Jaume Reixach: Periodista de vocación y, por eso mismo, fundador y editor de EL TRIANGLE desde 1990. Militante de la causa por un Mundo mejor. 3-02-2016
http://www.eltriangle.eu/es/notices/2016/02/la-maldicion-de-jordi-pujol-5189.php
A veces, la vida da unas vueltas muy chocantes. Este próximo día 10 de febrero, 56 años después de los Fets del Palau
que provocaron su detención, el 22 de mayo de 1960, Jordi Pujol vuelve a
comparecer ante la justicia, en esta ocasión para declarar ante el juez
de la Audiencia Nacional, José de la Mata, por la fortuna escondida de
su familia, localizada en Andorra y dispersa en una espesa trama de paraísos fiscales.
Jordi
Pujol, que entonces tenía 29 años, no estaba en el Palau de la Música
la noche del 19 de mayo de 1960, cuando durante el concierto del Orfeó
Català en conmemoración del centenario del nacimiento del poeta Joan Maragall un grupo de jóvenes, movilizados por el núcleo clandestino antifranquista CC (Cristianos de Cataluña) se levantó para entonar El Cant de la Senyera, que había saltado del programa musical de la velada por prohibición explícita del gobernador civil de la época, Felipe Acedo Colunga.
La policía secreta procedió a la detención de algunos
de los improvisados cantores y en el Palau de la Música se desató un
considerable jaleo. Torturado en las vecinas dependencias de la Jefatura
Superior de Policía, en Vía Laietana, uno de los detenidos mencionó el
nombre de Jordi Pujol como uno de los inductores de aquella acción de
protesta. Y no sólo esto: lo identificó como uno de los promotores de la
campaña que, meses antes, se había organizado contra el diario La Vanguardia y contra su director, Luis Martínez de Galinsoga,
que había proferido graves insultos ("Todos los catalanes son una
mierda") en la sacristía de la parroquia de Sant Ildefons, en el barrio
de Sant Gervasi. También le adjudicó la autoría de una hoja volante
anónima que, con el título "Os presentamos al general Franco" y datada
el día 15 de abril, corría aquellos días de mano en mano por Barcelona.
El párrafo final
Detenido
la madrugada del 22 de mayo y sometido a duras torturas, Jordi Pujol
negó ser el autor de aquella hoja volante pero, en cambio, "cantó" el
nombre del pequeño impresor Francesc Pinzón, como el
responsable de la reproducción clandestina de material antifranquista,
que también fue apresado. Con posterioridad, la abundante literatura
sobre los Fets del Palau y el consejo de guerra contra Jordi Pujol y
Francesc Pinzón precisó que Marta Ferrusola transcribió
personalmente a máquina el texto de "Os presentamos al general Franco".
En esta hoja volante, redactada en el contexto del caso Galinsoga y de
la campaña emprendida posteriormente por el régimen franquista para
congraciarse con la población catalana (cesión del castillo de Montjuïc a
la ciudad de Barcelona, compilación del Derecho Civil catalán, homenaje
al poeta Joan Maragall, larga estancia del Generalísimo en
Cataluña...), Jordi Pujol denunciaba, con tono vibrante, las incongruencias y atrocidades de la dictadura franquista, que acababa de recibir el respaldo de los Estados Unidos con la visita del presidente Ike Eisenhower
a Madrid: la falta de libertad social y sindical, la opresión cultural,
la pantomima de la democracia orgánica del régimen, la represión de los
católicos disidentes, la censura de prensa...
El párrafo final
de este texto es contundente: "La falta de libertad es absoluta. Y sólo
es atenuada por el estado de corrupción en que vivimos. El general
Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha escogido como
instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe
que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre comprometido por
hechos de corrupción económica o administrativa es un hombre
prisionero. Por eso el Régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida
pública y económica. Como se hace en ciertas profesiones indignas, el
Régimen procura que todo el mundo esté enlodado, todo el mundo
comprometido. El hombre que pronto vendrá a Barcelona, además de UN
OPRESOR, ES UN CORRUPTOR".
Efecto boomerangEl
resto de la historia ya es conocida: Jordi Pujol fue condenado en
consejo de guerra sumarísimo a 11 años de prisión, al considerar el
tribunal militar que la hoja "Os presentamos al general Franco" era una
incitación a la rebelión. De estos 11 años sólo pasó dos en la prisión
de Torrero (Zaragoza) y otro de confinamiento domiciliario en Girona. A continuación se reincorporó en tareas ejecutivas a Banca Catalana, la entidad financiera que había fundado con su padre, su cuñado Francesc Cabana y el socio David Tennembaum
poco antes de su detención. Al cabo de 56 años, las impactantes
acusaciones de corrupción que formuló Jordi Pujol contra el general
Franco se han estrellado como un boomerang contra su cara. Hoy
vivimos, afortunadamente, en libertad y democracia, pero muchos de los
pecados que Jordi Pujol denunciaba en 1960 de los 21 años del régimen
franquista son, de manera cruelmente paradójica, aplicables a los 23
años de régimen pujolista (1980-2003) y a la propina de cinco años que
nos ha tocado vivir con su heredero, el presidente Artur Mas (2010-2015).
Del boicot a la subvención
El
Palau de la Música, el escenario de los Fets del Palau, se acabó
convirtiendo en una putrefacta madriguera de corrupción que, además de
llenar los bolsillos sus indecentes gestores, con Fèlix Millet y Jordi Montull
al frente, sirvió para desviar dinero de las comisiones del 3% de obra
pública al partido fundado por Jordi Pujol, Convergència Democràtica. La Vanguardia,
el diario que fue objeto de la campaña de boicot impulsada por Jordi
Pujol, acabó siendo, veinte años más tarde, el gran aliado mediático del
régimen pujolista, comprando la voluntad de la familia Godó
con capazos de dinero en efectivo (caso Casinos), subvenciones públicas
hipermultimillonarias, publicidad para parar un tren, miles de
suscripciones pagadas por la Generalitat y concesiones de frecuencias de
radio y televisión. Esta amoral supeditación llegó hasta el punto que,
como ha explicado el periodista Lluís Foix, La Vanguardia había publicado autoentrevistas hechas por el mismo Jordi Pujol.
Si
sacamos de contexto el último párrafo de la hoja volante "Os
presentamos al general Franco" y lo aplicamos al régimen pujolista, el
paralelismo provoca escalofríos: "La falta de libertad es absoluta.
Y sólo es atenuada por el estado de corrupción en que vivimos. Jordi
Pujol ha escogido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha
favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar,
que un hombre comprometido por hechos de corrupción económica o
administrativa es un hombre prisionero. Por eso el régimen pujolista ha
fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Como se hace en
ciertas profesiones indignas, el régimen pujolista procura que todo el
mundo esté enlodado, todo el mundo comprometido. El hombre que ha
gobernado Cataluña durante 23 años, además de UN OPRESOR, ES UN
CORRUPTOR".
La prisión interior
Este
próximo 10 de febrero, Jordi Pujol volverá a comparecer torturado ante
el magistrado del Juzgado n. 5 de la Audiencia Nacional, José de la
Mata. Pero, en esta ocasión, las heridas no se las ha infligido, como en
el año 1960, Vicente Juan Creix, el sádico inspector jefe de la Brigada
Social de la policía. Esta vez, la tortura la lleva en su conciencia,
al constatar cómo ha destruido toda su vida pública y la de su familia
después de la confesión sobre las cuentas escondidas en Andorra
que hizo el 25 de julio de 2014. El dolor que arrastra es intenso y,
además, no tiene cura. Jordi Pujol, por su obra de gobierno y su
trayectoria política, era considerado el "padre de la nación"
y creía que los libros de historia ya le habían reservado un lugar de
honor en el panteón de los hombres ilustres de Cataluña. Las virtudes
que predicaba y que, supuestamente, practicaba –autoexigencia, honor,
dignidad, disciplina y patriotismo- han quedado desmentidas al
descubrirse la inmensa fortuna acumulada por su clan familiar, calculada
en más de 3.000 millones de euros, que sólo se explica
por el ejercicio sin escrúpulos del tráfico de influencias y la
corrupción a gran escala durante más de dos décadas.
No hace
falta que la Audiencia Nacional, como hizo el consejo de guerra
sumarísimo que lo juzgó en 1960, lo condene a una pena de prisión. Jordi Pujol ya está encarcelado, desde hace un año y medio, en su casa.
Él era un hombre de calle a quien le gustaba mucho charlar con la gente
y cotillear sobre esto y aquello. Ahora no puede hacerlo. Sabe que
nadie le perdona la gran estafa moral que ha perpetrado al pueblo de
Cataluña y no osa exhibirse en público, porque tiene miedo de ser
increpado o que le giren la espalda. Esta prisión interior es mucho peor
que la que sufrió en Torrero: es a perpetuidad y, cuando él ya no esté,
la condena la continuarán pagando sus hijos y sus nietos, que, como es
evidente, no tienen ninguna culpa.
La gran pregunta
Desde
que en 1980 fue elegido presidente de la Generalitat por primera vez,
el régimen que erigió y dirigió degeneró, a continuación, en un lodazal
de corrupción. La lista de casos que nos ha dejado sus 23 años de
mandato ininterrumpido es escalofriante y sin precedentes en un país
europeo democrático: el caso CARIC, el caso Prenafeta, el caso
Ferrovial, el caso Lottogate, el caso Casinos, el caso VVM, el caso
Planasdemunt, el caso Hidroplant, el caso Cullell, el caso Roma, el caso
Trabajo, el caso De la Rosa, el caso Pascual Estevill, el caso Adigsa,
el caso Europraxis… Después de su retirada de la política
activa, en 2003, han continuado estallando escándalos que son herencia
directa de la profunda amoralidad de la "cultura política" que implantó
en Cataluña: el caso ITV, el caso Palau, el caso Pretoria, el caso 3%...
¿Cómo
es posible que con todos estos antecedentes, Jordi Pujol consiguiera
mantenerse en el poder durante 23 años? Esta es la gran pregunta que nos
tendríamos que hacer todos. Esto sólo se explica por el control
absolutista que consiguió sobre los medios de comunicación, por la capacidad de presión y de intimidación a la oposición política, por la manipulación del poder judicial y, en especial, por sus pactos en Madrid con los gobiernos de la UCD, el PSOE y el PP,
que le garantizaron la impunidad para hacer y deshacer en Cataluña como
si fuera su finca privada. Con 85 años a cuestas, Jordi Pujol afronta
este próximo 10 de febrero la hora de la verdad. Él y su mujer se
encontrarán ante un juez, José de la Mata, que está muy molesto porque
considera que Pujol –el matrimonio y sus hijos- son unos cínicos
sinvergüenzas que le han intentado burlar y engañar. Más allá de lo que
diga la letra pequeña del Código Penal, aquello que, sin excepción,
indigna a los jueces -y José de la Mata lo es-, es que un inculpado o un
testigo los quiera hacer pasar por imbéciles y les intente tomar el
pelo.
La cuenta 63810
La copiosa
documentación bancaria entregada por Andorra a la Audiencia Nacional
demuestra, de entrada, que la "historieta" de la "herencia" del padre Florenci Pujol,
que es la versión que ha dado hasta ahora el expresidente de la
Generalitat para justificar el dinero a nombre de su mujer y de cuatro
de sus hijos que apareció en la BPA, es inverosímil o,
cuando menos, insuficiente. Entre otras razones porque Jordi Pujol
reconoció de su puño y letra que era el titular de la cuenta 63810 del
Andbank, que se abrió en 2001 (¡21 años después de la muerte de su
padre!) con un ingreso de 307 millones de pesetas.
Durante el consejo de guerra sumarísimo del año 1960, Jordi Pujol –impelido por su mujer- hizo un encendido alegato final
donde expresó su convicción y su esperanza de que las jóvenes
generaciones acabarían tumbando el régimen dictatorial y conseguirían
hacer realidad el anhelo de lograr las libertades democráticas que se
vivían en otros países europeos. Ahora, 56 años después, y una vez
consolidadas las libertades democráticas en un Estado español que es miembro de la Unión Europea,
Jordi Pujol vuelve a comparecer ante un juez y unos fiscales que, esta
vez, lo interrogarán a fondo para que explique el origen y los
mecanismos empleados para acumular la fortuna colosal que su familia ha
escondido en Andorra y, a través de testaferros, en un enjambre de
paraísos fiscales.
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