Barbara Celis 18/01/2023
Hoy todos somos un poquito más libres que hace unas décadas para hacer con nuestros cuerpos lo que nos dé la gana, pero estoy segura de que el amor, propio y ajeno, no se mide en ‘likes’
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(...) El narcisismo imperante en la era del selfie es como un tsunami, arrasa con todo, y me da la sensación de que la depilación masculina tiene mucho que ver con que el pelo corporal no tiene buena prensa en las fotos de Tinder, como antes no lo tenía en las revistas de moda femenina. Por no hablar del dinero que mueve la industria de la depilación y, oh ironía, el implante de pelo masculino. Los españoles se gastaron 2.200 millones en tratamientos estéticos en 2020. Se calcula que en 2026 el mundo se gastará casi 67.000 millones en estos asuntos.
Luego está el tema del pelo en el porno, donde tristemente hoy se ‘informan’ varias generaciones. Realmente creo que el mundo ha ido hacia atrás si el canon estético imperante sale de las películas donde se alaba el pubis aniñado, las tetas recauchutadas y la depilación absoluta en masculino y femenino. Lo de la cosificación de la mujer mejor ni lo toco. Enseñar el vello de la axila parece seguir siendo un acto de rebeldía. Por eso –entre otras cosas– me ha encantado Autodefensa, una serie donde unas veinteañeras ácidas, inteligentes y gamberras cuestionan las relaciones hombre–mujer y muchas otras cosas y enseñan sin despeinarse los pelos del sobaco y su pelo genital. La serie se ha vendido como autoficción, o sea que entiendo que en la vida real exhiben con naturalidad los mismos pelos. ¡Ya era hora!
No debe ser casualidad que señores como Boyero detesten la serie. Hay un capítulo en el que una de ellas liga con un escritor talludito, y somos testigos de cómo vive y relata ese ligoteo una mujer en lugar de la clásica ‘versión Lolita’ que siempre nos han dado los hombres. Podría ser cualquiera de sus amigos de generación, aunque el escritor es entre cuarentón o cincuentón, lo cual nos dice que las veinteaneras no ven muchas diferencias entre generaciones anteriores a la suya. Son hombres, en todo caso, que aún no están listos para mirarse al espejo.
Claro que ellas no trabajan en un banco, ni en un ministerio. Lo cierto es que mostrar la axila peluda en muchos ambientes de trabajo sigue siendo una quimera. No está bien vista. Además, la presión ha aumentado: hay que ser muy fuerte para que no te afecte el bombardeo constante al que te someten esos cuerpos brillosos y depilados que pueblan todas las imágenes que todas las pantallas que nos rodean proyectan sobre nosotros. Y está claro que los hombres no son tan fuertes como vendían los antiguos criterios de virilidad: ellos son tan débiles como yo, como nosotras, y la presión estética les ha hecho sucumbir a la maquinilla, pero bueno, como vemos en Autodefensa, hay esperanza.
En cuanto a esas caras estiradas como un chicle que lucen las presentadoras de televisión, la Preysler y hasta la reina de España, ¿qué decir? Espero no sentir nunca que con menos arrugas me querrán más, aunque sé que el eslogan ‘la arruga es bella’ aún no es aplicable a las mujeres, sino a las chaquetas ochenteras. Porque, al final, todo este asunto de la silicona, la depilación y la cirugía va de falta de amor y de inseguridades, sustituidas, como manda la sociedad de consumo, por una nueva imagen que se puede comprar y que ayuda a hacerte sentir querido, aunque sólo sea vía likes de Instagram.
Hoy todos somos un poquito más libres que hace unas décadas para hacer con nuestros cuerpos lo que nos dé la gana, pero estoy segura de que el amor, propio y ajeno, no se mide en likes. Recauchutaos si queréis, depilaos hasta el infinito, botoxizaos, yo paso.
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