Me pregunto cuándo dejaremos de ofrecer nuestro patrimonio natural
al primero que ponga sobre el mapa un puñado de dólares, esas empresas
de países modélicos, donde la naturaleza es intocable. José Luis Gallego 1/04/2017 http://www.eldiario.es/zonacritica/Permiso-permiso-ves-talando_6_628247188.html
Este lunes acudí a Salamanca junto a mi compañera
Esther Eiros, directora y presentadora del programa 'Gente Viajera' de
Onda Cero, para inaugurar la Semana Verde de su Universidad. Al llegar
nos recibió un grupo de manifestantes de la Plataforma Stop Uranio para
protestar contra la mina de uranio que la empresa australiana Berkeley
pretende explotar en las dehesas de Retortillo.
Situado al oeste de la provincia, se trata de un paraje natural de alto
valor ecológico, incluido en la Red Natura 2000. Un paisaje
característico del bosque mediterráneo, poblado de encinas centenarias y
donde crían varias especies amenazadas. O mejor dicho, criaban, porque
las obras están en marcha.
El tránsito de vehículos pesados, el trajín de las
excavadoras pegándole zarpazos a la dehesa, el ruido de las motosierras
y, sobre todo, el solemne manotazo que pegan los árboles al ser
derribados contra el suelo han espantado a la fauna del lugar.
Al final de la charla un pequeño grupo de manifestantes pidió
respetuosamente la vez para exponer el motivo de su queja. Su
sinceridad, su pudor, el consternado tono con el que intentaban
trasladarnos la magnitud de la tragedia, contagiaban emoción.
El artista gráfico Victorino García Calderón, miembro de la plataforma,
no sabía cómo taparse para que no se le vieran los sentimientos. Con el
suyo, nos trasladó el llanto de las gentes del lugar por las encinas
abatidas, por el paisaje profanado, un paisaje que es la memoria viva de
sus gentes.
Bajo el impresionante portalón de la
fachada plateresca, la conversación con los miembros de Stop Uranio se
torno aún más triste. Me contaron que las motosierras han abierto otro
corte, entre vecinos y familias, con el dinero prometido por la empresa.
"Nos han partido el alma –se lamentaban– el pueblo está roto para
siempre".
La tensión entre partidarios y detractores
de la mina había entrado en las casas, en los bares, en los paseos. Ha
enfrentado a los que ven en Berkeley a un nuevo Míster Marshall y los
que les advierten que la concesión, de poco más de una década, es pan
para hoy y hambre para siempre.
Al contrastar los
datos, mientras escribo estas líneas en el tren de vuelta, descubro que
la empresa tiene los permisos en suspenso desde el pasado mes de enero
por parte del Ministerio de Energía, a la espera de un informe del
Consejo de Seguridad Nuclear que puede tardar dos años.
Averiguo que la Fiscalía de Medio Ambiente, alertada por las denuncias
de los principales grupos ecologistas, ha abierto diligencias ante un
posible delito ecológico. No entiendo nada.
Pero mi
perplejidad se torna estupor cuando escucho al máximo responsable de la
empresa australiana en La Sexta expeliendo soberbia, dejando muy claro
que "las operaciones van a continuar" porque la orden del Ministerio no
les afecta.
Me pregunto cuándo dejaremos de ofrecer
nuestro patrimonio natural al primero que ponga sobre el mapa un puñado
de dólares. Esas empresas de países modélicos, donde la naturaleza es
intocable, que sin embargo y como nos canta Serrat "van a cagar a casa
de otra gente".
Cuándo recuperaremos la dignidad, la
honestidad y la decencia, esas de las que los amigos de Stop Uranio nos
sirvieron una buena ración la otra tarde en la Universidad de Salamanca.
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