“Nadie venció jamás siendo
pragmático”, recuerda el autor tras hacer un repaso de las últimas
decisiones adoptadas por gobiernos de izquierdas.
http://www.lamarea.com/2015/07/26/margaret-thatcher-y-el-posibilismo-de-izquierdas/
Sería absurdo
negarlo: algo hizo click, algo se rompió en miles de corazones europeos
cuando el gobierno griego se veía forzado aceptar un humillante tercer
rescate que implicaba una subida del IVA, una reforma laboral salvaje y
una reducción de las pensiones. El golpe de estado financiero se
perpetraba con la mayor impunidad y una ola de impotencia y desolación
recorrió como un escalofrío los cuerpos y las mentes de aquellos
europeos con sensibilidad social. No se puede, no hay alternativa. Y
camisetas con el logo del KKE que rezan “Os lo dije” (a la izquierda
siempre nos gustó retozar en nuestras miserias y derrotas). El hecho se
había consumado, lo que no deja de ser interesante son las lecturas que a
posteriori se están realizando.
Si Alexis Tsipras se
pasa por el arco del triunfo el referéndum contra la austeridad y la
voluntad del pueblo griego, es porque no tenía alternativa alguna y es
una buena persona con toda la buena intención del mundo que se ve
forzada a tomar una decisión que no le gusta. Si los concejales de Ahora
Madrid arrojan todos sus principios por la borda y votan a favor de la
liberación de un conocido golpista y fascista venezolano, es porque era
necesario y había que evitar titulares tendenciosos de la prensa: que la
extrema derecha marque tu agenda política se torna inevitable y los
niveles de presión son elevadísimos. Si Podemos apoya la decisión del
gobierno griego de aprobar el tercer rescate y con ello le grita al
electorado español que “no se puede”, es por compañerismo y solidaridad.
Así es la nueva
política: un compendio de pragmatismo extremo y posibilismo condicionado
por factores externos en el que no hay opciones y margen de maniobra
posible. Se nos pide creer,
en el sentido más metafísico y religioso del término. La política se
convierte así en una especie de catástrofe natural, en un fenómeno
meteorológico contra el que nada se puede hacer, en un proceso
determinista en donde conceptos como “real politik”, “agenda mediática” o
“correlación de debilidades” se abren paso y se usa y se abusa de ellos
hasta convertirlos en eternos comodines que justifican cualquier
decisión. Y ahí reside la clave y la gran paradoja: son decisiones. Y cuando se decide es porque había otra opción, quizá más polémica o de resultado más incierto, pero existía una alternativa.
La disyuntiva no es
nueva, lo ocurrido en Grecia nos recuerda que la historia es como un
bucle que se repite hasta el infinito. Cuando en el mayo francés había
diez millones de obreros que se declararon en huelga general indefinida y
tomaron la calle y las fábricas, el PCF y su sindicato de referencia
(CGT) pactaron una serie de mejoras sustanciales en las condiciones
laborales y salariales de los trabajadores renunciando así a elevados
sueños emancipadores, fue una meditada decisión política. “El mayo perdido / el obrero de la Renault traicionado por el partido”,
gritó un grupo de rap revisionista. Una decisión que contó con la
aprobación de la gran mayoría de trabajadores franceses. También es
cierto que cuando el PCE y CC.OO aprobaron y firmaron Los Pactos de la
Moncloa, contaron (salvo honrosas excepciones) con el consentimiento de
amplias mayorías entre las masas de trabajadores. Y sí, cuando el PCI
condenó a los autonomistas y la toma de la FIAT porque el sentido de
estado y el paraguas de la OTAN eran más seguros que una incierta y poco
fiable insurrección en el corazón de la Europa Occidental, también
contó con amplio apoyo entre sus afiliados. Así funciona el análisis
histórico de la mal llamada «nueva política»: no hay decisiones sino una
sucesión de hechos consumados, por lo general inevitables y
consensuados. La cuestión de la inevitabilidad de los hechos es
interesante, varía en función de quién la proclame. Si Zapatero en 2010
traiciona a sus votantes y firma algo que no le gusta, está tomando una
decisión política, todo se reduce a la voluntad política repetíamos
incansablemente desde las filas de Podemos. En cambio si es Tsipras el
que se ve forzado a tomar una decisión que no le gusta, entran en escena
la real politik y la correlación de debilidades. No es un traidor: hace
lo que puede. La política, lo dijo Negri, se parece mucho al fútbol, lo
que es penalti claro en el área rival es un piscinazo en la nuestra.
Zapatero no pertenece a nuestra tradición política y, sencillamente, no
se le perdonó lo que ahora se perdona a los nuestros. Es interesante al
respecto, ver cómo Zizek (el mismo que junto a Tsipras se burlaba del
“subcomediante Marcos” por no atreverse a tomar el poder), cierra ahora
filas con el líder heleno. Junto a la igualdad social, el feminismo, el
antirracismo y la defensa de lo público, habría que incluir el cinismo como uno de los valores de la izquierda.
Otros nos gritan lo fácil que es “ser ideológicamente puro cuando no te juegas las lentejas”.
Siguen sin entender que no es una cuestión de pureza sino de
posibilidades. El debate no es si hay que sacar la bandera roja (se han
superado esas cuestiones más allá de ámbitos marginales), el debate es
la inevitabilidad de las medidas concretas. Al margen, es un terreno que
no deberían atreverse a transitar. La izquierda académica (que vertebra
tanto a Syriza como a Podemos) tiene muchos defectos y virtudes, pero
las estrecheces económicas nunca fueron una de sus características.
Cuidado con hablar de lentejas por que estamos a tiempo de denunciar que
ninguno de los que va a aplicar el inhumano plan de ajuste, lo va a
sufrir en sus carnes: ¿Podría el señor Tsipras vivir con 350 euros de
pensión? Qué doloroso es comprobar que la misma munición que utilizamos
contra la casta, la podemos utilizar ahora contra los nuestros.
En la política de
hechos consumados y de la inevitabilidad de los acontecimientos, se hace
trampa. Primero porque se elude o se camufla que siempre son decisiones
políticas y no catástrofes naturales y segundo y no menos importante:
se equipara la opinión de un anónimo trabajador o militante con la
opinión de las cúpulas o aparatos de partido, negando así una vanguardia
que, se quiera o no, existe y opera en todo proceso político de
transformación. ¿Si la dirección del PCE hubiera rechazado de facto Los
Pactos de la Moncloa y hubiera instado a sus bases a tomar la calle,
¿éstas se hubieran negado y quedado en casa argumentando que tienen
miedo a los militares? ¿Si el PCF hubiera tensado la cuerda y rechazado
esas mejoras sustanciales abogando por un enfrentamiento directo
abriendo un escenario revolucionario qué hubiera ocurrido? Entramos en
el pantanoso terreno de la política-ficción, concepto fetiche entre los
apóstoles de la nueva política. Ignoran que la mera existencia del
concepto alberga innumerables alternativas en su interior y que por
tanto, no hay inevitabilidad de hechos consumados sino decisiones
políticas, acertadas o no. La prueba más reciente de que no vale lo
mismo la opinión del anónimo militante que la de la cúpula, la
materialización irrefutable de que esa vanguardia existe, opera y toma
decisiones que condicionan y moldean la voluntad de las multitudes, es
Podemos. Sea imponiéndose en congresos que apuestan por las listas
plancha, sea convocando a masivas movilizaciones para auto-reivindicarse
o introduciendo conceptos nuevos (la Casta)
en el condicionado y manipulado electorado español. Tres decisiones
arbitrarias que chocan frontalmente contra el sentido común de época y
que considero acertadas. Sólo queda apuntar que, probablemente,
si tras la abdicación del Zar y la venida de la democracia burguesa con
Kerensky, Lenin y los bolcheviques hubieran mandado a casa a las masas
de trabajadores, conformándose con «lo que había», el curso de la
historia hubiera sido otro muy distinto.
Los procesos históricos son una serie de decisiones políticas, no un conjunto de inevitabilidades.
La prueba de ello es la posición de Varoufakis y de la gran mayoría de
los miembros de la cúpula de Syriza, contrarios al rescate. Que Tsipras
purgue a los ministros disidentes no es una catástrofe meteorológica; es
una meditada decisión política. El Nobel de economía Paul Krugman (no
un nene de dieciocho años con la foto de Lenin en su perfil de Facebook)
ha afirmado que el ajuste será más doloroso para el pueblo griego que
la vuelta al dracma. Y no se trata de gritarle a Tsipras traidor y toda
esa morralla de socialfascista y pata izquierda del capitalismo propia
de los Sidorenkos de Twitter y de grupúsculos marginales. Yo creo
sinceramente que es una buena persona que cree en lo que hace y que toma
esta decisión por el bien del pueblo griego. Pero las buenas
intenciones no evitan que otros opinemos que es una decisión
profundamente equivocada. Y enfrente nos va a tener. En la misma línea y
si me apuran, también creo que Zapatero es una buena persona que hizo
lo que pudo. Apuesto a que en sus sueños más húmedos soñaba con ser el
Olof Palme del siglo XXI. Pero es que esto es política, no vale con
buenas intenciones: como en el fútbol, cuentan los resultados. La
realidad es que, en la petición de libertad para el golpista venezolano
en el Ayuntamiento de Madrid, dos concejales de Ahora Madrid se
abstuvieron de participar en la infamia, mientras esto ocurre el alcalde
de Valencia afirma sin titubear que lamentó la muerte de Chávez y la
alcaldesa de Barcelona retira un busto del Rey Juan Carlos. ¿Y
saben qué? No ha colapsado el universo. Y lo más importante: la
política institucional no se ha convertido en una permanente sucesión de
rectificaciones dictadas al son de la agenda
mediática. Siempre hay alternativa, quizá arriesgada o de incierto
futuro y consecuencias, pero la victoria pertenece a los audaces, no a
los pragmáticos. Aunque Pablo Iglesias diga que la Historia no está
escrita, nadie venció jamás siendo pragmático.
Margaret Thatcher afirmó -con toda la razón del mundo- que Tony Blair y su tercera vía fueron su mayor victoria. There is no alternative,
nos gritan veladamente los que toman decisiones políticas bautizadas
como inevitables. Quizá dentro de 25 años, cuando algún rapero se marque
una rima del tipo: “Volvieron a Syntagma las pancartas y el fuego / Tsipras fue el cobarde que vendió al pueblo griego”, seguro que nos topamos con una tertulia que nos dice que el momento era difícil, que se hizo lo que se pudo, que eres injusto, que es muy fácil caer en la lógica determinista y ortodoxa de buenos y malos que busca traidores, que el análisis debe tener en cuenta factores externos, que había miedo, que el contexto internacional no era el propicio, etcétera, etcétera y etcétera.
Es un argumentario que, por desgracia, nos sabemos de memoria: la
izquierda del régimen lo ha gastado hasta la saciedad para justificar
sus vergüenzas. Parece que la historia tiende a repetirse, esta vez no
como farsa o tragedia sino como un perpetuo bucle en el que los pueblos
se convierten en un sufrido Bill Murray para vivir eternamente su
particular Día de la Marmota, lleno de penurias y de sueños
emancipadores que nunca parecen llegar a buen puerto.
Margaret Thatcher y
la trituradora neoliberal se cobraron la cabeza de los líderes
sindicales británicos, de Tony Blair y de Alexis Tsipras. En nuestras
manos está que no añadan una cabeza con coleta a su colección privada.
Es tiempo de tomar decisiones. Es tiempo de audaces.
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