10/12/22
MENORES FRENTE A LOS PELOTONES DE EJECUCIÓN FRANQUISTAS.
Mercedes González recuerda como el 24 de agosto de 1936, día de San Bartolomé. Mi madre y mi tío estaban trabajando en el campo cuando pasó una camioneta y se los llevó. A él lo mataron en la cuneta y nadie ha encontrado sus restos. Tenía 13 años. Es la historia de su tío, Dionisio Martínez, que siendo solo un niño conoció la muerte. Su crimen, ser hijo de un hombre de izquierdas. Había regresado al pueblo por vacaciones y esos dos meses de verano eran la antesala de su adolescencia. En septiembre iba a cumplir 14 años y empezaría a estudiar en otro colegio, el de San Juan de Dios, en Madrid. "Estaba muy emocionado", dice Mercedes recordando el testimonio de su madre. Pero Dionisio nunca llegó a esa escuela. Nunca se hizo adulto.
La madre de Mercedes oyó cómo le pegaban cinco tiros a su hermano pequeño sin poder intervenir. Luego escuchó cómo arrastraban el cuerpo. Nunca lo encontraron. "Con el tiempo, llegamos a la conclusión de que lo tiraron a los alrededores de Fuentecén [a una hora de Burgos], porque se desviaron para volver a Aranda de Duero (Burgos)".
Félix Gálvez tenía esa edad cuando le mataron. Era una tarde de julio de 1939 y la guerra ya había acabado. Los hombres del pueblo volvían a casa, a Menasalbas (Toledo), cabizbajos y abatidos por la derrota. Félix quiso ir a recibir a su hermano Pedro, de apodo Reniega. "Salió con el puño en alto como lo hacían los republicanos", recuerda hoy la sobrina de ambos hermanos. Los hombres regresaban con sus familias sin imaginar que su vida terminaría esa noche. El pueblo había cambiado de bando, de republicano a nacional. Los amigos y vecinos se convirtieron en verdugos. Y Félix fue una de las víctimas.
Los soldados republicanos aún no habían puesto un pie en su casa cuando fueron sorprendidos por escuadrones de vecinos falangistas. Se los llevaron a una pequeña casa cuartel y allí los torturaron. Entre los detenidos había cuatro menores, tres identificados: Juan Gómez, de 16 años; Pedro Gálvez, de 17, y su hermano Félix, de 13. En la madrugada del 3 al 4 de julio, a Félix lo ataron junto con el resto de detenidos y los condujeron al cementerio, a la tapia que durante los siguientes años sería su tumba.
Los hermanos Gálvez tuvieron un golpe de suerte cuando uno de los detenidos consiguió desatar la cuerda que los apresaba. Vieron su oportunidad y salieron corriendo campo a través. Pedro había estado en el frente y sabía manejar la situación. Corrió hasta desaparecer en la sierra sin darse cuenta de que su hermano pequeño no le seguía. Félix había puesto rumbo a casa. Un vecino que lo vio lo denunció. Los falangistas no tardaron en apresarlo de nuevo. Fueron a la tapia del cementerio y le pegaron varios tiros antes de arrojarlo a la fosa junto con los otros fusilados.
Unos documentos de la Memoria Histórica de Valladolid nos recuerdan: como Celedonio Maroto, de 16 años, lo fusilaron por ser socialista. Fue detenido el 28 de agosto de 1936 en Ataquines (Valladolid) junto a otros 10 vecinos del pueblo. Al día siguiente, los sacaron del calabozo para llevarlos a la cárcel de Salamanca, pero en el kilómetro 19 de la carretera de Peñaranda el coche paró y allí mismo los ejecutaron. Un peón recogió los cuerpos en un carro y los llevó a Fuente el Sol, también en Valladolid. Intentó enterrarles en el cementerio, pero las autoridades locales lo evitaron. Prefirieron meterlos en una fosa en el extramuro del camposanto. Sesenta y nueve años después, entre el 16 y el 19 de marzo de 2005, fue posible exhumar los cuerpos y contar la historia de Celedonio.
Juan Gómez Sánchez, de 16 años, era pastor y no enarbolaba bandera alguna. Estaba en el lugar equivocado en el momento inapropiado. Así lo cuenta Salud Gómez mientras juguetea con el hueso de un níspero en su casa de Menasalbas. Para ella es duro recordar la historia que se llevó a su tío Juan. Sus ojos azules hablan por sí solos.
Juan regresaba del monte con su madre y sus ovejas cuando un escuadrón lo apresó. "¿Adónde van con ese niño?", preguntó una vecina. Su madre le quiso dar una manta, pensaba que el niño solo iba a pasar una noche en el calabozo, pero no lo dejaron y le dijeron que a donde iba "no le iba a hacer falta". Juan fue uno de los 16 fusilados toledanos y, al igual que Félix y Dionisio, una víctima demasiado joven de la guerra.
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