lunes, 12 de junio de 2023

El odio y la violencia: el perverso legado del bolsonarismo, de Leonardo Boff*

17/4/23

 Aristos VeyrudTeología de la Liberación

El odio y la violencia: el perverso legado del bolsonarismo

Leonardo Boff*

Quien nos gobernó durante cuatro años no fue realmente un presidente sino un capo con su familia, cuyas principales características han sido, con utilización de las redes sociales, el lenguaje chulo, el comportamiento grosero, la mentira como método, el deseo de destruir biografías, la distorsión consciente de la realidad, la ironía y la satisfacción inhumana por la enfermedad del presidente Lula y de la presidenta Dilma, la omisión consciente de tratamiento del coronavirus que sacrificó por lo menos a 300.000 personas, el genocidio consentido de los Yanomami, la adquisición prácticamente ilimitada de armas letales, la difusión del odio y de la violencia. Ellos han generado lo que hemos presenciado últimamente: alguien irrumpe en una guardería, asesina a cuatro niños inocentes y deja a otros heridos; hay otros casos de estudiantes que apuñalan a un profesor y a un alumno, otro que mata a su compañero de clase y muchos otros crímenes de este jaez cometidos en el entorno escolar, por no hablar de la violencia policial en las afueras de las ciudades, donde se dispara impunemente a jóvenes negros y a otros pobres. Se mata por motivos fútiles como un pedazo de pizza.

El peor y más perverso legado que dejó el presidente fugitivo y ladrón de regalos oficiales, donados por autoridades de otros estados, además de otros innumerables delitos políticos, fue éste: atizar el odio y la violencia desenfrenada en las relaciones sociales.

Ni llorar ni lamentar, sino tratar de entender: ¿de dónde viene la violencia bárbara que ha causado víctimas en nuestro país? Miremos un poco la historia: Alfred Weber, el hermano de Max Weber, en su resumen de la historia universal, nos dice que de los 3400 años de historia documentada, 3166 fueron de guerra. Los 234 años restantes ciertamente no fueron de paz, sino de tregua y de preparación para otra guerra. Las guerras del siglo pasado mataron en total a 200 millones de personas. Como se puede apreciar, la violencia y sus derivados están arraigados en nuestra historia, y él plantea un interrogante, expresado en el intercambio de cartas entre Albert Einstein y Sigmund Freud el 30 de julio de 1932.
Einstein le pregunta al fundador del psicoanálisis, Freud: “¿hay alguna manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra… es posible hacer que los seres humanos sean más capaces de resistir la psicosis del odio y la destrucción?” Freud responde con realismo: “No hay esperanza de poder suprimir directamente la agresividad de los seres humanos. Sin embargo, se pueden seguir rutas indirectas, reforzando Eros (principio de vida) contra Thanatos (principio de muerte). Todo lo que da lugar a lazos afectivos entre los seres humanos actúa contra la guerra, todo lo que civiliza a los seres humanos trabaja contra la guerra”.
La cultura, la religión, la filosofía, la ética y el arte siempre han sido fundamentales para frenar o sublimar el impulso de muerte. Pero han resultado ser insuficientes. Por eso se comprende la respuesta resignada de Freud a Einstein: “muertos de hambre, pensamos en el molino que muele tan despacio que podemos morirnos de hambre antes de recibir la harina”.
La verdad de las cosas es que los sabios de la humanidad nos han hecho comprender que somos seres ambiguos. En dialecto religioso decía San Agustín: “somos Adán y Cristo al mismo tiempo”. No decía otra cosa Lutero cuando afirmaba: “somos justos y pecadores”. En los tiempos que corren, un sabio de 103 años, Edgar Morin, nos recuerda continuamente: es parte de la condición humana ser sapiens y demens al mismo tiempo. Esto no es un defecto de la creación, sino de nuestra constitución como humanos. En otras palabras, somos seres portadores de la dimensión de amor y de la de odio, de luz y de sombra, de la pulsión de vida y de la pulsión de muerte, de lo simbólico (que une) y de lo diabólico (que desune). Somos la unidad dialéctica de estas contradicciones.
La opción de base que tomemos, ya sea el amor, la luz, la vida o lo simbólico, funda nuestra ética humanitaria. Si asumimos lo contrario, establecemos una ética inhumana y cruel. Aunque ambos polos coexistan y no podemos eliminarlos ni reprimirlos, es la centralidad que damos a una de estas polarizaciones la que define nuestro camino en la vida, vital o letal, nuestros comportamientos éticos.
Si lo que decimos es verdad entonces tenemos que ser realistas y sinceros y reconocer que la violencia que anida dentro de nosotros irrumpió en la siniestra figura del anterior presidente. Usó todas las formas posibles, desde calumnias, mentiras, noticias falsas, violencia verbal, a través de varios medios digitales, amenazando de muerte a personas y efectivamente matándolas.
Lo humano “demasiado humano”, es decir, la parte sombría y diabólica ganó visibilidad y ejercicio impune bajo el régimen bolsonarista y con su incentivador.
Lo más grave del bolsonarismo y su capo es haber maleducado a los jóvenes, promoviendo el lenguaje grosero, conductas agresivas, prejuicios contra los más vulnerables, los pobres, los negros, los quilombolas, los indígenas, las mujeres, las víctimas de innumerables feminicidios y las personas de otra orientación sexual. Todos estos fueron difamados, perseguidos, violados y no pocos asesinados, especialmente estos últimos.
Basta de esta historia de horrores vividos durante cuatro años. Pero la gente se dio cuenta de que esa no era forma de vivir y convivir. Eligieron, por tercera vez, a un representante de la senzala social: Luiz Inácio Lula da Silva. Su gobierno se enfrenta a una enorme tarea: reconstruir una nación devastada en cuerpo y espíritu. Las raíces de este inhumanismo siguen ahí y siempre estarán, porque son parte de nuestra condición. Pero las mantenemos bajo control. El pueblo y la nación optaron por la luz contra la sombra, por el amor contra el odio, por lo simbólico contra lo diabólico.
Debemos permanecer siempre vigilantes, para que los demonios, que junto con los ángeles nos habitan, no inunden la conciencia y destruyan sistemáticamente lo que generaciones y generaciones han construido con sudor y sangre. No pasarán. Como los grandes jefes de estado criminales y enemigos de la vida no pasaron.
*Leonardo Boff, teólogo, filósofo y escritor, ha escrito Brasil: ¿completar la refundación o prolongar la dependencia?, Vozes 2018.

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