la gracia”, contestó, “porque era la
época de la ‘España feliz’, la época del ‘todo vale’”. Esa ‘España
feliz’ es una referencia a la euforia nacional que provocaron eventos
como los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92 que, acompañados de un
sentimiento de progreso y prosperidad, sirvieron para distraer a la
gente de la corrupción a gran escala que ahora hemos conocido, a raíz de
una serie de revelaciones que tuvieron lugar a partir de 2009, y que se
estaba produciendo en aquel momento. Gil estaba en lo alto de esta ola
de chanchullos y el acuerdo sobre las camisetas con el logo de Marbella
es el ejemplo perfecto: según Gil, como nadie estaba dispuesto a pagar
lo que valía patrocinar al equipo, lo patrocinaría él mismo. “Lo que
hizo fue sacar dinero del ayuntamiento de Marbella y decir que era para
pagar el patrocinio de las camisetas del Atlético”, cuenta Sotanaz,
“pero eso era mentira”. Se suponía que el dinero era para el Atlético,
pero el club “no recibió ni una peseta”, según Sotanaz. En su lugar, Gil
se quedó con la mayor parte del dinero.
Antes de que comenzara la temporada 1991-92, Gil
diseñó una operación mediática increíble: “Los jugadores [del Atlético]
salieron con una camiseta que decía ‘Corrupción, ¡no!’ en el lugar del
patrocinador. Imagínate. Estaba promocionando su propio mensaje de que
todos los políticos en España son unos corruptos”, explica Garrido. “Se
presentó como el defensor anticorrupción que se iba a deshacer del viejo
sistema político”.
Aunque la degradación no se detuvo ahí. “Marbella”
figuró también en las camisetas del Sevilla y del Betis durante la misma
época y, posteriormente, se acabó expulsando a varios ejecutivos de
ambos clubes por corrupción, muchos de cuyos casos estaban directamente
relacionados con Gil y Gil.
En 1999 entraba por segunda vez a la cárcel por el 'Caso Camisetas': había defraudado 2,7 millones de euros. Nada en comparación con lo desviado en el Ayuntamiento de Marbella: 35,2 millones
El día de saldar cuentas llegaría una década más
tarde. El 9 de enero de 1999 Gil fue puesto bajo custodia (la segunda
vez que iba a la cárcel), como consecuencia de lo que se conoció como Caso Camisetas.
El acuerdo para patrocinar las camisetas del Atlético era en realidad
una tapadera para malversar 450 millones de pesetas (2,7 millones de
euros) del ayuntamiento de Marbella. Dos años después, el Tribunal
Supremo confirmó la sentencia: 28 años de inhabilitación y seis meses de
arresto domiciliario.
Aun así, el escándalo de las camisetas no fue nada si
lo comparamos con el saqueo generalizado que llevó a cabo en la ciudad
que supuestamente tenía que administrar. Entre 1991 y 1995, según
publicó el periódico El Mundo, Gil y otros seis cómplices
desviaron a cuatro empresas fantasma 35,2 millones de euros del
ayuntamiento de Marbella. José Luis Jiménez, que era amigo de Gil desde
que se conocieron en una celda de la cárcel de Segovia en la década de
1970, era el propietario de varias compañías inexistentes. Juan Antonio
Roca, otro socio de Gil, había creado en 1993 dos empresas imaginarias y
las había puesto a nombre de su madre de 80 años, que vivía en otra
ciudad y que ignoraba lo que estaba sucediendo. El puesto oficial de
Roca en el gobierno de Gil en Marbella era gerente de planificación
urbana, una planificación que llevaba a cabo a través de una de las
empresas fantasma, lo que le permitía calificar y recalificar terrenos
al tiempo que negociaba acuerdos con los constructores.
El testaferro de Roca era Juan Hoffman, cuyo padre,
Hans, había sido un destacado simpatizante nazi que había conseguido
asilo para antiguos oficiales nazis en diversos lugares de la Costa del
Sol. Juan heredó la red de contactos de su padre y en ella figuraban
políticos corruptos y élites económicas de toda Europa. El fallo del
tribunal dictó que se había aprovechado de sus contactos para blanquear
dinero obtenido gracias a esa estafa.
Para llevar a cabo su papel de gobernantes
municipales, Gil, Jiménez y demás, utilizaban una cuenta secreta desde
la que realizaban ingresos falsos en sus diversas compañías. La
investigación reveló que entre todos se hicieron con un total de
aproximadamente 49,4 millones de euros. A pesar de que Gil intentó
culpar de todo a su abogado desde hacía más de 20 años, José Luis
Sierra, Gil y otros seis hombres (incluido Sierra) fueron acusados de
estafa y malversación de caudales públicos. El Caso Saqueo, como
se conoció en su momento, dio como resultado la tercera y última
encarcelación de Jesús Gil. El 16 de abril de 2002, un juez de la
Audiencia Nacional decretó que fuera arrestado. Gil pagó la fianza y
salió seis días más tarde.
La red de corrupción de Jesús Gil operaba de una
manera ordenada y sistemática, al contrario que su gestión impulsiva del
Atlético. En 1989, un par de años después de su elección, su personal
de confianza comenzó a mencionar el nombre de Patricio Rubio Bernal,
conocido como “Patri”, que era por aquel entonces un jugador de las
categorías inferiores del Real Betis que tenía 15 años, pero que ya era
considerado como uno de los jugadores con mayor potencial de Europa. Gil
enseguida fichó al joven jugador con “el contrato y las condiciones de
un jugador profesional”, según Garrido. El periódico ABC
publicó que Gil había pagado al Betis una prima por traspaso de 142.500 €
y había convertido a Patri en el canterano mejor pagado del mundo de la
noche a la mañana.
Garrido cuenta como un amigo que tenía una relación
estrecha con el equipo le decía: “Durante los entrenamientos, mientras
el equipo corría alrededor del campo, Patri daba toques al balón contra
la pared y no corría”. Le trataban, tanto dentro como fuera del campo,
como un objeto de lujo, más adecuado para una galería de arte que para
un campo de entrenamiento.
“Se publicó mi contrato y eso me hundió”, explicó
Patri en una entrevista concedida en 2005, después de retirarse del
fútbol. “Mis compañeros me envidiaban y los del primer equipo me miraban
mal porque cobraba más que alguno de ellos”. Su carrera en el Atlético
se extinguió. Cuando terminó su contrato de tres años con la cantera del
Atlético, no le renovaron. “Y luego hay mucha mentira.”, confesó en la
misma entrevista, “De mis tres años, sólo cobré uno y medio, y a base de
pagarés. El resto no me lo pagaron”.
Los rumores afirman que el fichaje de Patri dejó una
marca indeleble en Jesús Gil, pero la verdad es que el Atlético de Gil
rara vez acudía a las categorías inferiores para completar el primer
equipo. Y no era por falta de jóvenes talentos. El equipo infantil ganó
en 1991 la liga nacional gracias a su capitán, Raúl González Blanco, más
conocido como Raúl, y a los 55 goles que marcó esa temporada. El año
siguiente, después de que los cadetes del Atlético, liderados por Raúl,
vencieran a un Real Madrid impresionante antes de alcanzar el objetivo
de ganar otra liga más, Jesús Gil decidió repentinamente disolver la
cantera del Atlético. Despidió a todo el personal de las categorías
inferiores, incluidos entrenadores y ojeadores, y envió a los jugadores
una carta en las que les decía que eran libres de irse a jugar a otros
equipos.
“Llega un punto en el que Gil se cree su gran
mentira”, explica Uría. “Su gran mentira era que el Atlético de Madrid
no tenía que ser un gran club, sino un gran negocio. [Por eso] la
gestión económica que hizo consistió básicamente en ingresos y gastos.
Se dio cuenta, gracias a su mente prodigiosa, que el club tenía muchos
gastos y algunos eran completamente innecesarios. Poco a poco, decidió
eliminar las ramas históricas del club: voleibol, balonmano y todas las
demás. Luego creyó que salía caro mantener a la cantera y, finalmente,
llegó a la genial conclusión de eliminarlo por completo”.
Bernardino Matallanas, ojeador del atlético desde 1965
y el hombre que había traído a Raúl al club, dimitió en señal de
protesta. Raúl rápidamente fichó por el Real Madrid, club en el que se
convertiría en uno de los jugadores más icónicos de su historia.
El interés económico personal de Jesús Gil pudo más
que todos los demás cálculos. Durante la campaña electoral de 1987, Gil
expresó que el concepto de convertir a los clubes deportivos en
sociedades anónimas era “absurdo […] porque el cambio del ordenamiento
jurídico no se concibe habida cuenta del elevado déficit de nuestros
clubes, actualmente. Primero, por tanto, habría que hacer desaparecer
ese déficit. Por otra parte, si el Club fuera de 4 o 5 señores”, en
lugar de pertenecer a sus propios socios, “desaparecería la pasión de
los seguidores, y sin la pasión de éstos perdería el fútbol todo su
encanto y su atractivo actual”.
Antes de 1992, los equipos de fútbol en España y en la
mayor parte de Europa funcionaban como clubes, no como empresas. Los
clubes deportivos eran como asociaciones de afiliados: no pertenecían a
nadie en concreto, sino a todos los socios. “Durante la época de
Franco”, explica Emilio Abejón, economista y miembro de dos grupos que
abogan por la responsabilidad y la representación democrática en los
clubes de fútbol, “los clubes en España eran asociaciones democráticas
la gente votaba al presidente. Mis abuelos podían elegir al presidente
del Atlético de Madrid, pero no podían elegir al jefe del gobierno.
Curiosamente, cuando llegó la democracia a la política, ésta desapareció
de los clubes”.
A mediados de la década de 1980, los principales
clubes de fútbol españoles habían acumulado grandes déficits y el
gobierno decidió intervenir para investigar la estabilidad financiera de
La Liga. Después de varios intentos fallidos por reducir el déficit, el
Congreso de los Diputados aprobó en 1990 la Ley del Deporte, que
obligaba a casi todos los equipos de fútbol de primera y segunda
división a convertirse en sociedades anónimas antes del 1 de julio de
1992. Posiblemente, el propósito de la Ley del Deporte era puramente
económico: poder exigir que rindiera cuentas por las deudas del club una
persona o una junta propietaria. Sin embargo, el resultado fue sobre
todo político: en la práctica, la ley entregaba el poder absoluto a una
persona millonaria sobre lo que antes solía ser una comunidad de vecinos
afiliados a una asociación. La ley eximía al Real Madrid, al Barcelona,
al Athletic de Bilbao y al Osasuna de la obligación de convertirse en
sociedades anónimas, porque el gobierno estimaba que eran los únicos
clubes económicamente solventes. (No obstante, el 4 de julio pasado, la
Comisión Europea resolvió que el estatus de esos cuatro clubes era
ilegal, porque les permitía acogerse a “desgravaciones fiscales
parecidas a las organizaciones sin ánimo de lucro”, según explicó el Financial Times).
“Al acceder a la presidencia, Jesús Gil estaba decidido a hacer suyo el Club”, sentenció el Tribunal Supremo en 2004. El tribunal buscaba conocer la lógica que estaba detrás de otro de los casos de corrupción de Gil, el llamado Caso Atlético
Sin lugar a dudas, Gil fue uno de los mayores
defensores del cambio. “Al acceder a la presidencia, Jesús Gil estaba
decidido a hacer suyo el Club”, sentenció el Tribunal Supremo en 2004.
El tribunal buscaba conocer la lógica que estaba detrás de otro de los
casos de corrupción de Gil, el llamado Caso Atlético, en el que
tanto él como Enrique Cerezo, el antiguo vicepresidente y actual
presidente, fueron declarados culpables de apropiación indebida durante
la transformación en sociedad anónima a principios de la década de los
90. (El altamente politizado Tribunal Supremo absolvió a Gil y a Cerezo
en 2004 de la condena de dos años y de restituir todas las acciones
adquiridas durante el proceso de constitución del club en Sociedad
Anónima Deportiva, citando como justificación la prescripción de los
delitos una vez que transcurren cinco años). “Para ello”, continuaba la
sentencia, “se dispuso a confundir el patrimonio del club con el suyo,
bien personal bien de sus empresas o de otras con ellos vinculadas, y no
dudó en aportar su patrimonio para la adquisición de fichas federativas
de jugadores, entre las que se incluyó la relativa al jugador Futre,
cuyo fichaje esgrimió en la campaña electoral antes de ser elegido
presidente”.
Abejón expone las complejas artimañas financieras que
permitieron a Jesús Gil apropiarse del club. “Si quieres ser el dueño
del club y no solo su presidente, ¿qué haces? Admites una deuda contigo
mismo para poder intercambiarla más tarde por capital. Primero intentó
eso, pero el gobierno dijo, ‘No, eso no se puede hacer. Tienes que poner
el dinero de verdad’. Entonces lo primero que hizo fue pedir a los
socios (durante una Junta General Extraordinaria de Accionistas de
1990) que reconocieran una deuda que no había calculado o documentado
con precisión y que, por tanto, era falsa. Luego puso a los aficionados
de su lado declarando: “Esto lo hago porque amo al club y no quiero que
baje a Segunda”.
Pero el tiempo seguía pasando y la enorme deuda del
Atlético había puesto al club en peligro de descenso automático durante
la temporada 1992-1993, si Gil no encontraba los 12,3 millones de euros
que demostraran la solvencia económica del club. Pero no había deuda
demasiado grande para Jesús Gil. Dos días después de la reunión redobló
su amor por el club fichando a Bernd Schuster, y declaró que había
pagado el traspaso con dinero de su bolsillo, aunque en realidad había
usado el del Atlético.
Para finalizar, Abejón explica cómo Gil probó que
podía pagar la deuda y demostró así la estabilidad financiera del
Atlético, lo que permitió al club permanecer en Primera División. “Vas a
un banco y les dices: ‘dame un aval por 12 millones de euros’”. Según
Abejón, Gil había prometido devolver el aval en una semana. “Presentas
el aval, capitalizas, compras todas las acciones y luego devuelves el
aval”, continua Abejón, “y así te conviertes en el dueño”.
En otras palabras, el aval era fraudulento, es decir
que valía menos que un pañal usado, pero consiguió su propósito: la Liga
lo había aceptado. Al mismo tiempo que el club pasaba de estar
compuesto por socios a estar compuesto por accionistas, la decisión de
la LFP legitimaba la compra de acciones de Gil, que se hizo casi con el
95% de las mismas.
En realidad, las cosas no sucedieron de manera tan
ordenada. El 30 de junio de 1992, el último día antes de que se cerrara
el plazo para convertirse en sociedad anónima, hubo mucha tensión.
Salazar, el historiador del Atlético, recuerda que a pesar de la
influencia de las conexiones políticas que tenía Jesús Gil en la
capital, la caja de ahorros Caja Madrid había cerrado la línea de
crédito y no le concedía el aval que le permitiría calmar al Gobierno y a
la Liga. Sin el crédito, el Atlético descendería a Segunda B.
A las 18:00 horas de ese día, Salazar recuenta, Gil
recibió una llamada de Ramón Mendoza, el presidente del Real Madrid,
preguntándole si eran ciertos los rumores sobre el crédito, a lo que Gil
tuvo que responder que sí. Entonces, Mendoza le comentó que conocía a
la persona idónea que le podría ayudar.
Al mismo tiempo que el club pasaba de estar compuesto por socios a estar compuesto por accionistas, la decisión de la LFP legitimaba la compra de acciones de Gil, que se hizo casi con el 95% de las mismas
Mendoza “llamó a quien fuera”, explica Salazar
levantando las manos hacia atrás. Una compañía llamada Dorna, que
pertenecía a Banesto, por aquel entonces el quinto banco más grande de
España, y que se dedicaba a las promociones deportivas, solucionó el
problema de Gil. Le concedieron un aval por valor de 2.062 millones de
pesetas (unos 12,3 millones de euros). Mario Conde, presidente de
Banesto, tenía que sellar la operación, pero estaba de viaje en
Sudamérica y la aprobación tuvo que coordinarse a distancia. (Conde
sería condenado más tarde por fraude y malversación durante su
presidencia y sentenciado a 20 años de cárcel. En abril de 2016 le
arrestaron de nuevo y le imputaron por blanquear capitales desde hace
décadas). El aval llegó solo un cuarto de hora antes de que acabara el
plazo a medianoche y Gil pudo presentar los papeles en la Liga justo a
tiempo. Uno o dos días después, retiró el aval bancario. “No pagó
absolutamente nada, en realidad”, dice el bloguero Sotanaz.
Pero Gil no fue el único que consiguió engañar al
Gobierno de España y a la Liga para que le permitieran quedarse con la
titularidad del club. Manuel Ruiz de Lopera, presidente del Real Betis
desde el momento en que se convirtió en sociedad anónima en 1992 hasta
que fue condenado por fraude fiscal en 2006, fue acusado recientemente
de saquear las cuentas del club durante su constitución en sociedad
anónima por valor de 30,5 millones de euros. Hoy en día, el caso sigue
abierto; su origen se encuentra en la demanda que los aficionados
políticamente activos, en su mayor parte, interpusieron en 2014 contra
el anterior dueño del Betis.
“Se preguntaron ellos mismos, ‘¿qué hace falta para
adueñarse del club?’”, cuenta Jesús Martínez, abogado y miembro de
Señales de humo. “O mejor todavía, ‘¿cómo puedo hacerlo sin desembolsar
un céntimo?’”.
Un mes antes de constituirse en sociedad anónima y
hacerse con la mayoría de las acciones, Gil había ganado su segunda Copa
del Rey consecutiva con el Atlético, venciendo en la final 2-0 al Real
Madrid, con goles de Schuster y Futre, sus dos fichajes estrella. Cuando
se destapó lo de la evasión fiscal, cuenta Salazar, “los aficionados ni
se enteraron”.
Hoy en día, el hijo de Jesús Gil, Miguel Ángel Gil
Marín, es el propietario del 52% del club. Wang Jianlin, el hombre más
rico en 2015 según Forbes, y Cerezo, productor cinematográfico
que fue el vicepresidente del club entre 1987 y 2003, poseen cada uno un
20%. Los propietarios del resto de las acciones son los socios del
club, incluidos los abonados. Gil Marín estudió veterinaria, pero lleva
involucrado en el Atlético desde principios de la década de 1990 y,
básicamente, lleva la gestión del club en un segundo plano desde 1997.
Casi nunca acude a los partidos, y los aficionados tienen la creencia de
que circula por la M-30 madrileña para aliviar los nervios cada vez que
juega el equipo.
Le pregunto a Abejón, el economista, por qué el
Atlético todavía sigue en manos de las mismas personas a las que
pillaron desviando dinero del club y me responde con una analogía:
“Digamos que te robo el coche. Cinco años después, cuando prescribe ese
delito en España, conduzco hasta tu casa y te digo ‘¡mira lo que
tengo!’. Tú me denuncias por habértelo robado, pero el juez dicta que
‘sí, te lo robó, pero no puedo condenar a esta persona, por eso no irá a
la cárcel y ni siquiera te lo tiene que devolver’. Esto es según el
código penal, “si quieres que te devuelvan tu coche”, me explica,
“tienes que recurrir al código civil, que es más caro y más complicado”.
En torno a la primavera de 2000, los aficionados del
Atlético comenzaron a organizarse. Se creó el foro Señales de humo, con
las características normales de cualquier foro deportivo: gente
discutiendo los partidos del fin de semana, pero hablando también del
pésimo estado económico, político y social del club.
Por esta misma época, los investigadores empezaron a
encontrar las primeras grietas en los casos de corrupción de Jesús Gil.
Unos meses antes, un juez de la Audiencia Nacional abrió la
investigación del Caso Atlético sobre Gil, su hijo y sus
socios, por apropiación indebida cuando el club se estaba constituyendo
en sociedad anónima. El 22 de diciembre de 1999, el juez decretó el cese
de Gil como presidente y destituyó a todo el consejo de administración
del club, “decapitándolo por completo”, en palabras de Garrido, el
biógrafo de Koke y Turán. El club fue intervenido y se nombró como
administrador a Luis Manuel Rubí Blanc, una persona completamente ajena
al mundo del fútbol.
“El Atleti casi llegó a disolverse”, relata Abejón, “te dices a ti mismo ‘no me lo creo, hay que hacer algo’”
“Eso afectó al vestuario, sin duda”, confirma Garrido,
“los jugadores del equipo ganaban uno, dos o tres millones cada uno,
pero en sus contratos solo figuraban 100.000, 200.000 o 300.000 euros”.
El resto provenía de cuentas en el extranjero. Rubí lo sabía y fue al
vestuario un día para decirles “muchachos, voy a pagaros lo que pone en
el contrato. Si alguien tiene algo que decir que lo diga”, pero claro,
los jugadores que tenían que haber cobrado tres millones de euros solo
declaraban trescientos mil euros. Si hubieran dicho algo, estarían
reconociendo un fraude fiscal, así que ninguno abrió la boca. A esto le
siguieron tres o cuatro meses de caos absoluto en los que el riesgo de
que los jugadores acabaran en la cárcel estaba bastante presente. En el
campo, los resultados ya estaban siendo malos, pero después de esto
empezaron a ser calamitosos, y el equipo acabó bajando a Segunda.
Los tribunales decidieron devolver el club a Jesús Gil
y a sus administradores a mediados de abril, pocas semanas después de
que el club bajara a Segunda por primera vez desde 1939. Muchas de las
personas con las que hablé situaron los orígenes de esta decisión en el
miedo. El Atlético era, y es todavía, el tercer club más importante de
España, y lo que es más, era el club más grande que se había constituido
en sociedad anónima. El experimento de convertir a los clubes en
sociedades anónimas todavía era un fenómeno relativamente reciente y
muchos en el Gobierno y otras instancias estaban desesperados por verlo
funcionar. Que el Atlético descendiera asestó un golpe fatídico a esta
idea y consiguió que los aficionados se dieran cuenta de la realidad en
que sus presidentes los habían metido. “Lo único que cambió [cuando Gil
regresó al club]”, comenta Garrido, “fue que el equipo alcanzó la final
de la Copa y perdió contra el Espanyol, pero esa fue la última vez que
los aficionados cantaron ‘y tal y tal’, la expresión marca de la casa de
Jesús Gil.
Mientras tanto, el foro Señales de humo había cobrado
vida propia. “El Atleti casi llegó a disolverse”, relata Abejón, “te
dices a ti mismo ‘no me lo creo, hay que hacer algo’”. Ese otoño de
1999, varios asiduos del foro habían comenzado a hablar de crear una
asociación. “Estábamos convencidos de que nuestros problemas iban más
allá de las quejas del día a día sobre la gestión del club”, dice
utilizando la primera persona del plural tan característica de los
aficionados acérrimos. El plan original era acudir a la Audiencia
Nacional y estudiar toda la documentación que se había hecho pública
sobre el caso. En 2002, cuando los tribunales estaban agotando los
últimos cartuchos en el Caso Atlético, Señales pasó de ser un
foro a convertirse en una asociación. “Entendemos el club como una
institución social y cultural, propiedad de sus socios y con
instituciones democráticas, transparencia y una existencia sostenible,
para que nadie pueda hacer locuras económicas que pongan al club en
peligro de extinción a largo plazo”, señala Abejón. “El gilismo
(como se apodaba la ideología empresarial de Gil y su trama) es la
antítesis de todo esto. Basta con ver lo que ha pasado en Marbella”.
“Al principio, íbamos a las gradas con pancartas y
queríamos que todos los socios se enteraran”, cuenta Abejón, “pero
últimamente ya lo hacemos menos”. Desde 2003, Señales, con la ayuda de
varios de abogados voluntarios, ha tomado medidas legales que le
permiten intervenir en la gestión del club. Muchos de los socios de
Señales con los que hablé me dijeron que se inspiraron en el trabajo de
asociaciones de otros clubes, como el Betis, que estaban ganando
importantes batallas legales contra sus propios dueños corruptos.
Una de las primeras acciones que promovió la
asociación fue acudir a la junta de accionistas. Para poder sentarse a
la mesa necesitaba un 5% de las acciones del club y durante varias
semanas antes de una reunión de 2002, los socios de Señales fueron
puerta por puerta hablando con aficionados y recogiendo las firmas
necesarias para poder enviar a una persona que representara a los socios
y a la gente que tenía el abono de temporada o una o dos acciones,
algunas de ellas pasadas de generación en generación por aficionados del
Atlético. “Y allí que nos presentamos”, relata Abejón, “fue la primera
reunión del club en la que no estaban solo los miembros del círculo
cercano de Gil, y conseguimos juntar todas las acciones de los socios”.
El experimento de convertir a los clubes en sociedades anónimas era un fenómeno relativamente. Que el Atlético descendiera consiguió que los aficionados se dieran cuenta de la realidad en que sus presidentes los habían metido
La reunión a la que acudieron fue muy significativa.
Gil estaba inmerso en una oleada de nuevos casos de fraude y
malversación, y parecía que iba a perder la presidencia del club, aunque
se aferraba a lo que pensaba serían sus últimas muestras de poder. Para
incrementar el número de acciones que poseía, decidió ampliar el número
de acciones del club que, recordemos, ya poseía casi por completo. De
acuerdo con los estatutos del club se convocó una junta general de
accionistas para poder aprobar la medida. Según Abejón, Gil consiguió
manipular la reunión gracias al secretario, que aprobó la ampliación de
capital a pesar de las protestas del representante de Señales.
En ese momento, Señales demandó a Gil y sus cómplices,
entre los que estaban Cerezo y el hijo de Jesús Gil, Miguel Ángel. “La
primera jueza estaba acojonada porque esta gente era muy poderosa”,
cuenta Abejón. “Intentó que la apartaran del caso y nos hizo perder el
tiempo durante cuatro o cinco años, pero desde el penúltimo tribunal
hasta el Tribunal Supremo solo pasó un año. Después de nueve años, el
tribunal falló a nuestro favor”. De esta manera, en 2012, más de una
década después de que los aficionados indignados comenzaran a conectar online los unos con los otros, Señales consiguió su victoria legal más importante contra la trama de Gil.
La sentencia del Tribunal Supremo abrió un sinfín de
posibilidades para Señales. “Esta sentencia nos ha permitido hacer
muchas cosas porque reconoce que hubo evasión”, cuenta Abejón, “una
especie de pecado original en la apropiación del club por parte de los
Gil que sienta un precedente sobre el que construir otros casos contra
el hijo de Jesús Gil”.
Gil Marín “gana lo mismo que un delantero que marca 20
goles por temporada”, explica Martínez, el abogado y socio de Señales.
Todos estos años de mentiras pesan mucho sobre el tono de su voz. Su
profundo enfado con la situación solo es comparable con su arsenal de
conocimiento y su agudeza mental.
Estamos sentados en una arrocería del barrio Quintana
de Madrid cuando suena el teléfono de Martínez. Mira la pantalla y las
comisuras de sus labios se estiran para formar una ligera sonrisa,
“mira”, me dice, y me enseña un mensaje de WhatsApp que acaba de
recibir. El que lo manda es Miguel Ángel, el auténtico Miguel Ángel Gil
Marín (Martínez no es el único socio de Señales que conozco que tiene el
teléfono de Gil Marín entre sus contactos).
Martínez me cuenta que en una de las últimas juntas de
accionistas a las que asistió, habló con Gil Marín. La conversación que
tuvieron fue sobre una de las demandas que Señales iba a presentar en
breve contra el club. Gil Marín le pidió a Martínez (muy educadamente,
enfatizó Martínez), que le enviara un mensaje el día antes de que el
grupo presentara la demanda, solo para avisarle. Martínez le había
mandado el mensaje esa misma mañana y por lo que parecía Gil Marín pensó
que era necesario responderle. El mensaje no dice nada, pero llaman la
atención el tono y la longitud. Martínez le había enviado dos o tres
líneas como mucho y Gil Marín había respondido con un largo párrafo que
destilaba un tono similar al de un adolescente torturado por una
reciente ruptura sentimental. Pongamos que ya es difícil tomarse en
serio una historia melodramática de amor y traición sobre tu propio
club, pero cuando esa historia te llega del dueño del tercer club más
grande de, quizá, la liga más grande del mundo, es casi imposible no
caerse de risa.
Mientras abandonamos el restaurante y nos dirigimos
hacia su coche, Martínez me pregunta a bocajarro: “¿Por qué quieres
escribir sobre Jesús Gil?” Mi respuesta es que era un personaje
fascinante: increíblemente repulsivo, a menudo un payaso, y sin embargo
fue capaz de embaucar a todo el mundo con su encanto y llegar a los más
selectos escenarios del deporte y la política españoles. ¿Qué puede ser
más interesante que un tipo que era el dueño de un gran club de fútbol,
que era el alcalde mafioso de una lujosa ciudad costera española y que
entrevistaba a su semental blanco en televisión?, pregunto incrédulo.
“Ya claro, pero todo eso ya lo sabes. Sin embargo,
sobre Miguel Ángel no sabemos casi nada. Y, para mí, el misterio es lo
más interesante”.
Este artículo fue publicado en septiembre en la revista Howler
Traducción de Álvaro San José López
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