jueves, 1 de marzo de 2018

El suicidio: un problema silenciado


El suicidio: un problema silenciado
Se me ocurrió hace unas semanas hacer una encuesta y preguntar, tanto en Twitter como en Facebook, si el suicidio es una elección. La respuesta está mucho más filtrada culturalmente de lo que puede parecer. Siendo franca, no creo que tenga una única respuesta o al menos no tiene cabida una respuesta general. Se animaron 245 personas a responder la pregunta (agradecida estoy), concluyendo un 66% que sí es una elección.
Seguramente para una estudiosa contemporánea del suicidio como Adina Wrobleski este resultado sería, como poco, sorprendente. En su libro “Suicide: Why?” escribió: “Elección implica que una persona suicida puede contemplar razonablemente varias alternativas y optar por una de ellas. Pero si pudiera racionalmente elegir, no llegaría al suicidio. El suicidio ocurre cuando… no existe la capacidad de ver otras opciones”.
Elección implica que una persona suicida puede contemplar razonablemente varias alternativas y optar por una de ellas. Pero si pudiera racionalmente elegir, no llegaría al suicidio

Múltiples causas, diversas perspectivas

El suicidio es un fenómeno complejo que surge de la acción recíproca de diferentes factores. Es un hecho universal y transcultural que adquiere diversas perspectivas en función de la sociedad. Puede ser considerado en unos casos un acto de heroísmo, en otros de “cobardía” y en otros de desesperación. Si nos trasladamos a Oriente, el suicidio puede ser una opción que permite mantener el honor ante un infortunio grave e ineludible o puede ser el paso para cambiar de estado. Sin embargo, para Occidente y su moral cristiana, es un tema tabú e incluso se considera una conducta reprobable. Sin duda, es una cuestión que atañe al individuo, aunque no solo le afecta a él.
Algo que nos diferencia de los seres irracionales es la búsqueda del sentido de la vida. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es la vida? ¿Quién soy? ¿Qué es la felicidad o el éxito? Son cuestiones a las que cualquier persona intenta responder a lo largo de su vida para darle sentido a su existencia. Pero, ¿qué ocurre cuando no se encuentran respuestas? ¿Qué ocurre cuando se pierde el sentido de la vida? Cuando van surgiendo problemas en el devenir de la vida, como es la pérdida de un trabajo o una ruptura sentimental, se produce en las personas duelos naturales. Si a esos acontecimientos le sumamos una exigencia social y una presión del sistema sobre el individuo, si le sumamos una situación de crisis inesperada en la que la persona se siente indefensa y sin herramientas, surge un vacío existencial.
Es muy difícil escapar del vacío existencial cuando los ritmos y estilos de vida no nos los imponemos nosotros
Un vacío del que es muy difícil escapar cuando los ritmos y estilos de vida no nos los imponemos nosotros, sino que vienen dados por nuestro sistema salvo excepciones. Un sistema que no se apodera directamente del individuo, sino que se ocupa de que actúe de tal modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación que es interpretado por él como libertad. De este modo, optimización y sometimiento, libertad y explotación coinciden y se confunden. Un sistema que nos hace enfermar a través del exceso de información y del consumo, por medio del “si quieres, puedes”. Una cultura de la constante comparación igualatoria, que rechaza lo distinto y lo negativo. Una sociedad positivista que no contempla el fracaso, que incluso niega la muerte en aras de la vida.
Inmerso en esos ritmos, el individuo sometido no encuentra medios para escapar de la angustia de no alcanzar lo que se espera de él. No encuentra herramientas para afrontar la frustración de perder a sus hijos tras un divorcio. No tiene opciones para huir de la depresión de acabar desahuciado. Todo esto mientras el sistema fomenta y se nutre de esas injusticias.
Esa fuerte exigencia individual, por parte de la sociedad moderna, conduce al individuo a dolencias como la depresión, la ansiedad o el insomnio, dolencias del siglo XXI para las que sólo queda acudir al médico, cuando realmente el individuo lo que necesita es un trabajo, una pareja o superar los problemas laborales o familiares, por ejemplo. Necesita pasar los duelos naturales. Sin embargo, se están patologizando procesos normales y, por ello, se está medicalizando en muchos casos a personas sanas. Se está psiquiatrizando la vida cotidiana. Así, en sociedades desarrolladas como la nuestra, la presión del sistema puede generar respuestas no adaptativas, como el suicidio.

Hablemos del suicidio

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, hablamos de unos 800.000 suicidios al año en el mundo, lo que supone el 57%  de las muertes no naturales o inducidas, por encima de las debidas a la guerra y a homicidios, siendo para el grupo de 15 a 29 años la segunda causa de muerte. Si nos trasladamos a la Unión Europea, se registran cada año unas 58.000 muertes por suicidio, de los cuales 43.000 son hombres. Siendo la franja de edad de mayor riesgo entre los 40 y los 60 años, y existiendo subgrupos particularmente afectados, como los homosexuales.
Se producen 800.000 suicidios al año en el mundo, lo que supone el 57% total de las muertes, por encima de las debidas a la guerra y a homicidios
Y si nos detenemos a observar la situación en España, el suicidio desde 2008 copa las estadísticas de mortalidad no natural, alcanzando en 2014 su máximo histórico con 3.902 casos registrados. Siendo la franja de mayor riesgo de 30 a 39 años y de nuevo los hombres el grupo predominante. Sin olvidar que tras las muertes por causas externas podrían esconderse suicidios, lo que lleva a que no coincidan muchas veces los datos del INE con los datos de los Institutos de Medicina Legal (en 2007 se detectaron 563 suicidios sin registrar). A la vista de los datos, ¿por qué no se habla de ello?
Sobre el suicidio pesa un tabú político, mediático y social que invisibiliza su impacto y magnitud. Parece que hay un acuerdo tácito entre los medios de comunicación y diversos estamentos para no hablar de ello. Quizá sea por miedo al contagio al informar de los casos, el denominado efecto Werther o copycat (efecto imitativo de las conductas suicidas). No obstante, es llamativo que a la vez se divulgan noticias alarmistas y sensacionalistas en relación a sucesos como lo de La ballena azul o la serie Por 13 razones. Pero sin duda es llamativo que aun disponiendo de una guía de recomendaciones, no se trate esta lacra en los medios de comunicación, lo que fomenta el estigma social.

Probablemente sea una “no-opción”

No me cabe duda que el suicidio es toda una epidemia silenciosa que debería obligarnos a pensar de forma diferente. Es necesario hablar del suicidio y resaltar algo que a mí parecer vital en este problema: afecta mayoritariamente a los hombres (3 de cada 4 suicidios). Factor importante a tener en cuenta porque los hombres no suelen pedir ayuda, no suelen acudir al psicólogo y no hablan de lo que les ocurre en sus vidas con un desconocido.
Los hombres no suelen pedir ayuda, no suelen acudir al psicólogo y no hablan de lo que les ocurre en sus vidas con un desconocido
Sin duda habrá para quien el suicidio sea una elección, pero para otras personas será su única opción. Una “no-opción” impulsada por múltiples factores, desde los individuales (dolencias, problemas mentales), hasta comunitarios y sociales (desigualdades ante la ley, problemas sociales). Mientras no se rompa el silencio, mientras no se aborden las causas subyacentes, seguirán manteniéndose esas cifras, incluso aumentarán, sin poder hacer gran cosa para prevenirlo.
Sólo cabe preguntarse: ¿Quién puede dictaminar si es o no una elección el suicidio y juzgar las razones como un acto de bajeza o grandeza? ¿Qué conciencia social tiene un Estado que conociendo estas cifras no hace nada al respecto? ¿Si los medios de comunicación obtuviesen primas por visibilizar los suicidios hablarían de esta violencia como hablan de la mal llamada violencia de género?


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