La corrupción ha condenado a los habitantes de este país del
Caribe al caos y a una hambruna extrema, según cuentan las cooperantes
Silvia Castro y María García
"Aunque se están muriendo de hambre, aguantan por un puñado de arroz en fila y dignamente", destacan estas enfermeras ensalzando el "valor humano" y la "solidaridad" de los haitianos
El 1% de la población maneja el 90% del PIB del país
Rubén Vivar - 30/01/2016 "Aunque se están muriendo de hambre, aguantan por un puñado de arroz en fila y dignamente", destacan estas enfermeras ensalzando el "valor humano" y la "solidaridad" de los haitianos
El 1% de la población maneja el 90% del PIB del país
http://www.eldiario.es/norte/cantabria/cantabria/situacion-Haiti-desoladora-galletas-comer_0_478752241.html
En el año 2010, millones de personas situaron
por primera vez en el mapa a Haití. Durante un tiempo, las televisiones
no dejaron de emitir imágenes de este pequeño país del Caribe, de apenas
10 millones de habitantes, después de que un terrible terremoto acabara
con la vida de 316.000 personas, hiriera a otras 350.000 y más de 1,5
millones se quedara sin hogar. El desastre natural no fue más que la
puntilla para una región que históricamente ha tenido que sobrevivir con
una escasez que se ha visto agudizada en estos últimos años pese a la
ayuda internacional. Sin contar con el continente africano, Haití es el
país más pobre de América y el segundo del mundo tras Afganistán, según
el Índice de Pobreza Humana de la ONU.
"No es que
estén desnutridos, es que se mueren de hambre", explican Silvia Castro y
María García, dos enfermeras asturianas residentes en Cantabria que
acaban de llegar de la isla tras permanecer un mes como cooperantes
de la ONG 'Aytimoun Yo' gracias al apoyo y la colaboración económica del
Gobierno de Cantabria y el Colegio de Enfermería. Durante más de una
hora de conversación en la que cuentan a eldiario.es su experiencia, hay
dos términos que se repiten constantemente: hambre y corrupción. En ese
tiempo tratan de describir lo que han visto con sus ojos pero las
palabras se quedan cortas para dibujar un escenario que incluso las
imágenes difícilmente son capaces de captar.
"Tienen un déficit de minerales tan grande que les lleva
a hacer con la tierra y el barro una especie de galletas que secan al
sol y luego se comen", relatan Silvia y María, que entre su equipaje
llevaban un sistema para medir la desnutrición que dejaron de utilizar.
"Imagínate por qué", apostillan.
Ambas
enfermeras cuentan con más de 15 años de experiencia y ya habían estado
en otros países de cooperantes, pero subrayan que la situación de Haití
es "mucho más desoladora". "En Bolivia o Ecuador igual están malnutridos
porque solo comen arroz pero, por lo menos, llegan al arroz; es que
aquí comen tierra. Es muy extremo".
Señalan que la
coyuntura de las familias es tan dramática que es "habitual" que las
madres regalen a sus hijos. "Te llaman por la calle "¡blanco, blanco!" y
te cogen del brazo para que te lleves al niño. Nosotras no entendíamos
muy bien lo que querían. Y si les dices que no, sueltan a ese a ver si
no te ha gustado y te ofrecen a otro". En su idioma, prosiguen, tienen
un término para definir a los niños que las familias ricas de Puerto
Príncipe -la capital de Haití- y de República Dominicana cogen como
esclavos domésticos.
Y si las condiciones de vida de
los haitianos es estremecedora, la de los desplazados es abismal. Cuando
llegaron a la República Dominicana, el país que linda con Haití, se
dirigieron hasta Pedernales, una región fronteriza entre ambos países y
el lugar donde la ONG dispone de una casa de voluntarios.
"Al cruzar la frontera hay una valla que impacta mucho. Ves a toda la
población haitiana agolpada y aunque estás en la misma isla y solo son
unos metros de separación entre un país y otro, cruzar la
alambrada significa cambiar de mundo. En la parte dominicana hay una
vegetación exótica, es verde, hay flores, palmeras, la carretera está
asfaltada... y, sin embargo, al otro lado, ya no hay vegetación, es
árido, gris, está seco, deforestado, no hay plantas... Cruzar esa valla
es como si de repente dejaras de estar en América y entraras en África",
narra Silvia. "La primera impresión es que los haitianos
están encerrados entre la valla y el mar", añade María.
Explican que las relaciones entre ambos territorios han empeorado con
el paso del tiempo. La República Dominicana "es un país pobre que está
cansado de cargar con otro país más pobre". Por eso, en el año 2013,
aprobó una ley para deportar a todos los haitianos que trabajan de forma
ilegal como mano de obra barata, y ahora los 'desplazados' viven junto a
la frontera en campamentos de 600 personas, de las cuales cerca de la
mitad son niños.
"Si los haitianos viven de una
manera muy limitada en las comunidades, estos son los excluidos de los
excluidos", tratan de describir las enfermeras. La única comida que
tienen asegurada es el pocillo de arroz para tres que reparten las
ONGs un día a la semana.
Pese a su extrema
situación, María y Silvia destacan el "valor humano" de los habitantes
de este país. "Aunque se están muriendo de hambre, aguantan por un
puñado de arroz en fila y dignamente, no creas que se tiran a por el
saco o se amotinan. Tienen mucha dignidad y son muy solidarios entre
ellos", afirman.
Sin acceso a la comida, la
educación o la sanidad son poco menos que una utopía. Ambos servicios
son de pago y a unos precios que, evidentemente, no están al alcance de
la inmensa mayoría de la población. Muchas parturientas, por ejemplo,
cruzan la valla para poder tener asistencia sanitaria en República
Dominicana, que "les prestan atención pero a las pocas horas de parir
las echan a la calle". Y las viviendas son chabolas improvisadas con
plásticos, hojas de palmera y mantas en el mejor de los casos.
Así, en estas condiciones de vida, no es de extrañar que los brotes de
dengue, VIH, malaria o rabia campen a sus anchas, apuntan las
enfermeras, que a los pocos días de aterrizar tuvieron que improvisar
talleres de formación ante una epidemia de cólera.
Como 'curiosidad', indican que la gente no tiene identidad. "No tienen
una partida de nacimiento, un documento de identidad donde ponga quién
es, cómo se llama o dónde nació. Salir allí no es posibilidad para
ellos", aseveran.
La corrupción
Tanto María
como Silvia no tienen dudas en señalar a la "corrupción" como
la principal causa que ha condenado a los haitinianos al caos y a una
hambruna extrema. "El 90% del PIB lo tiene un 1% de la población, que
vive en Puerto Príncipe. Hay una zona, que está vallada, megalujosa, que
viven cuatro y que son los que manejan el 'cotarro'. El otro
'noventaitantos' por ciento de la población sobrevive".
En esta línea, y aunque no quieren entrar en polémicas, se preguntan
"dónde está toda la ayuda internacional que se aprobó tras el
terremoto". "Es inexplicable. Alguien se tiene que estar lucrando de
todo esto", se cuestionan.
"Mejorar un poco"
A pesar de todo, del "ovillo
de corrupción, mala gestión, pobreza y marginación" en el que está
metido Haití, ambas son optimistas con respecto al futuro del país. "No
me puedo creer que sea tan difícil mejorar un poco la condición de vida
de un país que tiene una extensión inferior a la de Galicia, aunque esté
más poblado", sostiene María.
Igualmente, Silvia
destaca que algunas ONG como 'Aytimoun Yo', "aunque sea con proyectos a
pequeña escala, van por el buen camino". Esta organización, fundada por
la cántabra Lucía Lantero, tiene una casa de acogida con 50 niños, a los
que además de cubrir las necesidades básicas, educan en una escuela a
la que también asisten otros 50 jóvenes y madres de la comunidad
de Anse-a Pitres, en la cual llevan a cabo labores de cooperación.
El trabajo de María y Silvia se enmarca dentro de un proyecto global,
mediante el cual durante este año dos enfermeras cántabras viajarán cada
mes hasta Haití para impartir distintos talleres de educación para la
salud. Estas dos cooperantes han sido las primeras en formar sobre el
terreno en temas como el aparato reproductor, el embarazo, el ciclo
menstrual, las enfermedades de transmisión sexual como el sida o el
desarrollo del niño.
Al respecto, aseguran que los
haitianos tienen "mucho interés" en estos cursos porque "nadie les
explica nada de esto" y porque "tienen mucha mística, magia, para
explicar lo que ellos creen que pasa".
Finalmente, en
cuanto a su experiencia como cooperantes en la isla, aseguran que ha
sido "muy enriquecedora, aunque bastante dura". "Las dos habíamos
convivido con la pobreza en otras experiencias, pero la situación de
hambruna, de enfermedad y de exclusión social que hay en Haití, las dos
coincidimos en que no la habíamos visto nunca", concluye Silvia.
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