martes, 21 de septiembre de 2021

Foucault, con quien empezó todo, por Ramon Aymerich

 LAVANGUARDIA.COM   3/7/21

Somos lo que nos sentimos. La identidad de género se ha ganado un espacio en las sociedades democráticas pero es también el campo de batalla de las ideologías autoritarias. Viaje a los orígenes a través de un filósofo llamado Foucault

ANÁLISIS | 'No escribió de mujeres, pero su análisis del poder y el sexo fue clave en el feminismo.'


Ahí le tienen. La cabeza rasurada y hablando por un megáfono. Es Michel Foucault . A su derecha, la figura menuda de Jean Paul Sartre. Estamos en 1972 y los dos se (...)

Francia era entonces un país especial. Los intelectuales salían a la calle a protestar y aparecían en los informativos del mediodía. La televisión pública francesa era también la única del mundo que tenía un programa sobre libros en horario de máxima audiencia (Apostrophes, duró de 1975 a 1990). Esa edad dorada se prolongó hasta mediados de los 90, cuando los productos culturales franceses fueron barridos por los norteamericanos. Los intelectuales dejaron de frecuentar los medios, sustituidos por analistas (y, en los países con menos recursos, por tertulianos). La CIA dejó también de preocuparse: la generación más joven (la de Bernard-Henry Lévy y André Glucksmann) pasó cuentas con sus maestros, se hizo de derechas y empezó a criticar el Gulag y a firmar manifiestos en favor de los muyahidines afganos.

Un pensador heterodoxo. El más controvertido de los intelectuales de los 60 es hoy el más influyente. De aquella constelación de académicos que iluminaba el cielo de París entre finales de los 60 y primeros 70, Michel Foucault era el más controvertido. Y el que ha dejado una herencia más duradera. Mientras que partes del edificio que levantaron sus contemporáneos están hoy en ruinas, las ideas de Foucault florecen y alimentan las batallas culturales de este siglo. El headtopics.com Times Higher Education aseguraba en 2007 que el pensador francés era el autor más citado en el mundo de las humanidades. Lo que no está mal para un pensador que no es nada fácil de leer. Filósofo deudor de Nietzsche, psicólogo sociólogo e historiador, Foucault fue comunista de joven (de los que citaba a Stalin). Después se volvió contra el PC y criticó a Sartre para, finalmente, reconciliarse con el padre del existencialismo. Su vida personal fue agitada. Hijo de un cirujano, la condición de homosexual le angustió hasta el punto de intentar el suicidio. Visitó psiquiatras y encontró la tranquilidad definitiva en su pareja, el también filósofo Daniel Defert. Tampoco era un hombre empático: su relación con el resto de académicos era distante.

Carta de naturaleza. Sacó el sexo y la locura de la marginalidad y les dio una nueva dimensión. Pero escribía de manera compulsiva. Cinco y seis horas diarias. Y tenía la habilidad de preocuparse por temas en apariencia marginales que en sus textos adquirían una nueva naturaleza. Era crítico con las instituciones sociales, la psiquiatría, la medicina o el sistema de prisiones. Escribió una historia de la locura en la Edad Media y una extensa historia de la sexualidad. Habló del papel de las cárceles y de cómo el estado controlaba la vida de la gente.

En la Barcelona de la transición política de finales de los años 70 se leía mucho a Foucault. Algunos de sus libros fueron obras de cabecera de psiquiatras progresistas. E hizo furor en determinados ambientes extra académicos, entre los colectivos homosexuales, y entre los partidarios de la abolición de las cárceles, una idea entonces extendida (Saquemos a los presos de la Modelo, decían) y que aglutinaba a una coalición tan diversa como los colectivos libertarios o Lluís Maria Xirinachs (...)

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