Publicado: Antonio Aramayona  Profesor de filosofÍa y escritor 
http://www.huffingtonpost.es/antonio-aramayona/la-revolucion-pendiente-de-los-ratones_b_7818948.html
En su curioso libro Cuando lloran los elefantes, cuenta Masson
 una anécdota recogida por el etólogo D. Chadwick, tan asombrosa que 
resulta difícil de creer. Este científico tuvo la ocasión de observar 
diariamente cómo un elefante cautivo, cada vez que lo echaban de comer, 
apartaba un montoncito de grano en un rincón, siempre el mismo, que 
custodiaba celosamente hasta que llegaba su destinatario: un minúsculo 
ratón que, gracias a la generosidad del elefante, contaba cada día con 
el alimento necesario para su subsistencia. 
Este hecho puede ser 
susceptible de cualquier interpretación. Sin embargo, a no ser que se 
tenga al elefante por una simple mole estúpida y al ratón por un 
aprovechado de tal estupidez, o que se acuda a los argumentos del azar o
 del fraude pseudocientífico, esta historia da mucho que pensar. 
Resultaría
 hasta cierto punto más razonable una asociación parecida entre un perro
 y un gato o un caballo y un cordero, pero que un elefante se preocupe 
de dejar cada día un poco de su comida a un ratón resulta bastante 
insólito, además de conmovedor. Una montaña de carne, huesos y marfil, 
frente a un diminuto roedor que se busca la vida como puede entre no 
pocas adversidades. En cualquier caso, ¿podemos suponer generosidad en 
ese elefante y agradecimiento en el ratón?
Normalmente los humanos
 nos apropiamos de los sentimientos nobles como si un cerebro más 
desarrollado implicase necesariamente ser mejor o más solidario, aunque 
la historia muestre todo lo contrario.  Estamos tan habituados a poner 
etiquetas a casi todo que nos quedamos tan ufanos pensando que, 
simplemente, el elefante tiene trompa y patazas y que el ratón se 
reproduce vertiginosamente o echa a perder nuestra comida almacenada. 
Sin embargo, Chadwick añade una nueva y misteriosa dimensión a nuestro 
indolente etiquetado: un elefante regala cada día un poco de su grano 
para que se alimente un ratón, seguramente amigo.
No sé cuántos se
 sentirán elefantes o ratones tras conocer esta anécdota. Personalmente,
 me siento bastante más identificado con ese elefante y con ese ratón 
que con las personas encargadas de cazarlos o hacer negocio con el 
marfil o freír a recortes a un pueblo por la deuda que un país ha 
contraído con los amos del dinero. Me siento elefante. Me siento ratón. 
Más
 aún, estoy completamente seguro de que la inmensa mayoría de los seres 
humanos se sienten elefantes y ratones, al igual que tienen pocas 
simpatías por  los depredadores humanos que abundan en el secarral del 
circo mundial por sus guerras, desahucios, bloqueos, economías 
globalizadoras, deudas externas, falta de medicamentos y vacunas, 
mortandad infantil, hambre o tinieblas en el corazón. 
A los 
elefantes y los ratones los echan de sus casas, los despiden a miles en 
cuanto las empresas ven peligrar sus beneficios, invierten el fruto de 
su trabajo para electrificar vallas que impiden el paso a los 
desarrapados. Incluso hay muchos que mueren como chinches de hambre y de
 miseria. A la vez, viven en un mundo donde los supuestos amos del circo
 mienten, roban, timan, especulan, manipulan, estafan, abusan y explotan
 a manos llenas. 
Quizá la más importante revolución pendiente en 
el planeta sea la rebelión de los elefantes y los ratones. Si todos los 
elefantes dejasen un poco de grano a cada ratón, sin duda la cosa iría 
mejor. Sin los ojos o las manos de todos los elefantes y ratones del 
mundo, los blindados y los misiles sólo servirían para chatarra. 
Si
 todos los elefantes y ratones decidiesen no pagar una sola multa o un 
solo impuesto mientras los poderosos sigan haciendo del mundo un circo 
donde ejercen de cachiporreros prepotentes, quizá éstos conocerían 
realmente el  respeto y el miedo.
Sin embargo, la revolución de 
los ratones y los elefantes necesita dar aún un paso más: está bien ser 
bueno y generoso, pero es preciso reivindicar además que nadie tiene 
derecho a mantenerlos cautivos, a disponer de sus vidas y su trabajo a 
su antojo, a echarles de comer lo que quiera y cuando quiera. 
Digan
 lo que digan las leyes de los amos del circo, la tierra es de todos, al
 igual que  el grano, el sol, la alegría de vivir, los árboles, la 
lluvia, el barro y los ríos. ¿Acaso  compartir grano entre todos los 
elefantes y los ratones del mundo es asunto no sólo de generosidad sino,
 sobre todo, de justicia?
La revolución de los elefantes y los 
ratones, especialmente los más infelices del mundo, llama a nuestras 
puertas. Elefantes y ratones decididos a reivindicar su montón de grano.
 Millones de elefantes y ratones quieren vivir, libres y dignos, en un 
mundo herido por tanta desigualdad, por tanto despilfarro. En un circo, 
en fin, donde un elefante deja un montoncito de grano a un ratón 
mientras se malgasta dinero a espuertas o se tira de tarjeta oficial (o 
black)  para vivir opulentamente a costa del erario público. 
El 
grano es de todos. No debe depender del interesado capricho de los 
dueños del circo mundial, de su arbitraria caridad, sino de una buena 
administración y gestión de lo que a todos pertenece.
 
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