10/8/22
Me regala mi amigo David Konstan su último libro sobre el origen del pecado. A sus ochenta y un años sigue escribiendo, viajando y dando conferencias y seminarios con una fuerza que envidio con la peor clase de envidia.
- david konstan es el gran historiador de las emociones morales en la transición a la modernidad: en sus libros anteriores estudió cómo el perdón es un concepto post-agustiniano, y cómo variaron profundamente la piedad, la compasión y el amor de la Antigüedad a la Modernidad. Ahora ha escrito sobre un concepto que no existiría sin la Biblia ni el cristianismo: ni Grecia ni Roma tenían este concepto. Hamartia no es el pecado de nuestra cultura, ni otros términos similares. Ni siquiera Antígona o Filoctetes de Sófocles, ni las Leyes de Platón avanzan esta manera de pensar lo equivocado y dañino de las acciones.
- Supongo que mucha gente que lea esto pensará que no va con ella pues no son religiosos. No lo veo tan claro. El concepto de pecado ha calado profundamente en nuestro modo de comportarnos. Una rápida mirada a una discusión en redes donde se implique el sentimiento de superioridad moral (ya no solo de la izquierda, ahora la derecha reivindica también para sí esa superioridad) observará cuán profundas son las raíces del concepto de pecado. De pecado original también, que una y otra vez observo en muchos comentarios tintados de moral que acusan a la contaminación moderna de la humanidad de todos los males (la izquierda con una mirada que es estereotípica en La dialéctica de la Ilustración, de Adorno y Horkheimer; la derecha en todo ese barullo posmoderno donde Dugin, Putin y otra gente se mezcla con Wojtyla en señalar los pecados del liberalismo).
Frías y profundas son las raíces del pecado, que no es sino el pecado original de la cultura que nos ha criado.
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