miércoles, 25 de enero de 2023

Recuerda Pepe que sin levantar la casa con las propias manos no se puede ser libre y que sin tierra no hay libertad, de Alberto López

 10/1022

HUBO UN MOMENTO Alberto López
Hubo un momento
no recuerdo cuando fue
en que deslumbrados por la modernidad
nos extraviamos por el camino
maleamos la relación con la tierra
y abandonamos la naturaleza.
Fue cuando nos alejamos
de las raíces y del origen
cuando despreciamos nuestro pasado
y olvidando nuestra historia
perdimos nuestra identidad.
Fue cuando dejamos
la agricultura y el artesanado
y prescindiendo de las manos
vendimos nuestra fuerza de trabajo
en lugar de vender el producto
creado por ellas.
Fue cuando liquidamos
la tierra de nuestros padres
por lotes, solares o parcelas
y abandonamos para siempre
la casa del pueblo.
Cuando separándonos del suelo
compramos una vivienda
en un enorme bloque de hormigón
de un barrio periférico
de una ciudad cualquiera
y convertidos en consumidores pasivos
creyéndonos águilas
nos fuimos a vivir a las alturas.
Y tras el primer Seiscientos
seguimos comprando automóviles
cada vez más potentes
y televisores cada vez más grandes
para ver los partidos de fútbol
y lavadoras secadoras que hacían todo solitas
y frigoríficos donde cabía más comida
que en un refugio nuclear
y maravillosos teléfonos móviles
que menos para llamar
los usábamos para todo
y ordenadores más veloces
y una bañera con hidromasaje
que apenas entraba en el baño
y no sé cuántas cosas más…
Y abrimos una cuenta en un banco
donde hipotecamos la vivienda
y sacamos tarjetas de crédito
y un préstamo para ir de vacaciones
y otro para que Maruja
se arreglara el culo y las tetas.
Y le compramos
un pequeño utilitario
para que la pobre no viniera cargada del hiper
con las bolsas de la compra
y a Pepin una moto para que fuera al instituto
sin tener que esperar el autobús
y enviamos a Maripili a abortar a Londres
diciendo a las amistades
que iba a estudiar inglés.
Y con otra hipoteca
compramos un mini apartamento amueblado
en la playa de Matalascañas
para pasar quince días de vacaciones
y dos fines de semana al año
hasta que los hijos no quisieron ir más
y hubo que malvenderlo
para pagar algunas deudas.
Y poco a poco, sin darnos cuenta
pero con el consentimiento de toda la familia
nos fuimos ahorcando
con las sogas del consumo
en la adquisición de cosas
fútiles, superficiales y prescindibles.
Fue entonces cuando
en las puertas de la vejez
empecé a pensar que
lo que creía que pensaba
era lo que otros habían pensado por mi.
Y caí en la cuenta
de que era un personaje inventado
por no sabia quien.
Que no era nadie.
Que la vida me había pasado
por encima sin enterarme
y la había desperdiciado
trabajando como un burro para nada.
Entonces me acorde de mi abuelo
cuando al darme el abrazo de despedida
en el momento de dejar el pueblo
para partir a trabajar a la ciudad me dijo:
"... Recuerda Pepe que sin levantar
la casa con las propias manos
no se puede ser libre ...
y que sin tierra no hay libertad..."

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