Aún hay países donde los ciudadanos, intoxicados por discursos
reaccionarios, insisten en defender viejos privilegios (“derechos” los
llaman), se empeñan en trabajar como si siguiéramos anclados en el siglo
XX
Relato publicado en '2034: El reto de imaginar el futuro', número 17 de la revista de eldiario.es.
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Aprovecha las horas que pasas dormido. Todo ese
tiempo que la humanidad lleva milenios desperdiciando. Despierta, que
llega Udream. O mejor sigue durmiendo, pero un sueño colaborativo
Por
suerte hoy vivimos el triunfo de la libertad y del espíritu
colaborativo; hoy la mayoría somos “colaboradores libres” (denominación
legal que vino a sustituir a la de “trabajador autónomo” hace años)Relato publicado en '2034: El reto de imaginar el futuro', número 17 de la revista de eldiario.es.
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¿Eres de los que por las noches se limita a dormir? ¿En serio? ¿No te
importa desaprovechar así siete horas diarias, cuarenta y nueve horas a
la semana, más de dos mil quinientas horas al año…? ¡Por favor, que
estamos en el año 2034! ¡Deja de perder el tiempo y únete a nuestra
plataforma Udream! Miles de durmientes ya han puesto a trabajar sus
horas de sueño, y así ayudan a otras personas a la vez que consiguen
ingresos extras. Si prefieres seguir durmiendo como ha dormido la
humanidad desde las cavernas, date la vuelta y buenas noches. Pero si
quieres unirte a la comunidad de durmientes activos, sigue leyendo,
buscamos soñadores como tú.
Udream no es el último hito de la economía colaborativa, es mucho más
que eso: una revolución. En los últimos diecisiete años han surgido apps
que han puesto a trabajar todo lo que tenemos. Lejos quedan los
pioneros como Uber, Deliveroo y otras que se atrevieron a cuestionar la
vetusta organización del trabajo y nos enseñaron cómo sacar rendimiento a
cualquier recurso ocioso de nuestras vidas: empezaron, recuerda, por tu
tiempo libre (todas esas horas estériles que podían ser ocupadas con
pequeños trabajos para completar ingresos), tu coche particular (para
qué tenerlo tantas horas aparcado, pudiendo transportar viajeros), tu
bicicleta (repartiendo pedidos al tiempo que paseas y haces ejercicio),
tu casa (ofreciéndola a turistas para así poder pagar tu propio
alquiler), o tu habitación sobrante (alquilándola a quienes no podían
permitirse un piso propio).
Tras aquellos primeros visionarios que sacudieron los cimientos del anquilosado mercado de trabajo y expandieron la buena nueva del consumo colaborativo, llegó una segunda generación aún más ambiciosa: compañías que pusieron en el mercado hasta el último resquicio de tu vida, tanto que hoy nos cuesta recordar el viejo mundo, ese que vemos en las películas y series de hace apenas dos décadas, y que solo echan de menos algunos nostálgicos inadaptados.
Tras aquellos primeros visionarios que sacudieron los cimientos del anquilosado mercado de trabajo y expandieron la buena nueva del consumo colaborativo, llegó una segunda generación aún más ambiciosa: compañías que pusieron en el mercado hasta el último resquicio de tu vida, tanto que hoy nos cuesta recordar el viejo mundo, ese que vemos en las películas y series de hace apenas dos décadas, y que solo echan de menos algunos nostálgicos inadaptados.
Por aquel entonces —y parece que hablamos del pleistoceno, cuando solo
hace diecisiete años— la gente todavía hacía deporte sin más, ¡solo para
ponerse en forma! Hasta que llegó la app que convertía tareas
productivas en rutinas deportivas con las que se quemaban más calorías
que en el anticuado crossfit. Fábricas, centros logísticos y grandes
obras públicas se reconvirtieron en gimnasios, hoy comunes en cualquier
ciudad, mientras las calles se llenaron de runners cuyas carreras
encontraron un sentido: llevar pequeños paquetes de compras online de un
lugar de otro de la ciudad, en feliz competencia con otras plataformas
que convierten también en repartidores a jubilados paseantes, pandillas
de adolescentes que no saben dónde ir, y en general cualquiera que tenga
que ir de un sitio a otro por cualquier motivo, y con solo conectarse
encontrará un pedido que entregar cerca de su destino. Da gloria ver la
ciudad llena de muchedubres cargadas de paquetes cruzándose en
inagotable movimiento, compitiendo alegremente por entregar más rápido
para así aumentar su valoración en la app y obtener más encargos. ¡Y
pensar que hubo en tiempo en que creíamos que serían los drones los que
entregarían las mercancías! ¡Qué disparate, para qué gastar en drones
que pueden estrellarse, despistarse o averiarse, habiendo tantos
transeúntes por las calles!
Algo similar sucedió con las horas de televisión. Hoy cuesta creer que
en el mundo de ayer las familias se sentasen a ver la tele ¡sin hacer
nada más! Hoy solo algunos reaccionarios se empeñan en tumbarse en el
sofá para cambiar de canal, mientras la mayoría nos apuntamos a smartv y
aprovechamos esas horas para hacer todo tipo de “colaboraciones” con
particulares y empresas, lo mismo rematar prendas de confección que
atender llamadas de un call-center. ¡Y desde el mismo sofá donde antes
vegetabas!
Y por supuesto, todas aquellas plataformas digitales que en numerosos
sectores y empresas han reformulado las rígidas relaciones laborales de
antaño, cuando un hospital tenía médicos (¡contratados todo el tiempo, y
con un sueldo fijo!), un colegio profesores, un avión azafatas, o un
banco empleados (¡y sucursales, qué locura!), con lo natural que hoy nos
parece que un enfermo contacte directamente con un médico y fijen
libremente el precio de la consulta; o que todo el que esté capacitado
para enseñar pueda compartir sus conocimientos con todo el que esté
interesado en aprender; o que sean los propios pasajeros de un avión los
que den las instrucciones de evacuación y ofrezcan la venta a bordo (a
cambio de un irresistible descuento en el billete); o que un banco
cuente con telecolaboradores como los tiene hoy cualquier empresa que
necesite un servicio de atención al cliente (que antes obligaban a
costosas oficinas o teleoperadores contratados).
Aunque quizás nuestra revolucionaria Udream se vincule más a aquellos
visionarios que no tuvieron miedo de chocar con prejuicios morales ni
obstáculos legales, y se propusieron ensanchar el cauce de lo posible,
con no poco rechazo en sus inicios. Estamos pensando en la famosa app de
alquiler de vientres, U-Tero, que puso fin drásticamente a la absurda
polémica sobre la gestación subrogada, creando la gran red en la que hoy
interactúan parejas que no pueden o no quieren procrear, con mujeres
altruistas que entienden que no tiene sentido limitar la capacidad
reproductiva de la mujer a solo uno o dos hijos, pudiendo tener una
docena a lo largo de su vida fértil, y satisfacer así a otras tantas
familias. O yendo un paso más allá, esa otra plataforma colaborativa que
estimuló el intercambio de órganos, sustituyendo al ineficiente sistema
de donación existente hasta entonces. Y por supuesto, la que más
resistencia encontró: Love4U, otro apabullante éxito de la nueva
economía colaborativa, la red que pone en contacto a personas con
déficit sexual y personas con superávit sexual, encontrando así espacio
para la mutua satisfacción de necesidades a la vez que una recompensa
para quienes libremente deciden compartir su capacidad sexual, y que
todavía hoy provoca ataques moralistas de quienes insisten en equiparar
el sexo colaborativo con la prostitución de toda la vida. ¡Nada que ver!
Pues con estos precedentes conocidos, desde Udream estamos en
condiciones de cruzar un nuevo límite, conquistar otro territorio. Hoy,
año 2034, cuando la mayoría de ciudadanos no conoce un trabajo tal como
lo entendían nuestros padres (y quién querría hoy tener horario, sueldo o
tareas fijas, qué antigualla; el que añore una nómina, que vaya a verla
al museo), cuando lo inteligente es poner en valor todas tus
capacidades y todo tu tiempo para así conseguir los ingresos que el
viejo modelo laboral te niega, alcanzamos la última frontera: el sueño.
Las horas que pasas dormido. Todo ese tiempo que la humanidad lleva
milenios desperdiciando. Despierta, que llega Udream. O mejor sigue
durmiendo, pero un sueño colaborativo.
Seguro que nunca te habías planteado la cantidad de cosas que puedes
hacer dormido. La cantidad de dinero que puedes ganar dormido. Y sin
perder un minuto de sueño. Ni te imaginas cuántas actividades económicas
necesitan cuerpos en algún momento de su proceso productivo, y qué
mejor que un cuerpo dormido, disponible y que no opone ningún tipo de
resistencia o reparo.
Son numerosos los particulares y empresas que ya recurren a durmientes a
través de nuestra intermediación. Es cierto –y así lo advertimos al
firmar el compromiso de colaboración- que algunas de esas tareas pueden
interrumpir el sueño en uno o varios momentos de la noche. Es el caso
del servicio más solicitado, la atención de alarmas (de seguridad, de
centrales telefónicas y eléctricas, de fábricas automatizadas, etc):
solo tendrás que despertar en caso de incidencia, y una vez resuelta
podrás seguir durmiendo. Y todo desde casa, desde la cama, lo que ha
permitido a cientos de empresas prescindir de las costosas guardias
nocturnas, a la vez que ponían fin a los incómodos turnos de noche que
tantos trabajadores sufrían.
Pero hay muchos otros servicios que ni siquiera perturbarán tu
descanso, al que además te ayudaremos con productos somníferos
totalmente gratuitos:
-Científicos que buscan cerebros con los que investigar (y nada mejor que tu cerebro dormido, sin distracciones).
-Laboratorios farmacéuticos e industrias cosméticas que necesitan
ensayar sobre pieles, órganos, cabellos, uñas o mucosas reales (ni te
darás cuenta, duerme tranquilo; y a cambio el beneficio para tu salud y
estética será apreciable al despertar).
-Gente sola que querría tener a alguien al otro lado de la cama (y total, se trata de dormir, qué más te da dónde).
-Voyeurs que disfrutarán viéndote dormir (presencial o a distancia, tú
eliges, y tú decides también si aceptas algún tipo de contacto físico).
-Aunque aún está en fase de desarrollo, esperamos contar pronto con un
catálogo de tareas sencillas y repetitivas que pueden realizarse en
estado de somnolencia inducida, con una utilización mínima del cerebro y
sin que afecte al descanso del cuerpo (atender llamadas de call-center,
grabar datos, etiquetar imágenes, community manager de marcas…). Si
además eres sonámbulo, tus opciones de generar ingresos aumentan.
Seguramente tienes dudas, y te entendemos. Cada paso hacia la
construcción de un nuevo modelo de sociedad ha encontrado siempre el
rechazo de sectores conservadores reticentes a todo cambio, así como
aquellos que no quieren perder sus privilegios (como ocurrió con los ya
desaparecidos taxistas, o los extintos estibadores, que en su día
pretendieron mantener el monopolio de los puertos: ¡hoy cualquiera puede
descargar barcos en su tiempo libre mientras se pone en forma!). Es
lógico que nuestra revolucionaria propuesta genere controversia, sobre
todo entre los últimos restos de sindicatos, esos dinosaurios que ya
solo representan a la menguante aristocracia de funcionarios y los
escasos trabajadores asalariados que increíblemente han conseguido
sobrevivir a las transformaciones de los últimos veinticinco años.
Es verdad que hay algunos países, pocos, que todavía no permiten
nuestra actividad. Son los mismos países (una minoría, por suerte) que
llevan años poniendo obstáculos a lo que llaman despectivamente
“uberización” del trabajo. Países donde los ciudadanos, intoxicados por
discursos reaccionarios, se dejan llevar por el miedo al futuro e
insisten en defender sus viejos privilegios (“derechos” los llaman), se
empeñan en trabajar como si siguiéramos anclados en el siglo XX, y
presumen de conservar reliquias que deberían estar en el museo
arqueológico: salario mínimo, negociación colectiva, prestación de
desempleo, pensiones... Países que hace años sufrieron la desgracia de
que una parte de sus ciudadanos se sublevase contra el progreso y,
mediante huelgas y formas de organización propias del sindicalismo
decimonónico, lograron que gobiernos débiles aprobasen leyes que
limitaban el desarrollo de la economía colaborativa. ¡Y todavía se
muestran orgullosos de ello!
Hablamos de países anquilosados, que nunca han comprendido la economía
colaborativa y aún hoy nos acusan, a los impulsores de la misma, de
extender la precarización y destruir derechos laborales. Ni caso: son
los mismos neandertales que hace décadas ya sostenían que la destrucción
del empleo tradicional no era un efecto del desarrollo tecnológico,
sino resultado de una estrategia del capitalismo (y siguen diciendo hoy
“capitalismo”, pues no aceptan que el viejo sistema económico fue
superado por el paradigma colaborativo). En fin, ya ves, argumentos
propios no ya del siglo XX, sino del XIX.
Ellos se lo pierden. Udreams no es para ellos. Poner a trabajar el
sueño es un nuevo hito, la última frontera. Recordemos cuándo hacia
2017, los llamados “expertos” pronosticaban un futuro donde los robots
realizarían cada vez más tareas, el empleo se reduciría, trabajaríamos
menos horas, y sería necesario algún tipo de renta básica universal (esa
aberración económica que sí funciona en esos pocos países atrasados).
Por suerte, sus vaticinios fallaron, y hoy vivimos el triunfo de la
libertad y del espíritu colaborativo; hoy la mayoría somos
“colaboradores libres” (denominación legal que vino a sustituir a la de
“trabajador autónomo” hace años). Y en cuanto a la robotización…
Fantasías futuristas de quienes carecían de imaginación. Acabó pasando
como con los inútiles drones. ¿Quién necesita un costoso robot habiendo
tantos ciudadanos dispuestos a poner a trabajar todo lo que tienen,
incluidas sus horas de sueño? ¡Atrévete a soñar con nosotros!
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