Mari Sol IbañezManuel Cañada 8/3/2019
Con Dolores Ibárruri y Federica Montseny, fue quizás la dirigente republicana más odiada por los señoritos, por los caciques, por los caínes que han manejado España desde siempre. La llamaron prostituta y bruja, “amazona judía” o “serpiente con faldas” (Juan Pujol). Francisco Casares, secretario permanente honorario de la Asociación de la Prensa de Madrid hasta 1977, la calificó como “presunta intelectual, más ramera de cerebro, que de quehacer sexual” y José María Pemán, el dramaturgo favorito del franquismo, se despachó contra ella de este modo: “¡Ay, maldita, maldita Tú, la hebrea, la del hijo sin padre: Margarita! ¡Nombre de flor y espíritu de hiena!”.
Odiada, insultada, silenciada. Se había enfrentado a la marginación centenaria de las mujeres, al desprecio por los niños huérfanos o hijos de madres solteras, a la explotación de los obreros y campesinos, al papel tutelar sobre la educación o la asistencia social que desempeñaba la Iglesia Católica. Demasiados enemigos de envergadura, enemigos troncales en la España reaccionaria. Pero, como señalará Paul Preston, el delito de Margarita Nelken a los ojos de la derecha tenía especialmente dos vertientes: “Se había valido de sus dotes destacables, artísticas, literarias y políticas para hacer campaña en favor de que las mujeres se liberaran de la opresión masculina de la sociedad española y para que el campesinado sin tierra se librara de la brutalidad cotidiana de sus vidas, en muchos casos poco mejor que la de los esclavos” (...)
+ 18/1/2021 Mari Sol Ibañez /arainfo.org/ I
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