Recuerdo que la primera vez que oí hablar de las peculiares relaciones laborales de José Luis Moreno, allá a mediados de los noventa, todo el mundo se encogió de hombros sonriendo de medio lado, una de esas medias sonrisas que valen por un si yo te contara y una enciclopedia en tres tomos. Me encontraba yo, sin saber muy bien cómo, en una reunión de artistas, músicos, actores, bailarines, y quien más, quien menos, comentaba una experiencia de primera mano, un despido improcedente, una deuda sin cobrar, una contestación repugnante, una insinuación inequívocamente sexual, con la misma resignación con que se habla de los accidentes de tráfico o de las enfermedades de la piel (...)
Hoy el espectáculo continúa con la llamada "Operación Títere", cuyo sumario alcanza los cinco mil folios y donde se ha descubierto que Moreno, todavía en libertad, podría tener hasta 900 millones de euros ocultos, que planeaba vender todas sus propiedades en España sin liquidar sus deudas y luego huir al extranjero. Por momentos, parece que Moreno estuviera siguiendo el guión del rey Juan Carlos o que el rey Juan Carlos fuese sólo otra marioneta escapada al dictado de Moreno. El misterio es la tranquilidad con la que, durante décadas, hemos asistido a esta doble farsa en la que un rey y un bufón hacían y deshacían a su antojo, por encima de la ley, entre los aplausos y las risas del público. Entre la ingenuidad de Monchito, la retranca de Macario y el desparpajo de Rockefeller pasándose las denuncias por el arco del triunfo, Moreno ha resultado ser su mejor muñeco.
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